sábado, 28 de octubre de 2017

25 de octubre de 2017, EL HAYEDO DE TEJERA NEGRA

Este otoño está siendo seco y caluroso. Antes de perder sus hojas, los árboles que pasan el invierno desnudos han retrasado su última vestimenta de temporada en los tonos amarillos, ocres, naranjas y rojos que se llevarán. El hayedo de Tejera Negra es uno de esos rincones que hay que visitar obligatoriamente cuando las hojas cambian su color verde por el de otoño. Pero nosotros no tenemos una información tan precisa como la de Japón cuando se avecina el momiji o enrojecimiento de las hojas - “Hoy los colores de otoño en Saga, ayer los colores de otoño en Ohara, mañana los colores de otoño de Kifune” - y nos tenemos que guiar por apreciaciones que Gonzalo ha recabado de diversos informadores. En cualquier caso, como a Gonzalo muy especialmente y a varios más de entre nosotros nos gusta mucho el hayedo de Tejera Negra, decidimos llegarnos hasta allí y comenzar a celebrar nuestro particular momiji 2017.

El hayedo, hoy Parque Natural, está lejos: entre dos horas y media y tres horas de carretera para la mayoría. De manera que hemos quedado en la gasolinera de Cotos a las 9 de la mañana para tratar de ponernos a andar no mucho más tarde de las 11, como de costumbre. Pero el tráfico de esta hora es malo y, tal como el color de las hojas, algo nos retrasamos, no demasiado. Tras el viaje en coche, pasado el trámite del control del Parque, recorridos los 8 km. de pista polvorienta y aparcados los dos coches que hemos llevado, comenzamos el camino de hoy un poco más allá de las 11,30. Nos precede un grupo de chavales en actividad extra escolar, paseo de prácticas o algo semejante. El arroyo Lillas no lleva agua apenas y los pulidos cantos de pizarra que pavimentan su cauce carecen de ese brillo acerado que tan bien queda en fotos en blanco y negro. Entre tanto tono matizado, Pedro pone la nota de color en la Pradera del Ramo.



Espero impaciente las fotografías de Ignacio, que hoy trajo su cámara al paseo. Mientras tanto, y a falta de sucesos reseñables, aquí dejo a los lectores que no vinieron unas muestras del bosque a nuestro paso.







Antes de acabar la redacción de esta crónica, Ignacio publica sus fotos, que estas sí que dan razón cumplida de las maravillas del hayedo. Aquí las tienen ustedes si se toman la molestia de pulsar en este enlace. Después de las fotos de Ignacio, poco más que decir, que en estos paseos todo se me hace luz y sombra y color y olor sin apenas sitio para mayores disquisiciones. Pero quizá caben unos subrayados como los que siguen en forma de pie de foto.

12:17. La hora bruja del piscolabis al lado de la maqueta de carbonera que se ha puesto allí para ilustración de escolares y de ciudadanos solamente de ciudad

Acabado el piscolabis, más allá de la carbonera y en la senda de Carretas, el camino, aunque ancho y alfombrado, se va empinando...

... y estrechando más adelante. La joven encargada del puesto de control ya nos advirtió que tomáramos esta parte del trayecto con calma y modos propios de nuestra edad.

13:00, al final del ascenso, en la Pradera de Matarredonda, magnífico observatorio sobre el hayedo y las alturas de la Sierra de Ayllón

Desde allí hay que dirigirse, por un camino más horizontal, al Collado del Hornillo

Durante el paseo surgen algunos recuerdos de otros lugares más o menos exóticos en los que estos paseantes han disfrutado del esplendor del otoño. Traigo aquí el "dogwood" de Aurelio en Atlanta, que acompañó de divertida anécdota reservada para solo los oídos de sus amigos. Pregúntenle, que merece la pena.

Y este cronista, espoleado por las fotos de Ignacio, muestra aquí debajo un apunte fotográfico más de nuestro hayedo.


