lunes, 10 de noviembre de 2014

5 de noviembre de 2014, PICO DEL LOBO

De cómo la meteorología es aún una ciencia en ciernes y de otras elevadas aventuras de nuestro grupo, que vale la pena conocer


Los hombres y mujeres del tiempo "daban" para la estación de esquí de La Pinilla y, por proximidad, para el pico del Lobo, en esta mañana del miércoles que corresponde a la fecha del título, un sol resplandeciente y nítido. Y es tal la confianza que hoy nos merece la ciencia, que aun sumergidos en la nube más oscura y castigados por el viento del norte más despiadado y frío, todavía se mantenía en este grupo la esperanza de que, de un momento a otro y siempre más arriba, el astro rey se abriría paso, calentaría los miembros ateridos y permitiría, por encima de un glorioso mar de nubes, las grandes vistas que se anunciaban.



Vana ilusión, como tantas otras que, inmotivadamente, se mantienen en estos tiempos. El ambiente que se percibe en las ilustraciones anteriores, correspondientes al inicio de nuestro paseo, permaneció inalterado durante toda la mañana, e incluso empeoró.

Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador antes de meterse en faena. Habíamos adelantado la hora del encuentro en Cotos. El articulista bloguero aficionado, servidor de ustedes, tenía algo de prisa por estar de vuelta en Madrid y logró de sus complacientes compañeros adelantar a las 9,30 de la mañana la hora del café y del reparto de asientos en los coches. Ni un mal gesto. Hasta Gonzalo, que no pudo acompañarnos, se hizo presente en la gasolinera de Venturada. Aurelio, Ignacio, José Luis H. -promotor de la excursión-, Paco A., Rafa y Rodrigo, como clavos. De allí, con un horizonte serrano preñado de malos presagios, el salto a la vertiente norte: puerto de Somosierra, nublado cañí; Riaza, calles solitarias gris perla; puerto de la Quesera, nieve en la cuneta, hielo en la calzada, plomiza niebla hasta el suelo. Pero esta cuadrilla, que diría Rafa, es mucha cuadrilla y no se iba a amilanar por tan poca cosa.

10:48 ¡Lástima! Aquí no se ve el sombrero de Paco A.

Así que, bajo la batuta de José Luis H. y el asesoramiento técnico de Ignacio y Paco y sus mariachis - cachivaches tecnológicos-, y al grito de "¡menos lobos!", nos lanzamos cuesta arriba a la conquista del Pico del Lobo. Eran las once menos cuarto de la mañana, con uno o dos grados bajo cero y rachas de viento fuerte. Primera rampa, de pendiente pronunciada y categoría solamente algo menor que el tan denostado camino de cabras. En lo alto, los ánimos no han decaído un ápice como se puede apreciar perfectamente en las fotos, aunque Rodrigo y Rafa se lamentaban de visión borrosa, cada uno por distintos motivos.



No muy lejos del punto de partida, nos encontramos con otro intrépido grupo de caminantes, que solicitan alguna indicación sobre la ruta y que se muestran contentos de haber dado con otro buen ejemplo de optimismo excursionista. Ignacio, de espaldas en la foto, les asesora. Seguimos separadamente pero volvemos a encontrarnos en más de una ocasión.

11:30 Hay gente pa tó

La primera parte de la ruta, pródiga en subidas y bajadas, se puede calificar de montaña rusa o, con mayor precisión hoy, de montaña siberiana. Ventaja: siempre nos quedará la satisfacción de haber coronado, en una de esas, el singular "Calamorro de San Benito", cima señera donde las haya. Y, más adelante, el Cerro del Aventadero.

12:40 Abandonando el sitio del piscolabis

Como se puede comprender, el cerro del Aventadero no era el lugar más propicio para casi nada y menos para el piscolabis. Así que nos detuvimos en un lugar del sendero, al resguardo del ventarrón, haciendo fugazmente los honores a las bolitas de queso y otras frugalidades y reemprendiendo la marcha hacia "un destino incierto pero siempre venturoso", Salva dixit en ocasión semejante. Dado que el paisaje desaparecía a los veinte metros del observador, me distraje durante el camino fotografiando las formas del hielo en los árboles y en las rocas cercanas. Como no he llegado a dominar la fotografía con guantes, algunos de mis dedos pagaron el pato mostrando una desdeñosa insensibilidad a las escasas órdenes que se me ocurrió transmitirles.



Antes de iniciar el ascenso más pronunciado que nos llevaría a la cresta cimera, nos encontramos con el grupo de antes. Han decidido volverse, con la sana intención de dejar para otro día la visita protocolaria al pico del Lobo. Nosotros seguimos, con Ignacio en estado de entusiasmo contenido y Paco A. como si de acercarse al bar de la esquina a tomar el aperitivo se tratara. Al poco, aparece un discreto cartel con información importante: nos faltan 2 km., con una pendiente media del 11,5%, para alcanzar nuestra meta. Al grito de marica el último, como dijo sir Edmund Hillary al sherpa Tensing antes de coronar el Everest por vez primera, allá que nos fuimos a buen paso.


