lunes, 29 de septiembre de 2014

24 de septiembre de 2014, LAGUNA DE SAN JUAN

Estaba de llover. El día 23 se abandonó el proyecto de ruta en el entorno de la Maliciosa por amenaza de lluvia. La alternativa, en el entorno de Titulcia, parecía librarse del agua. No fue así y nos mojamos. En cierta forma me alegré. Porque me gusta el agua y porque me gusta toparme de vez en cuando con lo inesperado, lo fortuito y casual. Con el agua del cielo crece el pelo, dicen, y con lo imprevisto crece la humildad y la paciencia. No deben ser ciertas ninguna de las dos afirmaciones puesto que ni abundante cabellera ni tales virtudes adornan a mi persona. Aún así, reitero lo dicho acerca de mis gustos, que no todo, y los gustos menos, tiene que apoyarse siempre en seguro fundamento.

Hemos quedado a las 10,30 de la mañana en un bar del centro de Titulcia. Pero ni sabemos en qué bar, ni siquiera si en el centro de Titulcia hay un bar. Pero allí está, al lado de la plaza mayor, del ayuntamiento y de la iglesia. En todos nuestros pueblos siempre hay un bar. En todos nuestros pueblos siempre hay un ayuntamiento y una iglesia. Antes era fácil encontrarlos abiertos. Ahora, bares e iglesias pueden estar abiertos o no. A los primeros les afecta la crisis; a las segundas, también, bien que de otro signo. De los ayuntamientos sé menos: supongo que están abiertos a las horas de oficina, en un esfuerzo digno de mejor causa. Ahora, me pregunto por qué los ayuntamientos y otras instituciones públicas parecen ser inmunes a la crisis y todos permanecen abiertos como antes. Como ustedes supondrán, mi pregunta es puramente retórica, de manera que no necesito que se tomen la molestia en contestarla.


Desde allí mismo echamos a andar a las 11 menos cuarto de la mañana. En dos patadas salimos del entorno urbano y cruzamos sanos y salvos una rotonda con poco tráfico, antes de introducirnos en una hermosa pista de tierra, que ya no abandonaremos, salvo un pequeño rodeo, hasta el final del paseo. Aparece en los mapas con dos nombres: el primer tramo se llama "el cordel de los manchegos" y el segundo "camino de la casa de la Cubilla". Está nublado y la temperatura es agradable. Apenas caen unas gotas.


El cordel de los manchegos nos depara una estupenda vista del cerrete en el que asienta el pueblo, por encima de la vega del Tajuña, llana como la palma de la mano. Chispea o pintea, como dicen en tierras salmantinas. El orbayu o sirimiri obliga a vestir los chubasqueros, antes de que le cuadre la expresión calabobos, señala Aurelio, que muchas cosas seremos los de este grupo pero no bobos. Así discurre nuestro caminar, con las botas cada vez más embarradas. Cambia la vegetación en la orilla del camino: campos de maíz de regadío, que causan la perplejidad de Aurelio y la mía de paso; cañaverales espontáneos muy lucidos; filas de robustos chopos...



En un bucle de la ruta, dejamos el cordel de los manchegos y nos aproximamos al cauce del Tajuña de cuyas glaucas y turbias aguas nos quedamos con apenas un vistazo.



Pasamos cerca de las casas de una finca, con perro de ladrido grave y sonoro. Hay allí unas pocas vides, de uva pequeña, tinta y blanca, que algunos no nos resistimos a probar en un arranque pillín y transgresor. Mejores las tintas, dulces y jugosas.



Llegando a la laguna de San Juan, hacemos por asomarnos a un mirador u observatorio de fauna palustre allí expresamente instalado. Pero de fauna no hay asomo ni siquiera atisbo, salvo de la tupida barrera de un cañaveral a dos palmos del ventanuco. La naturaleza acaba siempre imponiendo sus fueros, para desconcierto y mayor gasto de los bienintencionados promotores de la cultura ecológica. Un poco más allá es hora de subir un poco por el terreno escarpado que limita la vega y obtener una vista panorámica de la laguna.


Sobre su superficie, unos pocos patos de los que no se dejaron ver donde les hubiera correspondido. Pasan ya las doce y media de la mañana y, ausente hoy José Luis H., nadie ha reclamado el piscolabis. Pero todo está mojado y tampoco hay por aquí unas buenas rocas que pudieran servirnos de asiento. Así que se descarta el tentempié y, tras la foto del grupo en atrevido escorzo, emprendemos el camino de regreso.