Llegamos al collado del Hornillo. En la foto, enteca y descarnada como la inspiración del autor de esta crónica, Aurelio y la altura sin nombre a la que propone llegar antes de nuestro almuerzo. La propuesta se vota y sale, por abrumadora mayoría, quedarnos donde estamos y aceptar allí mismo la otra propuesta habitual de nuestro amigo, el gran tinto de Elciego y no se hable más

En el trayecto de vuelta predominan los pinos y los semblantes satisfechos del buen día y del buen paseo
El remate de la jornada en forma de tres colmenas como tres remaches en la pradera del Ramo


P.D. Aurelio me remite esta foto, alegando que no hemos sabido captar en su totalidad los colores del otoño en el hayedo. Acepto, pero no acabo de reconocer el lugar, ¿verdad Ignacio?

lunes, 16 de octubre de 2017

11 de octubre de 2017, CERRO DE MATABUEYES

El cerro de Matabueyes es el que está encima mismo del campamento del Robledo. Acerca del campamento, invito a los del Arma de Aviación y a los de Marina (y a cualquiera más ajeno a la mili de los 60) a que se informen en alguna fuente fiable; incluso a que pregunten a este cronista haciendo uso del conducto reglamentario que, en este caso, es la sección de comentarios.



En la fotografía no se muestra Matabueyes sino el brumoso Peñalara tal como aparecía ante los ojos de este cronista y seis de sus amigos de los miércoles durante la primera parte del paseo de hoy, es decir, mientras subíamos por carretera asfaltada al collado de la Cruz de la Gallega desde la parte alta de Valsaín donde quedaron los coches.



Ya en el collado, hay que pasar por una puerta para coger el camino que lleva a la cumbre del cerro. Detrás de la puerta, además de diversos cachivaches y aperos, tres bañeras - abrevadero de reserva. Es lo que tiene la moda de la sustitución de bañera por ducha, que el ganadero y el ganado han salido ganando y disculpen el juego de palabras.



En la cumbre de Matabueyes, Antonio columbra con sus prismáticos la lejana Segovia y los más cercanos Palazuelos del Eresma, la fábrica de whisky y Quitapesares, palacio, manicomio y oficina pública sucesivamente. No toda evolución es necesariamente positiva. El observatorio de Antonio está en lo alto de una caseta a la que se asciende por una escalera exterior. En su cubierta, además de un espacio con barandilla a modo de terraza, unos depósitos de plástico para agua.



Hacia el noreste, en la primera de las fotografías inferiores, el pantano del Pontón Alto, entre lo que fue el campamento y la Atalaya. Hacia el suroeste, en la foto de más abajo, nuestras otras dos metas de hoy, Cabeza Gatos y Cabeza Grande, con la Mujer Muerta al fondo a la izquierda y la sierra de Malagón.



Del momento del piscolabis, que sucede al volver a pasar por el collado de la Cruz de la Gallega, conservo solamente esa instantánea de Ignacio y Joaquín en actitud abstraída. Tanto hablamos aquí de nuestras conversaciones y de lo mucho que hablamos que alguien pudiera pensar que los miembros de este grupo no tienen sus momentos de silencio y contemplación. Se equivocan quienes así lo crean, que esto de pasear por el campo en compañía es muy mucho también para los amigos de los silencios sonoros y la admiración interior de lo que nos rodea.



A la hora escasa del momento meditativo ya hemos alcanzado la cumbre de Cabeza Gatos, con sus restos ruinosos de trincheras y parapetos de la Guerra Civil. A la espalda quedó el cerro de Matabueyes, de donde venimos, aquí retratado en la segunda de las fotografías que siguen. Y en la primera, otro momento de contemplación, que los huesos, aunque sean de animal de raza vacuna, siempre tienen algo de aquella escena del príncipe de Dinamarca y el bufón que lo fue.



Entre Cabeza Gatos y Cabeza Grande hay un collado sin nombre conocido y con abundante sombra. Este cronista, doliente y encogido sin saber de qué, decide quedarse allí mientras los demás se llegan a la cima de la segunda de las cabezas de hoy. Antonio y Joaquín deciden hacerle compañía y darle cuido alegando cansancio y falta de interés por nuevas conquistas. El cronista, que les conoce, les agradece mucho y de verdad el gesto. Mientras, los cuatro restantes, es decir, Gonzalo, Ignacio, Rodrigo y Salva, siguen la ruta, animosos a pesar del calor.



