domingo, 30 de abril de 2017

25 de abril de 2017, MONASTERIO DE BONAVAL

Antonio y Salva, por ese orden, enviaron a la redacción de este periódico sus crónicas de la excursión al Monasterio de Bonaval y tierras colindantes. El editor ha optado por respetar los textos originales y ofrecerlos uno detrás de otro, por orden de llegada y con las mínimas correcciones. Y las fotografías, ¿de Ignacio?, en la misma secuencia que traían. Similitudes y diferencias, visiones, perspectivas...


Este es el relato de Antonio.


Hoy, 26 de abril de 2017, hemos realizado nuestra habitual excursión de los miércoles, en este día al monasterio de Bonaval, en el término de Retiendas, en la provincia de Guadalajara.

Asistieron, yendo desde Majadahonda, Juan Ignacio, Joaquín y Rodrigo; desde Madrid, José Luis Hermida, Salva y yo. Pedro, como de costumbre, fue por su lado.

La salida debería haber sido las 10:30, pero nuestro grupo se retrasó considerablemente, casi media hora, a consecuencia de un error buscando la R2 en una rotonda, que nos devolvió en dirección a Madrid durante casi 10 minutos hasta volver a recuperar la R2 perdida. 

El día, aunque nublado, ha resultado muy agradable, sin el frío que temíamos y sin los chaparrones que Maldonado había pronosticado.

Es necesario señalar que llegamos al monasterio, o más bien a las ruinas de lo que, en su día, tuvo que ser un magnífico monasterio cisterciense del siglo XII, apenas a los 5 minutos de ponernos en camino. De la construcción, hoy malamente se sostienen la cabecera, el crucero y nave meridional, además de una sacristía adosada al ábside, en el lado del Evangelio; todo hecho una ruina e invadido por la maleza.


Tras la breve visita, continuamos subiendo por una vereda o, mejor dicho, siguiendo el curso del río Jarama. La vereda nos introdujo en un cañón precioso con una vegetación espléndida, fundamentalmente boscosa, con robles, encinas, chopos, sauces y monumentales quejigos y mucho verdor; también, mucha retama pringosa y florida con sus albos pétalos. 

La marcha transcurrió suavemente y a las 12:15 dimos cuenta del piscolabis. Después, continuamos un par de kilómetros más. La mañana continuaba muy agradable, una de esas mañanas en las que apetece andar sin prisas y charlar amistosamente entre todos los componentes.

Teníamos intención de comer a borde manteles por lo que decidimos no prolongar mucho más tiempo la caminata. Mientras que el resto del grupo proseguía la marcha un kilómetro más, Joaquín y yo nos quedamos tranquilamente con intención de iniciar la vuelta. Lo cierto es que los demás volvieron pronto y, a paso ligero, todos regresamos a donde estaban aparcados los coches. Salimos para Tamajón y llegamos a la hora prevista, hacia las 2:30.

Salva había hecho reserva en un sencillo pero agradable restaurante llamado El Frenazo. Tomamos el menú del día: unas judías muy buenas y espárragos con mayonesa y, de segundo, boquerones o filetes o pollo asado, con el correspondiente vino de la casa.

A las 4:30 nos acercamos a una zona cercana a Tamajón llamada La Ciudad Encantada con objeto de ver en qué consistía y si merecería la pena para una próxima excursión, bien fuera de los miércoles o como fiesta familiar con los niños.

Donde paramos existe una ermita del siglo XVI, dedicada a Nuestra Señora de los Enebrales y reconstruida y reparada con mejor o peor gusto a criterio del visitante

A las 4:30 nos volvimos a Madrid y, sin más incidencias, a mí me dejó mi querido amigo José Luis en la puerta de mi casa a las 6 de la tarde.

Y este otro es el de Salva.


Pésimas previsiones meteorológicas. Los mierconistas, gente prudente, se apresuraron a guardar en sus macutos gorros de lana merina, guantes, plumíferos y garrafones de orujo incandescente. No hubo lugar a darles el uso al que estaban destinados: hemos disfrutado de una jornada soleada y de agradable temperatura. ¿Qué coño pasa con los tíos de AEMET?

Debido a algunos problemillas con la R 2 y sus rotondas, José Luis, Antonio y Salva llegaron a Retiendas con cierto retraso. No se les hizo reproche alguno, lo que pone de manifiesto la grandeza de alma de los otros cuatro asistentes al evento.

A las once casi en punto se inició la marcha. Sol, abundante vegetación, verdes intensos, barro rojo… Llegamos a lo que queda del otrora pujante monasterio de Bonaval. La verdad es que está hecho una pena… Ignacio lo fotografió como acostumbra y, ni cortos ni perezosos retornamos al itinerario primigenio.

Buen camino, ausencia de desniveles dignos de ese nombre, brotes primaverales, el Jarama susurrando a nuestros pies… ¡Qué gozada, señores! José Luis, más conocido como “El Implacable Señor del Piscolabis”, nos obligó a detenernos y atiborrarnos de dátiles, bolitas de queso, plátanos pintones, frutos secos y otras guarrerías impropias de gente bien nacida.

Seguimos caminando por el GR 60 (1). De improviso avistamos una serie de hermosos cortados de piedra que asemejan murallas construidas por los primitivos moradores de estas angosturas. ¡Qué cosa más bonita!

Pendientes del reloj y de la reserva que teníamos hecha en un restaurante de Tamajón, llegamos a un punto en el que era necesario volver sobre nuestros pasos. Y eso hicimos: alegres como escolares en una excursión en día lectivo, regresamos a los coches. Besos, abrazos y promesas de repetir rutas semejantes. Una sola gota de agua cayó sobre la mano izquierda de Ignacio tímida muestra de la lluvia torrencial que algunos orates habían anunciado.