Aquí la crónica se comprime y acelera como sucede siempre que el trazado de la ruta no haya sido circular. Ya no hay novedad en lo que se ve ni por donde se pasa. La novedades las tiene que poner el propio caminante. El que suscribe hizo por su parte lo que pudo y deleitó a sus compañeros con un magnífico resbalón sobre el barro, sin daño pero con sucia mojadura. Y es que siguió lloviendo tercamente hasta más o menos la mitad de este tramo de vuelta, haciendo el paso literalmente más pesado y menos airoso que de costumbre. Cuando cesa la lluvia aparece un sol casi agosteño, caliente y húmedo. Nos sobrevuelan ruidosamente los aviones que hoy tienen en esta zona su STAR (ruta de entrada) a Barajas.



Ignacio nos propone la contemplación de un fortín o casamata y de unas trincheras de la guerra civil, que están "orilla el camino". Paco A. es el único que osa visitar el interior del búnker y asomarse por sus troneras. Algunos respondemos a su gesto lanzándole piedras, afortunadamente sin ninguna fuerza ni puntería. Como niños. ¡Bendita inocencia la de la septalescencia! Desde las trincheras se domina toda la vega del Tajuña.



El capítulo final de esta excursión lo constituye la comida, si no a borde manteles, sí a orillas del río, al lado del puente de Piedra del Tajuña. Sentados alrededor de un gran registro de hormigón y acariciados por las excesivas radiaciones solares y las ofensivas emanaciones fluviales, damos cuenta de nuestro almuerzo. Antonio, amante de la buena mesa y respetuoso con las formas, organiza y dispone el suyo, como puede pero con corrección, sobre la superficie del invento. Las botas y pantalones embarrados y otros rastros de lluvioso día y la cercanía de tanta obra pública y civil tornan lo que habitualmente semeja un bucólico "déjeuner sur l'herbe" por un utilitario y pelín astroso "almuerzo de Carpanta bajo el puente". Omito las ilustraciones para mantener intacta la dignidad del grupo.

El pueblo y los coches están a cinco minutos como quien dice, de manera que queda tiempo, antes de volver a Madrid, para tomarse el cafelito, en la terraza del mismo bar de la mañana.


Añado al ilustrativo mapa de la ruta, gentileza de Ignacio, como siempre, nombres y cifras de ésta, que el mismo Ignacio ha titulado "planaruta".

Antonio, Aurelio, Gonzalo, Ignacio, Paco A., Pedro, Rafa, Rodrigo, Salva y este seguro servidor. 14 km., 4 horas y media y 61 m. de desnivel.


jueves, 25 de septiembre de 2014

17 de septiembre de 2014, MONTE DE VALSAÍN Y LA CAMORCA

Un libro de rutas que ha comprado Rodrigo recientemente le sirve de inspiración para proponer el recorrido de hoy, cuyo trazado Ignacio dibuja y digitaliza, ampliándolo con el ascenso a La Camorca. Como el paseo es precioso, bien por el autor del libro, bien por Rodrigo y bien por Ignacio. Una sola mácula o lunar, aunque no quiero exagerar y las opiniones son libres: el título original de la ruta, vulgar y bárbaro, que he preferido ocultar piadosamente y sustituirlo por el más descriptivo y llano con el se encabeza esta crónica. Además, hay que respetar los derechos de autor.

Llueve furiosamente en Madrid una hora antes de la hora de la cita en el puerto de Navacerrada. Luego la lluvia cede y da paso al atasco en la carretera. Pero Salva y el que suscribe, indemnes de ambos meteoros, seguramente consecuencias del cambio climático, llegamos puntualmente a la hora del café con churros en un bar del puerto.


Al comienzo del paseo, en el puente de la Cantina, sol para todos, tal como el café para todos pero impuesto desde otras instancias más superiores. Hoy acuden a nuestro paseo Braulio, Paco, Rafa y Pedro, ausentes el primer día de la temporada. Venturosamente.

Los primeros 5 km. de la ruta, hasta la fuente de la Reina, transcurren por pista asfaltada, un desdoro para recios caminantes de postín, pero la alfombra de pinocha disimula el gris betún y acolcha la pisada. Aprendo casualmente que la pinocha también acidifica el suelo, como los eucaliptos, y es que no te puedes fiar de nadie, qué se le va a hacer. Antes de la llegada a la fuente, se produce el habitual movimiento de protesta (entre 12 y 12,30 del mediodía) reclamando el piscolabis. Algunos, tres para ser preciso, deciden detenerse sin esperar al hito (y al agua, hoy apenas un chorrillo) de la fuente. De manera que esos tres se quedaron sin las bolitas de queso. El resto se acomodó en las propias piedras de la fuente o en sus alrededores y dio cuenta de plátanos y demás.


