lunes, 16 de diciembre de 2019

11 de diciembre de 2019, COLLADO DE LOS PASTORES

Como dice José Luis más abajo, en esta crónica de tintes épicos, el cronista titular se encontraba ligeramente indispuesto pero, si hubiera sabido lo bonito que iba a estar el día, se habría apuntado volando.


Miércoles 11 de diciembre de 2019; el continente amanece aislado por la Niebla; también Manzanares el Real. Llueve moderadamente. Las previsiones meteorológicas son amenazantes. Sin embargo, seis aguerridos mierconistas acuden a la cita de Aurelio, que hoy ejerce de líder, con el firme propósito de alcanzar el Collado de los Pastores. Son las 9:45 y allí estamos, además de Aurelio: Ignacio, Gonzalo, Pedro, Rafa y José Luis Hermida que hoy tiene el encargo virtual de elaborar la crónica de la jornada ya que el cronista titular se encuentra ligeramente indispuesto.

Tomamos un café rápido mientras nos informamos, es un decir, de los horarios y posibles limitaciones de acceso motorizado al recinto de La Pedriza. Con las ideas más o menos claras, vamos allá, no hay tiempo que perder. Es uno de los días más cortos del año y, más en concreto, el miércoles con la tarde más corta.

Pronto comprobamos que en días laborables no hay dificultades de acceso a La Pedriza. Rápidamente llegamos al aparcamiento previsto y, tras los preparativos necesarios, nos ponemos en marcha. Estamos en la cota 1047 m.

Hoy es un día para aprovechar atajos, así que algunos comenzamos utilizando el primero de ellos. No así el guardián del espíritu mierconista quien decide que es mejor el camino oficial, la buena pista que bordea la falda de La Loma de las Casiruelas a la que enseguida nos incorporamos todos.

Como se ve por la foto, el día amenaza. De hecho llueve y la niebla es pertinaz. Otros elementos se ponen también en contra. Nada más arrancar, el cinturón del líder da muestra de decrepitud. El cinturón, no el líder, que quede claro. Son las once de la mañana poco más o menos.



Afortunadamente, un cuarto de hora más tarde el panorama comienza a cambiar. La lluvia cesa y la niebla, poco a poco, va despejando por zonas. Ya se puede apreciar con claridad el majestuoso perfil de La Pedriza.



Caminamos ya a buen ritmo por la pista. Algo después de las 11:30 alcanzamos el Mirador de la Pedriza. Allí han dispuesto un panel informativo en el que se muestran los lugares significativos del macizo. La vista es ahora magnífica por la escasa niebla. Es ese lugar hacemos las primeras fotos del grupo.



Continuamos la marcha por la pista hasta alcanzar la cota 1280 aproximadamente, en donde la abandonamos para adentramos en la Umbría de la Garganta por un buen camino que acorta significativamente la ruta. El pinar es espeso; la niebla no se ha despejado del todo y hace fresco. Hay que reponer fuerzas pero lo hacemos de forma breve. No podemos perder tiempo ni ritmo.



Más o menos a las 12:45 alcanzamos de nuevo la pista que nos conducirá hasta el objetivo. En el trayecto podemos comprobar los efectos de las recientes lluvias. Una pequeña cascada de agua baja, abundante, cantarina y decidida, por la ladera hasta llegar, quién sabe dónde, a su destino.



A medida que vamos avanzando por la pista a través de la Sierra de los Porrones, comenzamos a notar rachas de viento cada vez más intenso. En ocasiones se hace molesto, pero solo eso. Nos anima ver que ahora la niebla y también las nubes están desapareciendo.



Son casi las dos de la tarde y ya podemos ver los paneles informativos del Collado de frente, todavía con alguna niebla al fondo. No sospechábamos lo que nos íbamos a encontrar al coronar. Claramente nos encontramos en el lugar “Donde da la vuelta el aire” (tomo II de "Los Gozos y las Sombras" de Gonzalo Torrente Ballester). Tal cual. De pronto el viento pasó de ser racheado a ser persistente y de tal intensidad que resultaba difícil mantener el equilibrio, de forma que no pudimos disfrutar demasiado de las magníficas vistas que se dominan desde este sitio y especialmente en un momento en el que, precisamente debido al viento, el cielo se había quedado completamente despejado. En cualquier caso nos quedamos con la satisfacción del deber cumplido una vez alcanzada la cima y tomado algunas fotografías de recuerdo, no sin cierta dificultad.



Poco antes de la 14 h emprendemos el regreso. Lo hacemos a buen paso y decididos a avanzar lo más posible antes de parar a comer. Antes de las 15 h ya habíamos alcanzado la zona donde paramos por la mañana para el piscolabis. Hacemos una comida rápida y de nuevo a la ruta, ahora con alguna variante con respecto a la subida, como se puede apreciar en el plano elaborado por Ignacio.