En Cabeza Grande hay aún más restos de guerra. Sobre ellos y en el monolito que marca el vértice geodésico de la cumbre, los mencionados se hacen las fotos que testimonian su conquista.



Además de la cima, los que nos quedamos más abajo nos perdimos la magnífica vista que tiene Gonzalo a sus pies, hacia el embalse de Puente Alta, los pinares de Riofrío y la ruta entre Segovia y San Rafael.



Son las dos y media de la tarde pasadas cuando nos reunimos para almorzar en el collado donde este cronista flaqueó. Hoy, ausente Aurelio, Salva empina el codo con agua de cantimplora y algún otro abre frugal lata de sardinas. Lo digo para hacer honor al párrafo que ilustra la cabecera de este blog y a la verdad.



En el camino de vuelta pasamos al lado de la ruina de la Casa de Cabeza Gatos, bien identificada en los mapas pero de la que no puedo dar más noticia.



Y hacemos una breve parada, apenas el tiempo que toma hacer una fotografía, bajo una hornacina rústica pegada al tronco de un árbol. Este cronista padecido no fue capaz de fotografiarla ni ahora de recordar qué santo o imagen contenía. Que me disculpe y baste pues con la foto del grupo.



Más costoso y pretencioso que el edículo del tronco es el monolito que señala este lugar de la foto inferior como Puerta de Santillana, sito en el Parque Nacional Sierra del Guadarrama y firmado, faltaría más, por la Junta de Castilla y León, a la que recomiendo respetuosamente hable con el Instituto Geográfico Nacional para que incluya este singular enclave en sus mapas. Por cierto, que lo de puerta debe entenderse en sentido figurado.



En el collado de la Cruz de la Gallega retomamos la carretera asfaltada, ahora en sentido descendente, hasta los coches. Enfrente, Matabueyes, su marcado camino a la cumbre y la cerca de las bañeras sobrantes de reforma. Son casi las cuatro de la tarde y a este cronista se le hizo largo el camino. Espero que a ustedes no les haya sucedido lo mismo con esta crónica.



domingo, 8 de octubre de 2017

4 de octubre de 2017, DEHESA DEL BERRUECO

El Berrueco es un pueblo con inquietudes artísticas de las que lo que sigue, en esa fotografía en blanco y negro, es una muestra. Me propongo, en una futura visita, dedicar algo de tiempo a explorar tal sugestiva faceta de esta antigua población y sugiero a los lectores que hagan lo mismo si tienen la oportunidad. El Berrueco también tiene una picota, hoy ya desprovista de su utilidad original y convertida en pieza de museo, en competencia con el estilizado perro de chapa.



Nuestro paseo de hoy, tras el prólogo habitual de la reunión con cafés y el motivo de este breve excurso en forma de nota turística, comienza a las 11 de la mañana. Nos guía Rodrigo, perdón, quiero decir Antonio, que nos llevará alrededor de la Dehesa Boyal de El Berrueco para hacer apetito y acabar almorzando abordemanteles en un prestoso restaurante. Modalidad de excursión de pocos aurelios, muy del gusto de algunos de los componentes de este grupo de paseantes de los miércoles. El día está soleado y más que templado, lo mismo que el ánimo de los 12 concurrentes: Antonio, Braulio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis A. y José Luis H., Pedro, Rafa, Rodrigo, Salva y este servidor de ustedes. Como hoy no es muy importante el orden de factores para dar cuenta de lo sucedido, aquí traigo a todos en la foto del final del paseo obtenida con el amable concurso del maestro o tutor de un grupo de chavales que pasaba por allí.