He dicho la cresta cimera para añadir un toque épico -por otra parte totalmente innecesario- a la narración pero, en realidad, la zona que atravesamos no es todavía una cresta. Se trata más bien de una ancha ladera plana sin árboles ni arbustos ni rocas. Ahora el resplandor de la nieve es mayor y los perfiles se difuminan en esa blanca y uniforme envoltura que tanto perturba al caminante de las cumbres y al practicante del esquí. La pendiente aumenta y el paso se acorta y se hace más premioso. José Luis H. y este cronista cerramos la marcha con la sana intención de ir recogiendo a los que, presa del mal de altura y la ceguera de las nieves, se queden rezagados. Pero he aquí que lo que sucede es que nos recogemos a nosotros mismos, faltos de fuelle y de motivo para seguir. En el aullido del viento que arrecia, nuestras voces no llegan a las sombras que nos preceden en la marcha una veintena de metros. Usamos los teléfonos pero la comunicación no se establece. Así que decidimos darnos la vuelta y esperar, en un lugar resguardado, el regreso de los demás.

Ha pasado cerca de una hora y estamos picoteando parte de nuestros bocadillos cuando nuestros cinco compañeros aparecen. Ellos también se dieron la vuelta cuando se percataron de nuestra ausencia y de la escasez de argumentos para seguir hacia la cumbre.

El recorrido máximo, en verde, y el mínimo, en amarillo

Los instrumentos de medición -aunque vayan ustedes a fiarse de la precisión del mío- permitieron pintar el recorrido conjunto y el que prolongaron los cinco más fuertes hacia la meta de hoy: unos 80 m. más de altitud y unos 350 m. lineales.



En el camino de vuelta, pocas anécdotas. Aurelio se empeña en arreglar un bastón con una navaja y manos ateridas. Acaba con una cortadura y cara de no haber roto un plato en su vida.

Los tramos de subida (¡la segunda conquista en un solo día del Calamorro de San Benito!) quizá se hacen ahora más fatigosos que antes, pero había ya ganas en el grupo de llegar al refugio de los coches y poder completar un almuerzo apenas comenzado. Así que no se perdió el tiempo en vanas disquisiciones ni en atender demasiado a las caprichosas formas del hielo en la cerca de alambres y al embozo de nieve sobre las rocas. Si quieren ahora mirarlos con más calma...



Tampoco me resisto a mostrar dos vistas cercanas del sendero que seguimos, tanto a la ida como a la vuelta, para memoria del día e ilustración de planificadores de futuras excursiones.



Cerca ya del puerto, el tiempo pareció aclarar durante unos instantes y la vista se pudo extender algo más allá, hacia el valle y hacia las alturas de donde veníamos. Sepan los que no han estado hoy por aquí, que días como éste, con todo, son muy dignos de aprecio y que lo que se pierde en comodidad se gana en hondo disfrute de breves o perdurables sensaciones, de vistas estupendas furtivas o duraderas, de choques más o menos ásperos con la naturaleza, y de otras cosas que no menciono para no darles más la tabarra.



Ya en los coches, a las cuatro de la tarde, y mientras se come algo y se cambia el calzado, un chubasco de fino granizo completa la muestra de inclemencias meteorológicas del día.

16:05 Bajo la granizada

Un incívico conductor ha cerrado el paso con su coche a uno de los nuestros, con la suerte de que, moviendo otro de los del grupo, se puede hacer hueco para salir. Dejamos un recado escrito en el parabrisas del cafre y, como no somos gente rencorosa, olvidamos enseguida el incidente. A mí mismo me ha costado acordarme del suceso para traerlo a la crónica. Y acabo asegurándoles que el café que tomamos en un bar de la plaza mayor de Riaza, antes de la despedida y la vuelta a casa, fue uno de los más gustosos de estos miércoles inolvidables.

He dejado la foto de grupo para el final. Se titula "a mal tiempo, buena cara"


Números

Distancia: 11,4 km. (dos de nosotros, algo menos)
Desnivel acumulado: 751 m. (dos de nosotros, algo menos)
Tiempo con paradas: 5:15 h. (todos lo mismo, ¿no?)

4 comentarios:

  1. Mi comentario es una loa a los valeerosos mierconistas que desafian de tal forma las inclemencias de la Naturaleza. Yo no puedo estar a su altura ( ni Dios quisiera ). En mis limitaciones, sólo pido a Dios que me siga funcionando el sexto sentido que me aleje de tamañas proezas.

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  2. Por si no lo habeis adivinado, el anónimo anterior soy yo, Antonio Casaos.

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  3. Me encanta rememorar este inonvidable día mierconosta a través de tu magnífica crónica.
    JL

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  4. Lo primero, veo con satisfacción que los mierconistas aunque duros como garbanzos sin remojo en la lucha contra los elementos, también son sensibles a las recomendaciones y van conseguido añadir comentarios en este blog.

    Y después de este preámbulo, deciros que para mí fue una de las excursiones más motivadoras de los últimos tiempos, y no porque no lo haya pasado tan mal como vosotros, sino porque son momentos que me recuerdan que la naturaleza es naturaleza y no un jardín con flores. El disfrute de estos momentos singulares compensan el esfuerzo.

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