Bar Restaurante “El Frenazo”. Subimos al comedor. De primero, unos optan por espárragos con mayonesa y otros, más clásicos, por unas alubias estofadas muy estimables. De segundo, algunos eligieron carne de ternera y otros, boquerones (2) fritos en aceite de oliva. Postres variados. Joaquín resplandecía de puro gozo acostumbrado como está a alimentarse de salmón en adobo y cosas verdes que es mejor no concretar. Un ¡hurra! en favor de las comidas a “bordemanteles”.

Movidos por el mismo impulso que llevó a Tensing Norgay y a Edmund Hillary a la cumbre del Everest, el grupo se dirigió a la “Ciudad Encantada de Tamajón” maqueta a escala reducida de la de Cuenca aunque digna de verse y pasearse. La Ermita de la Virgen del Enebral fue también admirada desde diversos ángulos.

Con lágrimas en los ojos, los mierconistas se despidieron como los buenos amigos que son. “- ¡Hasta el próximo miércoles” se dijeron unos a otros. En el regreso a Madrid, la R 2 fue clemente y todos regresaron a sus respectivos hogares henchidos de gozo y esperanza.

(1) Este GR 60 consiste en una amplia vuelta alrededor del Pico Ocejón. Tiene una longitud de 62 Km. y sería apto para ser recorrido en varias etapas, pernoctando en los alojamientos rurales de la zona.

(2) O bocartes, que tanto monta monta tanto…





sábado, 22 de abril de 2017

19 abril de 2017, RIO GUADALIX

Un largo paseo, con calor y con expectativas de algún chubasco, que no se cumplieron; con el río Guadalix en su espesura para no mostrar demasiado sus vergüenzas; con Aurelio desatado, que Ignacio dice; y dando tiempo a que los ausentes se incorporen.


En el polígono Industrial El Raso, en San Agustín de Guadalix, hay una cafetería donde tomar café y reunirse a las 9,45 de la mañana o a cualquier otra hora. A José Luis H., hombre madrugador donde los haya y promotor y líder de este paseo, se le ha ocurrido esa hora temprana para la convocatoria. Finalizado el rito, basta con llevar los coches al otro lado del río, al lugar bautizado de forma imaginativa y pretenciosa como Área Recreativa Laguna de los Patos, para situarse en el punto de partida y comenzar a andar que ya es hora.



El río Guadalix, ajado y sucio, se maquilla con abundante vegetación y reflejos. Hace bien, que no es su culpa el daño, y estos paseantes se lo agradecen una barbaridad.



A los tres cuartos de hora de camino, hacia las 11,20 de la mañana, bajamos las muy apañadas escaleras que facilitan la visita a la doble cascada, del Hervidero la llaman, que hay más allá de la Casa del Lavadero. Hoy en día todo es escenario de parque temático y cartón piedra por ordenador y todo requiere de un centro de interpretación. Lo digo porque me hubiera gustado conocer lo del lavadero y lo del hervidero, así, en minúscula y en uso natural y corriente si es que lo tuvo y si los nombres significan algo. Pero esto es lo que hay.



Una foto de grupo delante de la cascada doble. Ignacio dice que, cuando hay mucha más agua, el chorro cubre la gran roca del centro. Habrá que verlo en algún momento. ¡Qué sonrientes están todos y qué bien se lo pasa este cronista viéndolos!



El camino discurre por encima del Canal del Mesto, todo él en mina en un tramo de más de 300 m. De vez en cuando nos asomamos al río, ésta vez, la de la foto, en la vecindad de uno de los bonitos respiraderos del canal.



En el azud del Mesto hacemos un alto para el piscolabis. El acceso al azud ahora está vedado mediante una puerta de barrotes con su candado, de manera que nos quedamos a la entrada, sentados sobre unas peñas y disfrutando del canto del agua.



Desde allí - es la una de la tarde cuando nos volvemos a poner en marcha - más de tres cuartos de hora de camino caluroso, sin sombras, ahora por las alturas del cerro de la Atalaya - hoy con vistas tentadoras en chaleco amarillo fosforito - hasta una ruinosa casa donde decidimos almorzar. Allí también hay vistas: del polígono a lo lejos y de unos grafitis, bien cerca, que remedian, o tratan de remediar, paredes manchadas, basura y abandono. Este cronista fotógrafo, por su parte, hace lo que puede para mostrar solamente lo que queda bien, que siempre lo hay.



En el descenso final hacia San Agustín atravesamos un campo que están señalizando y acotando con cintas para lo que parece ser una carrera espartana en inglés, vayan ustedes a saber a santo de qué.



Nosotros volvemos a la espesura del río. Una nube negra hacia Madrid presagia lluvia. El cronista disfruta del breve chaparrón ya en el coche, de vuelta, al pasar por Alcobendas. Lo de "Aurelio desatado" puedo asegurar que no pasa de ser un adorno más de entre los varios del día, éste más bien retórico y propuesto ingeniosamente por Ignacio. Y es que Aurelio sostiene algo así como que ciertas cosas nuestras, de este grupo, deberían ser objeto de publicación restringida, lo cual puede significar que a Aurelio estas crónicas le parecen más bien sosas y faltas de sal y pimienta. En el fondo, al propio cronista también a veces, pero mejor nos lo pensamos.

Epílogo desatado en forma telegráfica: la verdad, una ausencia; anchoas, boquerones y bocartes, una polémica; higos y brevas, otra; "lo correcto", un hartazgo; para el conejo, tomillo; los que se apuntan y no acuden - al coro -, así nos va...