En algún momento pasamos por una zona libre de pinos adornada con imponentes rocas graníticas y aprovechamos para hacernos la última foto de la jornada. Hay que aclarar que aquí solo aparecemos cuatro ya que Gonzalo y Pedro no completaron la ruta por prescripción facultativa. El cielo azul y el macizo de La Pedriza completamente nítido.



Aproximadamente a las 16:30 llegamos al aparcamiento habiendo caminado durante 5,5 horas para hacer 16,6 km y 735 m de desnivel (24 aurelios**)


A modo de resumen incluyo parte de la cita de Ignacio que acompañaba al envío de la información gráfica por él preparada.

Los mierconistas tenemos una amplia experiencia en excursiones caminando e incluso navegando, pero la excursión de hoy aportó una nueva especialidad, las excursiones volando. La verdad es que a pesar de los 24 aurelios la hemos hecho con poco esfuerzo, casi sin rozar el suelo y en algunos momentos como en el Collado, un palmo por encima. Lo difícil era mantener el equilibrio sin alas. 

Ahí queda eso para los anales de este grupo. Nos vemos en las proximidades de El Escorial para la última del año, esperamos que sin nadie en la enfermería.

Abrazos,
José Luis Hermida

domingo, 1 de diciembre de 2019

27 de noviembre de 2019, RIO GUADARRAMA

Un paseo llano, una tregua de las lluvias, un lugar poco o nada frecuentado por este grupo, un río, un castillo, un centro de comunicación con las estrellas... Así se planteó el día de hoy. Luego vinieron las alambradas y algún salto con sobresalto. Vamos a ello que no hay nada que ocultar.


Entre Boadilla del Monte y Brunete pasa el río Guadarrama. Boadilla y Brunete están unidos por una carretera estrecha, como las antiguas pero bien provista de glorietas, ese fruto de los tiempos tan apreciado por ediles, urbanistas y responsables diversos del trazado de la red viaria. Al lado de una de esas glorietas, un pequeño centro comercial con una cafetería. La cafetería abre temprano y tiene churros. En la cafetería, hemos quedado a las 10 de la mañana de este miércoles que ha amanecido con lluvia. Cuando acabamos los cafés ha dejado de llover y el tiempo aclara deprisa. Hemos venido muchos, alguna razón habrá, a saber: Aurelio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro, Rafa, Rodrigo y el que suscribe, hoy organizador de la gira campestre.

Se dejan los coches en el ensanche de un camino de tierra al lado del río, a la entrada de una urbanización. Ya luce el sol y la temperatura es agradable. Como hemos decidido hacer la primera parte del recorrido por la margen izquierda y volver por la derecha, hay que cruzar el Guadarrama, no la sierra del mismo nombre sino el río. El Guadarrama se cruza por una pasarela de tablones gruesos, de manera que ahí no comenzaron los sobresaltos ni hubo ningún riesgo de pérdida de lentillas y otras ayudas a la visión. Cuando el Guadarrama se atravesó con éxito apenas habían pasado dos o tres minutos de comenzado el paseo.




Bajo la carretera, que también ella cruza el río en ese punto, en uno de los enormes pilares, una muestra del arte de hoy, tan espontáneo, vistoso y transgresor cuando lo es y no cuando un tonto coge un bote de pintura y ensucia. Cree el cronista que debe tratarse de la apuesta cooperativa y conjunta de Boadilla y Brunete por emular el museo de escultura al aire libre del paso de la Castellana. El verde del grafitti de aquí luce incluso más.



Desde el comienzo, la espléndida ribera ornada con los colores del otoño en chopos y olmos, sauces y fresnos; y encinas, quejigos y alcornoques, y el verde de la hierba nueva.



El camino es camino, ni pista para coches ni trocha de jabalíes, aunque se ven huellas de ambas especies, si invasoras o autóctonas ustedes opinarán.



Unos tres cuartos de hora después de echar a andar, sobre las 11:30 de la mañana, una parada para contemplar un magnífico ejemplar de alcornoque, catalogado entre los árboles singulares de la Comunidad de Madrid. En la foto de grupo, el alcornoque posa como uno más, que entre colegas de edad avanzada anda el juego. Él también tiene sus vástagos y sus marcas del tiempo y su complejidad pizca orgullosa.



Más adelante una ruina ruin. Algún o algunos desaprensivos han robado la dignidad a eso que suponemos era un depósito muy antiguo, derribando los muros de ladrillo. Es legítimo derruir para edificar algo nuevo o para devolver a la naturaleza el espacio perdido, pero es un acto reprensible convertir adrede la obra humana en un montón de despojos sin ningún sentido de la estética ni de la ética. Y una mala nota para los responsables de este llamado Parque Regional.



