viernes, 31 de octubre de 2014

29 de octubre de 2014, CERRO DE SAN VICENTE

Durante el almuerzo, bien acomodados por esta vez en un roquedal generoso en cómodos asientos de variadas formas y alturas, entre sol y sombra, compartiendo el buen vino del también generoso Aurelio y en medio de las variadas conversaciones, alguien invitó a disfrutar de ese momento como del último de la temporada del buen tiempo, del duradero verano; del calor en el camino y de la fresca sombra en la pausa. Ya veremos si se cumple el vaticinio y esperemos que ustedes lo sepan por estas páginas.


Estamos en El Real de San Vicente, en la provincia de Toledo, casi en los arrabales de Talavera de la Reina, a las 10,30 de la mañana. Hay tráfico de vehículos en la carretera que cruza el pueblo, pero poca gente en la calle. Ya no hay ocasión para el café, salvo para alguno que se ha adelantado, porque conviene ponerse en marcha para cumplir el horario. El comienzo de la ruta nos lleva por buen camino, de trazo y piso. El día, espléndido. Braulio ha elegido bien la ruta y la fecha después de algún aplazamiento que buscaba asegurar la presencia del color del otoño.


Sin embargo, esta vez falta el vibrante color con que El Real nos ha recibido en otras ocasiones. Los castaños aún retienen la mayoría de sus sus frutos en las punzantes envolturas y aún perdura el verde en muchas de las hojas.


Sobre el horizonte brumoso destaca una altura a la que no le pongo el nombre. Pudiera ser El Gato o quizás La Enhebrada, vaya usted a saber. Detrás, la muy extensa y llana vega del Alberche, donde hoy apenas se distinguen detalles. Quizá aquello es Hinojosa de San Vicente o San Román de los Montes o Castillo de Bayuela, lujos de la toponimia. Quizá, más a lo lejos, Serranillos Playa. Pero hombre, por Dios, ¿cómo se le ocurre a alguien semejante nombre? Émulo hortera de Miami Beach en medio de la llanura manchega, a orillas del lago artificial de Cazalegas, esa cosa ¿no ha sabido bautizarse con un poco más de gracia?


En la parsimoniosa subida algunos nos distraemos recolectando higos y castañas. Faltan manos para la faena y así se abandonan a su suerte cantimploras y bastones que luego hay que volver a recoger... si ahí siguen. El bastón de Aurelio, ejemplo de instrumento libertino y montaraz, ha decidido no esperar a que lo recoja su legítimo dueño y ha optado por desaparecer y pasar a peor vida en manos de alguien seguro menos amistoso y campechano que el actual patrono. Así tantos.


El piscolabis sucede al abandonar el castañar, en una especie de collado que igual puede llamarse Portal de Rubios que Chapatales; igual da y con cualquiera de ellos me quedo. Para los curiosos de la topografía, cuando se asomen al mapa de esta ruta, la pregunta sobre la exactitud del nombre. También para ellos, que situarán el punto de nuestra parada entre arroyos, el pequeño dato de la ausencia de rastros de agua en los alrededores, y eso que los busqué. Habrán tomado una decisión semejante a la del bastón de Aurelio.


Luego ya se ve qué trazas toma la ruta: un camino anchuroso y carretero, que se convierte más adelante en pendiente fatigosa. En el salto de uno a la otra, se ha pasado por el Puerto de San Vicente, donde la vista de la cercana carretera asfaltada mancilla nuestro recorrido natural y campestre, y donde se asienta un gran convento de carmelitas calzados, ruinas en parte y en parte restaurado, que no visitamos en este ocasión pero que hubiera merecido la pena. Otra ocasión habrá.


Llegamos al Cerro de San Vicente, inmenso roquedo a 1.921 m. sobre el nivel del mar. Es la una y veinte de la tarde. Suave brisa que alivia el calor de la subida. Para coronar el cerro hay que escalar el gran cubo de cemento y piedra que sirve de base a un vértice geodésico. No puedo por menos de subrayar la elegancia del paso en la trepada de Aurelio, y la altiva pose de Pedro y Paco en lo más alto.


Esas son nuestras cumbres de ahora y satisfechos estamos de poderlas coronar. Tiempos vendrán.


Un enamorado ha dejado el incivil manifiesto de sus sentimientos a Lilí en la base del vértice. Puestos a manifestar, en vez de utilizar el sucio y ofensivo spray, podría haber silbado aquella simpática melodía de la "Lilí" de Leslie Caron y Mel Ferrer, tan tierna, o incluso, y no se me ofenda nadie, haber cantado la Lilí Marleen tan nostálgica: "Aus dem stillen Raume, Aus der Erde Grund..." Desde el espacio silencioso, desde el fondo de la tierra, me mantienen como en un sueño tus adorables labios. Cuando la niebla nocturna se arremoline yo estaré en la farola como antes... ¡Precioso!