Allí se junta nuestra carretera con la pista que viene del puerto de la Fuenfría y que se dirige a Santiago de Compostela (596 km.) pasando por Valsaín y otras conspicuas poblaciones. No pensamos llegar tan lejos. Nuestro peregrinar de hoy nos conducirá primero al cerro de la Camorca y, después, al lugar del que hemos salido. Y es que, en el fondo, viajar es siempre, casi siempre, una forma de volver a casa y poder contarlo confirmando que, como en casa, en ningún sitio.


El ascenso a la Camorca desde la fuente de la Reina es suave, no menos que el tramo anterior. Se cruza una llanada (majada del Escorial) previa al cerro. Algunos aprovechan para probar las piernas y tirar un poco más fuerte, deshaciendo el grupo y la conversación. En este grupo las conversaciones se hacen y deshacen y rehacen, supongo que como en todos, pero de ellas guardo generalmente buena memoria. Contengo las ganas de dar cuenta de algunos de sus contenidos, que son, como paisajes y parajes, parte integrante e importante de cada paseo. Este no es el sitio para hacerlo, lo sé, y tampoco hay que aspirar a hacer de cada jornada vivida una página digna de crónica. O quizá sí.


En el cerro, ya lo sabrán los lectores más cercanos a esto de las andanzas por la sierra, pero lo digo por si acaso, hay un diminuto refugio, una caseta para la vigilancia de los extensos pinares de Valsaín y una antena. En la caseta hay una terraza accesible, que aprovechamos, después de saludar al vigilante, para alargar aún más nuestra mirada hacia los campos de Segovia, con Valsaín y La Granja en planos intermedios. El vigilante tiene libros y documentos desplegados en las mesas que amueblan la caseta. El vigilante otea atentamente con prismáticos el horizonte segoviano.



La foto de grupo en la terraza deja fuera a Antonio, no recuerdo por qué; muestra la prudencia alicantina de un Braulio que porta paraguas al gallego modo; y queda bien de color gracias a la camiseta técnica de Pedro. La verdad es que no se muy bien por qué se han puesto de moda estas ropas negras, grises, pardas, abandonando los rojos, azules y amarillos tan frecuentes antes en la montaña y tan fotogénicos. Será cosa del signo de los tiempos sombríos. También una reconocida mención a la nueva sudadera de Rafa, con sus "haches" tan vistosas.


Se visita el refugio diminuto, propiciando una secuencia fotográfica parecida a aquella de los años 50 en que los 17 de una familia salían consecutivamente de un 600. Aquí no me caben más que tres, pero el efecto fue parecido.



Sopla un viento frescachón, que se diría si esto fuera un libro de bitácora. Nubes amenazadoras de lluvia cubren el horizonte sur desde Peñalara a la Mujer Muerta. Por la divisoria de los Berciales emprendemos el suave descenso. Al poco, nos acomodamos por allí para el almuerzo. Ya estamos a cubierto del viento y la mullida alfombra de helechos secos y pinocha es tan buena para sentarse como para reclinarse al estilo de la Roma de los césares. Se practican ambas posturas pero prefiero omitir el testimonio fotográfico y dejar que el lector utilice su imaginación.

Desde este punto la pendiente se hace más pronunciada y obliga a cuidar el paso. Rodrigo mima la estupenda reparación del doctor Dayán pero no da muestras de condiciones inferiores respecto de ningún otro miembro del grupo.

De vez en cuando, hay que detenerse, apartar la mirada del terreno y dirigirla a los magníficos ejemplares de pinos, rectos como mástiles de un clíper, que se elevan 25 o 30 metros sobre nuestras cabezas.

El suelo está casi completamente cubierto de helechos, verdes en su mayoría; algunos ya con el ocre color del otoño. Ornamento indispensable del bosque umbroso, estoy seguro de que éstos, más que los pinos, inspiraron a los del bárbaro de cómic para traer sus cámaras, sus actores de pega y sus extras a este rincón único.

A todos nos ha impresionado también la belleza primitiva del bosque, como si la hubiéramos disfrutado por primera vez. Aunque algún rayo de sol se filtra entre las altas copas, la tarde se oscurece poco a poco y comienza a llover.