Aparece el castillo de Aulencia o Villafranca a nuestra izquierda, al otro lado del río. Se ve también, aunque no en la foto, la antena del Centro de Investigación Astronómica, y llega hasta nosotros el bullicio de un numeroso grupo de personas desde el aparcamiento del Centro. Llega también el estruendoso batir de las aspas de un Chinook en maniobras. Como somos varios los aficionados a la cosa aérea y espacial, perdonamos el jaleo tan poco conforme con la tranquilidad que suele presidir estos paseos. Ruidos aparte, el lugar y la hora invitan al piscolabis. Aceptamos la invitación y aprovechamos unos troncos caídos para tomar asiento y para tomar el plátano y las bolitas de queso.




Más tarde hay que asomarse al cauce del río y comprobar que el agua que lleva se puede mirar sin asco, mérito de los que cuidan de este parque regional tan rodeado de casas, instalaciones, carreteras y todo lo demás. Omito que, en la vista cercana, ya el agua no es lo que parece y que abundan los detritus no orgánicos, así que, por favor, no miren tanto a la niña que viaja en catamarán y carreta de bueyes y sean más mirados con sus basuras que diría mi abuela.



En el extremo más al norte de nuestra ruta, cruzan el río las múltiples calzadas de la M-503 o "camino de Majadahonda - Villafranca del Castillo", con sus distintos niveles y barandas, barandillas o protecciones. Para la gente de a pie el acceso a la otra margen no está fácil: si por carretera, hay que atender al tráfico; si por debajo, por donde la ribera, hay que hacer un salto de barrera y destrepar un desnivel poco amable. Tanteos y titubeos, pero finalmente se vence el obstáculo y el grupo se presenta compacto en el suelo firme, al mismo nivel que el río.



Así que nos las prometíamos felices para emprender la segunda manga, la de vuelta, de esta ruta rural, fluvial y otoñal del día de hoy. Pero, tras franquear la puerta (abierta, eso sí) en una alambrada, un hombre que recoge leña y la carga en el remolque de un buen coche nos avisa de por allí no se puede seguir. Nos acercamos para oírle mejor y nos dice que estamos dentro de una finca privada, toda vallada, y que no encontraremos hacia abajo más que puertas cerradas. Es el dueño de la finca y, poco inquieto por nuestra invasión, yo diría que casi complacido, nos recomienda que salgamos a la carretera que va hacia el Centro Astronómico, bien retrocediendo y volviendo al paso de los equilibrios, bien atajando por su propiedad y saltando por una puerta, de lo que, con su poquito de retranca, nos considera capaces. Todo muy cordial y con el tono de "esto es lo que hay". Optamos por el nuevo salto, nos despedimos y, al poco rato, estamos en la puerta. Unos la saltan con elegancia y otros, menos dados a las cabriolas, aprovechan un hueco en la alambrada para pasar por debajo reptando. Y así, con la cuota de aventura satisfecha, caminamos un rato por la carretera hasta llegar a donde el espacio sideral. Ni el plano del IGN ni la foto aérea, tan nítida, permitían averiguar las barreras a la circulación ni separar las propiedades privadas de las públicas: véase.



Por descontado que el Centro Astronómico es de acceso restringido y, ya puestos, también lo es el castillo de Villafranca. Digo yo que sus propietarios, gente de postín y posibles, pienso, podrían encargar unos avisos de redacción más correcta que los que aparecen tras la alambrada de púas; y que si el cuidado del castillo se corresponde con el de la señalización, cualquier día lo veremos reducido a escombros como el depósito de más arriba. Una vergüenza.



Llega la hora del almuerzo cuando vadeamos al Aulencia por unos dientes, ahí donde desemboca en el Guadarrama. Siempre atentos al asiento, especialmente en días de hierba húmeda como este, damos con unos restos de obra, en una especia de trinchera descompuesta y reventada, más un refugio bélico que un comedor. Pero se decide que nos vale y allí nos quedamos, que los bocatas y las exquisiteces ya habituales (y que no falten) compensarán con creces.



De casi las tres de la tarde a pasadas las cuatro, sin más paradas que las imprescindibles y no hay por qué precisar, recorremos el camino amplio que nos lleva hasta los coches; camino siempre delimitado a ambos lados por buenas vallas de alambre y salpicado de fincas no sabría decir si de recreo o de trabajo, que ya se sabe que hoy se combinan suficientemente bien ambas cosas. Pena de camino vallado, sin accesos al río, sin coladas, sin respiro. Tampoco sé si esto sigue siendo parque regional.