Y si de ruinas de conventos o monasterios se trata, aún nos quedaba una oportunidad espléndida: las robustas y atrevidas piedras, restos del monasterio de San Vicente, de increíble situación y misteriosa historia. Desde Roma, cuando en estos parajes se daba culto a la diosa Venus y no tanto por sus vínculos con el amor sino con la agricultura, los huertos y los jardines, hasta la edificación de un cenobio en el siglo XVII, estos cerros han sido referencia religiosa para todos los habitantes de la comarca. Ahora, titulando en un cartel que vemos al paso, sucinta y no se si maliciosamente, "monte de Venus" a estas "elevadas" alturas rocosas, se rinde culto a la pelín hortera posmodernidad.


Aquí no acaba la cosa. En otro cerrete próximo, el último de la cuerda, todavía se elevan las paredes desbaratadas de una fortaleza; atalaya musulmana del siglo X y castillo cristiano del XI, de cuando Alfonso VI, el Bravo, "rex Spanie", conquistó Toledo. Bravos todos, no solamente el rey, porque había que serlo para mover tales meños en semejantes parajes y hacer con ellos templos a las venus romanas y a los vicentes, sabinas y cristetas cristianos, y para edificar complejos eremíticos o defensivos, y para andar subiendo y bajando en romería, en feroz batalla, en misión de intendencia; hoy sí y mañana también, en primavera y en invierno... ¡Ozú!

13:48 "El fotógrafo fotografiado" o "oteando"
14:05 El Real de San Vicente al fondo
Braulio me sugirió la foto de los cardos, tan esbeltos, y la oronda roca

Hemos concluido la parte histórico - monumental de la excursión y buscamos un lugar más recogido y menos agreste que estas cumbres para nuestro almuerzo. Lo encontramos allí donde se dice al comienzo de esta crónica y disfrutamos de la elegante disposición de las sardinillas en el bocadillo de Antonio. Antonio es pulcro, ordenado y sibarita en eso del buen yantar. Y ha de ser así. Hay que contar con una mesa bien dispuesta: verde césped seco o roca horizontal, amplio tocón de árbol o tronco tumbado; y asiento estable y suficientemente confortable: taburete plegadizo chino o piedra lisa preferentemente granítica y limpia. El pan integral en punto, las sardinillas de marca de confianza, algún complemento deleitoso, a veces de elaboración propia, frutas frescas y secas, algún postre quizá. Si está Aurelio y su crianza, mejor. Servilletas y limpieza de mesa, que no se nos acuse de agresores del entorno, tan nuestro.


Un fácil camino de vuelta. Todo él en descenso. Cuando las conversaciones se aquietan y se hacen más diálogo. La dorada y matizada luz de tarde. Ese verde tan modesto de los olivos. Algún toque de color subido. El buen olor a leña en chimeneas y fogones en las primeras casas del pueblo. Entramos en un bar de la plaza para beber algo y nos sentamos sin ganas de agotar el día. ¿Seguirá algún tiempo más este otoño cálido y bonancible?



11 kilómetros y 5h 30m de paseo. 658 m. de desnivel, que han parecido menos.

4 comentarios:

  1. Deliciosa como siempre, detallada y con un gran sentido del humor, una vez más espero con ansia tu crónica ¡ Oh Paco !, Herodoto cultísimo, historiador de nuestras pequeñas escapadas que en tus crónicas se agigantan... ¿ No sería pertinente que estas narraciones quedaran registradas en un medio más estable y duradero que la veleidosa "nube" de nuestros tiempos cibernéticos ?
    Si quieres , me ofrezco para ayudarte en la edición. ANTONIO

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    1. Antonio: Me alegra que lo pases bien con estas crónicas. No me alegra tanto tu uso de la hipérbole para referirte al cronista. Aunque hoy pocos medios son estables y duraderos, excepto la piedra berroqueña y no sé si es el caso, puede que merezca la pena intentarlo para los que aún estamos en lo del libro de papel y por muchos años.

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  2. Querido Paco, aunque no estoy a tu altura intelectual, me siento en la necesidad de hacer una puntualización histórica a tu excelente relato de nuestra pequeña historia mierconista.

    Me refiero a la omisión de que el monte de Venus fue refugio de un insigne terrorista conocido como Viriato y que todos recordaremos de nuestros estudios escolares.

    Este buen hombre, después de cepillarse a Gayo Plaucio se escondió en nuestro querido monte, cual si de las montañas de Afganistán se tratara.

    Y utilizo la palabra terrorista para nuestro insigne héroe estudiantil poniéndome en el lugar de los romanos. Este desarrapado pastor que mutó en bandolero y posteriormente en guerrillero y que se atrevió a enfrentarse al poder establecido, debía de figurar en todas las posadas romanas con las típicas tablillas de “terrorista más buscado del imperio”, e incluso, me atrevo a imaginar que el pánico a los lusitanos provocaría el cacheo de las gentes en las estaciones de carruajes por si llevaban piedras en los bolsos.


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    1. Querido Ignacio: Me gusta tu puntualización porque es un crimen olvidarse del amigo Viriato, fuera portugués, extremeño o de los alrededores de Huelva. Que está bien eso de dar caña al poder omnímodo, aunque no sea más que para bajarle los humos. No me gusta tanto que le llames terrorista, por comparación a los que ostentan en la actualidad ese merecido calificativo. Y no me gusta nada lo de las comparaciones de la altura intelectual: debes haber utilizado un instrumento de medir descalibrado, ¡seguro!

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