domingo, 24 de noviembre de 2019

20 de noviembre de 2019, PUERTO DEL MEDIO CELEMÍN

A este grupo de amigos le gusta el puerto del Medio Celemín, que también podría llamarse el puerto de los Dos Cuartillos, puesto que, según la RAE, el celemín tiene cuatro cuartillos. Ignacio dice que como hemos venido varias veces, digamos cuatro, el de este día sería para nosotros el cuarto Medio Celemín, es decir, el Segundo Celemín. En medidas más actuales, nueve litros y pico de trigo o de otros cereales, o sea, más de 35 tazas que habríamos tenido que apoquinar cada uno, en otros tiempos, por pasar por aquí.

Nuestra visita de este año se debe al arrojo de José Luis H. (y debo añadir que a su confianza en las predicciones meteorológicas), quien olió la ventana de oportunidad entre lluvias y designó el sitio y el recorrido de hoy. Anticipo que le salió estupendamente, sin lluvia (alguna gota suelta hubo) y conquista de todos los objetivos propuestos.

Así que a las 10:30 de este magnífico miércoles nublado y húmedo, después de pasar por la gasolinera de Venturada para repostar cafés, Gonzalo, Joaquín, José Luis, Pedro, Rafa y servidor comenzamos a andar desde Valdemanco en pos de un destino incierto pero siempre venturoso, que diría nuestro Salva, ausente bien a su pesar.



El camino se sabe de memoria, de manera que puede uno distraerse sacando fotos de compañeros caminantes, charcos y paisaje gris.



A las 11:15 ya estamos en el paso y tenemos la oportunidad de asaltar a un ciudadano rural que, con su cuatrocuatro un tanto achacoso, se dirigía a sus labores. No logramos de él el pago del portazgo pero quedamos muy amigos y con la mano en posición de pedir, que hoy el que no pide, a las autoridades benefactoras mayormente, es que es más simple que hecho de encargo.



Y como ya habíamos logrado el primero de nuestros objetivos, se nos ocurrió que podíamos tratar de alcanzar otro subiendo pasito a paso a las Peñas de las Cabras. Con su pizca de niebla y un poco de vaho en el objetivo de la cámara para que el lector perciba algo del fresco y la humedad del día, nos plantamos en la fuente de... (repaso notas y planos y no soy capaz de localizar el nombre de la fuente).



Todavía no son las 12, hora bruja del piscolabis, pero no hay inconveniente en adelantarlo, que aquí hay agua fresca y asiento gratis y más arriba vaya usted a saber si se nos pasan las ganas.



El plátano -hoy no ha venido Ignacio y no hay bolitas- nos presta nuevas energías y, por unanimidad, se decide seguir hacia arriba. Ese camino ancho que se ve en la foto da paso más adelante a una veredilla más o menos marcada en la hierba, pero como la niebla no llega a ocultar del todo las peñas a las que nos dirigimos, seguimos sin titubeos y sin necesidad de mirar el gps.



Las Peñas de las Cabras son un espléndido mirador cuando se puede mirar. Hoy, como en el caso del futuro, no se llega a ver más que lo más cercano.




Gonzalo, algunos lo sabíamos, celebra hoy su cumpleaños y, como en semejante día del año 2013, invita a sus amigos a champán y dulces que salen mágicamente de su mochila como las lámparas de pie del bolso de Mary Poppins. Apenas la 1 de la tarde, pero correspondemos al gran detalle de Gonzalo rindiendo homenaje entusiasta a bebida y polvorones y si se quitan las ganas de comer, tant pis que diría un monsieur. Gonzalo, ¡muchas felicidades! y hacemos votos por la repetición en 2024, siguiente año en que el 20 de noviembre cae en miércoles.



A la bajada, pondremos atención en el paso para no resbalar, que el champán tiene ese peligro y no me hagan caso que estoy exagerando.