Y como, entre saltos, descensos en rapel, trincheras, alambradas y helicópteros este escrito bien pudiera recordar una crónica de guerra, no me resisto a esta última imagen, tan representativa del maravilloso ambiente del día; en la cafetería de la glorieta volvemos a reunirnos para los refrescos y los cafés que lo clausuran.






domingo, 24 de noviembre de 2019

20 de noviembre de 2019, PUERTO DEL MEDIO CELEMÍN

A este grupo de amigos le gusta el puerto del Medio Celemín, que también podría llamarse el puerto de los Dos Cuartillos, puesto que, según la RAE, el celemín tiene cuatro cuartillos. Ignacio dice que como hemos venido varias veces, digamos cuatro, el de este día sería para nosotros el cuarto Medio Celemín, es decir, el Segundo Celemín. En medidas más actuales, nueve litros y pico de trigo o de otros cereales, o sea, más de 35 tazas que habríamos tenido que apoquinar cada uno, en otros tiempos, por pasar por aquí.

Nuestra visita de este año se debe al arrojo de José Luis H. (y debo añadir que a su confianza en las predicciones meteorológicas), quien olió la ventana de oportunidad entre lluvias y designó el sitio y el recorrido de hoy. Anticipo que le salió estupendamente, sin lluvia (alguna gota suelta hubo) y conquista de todos los objetivos propuestos.

Así que a las 10:30 de este magnífico miércoles nublado y húmedo, después de pasar por la gasolinera de Venturada para repostar cafés, Gonzalo, Joaquín, José Luis, Pedro, Rafa y servidor comenzamos a andar desde Valdemanco en pos de un destino incierto pero siempre venturoso, que diría nuestro Salva, ausente bien a su pesar.



El camino se sabe de memoria, de manera que puede uno distraerse sacando fotos de compañeros caminantes, charcos y paisaje gris.



A las 11:15 ya estamos en el paso y tenemos la oportunidad de asaltar a un ciudadano rural que, con su cuatrocuatro un tanto achacoso, se dirigía a sus labores. No logramos de él el pago del portazgo pero quedamos muy amigos y con la mano en posición de pedir, que hoy el que no pide, a las autoridades benefactoras mayormente, es que es más simple que hecho de encargo.



Y como ya habíamos logrado el primero de nuestros objetivos, se nos ocurrió que podíamos tratar de alcanzar otro subiendo pasito a paso a las Peñas de las Cabras. Con su pizca de niebla y un poco de vaho en el objetivo de la cámara para que el lector perciba algo del fresco y la humedad del día, nos plantamos en la fuente de... (repaso notas y planos y no soy capaz de localizar el nombre de la fuente).



Todavía no son las 12, hora bruja del piscolabis, pero no hay inconveniente en adelantarlo, que aquí hay agua fresca y asiento gratis y más arriba vaya usted a saber si se nos pasan las ganas.



El plátano -hoy no ha venido Ignacio y no hay bolitas- nos presta nuevas energías y, por unanimidad, se decide seguir hacia arriba. Ese camino ancho que se ve en la foto da paso más adelante a una veredilla más o menos marcada en la hierba, pero como la niebla no llega a ocultar del todo las peñas a las que nos dirigimos, seguimos sin titubeos y sin necesidad de mirar el gps.



Las Peñas de las Cabras son un espléndido mirador cuando se puede mirar. Hoy, como en el caso del futuro, no se llega a ver más que lo más cercano.




Gonzalo, algunos lo sabíamos, celebra hoy su cumpleaños y, como en semejante día del año 2013, invita a sus amigos a champán y dulces que salen mágicamente de su mochila como las lámparas de pie del bolso de Mary Poppins. Apenas la 1 de la tarde, pero correspondemos al gran detalle de Gonzalo rindiendo homenaje entusiasta a bebida y polvorones y si se quitan las ganas de comer, tant pis que diría un monsieur. Gonzalo, ¡muchas felicidades! y hacemos votos por la repetición en 2024, siguiente año en que el 20 de noviembre cae en miércoles.



A la bajada, pondremos atención en el paso para no resbalar, que el champán tiene ese peligro y no me hagan caso que estoy exagerando.



Ya casi llegamos al pueblo, y como son las dos y media de la tarde y nos encontramos en el bonito parquecillo de Valdemanco bien protegidos del relente detrás de una pared, completamos los anteriores refrigerios con lo que aún queda en las mochilas. Este cronista se teme que el balance energético de esta mañana no ha quedado compensado del todo. Pero, créanme, el buen apetito es siempre buena señal.



Al lado de los coches, tres ovejas ojinegras, bien lustrosas, hacen lo que nosotros antes, así que otras también que mal no están.



Y ya puestos, hay que redondear con cafés y refrescos para lo que nos acercamos a ese sitio de la glorieta de La Cabrera donde alguna vez hemos hecho bordemanteles. La verdad es que el día no pudo salir mejor.