viernes, 21 de noviembre de 2014

19 de noviembre de 2014, PUERTO DE LA ACEBEDA

Hoy es miércoles. He comprobado que suelo omitir en estas crónicas el día de la semana, error grave que ahora rectifico. Hoy es miércoles y hemos quedado para recorrer las tierras del Señor de la Acebeda, título nobiliario concedido graciosamente por Salvador a José Luis de A., y comer abordemanteles en su compañía. Así que hoy es miércoles y es un día especial; no por ser miércoles, aunque algunos creyeran ser ese el motivo, y no por comer de tal guisa, que algunos quisieran habitual, sino por contar entre nosotros con la presencia de José Luis, que no se prodiga tanto como sería nuestro gusto.



Desde el lugar en el que hemos dejado los coches en La Acebeda se nos muestra una bifurcación de la exquisitamente rematada calzada de piedra con orillas de adoquín. Cada uno de los brazos acaba inmediatamente en un camino de tierra que se adentra en el campo. Los brazos dejan entre ellos un lavadero de recentísima construcción y nula utilización; entendemos que sirve para ser contemplado. Concluimos que toda esa pimpante y costosa obra no es más, ni menos, que una exhibición de prodigalidad municipal y una concesión a la moda del didactismo, así que, un tanto melancólicamente, emprendemos nuestro paseo por el camino de la izquierda. Son las once menos cuatro de la mañana.



El terreno de la buena pista por donde andamos la primera hora de nuestra jornada es variado y amable. Llano y liso; de tierra firme, cubierto de hojas secas o de hierba, se va aproximando al Arroyo de la Reguera hasta discurrir junto a él. Abandonamos la pista a partir de una pronunciada curva y, en fila india, cruzamos el arroyo y seguimos un sendero estrecho y más bien abrupto. Solamente en este tipo de terreno el grupo adopta la formación de fila india: se prefiere el estilo guerrilla o, dicho de otra forma, como Dios da a entender a cada uno, y el andar en parejas o tríos, lo que facilita la conversación y la eventual prosopopeya y arrebato escénico. Tengo que señalar que, no obstante tal facilidad, nunca he visto un arrebato escénico entre los miembros del grupo ni a ninguno de nosotros inclinado a la tentación de la prosopopeya. Quizá, en todo caso, a este cronista cuando está en el uso de la tecla y nunca en plena marcha.



A la izquierda queda un enorme canchal, terreno de grandes cualidades estéticas y de casi imposible tránsito, que a algunos nos recuerda aquél que atravesamos en las cercanías del Midi, en excursión de épica memoria, hace un par de años. Hoy no hay necesidad de hacer equilibrios y solamente lo contemplamos en la distancia y con respeto. Dice la wikipedia que los canchales son fruto de los procesos de modernización de las cornisas rocosas y yo hago votos por que otros procesos de modernización no acaben, como éste, en fragmentación de lo que entendemos son rocas sólidas bajo nuestros pies.



Un bonito pinar, en la ladera que se llama Las Fuentes y que hemos empezado a ascender, contra nuestros hábitos, por el trayecto más corto y a pico, nos ofrece asiento mullido y resguardo para el piscolabis. Como el espacio es grande y los asientos se pueden elegir, el grupo se desparrama y las conversaciones se multiplican. Los micólogos comienzan a descubrir setas entre la pinocha, sacan de las mochilas las bolsas de tela y las navajas y se aprestan a la recolección.



Por el tamaño de la bolsa de Antonio se puede colegir que la cosecha aumenta deprisa. Y por el pequeño grupo de la izquierda de la fotografía, que el asunto gana simpatizantes. Está bien eso de hacer adeptos, siempre y cuando se trate de aficiones inocentes y sanas. De otras aficiones que se comparten y hacen adeptos entre nosotros ya hablaremos en próxima ocasión. Este bosque de pinos es un lugar muy grato, de buen olor y luz tamizada, de pisada blanda y crujiente por la abundancia de pinocha y ramas secas. Una hermosa pared de piedra cubierta de verde líquen y rojas agujas de pino lo atraviesa y adorna.



Tras la subida, volvemos a la buena pista con el grupo deshecho pero con las bolsas bien colmadas. Ahora se anda deprisa y en poco tiempo llegamos al punto en que la pista confluye con el cordel de la cañada Real Segoviana, de la que algún día habrá que hablar por su ubicuidad fecunda. Quiero decir en términos menos pedantes que la cañada tal parece tener la estructura de un molusco cefalópodo, vulgo pulpo, por sus múltiples brazos que se reproducen y despliegan por numerosos puntos de la sierra. Llego a pensar que los rebaños trashumantes andaban por estos parajes como pedro por su casa y que elegían para cruzar la sierra hoy este camino y mañana el de al lado y que a todos ellos se los ha incluido oficiosamente en la Cañada. Pero no me hagan caso, que ya saben de mi manía por buscarle cinco pies al gato.



Ningún momento ni lugar más propicios, por lo tanto, que éstos para hacerse la foto de grupo, aprovechando el muy gris y sombrío telón de fondo de unas nubes que no pasaron de la amenaza a los hechos.



Buena ocasión la de contemplar a tantos reunidos. Añádase figuradamente al cronista y verán al completo el grupo de estos paseos de los miércoles que les vamos contando en irregulares entregas.



Unas pocas decenas de metros más hacia el noroeste y más arriba está el puerto de la Acebeda, en la divisoria de las provincias de Madrid y Segovia. Algunos, no todos, como se puede comprobar por la foto, nos llegamos hasta allí, que bien merece la pena alargar la mirada hacia los campos infinitos de Castilla y sentir sin intermediarios ni barreras el vientecillo fresco del norte. Gracias a esta breve prolongación del paseo la crónica de hoy se puede titular con fundamento como "Puerto de la Acebeda", ahorrando al redactor mayores averiguaciones en la toponimia local.



