lunes, 20 de octubre de 2014

15 de octubre de 2014, VEREDA DE LA CANALEJA

Esta crónica se me resiste. He recorrido mentalmente, con la ayuda de las fotografías, los trece y pico kilómetros de nuestro paseo y, anécdotas aparte, no doy con la clave narrativa. En un día lluvioso de cielo gris, quizás lo que resalta, a partir de una observación de Gonzalo donde la pila de troncos, es el color. El rojo (magenta, cadmio, carmín, púrpura, granate, rosa) en las muscarias y rúsulas, en las marcas de pintura sobre los troncos abatidos, en algunos chubasqueros y mochilas; el amarillo (limón, dorado, ocre, naranja, indio, caqui) en los helechos, en las hojas de algún roble perdido entre la multitud de pinos, en el sombrero de alguna seta sin nombre; el verde (jade, oliva, esmeralda, turquesa, pistacho, turmalina) en el blando musgo que cubre cada roca, en el liquen que engalana la mitad inferior de los erguidos troncos; los violetas (púrpura, magenta, lavanda) en las finas cortezas, de nuevo en aquella seta, en la lejana bruma; el blanco (tan diverso) en el cielo; el negro, en sus mil matices, en la sombría espesura, en la cavidad de la roca, en la mochila de marca alemana que se está haciendo tan popular en este grupo...



Pero hay más que el color. El pinar y el arroyo, la lluvia ligera, la luz tamizada, el húmedo perfume del bosque, el asfalto alfombrado de pinocha, el buen camino, la vía del tren y la cantina, un caldo humeante, un grupo de chavales bajo la fría luz del neón... Hoy apenas hay lugar ni para la anécdota ni para muchas palabras que no poseo. Impresiones, evocaciones, en un todo compacto. No ha sido solamente cosa mía: todos han admirado el inefable escenario de hoy. Y ahí lo dejo. Lo que sigue es mera y somera colección de apuntes, horarios, nombres y números, que espero sean suficientes para traer al recuerdo de los caminantes las sensaciones del día.


En este otoño es la tercera vez que iniciamos el paseo desde el puente de la Cantina. Por eso, avisadas de la fama del lugar, las autoridades beneméritas han decidido arreglarnos el aparcamiento con una espléndida capa de asfalto. Gracias. Sin embargo, el café de la mañana de hoy no se acompaña de churros porque el bar en que habitualmente desayunamos en el puerto de Navacerrada no ha estado tan perspicaz como las mencionadas autoridades y ha decidido cerrar. El de al lado está bien pero no tiene churros.

11 a.m. El diminuto cartel viene a decir, en clave de emoticono, "grifo" de la Canaleja

Lento arranque y lenta primera parte del recorrido, con las setas como protagonistas: mientras Antonio y José Luis H., provistos de sendos sacos de ecológica tela, recolectan ejemplares reales con destino a la mesa, Ignacio cosecha imágenes con destino al repositorio electrónico y quizá a la futura exhibición. A los tres y a ambas formas de recolección les deseo una buena labor de cocina y la mejor de las digestiones.



Un pino con forma de lira, dicen los músicos, o de tirachinas, dicen los traviesos

Se cruza el arroyo del Puerto del Paular. Ahora se dice Puerto de Cotos, vaya usted a saber el porqué de ambos nombres y de su vigencia. El arroyo es como un camino de agua para truchas y "xanas", cada cual en su momento. La carretera, hoy de azul y bronce, es para personas y soñadores, que pueden serlo al tiempo.



Se camina distraídamente, atendiendo al personal parecer, a lo que se siente y se ve, a las setas, a los encuadres para la foto. El grupo anda todo el tiempo fragmentado, sin noticia de este distraído o de aquel díscolo. Algunas voces, para orientación de rebeldes, rompen el silencio del bosque.

12:00 El líquen tiene su día, esponjado, hueco, crecido

Llegamos a un cargadero de troncos que parece lugar propicio para el piscolabis. Como Gonzalo advierte, aquí se dan cita todos los colores del día. En la pila de troncos, húmedo pero socorrido asiento, las marcas de pintura roja compiten con los colores naturales de la madera, habitualmente tan discretos y apagados y hoy vivos y desafiantes.