Ya casi llegamos al pueblo, y como son las dos y media de la tarde y nos encontramos en el bonito parquecillo de Valdemanco bien protegidos del relente detrás de una pared, completamos los anteriores refrigerios con lo que aún queda en las mochilas. Este cronista se teme que el balance energético de esta mañana no ha quedado compensado del todo. Pero, créanme, el buen apetito es siempre buena señal.



Al lado de los coches, tres ovejas ojinegras, bien lustrosas, hacen lo que nosotros antes, así que otras también que mal no están.



Y ya puestos, hay que redondear con cafés y refrescos para lo que nos acercamos a ese sitio de la glorieta de La Cabrera donde alguna vez hemos hecho bordemanteles. La verdad es que el día no pudo salir mejor.




domingo, 17 de noviembre de 2019

13 de noviembre de 2019, LA HOZ DEL RIO DULCE

Dijo Ignacio en la convocatoria: Copatrocinada por tres mierconistas, tengo el placer a anunciaros la excursión del miércoles al Cañón del Río Dulce. Aurelio hizo la propuesta, Gonzalo lidera la logística y yo pinto el mapa. Es decir, como en el cuento infantil, este puso el huevo, este lo frió, este puso la sal y este pícaro gordo se lo comió. O, como siete enanitos, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro, Rodrigo y el pícaro cronista, dispuestos a disfrutar del día.

Quedamos a las 10:30 en el área de servicio 103, que está en el km. 102 de la autopista A-2, con cafés y churros que asistieron puntualmente. Desde allí nos dirigimos en los coches suficientes al mirador de Félix Rodríguez de la Fuente para ver las vistas panorámicas y generales del Cañón.



Después nos llegamos al pueblo de Pelegrina, aparcamos y nos hicimos a la mar, a pie y con un solo cañón por banda, el del Río Dulce, en su Parque Natural, con poco viento pero a toda vela, que la ruta comienza cuesta abajo y el tiempo se muestra más que bonancible. En una esquina, este aviso con toda la información que necesitamos para la singladura.



De la primera parte del paseo, tan sosegada y fácil, en suave descenso desde Pelegrina, poco que añadir a las imágenes: el tibio sol de la mañana de frente, las manchas de color aún dorado y ya verde, las conversaciones -mejor diálogos-, de dos en dos...




Cuando se mira hacia atrás, se ve un promontorio, con el caserío bien sujeto a su ladera, y la esbelta ruina del castillo, como debe ser.



El recorrido por la ribera del río Dulce parece seguir durante un tramo el GR 10, ese conjunto de senderos que, si uno se pone, le lleva desde Valencia a Lisboa. Nosotros no aspiramos a tanto, ni siquiera a la mitad, de manera que pronto lo abandonamos despreciando un puente de tablas muy fotogénico y seguimos el curso del rio pisando blando sobre las hojas caídas y contemplando las grandes paredes de roca y la preciosa vegetación de ribera. Más tarde ya tendremos ocasión de volver al GR, tan largo y ubicuo y con su marca blanca y roja como la bandera de Polonia.




Cuando nos decidimos a cruzar el Dulce, algunos lo hacemos guardando el equilibrio sobre unos dientes de piedra y otros por el mismo cauce sin necesidad de mojarse las botas, y es que agua, lo que se dice agua, dulce o salada qué más da, el río lleva poca. Como hoy en día todo son facilidades, hay por aquí, además de puentes y dientes para vadear ríos, escalones de troncos para subir e incluso bajar pendientes resbaladizas.



Nuestro sendero particular de mínimo recorrido está lleno de bonitos rincones de roca y otoño y de troncos caídos que sirven para saltar y sentarse y para mirarlos si a uno le gustan esas cosas, que a mí sí y no me cansaré de hacerlo.



En una especie de pequeño mirador sobre el río, con quitamiedos de cadena, Ignacio hace una foto de grupo, que hoy llevamos retraso en eso. Salimos bien, uniformados en negra sombra, que no es lo mismo ni de lejos que mala sombra. No he tenido oportunidad de hacerlo, pero interrogaré a Ignacio por si imaginó algún significado alegórico al elegir la toma.



