domingo, 14 de abril de 2019

10 de abril de 2019, EL PINAR DE CASASOLA

Sin más datos que la fotografía de Aurelio, el mapa resumen de otras excursiones similares elaborado por Ignacio y algún otro detalle agarrado al vuelo, no se puede confeccionar una crónica. Quizá sí un haiku o un mal remedo de haiku, aprovechando que Antonio e Ignacio han paseado en días recientes por las tierras de Matsuo Bashō o Masaoka Shiki, por no citar más que dos de los sensibles poetas que lo cultivaron.



Lago tan azul,
día más brillante.
Apenas los recuerdo.

Los datos aproximados de la ruta de hoy han sido de 16 km. con un desnivel acumulado de unos 390 metros. Sé que se dudó durante la reunión preparatoria si hacer el paseo a causa de la probable lluvia.

lunes, 8 de abril de 2019

3 de abril de 2019, EL CALOCO

El Caloco es un monte que queda entre la autovía A-6 o N-VI -como ustedes prefieran-, Vegas de Matute, Navas de San Antonio y eso que Gil inventó y que se llama Los Ángeles de San Rafael, todo en la provincia de Segovia. Veo que El Caloco, que tiene 1.562 m., tiene réplicas como los terremotos: una se llama el Calocomediano y otra el Caloquillo. Hay una ermita por allí, pegadita a la carretera, que es la del Cristo del Caloco y hay otra ermita, más bien ruinas, la de Nuestra Señora de la Losa, aunque el pueblo de La Losa quede bastante retirado, más hacia Segovia capital. Son esas cosas de la toponimia, tan interesantes.

El grupo de hoy, seis efectivos (*), ha tomado café en un bar de Los Ángeles y se ha dirigido en coche al punto de partida, hacia abajo, donde las últimas casas de la urbanización Río Moros y cerca del río de ese nombre. Hay allí un remedo de campo de fútbol entre abandonado y viejo, de porterías de tubo metálico torcido y arrugado, en sus tiempos pintado de blanco. La mañana está nublada y fría aunque no tanto. Se empieza a caminar entre diez y media y once menos cuarto. El Caloco está a la vista y parece alto desde aquí, con su cima rozando las nubes bajas. Una pista ancha pero de mal firme, con mucha piedra suelta, desciende hacia el río Moros. Prudentemente, más de un letrero avisa a los posibles vehículos que se atrevan a circular por esa burla de calzada que el camino no continúa allende el río.




Efectivamente, el río está represado. Para cruzar andando al otro lado de la balsa de agua hay una pasarela metálica bastante nueva. El agua parece más bien sucia pero lejos de mi intención empezar el día señalando solamente defectos, así que diré que el río Moros corre y canta como si estuviera limpio.





Se llega pronto a la ermita de Nuestra Señora de la Losa. Ruinas, restos de arcos, muros y capiteles, establo de ganado. Una gran casa aneja seguramente en uso. Leo que alguien relaciona el conjunto con la orden del Císter, improbable. Ruinas y abandono, también de la historia lo que es peor.



Hasta el cerro del Caloco hay una larga subida por monte bajo, ahora sin más referencia apenas que el gps de Ignacio y la huella intermitente de un sendero. Nos acompaña el buen olor de los tomillos. Más de uno elogia la belleza de este campo, roca, herbazal, matojo y encina, roble y ganado pastando. Una foto sobre la roca que tiene la boca abierta como un delfín. El piscolabis buscando el resguardo del viento, que no es mucho ni demasiado frío, entre doce y doce y media.



Cuesta arriba sin alivio, a eso de la una y media, quizá algo más, se llega a la cumbre del Caloco. Abandono también, ahora de antenas y equipos como antes de ermitas del Císter, tanto da, que para qué sofocarse. Ese es sitio de abarcar con la mirada pero no de quedarse contemplando largo rato. El Espinar al sur, todos los dominios de los ángeles o de gil, elijan, y las anchuras de la Castilla que se extiende hacia el norte.



Por debajo de la Peña del Cardo, que este cronista pisó para comprobar su firmeza, y también al resguardo del viento, hicimos un almuerzo del que no hay fotos pero en el no faltó de nada, eso que no se detalla pero que el lector de estas crónicas ya conoce de sobra.

Y, después, una larga e intrincada bajada, sin sendero, con obstáculos en forma de cercados de piedra inestables, pendientes pronunciadas cubiertas de hierba alta, trochas y pedreros inseguros. Quizá exagera el cronista. Que el lector avisado pulse opiniones entre los excursionistas de hoy y obtendrá una descripción más ajustada a la realidad.




Pero no hay mal que cien años dure ni ladera que no concluya en llano. Alrededor de hora y tres cuartos después, ya casi en el tajo del río Moros, se nos avisa de que la pendiente es pronunciada y hay que bajar caminando: ¡si lo hubiéramos sabido! Contra el enemigo del coche, que los hay y muchos, se puede afirmar que es refugio acogedor después de una dura caminata y que para eso abre la puerta como si invitara a entrar y sentarse. Detrás, el cerro del Caloco sigue apareciendo tan lejano como esta misma mañana.





(*) Antonio, Aurelio, Ignacio, Gonzalo, Rodrigo y Paco, un servidor.