Salen de los macutos chubasqueros y otros paraguas más tímidos y plegadizos que el de Braulio. Salva se cubre con una capa de agua que, aunque eficaz, le proporciona un aire como de trasgo jorobado, trasunto de Quasimodo al goretex. Conste que él mismo solicitó el testimonio fotográfico, así que aquí va, en compañía de otra ilustración del buen chaparrón.



No queda mucho más que contar, salvo que la lluvia no mermó para nada el éxito de la caminata y el buen ánimo de todos: Antonio, Braulio, Gonzalo, Ignacio, José Luis H., Paco A., Pedro, Rafa, Rodrigo, Salva, y este que lo es. Al cabo del rato estábamos en el puente de la Cantina o fuente de la Canaleja, que por topónimos no quede, a pie de auto, que dirían donde Rodrigo hace su invernada. Debían ser entre las tres y media y las cuatro de la tarde. Así que no se diga más y que nos sigamos viendo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

10 de septiembre de 2014, SENDERO DE LOS REALES SITIOS

La inauguración del curso no podía haber contado con una mejor elección de la ruta. Ya se que esta frase, recurso de vulgar plumilla, es tópica y con eco falso y hueco como la reproducción turística de las cuevas de Altamira. Pero, como bien argumentó Antonio, proponente del paseo, el trazado encajaba a las mil maravillas, por su longitud y desniveles muy moderados, con los previsibles ánimos, estado físico y otras circunstancias coyunturales de un grupo que empieza a mostrar, bien que con toda prudencia y mesura, algunas goteras. ¿Y su título? ¿Qué me dicen ustedes de su título? ¡Sendero de los Reales Sitios! Contemporáneo a más no poder, ahora que volvemos a tener un Felipe de monarca, tal como aquél, promotor de la fama de esta villa y pescador de truchas en el Eresma. ¿Y su remate final? ¿Qué me dicen ustedes de su remate final, con almuerzo a borde manteles en uno de los más afamados comedores de La Granja?. Así que buena elección la de Antonio y muchas felicidades por ello. Motivo grande de alegría ha sido la incorporación de Rodrigo tras su mal paso allende los mares, y de Salva, recuperado en buena hora de diversos alifafes.

Todo estaba dispuesto, de tal forma que a las 10,30 de la mañana de ese día mencionado en titular, nos encontramos o nos reunimos en la Puerta de Segovia de la Granja de San Ildefonso, tras un largo y cálido verano y cafés mediantes (alguien ya los había acompañado de churros en el puerto de Navacerrada), los siguientes paseantes mierconistas: Antonio, Aurelio, Gonzalo, Ignacio, José Luis H., Rodrigo, Salva y este cronista que lo es, aunque de forma un tanto espasmódica e irregular.

La mañana estaba preciosa, el sol lucía con fuerza y ya prometía calentar algo más de lo justo. El paseo de la Alameda, hacia el palacio y los jardines, invitaba a deslizarse por la blanda pendiente de la guía Michelin. Pero este grupo es siempre fiel a sus proyectos y no se dejó tentar, de manera que, tras algunas insignificantes dudas y vacilaciones, decidió ponerse en marcha allá por las 11 de la mañana. Sin embargo, Rodrigo había olvidado su prenda de cabeza, vulgo gorro o sombrero y, temeroso de que el vibrante sol septembrino afectara a su natural color y buen juicio, emprendió una breve gira por las tiendas del pueblo. Al cabo volvió provisto de una gorra de marca conocida y color azulón, que cumplió sobradamente su finalidad y sin desdoro del habitual elevado nivel estético del grupo.


Y basta de prólogos, que así no se llega a ningún sitio y menos a la hora de comer. Hablando de comer, la ruta se inicia por la margen de la carretera de Segovia, camino del Robledo y al lado de las huertas de los afamados judiones de La Granja. Ahí es nada, y qué buen aspecto presentan las matas, tan enhiestas y verdes, tan sugerentes para algunos amantes de la buena mesa y las digestiones aciagas.