Tiempo para piscolabis antes de ponerse a subir a la estepa que hiende el tajo del río, sin asiento, que no hay hasta ahora fatiga que lo haga necesario. Después, son apenas 100 metros de tirar para arriba por un ancho camino que va desvelando poco a poco la geografía del cañón y las altas paredes que utilizan los buitres como balcón y hasta los que llega el tele de Ignacio.



Este grupo nuestro también llega a su balcón con balaustrada y banco para sentarse y ver vistas. Un lugar preparado para la contemplación de la Cola de Caballo, original nombre donde los haya que se utiliza en algunos mapas para la cascada del arroyo Gollorio, nombre este sí original y sonoro. La cascada del Gollorio hoy no existe y tenemos que contentarnos con su hueco sombrío, allá abajo, detrás del grupo que posa en el balcón, no sé si antes o después de aprovechar las comodidades, para dar cuenta del almuerzo.



Después del almuerzo, se está bien al sol de la tarde y para dejar vagar la mirada y los pensamientos. Estos paseos nuestros no solamente sirven para deleite e instrucción como dice Joaquín, sino también para echar los pensamientos al vuelo tan lejos o tan profundamente como se pueda.



Pero hay que seguir porque el sol se ha ocultado brevemente y ha hecho acto de presencia un viento fresco de esos que no se llevan bien con la sobremesa.



Ahora todo es estepa castellana por arriba y profundas sombras por abajo. El Dedo de Dios, señalando hacia arriba, es un imponente monolito que, según el tiempo que haga, podría ser también el Diente del Diablo; ambas cosas muy del gusto de los pueblos ibéricos que pasan de uno a otro con gran facilidad. Otros pináculos de nombre desconocido salpican las abruptas laderas aquí y allá. También hay un cercado de piedra que seguramente dio más juego que hoy en día, pero ahí sigue.



La bajada a la hoz de Pelegrina (ojo, que hay que estar atento para dar con ella) es pronunciada pero muy asequible, con la presencia constante del castillo en ruinas y gendarmes de roca rivalizando con sus torres. Hoy es verdad que por aquí se llega, -casi siempre es verdad- después de mucho andar, hasta Santiago de Compostela.


A lo mejor este cronista con máquina fotográfica ha idealizado algo más de lo permisible el Dedo de Dios y la alameda que cobija el río Dulce, pero eso es lo que tienen los pensamientos y las imaginaciones de estas tardes de andar por el campo. El cronista espera que, si les gusta lo que ven en la foto y les recuerda lo que vieron allí mismo, le disculpen que se tome tales pequeñas libertades.



Casi podría decirse lo mismo con la foto del propio río. Pero no vayan ustedes a pensar mal, que no había nada en ninguno de los dos escenarios que se haya suprimido en las imágenes, ni siquiera lo que, por su propia naturaleza, no habría podido aparecer: ni olores de alcantarilla, ni sonidos de radial afanosa o de transistor-colgado-en-la-pared-del-taller-junto-al-calendario-de-la-Union-Española-de-Explosivos. Solo el susurro del viento, el del temblor de las hojas y el murmullo del agua.



Desde allí, los fotógrafos, al castillo en ruinas. Las piedras que quedan aún donde las pusieron asustan un poco en su porfiado equilibrio. Hay que agradecerles el gesto y dejar testimonio con estas fotos fotos y con estas letras. Mejor: con las fotos de mi colega Ignacio, aquí.



Y quedaba lo de encontrar un sitio para las bebidas calientes o frías y despedirse hasta la semana siguiente. Las bebidas se encontraron muy cerca, bajo el castillo, en un bar restaurante que se llama Bajá y cuyo nombre no se oculta por la simpatía que produce a este cronista cualquier negocio que demuestre valor suficiente para esperar al pie del cañón la visita de este grupo -o de otro semejante- en lugar tan remoto y parco en dispendios, supongo.