La parada, de un cuarto de hora más o menos, da lugar al plátano, a las almendras, a las bolitas de queso V 1.1 y al divagar de varios entre los árboles, mirando al suelo con la meditativa pose del recolector de setas.

12:24 Piscolabis y materia prima para mondadientes

A partir del cargadero, la pendiente se hace más pronunciada, pero el camino, muy bien trazado, no fatiga. Pian pianito, ahora que las cestas están casi llenas y el tiempo empieza a apremiar, seguimos ordenadamente nuestra ruta hacia Cotos. En homenaje al color verde y a la ligera lluvia, la mochila de Gonzalo despliega su bien visible funda, y la enorme roca, su bien mullida envoltura de musgo.



Son las dos menos cuarto y empieza a llover con más fuerza, pero hemos llegado a nuestro destino. La marquesina de la parada de autobús nos sirve de primer refugio y a punto está de servirnos de comedor. Pero antes cumplimos uno de los propósitos del día pasando por la venta de Cotos y haciendo doble el rito del piscolabis.¡Qué rico el caldo y el vinito y los callos y qué ascetismo austero y encogido el de los que no les hicieron los honores! Siempre hay que acabar reconociendo que para gustos hay colores, como aquél señor que vestía siempre de negro porque, decía, era el color más fresquito.

13:47 Antonio, ¿donde estabas?

Pero todavía hay que completar el almuerzo y como la lluvia no cesa enviamos un explorador a la cantina de la estación. Los buenos oficios de Paco A. nos consiguen refugio en el vestíbulo - sala de espera, en la compañía ruidosa de una nutrida expedición de chavales. Se aprovecha también la cantina para las bebidas y los cafés, de manera que hoy, omitido el "bordemanteles", hemos salido bien servidos.

14:30, la hora del almuerzo

El tiempo misericorde nos evita la lluvia durante todo el trayecto de vuelta. José Luis H. ha perdido el bastón en medio del trajín micológico y los ojos de los nueve se prestan a recorrer el suelo a nuestro alrededor para encontrarlo. No voy a mantener el suspense hasta el final de la crónica y adelanto que no lo encontramos.

15:00 Tengan cuidado de no meter la pata al bajar del andén 

La bruma de la tarde y el regreso no pesan tanto como las bolsas de setas... o al revés. Digo simplemente que da pena cerrar el capítulo de hoy y que la cosecha ha sido abundante. Pero aún hay tiempo para hacer un par de bucles que nos separan del camino de ida y nos ofrecen perspectivas diferentes -siempre las mismas y siempre diferentes- del bosque y de los árboles que, a los que miramos como se debe, no nos impiden la visión de aquél.



El tiempo nos ha sido propicio, hasta tal punto que no se reanuda la lluvia hasta que llegamos a los coches. Y concluyo titulando el mapa de la ruta con un diminuto y muy artesanal letrero que alguien ha clavado en una roca ya cerca del puente de la Cantina y que los elementos y viandantes de toda condición han respetado. Dice Ignacio que hemos recorrido 13,4 km. durante 4 horas andando y 6 horas totales contando las paradas y que hemos subido (y bajado) 467 m. También dice Ignacio, y ha sido una pena que la nueva edición del diccionario de la RAE ya estuviera en imprenta, que la de hoy ha sido una "setaruta", palabra que, con su permiso, pienso adoptar cuando me disfrace de recolector. (Caramba, lo que me ha costado que el bicho este aceptara lo de setaruta en lugar de "estatura". ¡Qué pesado pijotero!)


Y como nos gusta andar y leer, cito a Don Miguel de Cervantes: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho" (¿Se han percatado ustedes del orden de las palabras?).

2 comentarios:

  1. Chinato, magnífico reportaje, sigue así que pronto te sacaremos del roble y te pasaremos a botella.

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    1. Gracias mil, Paco. Lo de chinato me gusta pero me queda más cerca el precedente de Cáceres que el de Plasencia. Y avisa, por favor, del paso a botella, no sea que me lo pierda.

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