No es que la furgoneta tuviera un especial interés; es que, desde el mismo arranque del paseo, se dudó si el trayecto previsto obligaba a pasar por la puerta que acababa de abrir su conductor. Ignacio, Rodrigo y otros cartógrafos resolvieron inmediatamente la cuestión y seguimos por fuera de la finca, que no es cosa de molestar invadiendo propiedades ajenas, al menos a la vista del dueño.



Alguna cerca más nos salió al paso, pero esta cuadrilla ya está hecha a tramitar discretamente y sin daño para personas o ganado, cercas, puertas, paredes y alambradas de distinto tipo. Llama la atención de Gonzalo la cuidadosa disposición de los elementos que componen una de las puertas con que nos encontramos y dejo aquí testimonio fotográfico para deleite de ingenieros de puertas: unas muy sólidas jambas que sostienen la elaborada estructura de alambre, sisal y palo, todo ello trenzado y armado de forma ligera y atractiva; lo completa un sistema de cierre sencillo pero seguro.



Mientras tanto, el otoño pugna con el incansable verano y logra establecer un intento de color en la arboleda.



A las 12,10 del mediodía aún no se ha logrado el nivel de apetito que lo justifique, pero la hora del piscolabis ha llegado según se encarga José Luis de recordar y, unánimemente, todos y cada uno de los miembros de la expedición deciden hacer un alto y dar cuenta de plátanos y bolitas de queso. Y es que no hay nada como los buenos hábitos y la obediencia al reloj.



Más que cumplida la mitad del recorrido y en el punto más elevado de esta exigente y fatigosa ruta, este cronista apunta la cámara hacia el paisaje lejano. La imponente ladera de La Cabra, la sierra del Rincón, el Cancho de la Cabeza... El cronista agradece mucho a este grupo de buenos amigos el descubrimiento de la sierra norte de Madrid y reivindica su áspera belleza, su altiva soledad, su digna pobreza.



En un punto entre La Mejorá y Los Carboneros, algo más allá quizá, una puerta -una vez más- invita a quedarse a este lado so pena de "grave accidente" (sic). El grupo se divide, en opinión y en decisión. A este lado, los que prefieren la feble y burguesa seguridad, el camino ya transitado, la vida muelle y placentera; al otro, más allá de la puerta, los que optan por el riesgo y la aventura, el descubrimiento, la gloria. En la primera foto, el momento de duda; en la segunda, Gonzalo, que encabeza la porción de la gloria esa, cierra tras de sí la puerta con firmeza para indicar que no hay marcha atrás. Este cronista, al que no se les ocurra atribuir heroicas cualidades, sigue a Gonzalo por amistad y por entender que la crónica está siempre donde están la aventura y la exploración de nuevas tierras (y si hay ganado suelto, mejor).

Todo este párrafo no es más literatura, no vayan ustedes a creer.



A los que prefirieron la aventura se les ofrece una preciosa fresneda que, en primavera, como Gonzalo señala, está alfombrada de hierba húmeda, verde, jugosa, ideal para que los nietos retocen y los abuelos disfruten. Ahora la tal alfombra se ve más bien entre amarilla y parda. Será por eso que el bravo y peligroso ganado ha decidido hacer mutis y dejar las embestidas para mejor ocasión, cuando el grupo esté completo y confiado.



La parte del grupo a la que me uno posa para esta fotografía conmemorativa. La otra parte, es decir, los demás, supongo que si no posa, reposa o está a punto de hacerlo.



"Abordemanteles" es lo que Antonio dice que sucede lo que se muestra en la siguiente fotografía y un poco después, con las viandas ya dispuestas sobre la mesa. En esta ocasión, había un arroz caldoso que he de reconocer como delicioso, además de otras especialidades de la casa. Salvador aprovechó la ocasión para obsequiarnos con un ejemplar dedicado de su nueva obra "Cruz de San Andrés en negro sobre fondo blanco". Enhorabuena al autor y mi propósito de releerlo, ya en su estado de libro encuadernado con su ISBN y todo.



Por mi parte, ya saben que yo siempre les dedico a ustedes estas crónicas, al menos las que salen de mi puño y letra.


Y ha sido un gusto, José Luis A., tenerte de nuevo entre nosotros.