Del entorno del Robledo, hoy convertido en "zona recreativa", algunos tenemos aún recuerdos de cuando la mili, pero la natural prudencia y compasión presente en este grupo de amigos, contuvo a más de uno de entrar en detalles y echar a perder así el ingenuo encanto de esta excursión inaugural. Sí se puede apuntar, por lo breve de la referencia, que el embalse de Pontón Alto, por cuya orilla transcurre la primera parte de la marcha, no existía en aquellos tiempos y que lo que ahora ofrece es un aspecto tristón, de puro seco y turbio. Un rótulo advierte con oficiosidad "vedado de pesca" pero no hay miedo: ni hemos traído hoy las cañas de pescar (en realidad nunca las traemos, Aurelio) ni apetece probar suerte en este trasunto de "charco-ranas" que dirían aquí en Segovia.



Ribera del Eresma hacia arriba. Dia de calor inclemente. Me da por pensar que septiembre es, en estas latitudes, el peor mes del año en cuanto al tiempo: sigue el calor del verano ya sin el aliciente de las vacaciones y la promesa del mar; llueve poco y el polvo de los caminos es más tenaz, más pegadizo; los arroyos apenas son más que una hendidura pedregosa y árida. ¿Hay truchas, en este Eresma de albañal, que justifiquen la veda?


Seguramente exagero. La apariencia del río no es tan mala como puede dar a entender mi síndrome post-vacacional, o lo que sea. El sendero (de los reales sitios, no se me olviden) es atractivo: por la compañía del agua y de su cantar, por la abundante sombra, por el empedrado de macizos y bastos bloques de granito, por sus pasamanos y pasarelas, calzadas y escalones, por sus rústicos y elegantes indicadores.



Poco antes del Puente del Anzobero o Anzolero, se hace una parada para el piscolabis, hoy escueto, que apenas hay necesidad de reponer fuerzas y que hay que reservar hueco para el yantar a borde manteles. Si hubiera que significar alguna novedad sería el cambio de marca de las bolitas al queso de Ignacio: matices aparte, tan celebradas como las del pasado curso.


Puente del Anzobero

Sin perder en ningún momento la compañía de las aguas del Eresma, las vemos al cabo del rato embridadas y canalizadas a su salida de la presa o salto del Olvido, ya en la proximidad de Valsaín. El salto es bien modesto en tamaño pero grande en las románticas resonancias de su nombre.

Salto del Olvido

Desde aquí, se sube hacia el pueblo y se cruza la carretera general, único lance de la excursión con un riesgo cierto. Al lado de las serrerías, al fondo de una de ellas dedicada a la fabricación de palets, sigue el sendero de pomposo nombre de vuelta hacia La Granja. Dedico un recuerdo a los comúnmente detestados eucaliptos que he visto esta pasada semana en Galicia en gran abundancia. Ya se que acidifican la tierra y que no son especie autóctona, pero encuentro que su destino en pasta de papel es un puntito más noble que el de estos armazones auxiliares del almacenaje. Debato internamente y con la colaboración de José Luis H. acerca de conceptos como la utilidad, el medio ambiente, y otros tan subidos e importantes. Unas vacas sestean, ajenas a la altura de nuestros pensamientos, al lado de los troncos dispuestos para la sierra. También el destino de estos animales es utilitario. ¿O quizá no, solamente?


En la vecindad del palacio - espesura de color ya casi otoñal pero calor veraniego - la puerta de Cosíos a los jardines está cerrada e inatendida. Lástima, porque hubiera sido un bonito remate de la excursión un paseo, éste sí real, entre los tilos, los castaños de indias, los parterres de los jardines. Nos contentamos, lo que no es poco, con recorrer la alta tapia por fuera y seguir disfrutando del reencuentro, de las conversaciones, del gusto ácido de unas endrinas que surgen al paso y que no hay tiempo de recolectar para un pacharán artesanal...


Antes de las 2 de la tarde, junto a los coches, cambio de calzado y abandono de macutos, que ni botas ni ropas de abrigo son necesarios para llegarse hasta el restaurante y lo que después venga. Bien dispuestos todos alrededor de una mesa alargada, algunos hacen honor a los judiones, indiferentes a las rigores de la temperatura veraniega, mientras que el resto se inclina, aunque no tan reverentemente, por otros guisos no menos sabrosos pero más ligeros. El vino de la casa, elegido por Aurelio, es del gusto de todos los que lo prueban. Se barajan propuestas para la próxima semana. En la memoria, Juarros de Voltoya y el estupendo rato en la casa de Esteban, con los que casi inauguramos el curso hace un año.


Un buen balance del día: casi tres horas, casi 9 km. de marcha y tobillos, piernas y tensión arterial de todos en perfecto estado, sin casi. Hemos echado de menos a los que hoy han faltado y esperamos verles pronto.