En la foto tomada desde el puerto, un precioso cielo de nubes abigarradas se impone a los otros elementos del paisaje. Hacia la Peña del Avellano, al este, y a lo largo de toda la cuerda, una muy ancha y llana franja de tierra sin árboles ni arbustos, como tierra de nadie entre dos ejércitos, tal parece que quisiera remarcar más el límite entre las tierras de Madrid y Castilla. Seguro que no fue ese su fin sino, como un tramo más de las numerosas cañadas que atravesaban estos montes, el de facilitar el tránsito de los rebaños trashumantes. De separar ya se encargan las autoridades autonómicas y las dobles alambradas que recorren toda la cuerda y que también tendrán hoy su razón de ser.



Las bajadas permiten, especialmente si son cómodas y no obligan a vigilar mucho el próximo paso, extender la vista y apreciar la anchura del mundo. Nuestro mundo de hoy tiene dos horizontes: el de las sierras que prolongan hacia el sur la Cebollera de insigne nombre y, más lejos, la sierra del Rincón, y el de un cocido madrileño que reponga al grupo de tanta fatiga y de tanto ejercicio de la sindéresis o sentido común, que dicen los que usan la lengua llana y no se andan con estos rodeos.



Ya en las cercanías del pueblo y pasada una pequeña y moderna construcción cuya finalidad no acertamos a averiguar, la senda se adentra en un bosquete de quejigos o árboles parecidos, se estrecha y se confunde a ratos con el cauce de un escuálido arroyo. Se agradece el cambio de paisaje, que es verdad aquello de que en la variedad está el gusto, y se ignora mayormente el barro que va ensuciando las botas y haciendo cansón el paso. Y es que ya nada detiene al hambre y a las ganas de sentarse delante del mentado cocido y que sea lo que Dios quiera.

El bordemanteles acaece en Buitrago ya que en La Acebeda los negocios del comer parece que están en retirada. Uno piensa que es mala cosa que los honrados negocios se cierren, pero que se cierren los del comer es ya cosa que produce espanto. Del cocido, que es plato sustancioso pero poco fotogénico, no he sacado foto así que, para elogiarlo como se merece, plagio los versos escritos a mano en letra redondilla y dedicados a un bacalao seco que el viajero Cela vio en un escaparate de Ribadesella. Digo yo que le cuadran más a este cocido que al enteco y salado trozo de gádido :

Tengo muy buena cochura,
comedme sin regodeos
porque soy canela pura.
También se venden fideos


La foto que hice a los postres se la dedico a Rodrigo y su chocolate, indispensable final y cierre de todo yantar mierconista que se precie.



Para ilustración de aficionados a la cartografía y otras mentes curiosas aquí se muestra el mapa de esta excursión - o gastroruta según Ignacio- que ha arrojado el siguiente balance: 10,5 km., 444 m. de desnivel y 3,5 horas de marcha. Tengo para mí, que no ha llegado a amortizar preventivamente el cocido.

lunes, 17 de noviembre de 2014

12 de noviembre de 2104, RÍO MANZANARES

Paco A. es nuestro especialista en ríos y en muchas otras cosas. Sin él ya se va viendo que a los paseos les falta algo: la referencia geográfica e histórica de la ruta, la anécdota, el dato preciso, la fuente en la que ahondar si usted quiere saber más... y, a partir de hoy, los deliciosos mini croissants y el termo de cafelito caliente. Claro que la ocasión lo merecía. Uno no se estrena como abuelo todos los días y Paco lo acaba de hacer. ¡Muchas felicidades!

10:26 Los mini croissants, en el mini "food truck"

Ese desayuno, recibido con vítores y parabienes por los que vamos llegando, pospone un poco más de lo previsto la hora del arranque. Pero no hay prisas. Cuando Paco cierra el chiringuito y recoge las migas de los croissants -y de las estupendas pastas caseras que Rodrigo ha añadido- y se pone en marcha, los demás le seguimos obedientemente, entregados como los niños al flautista de Hamelín.



Estamos en el puente del Grajal, en la carretera que une Colmenar Viejo con Hoyo de Manzanares. El puente del Grajal es doble, como debe ser: uno, moderno aunque no tanto, para el tráfico de vehículos a motor; otro, antiguo, para mierconistas y semovientes en general de pausado caminar, que no conviene mezclar las cosas. La mañana está fresquita y ahora luce el sol. Braulio se refleja en el agua de un charco, ominoso anticipo del rehuse de más adelante.



Desde el puente y durante un largo trecho, el camino es más que un camino: una calzada "de diseño" de algún creativo y calmoso ingeniero de rutas, canales y puertos, discurre por la margen izquierda del Manzanares, trazando elegantes curvas y dominando desde una apreciable altura el cauce encajado entre peñas y el paisaje del monte del Pardo aguas abajo. Uno de los berrocales que flanquean el río ha configurado una especie de ventana que Paco aprovecha para asomarse al barranco. Yo le sigo, porque soy de la opinión que las vistas y paisajes y la mayoría de las cosas se ven de distinta manera según el sitio elegido para mirar. Y así con todo. Es decir, que no creo en eso de la mirada objetiva y lo dejo para posteriores debates.



Más adelante, el camino se hace senda y abandona la horizontalidad; desciende hasta un arroyo tributario del Manzanares, que hay que vadear. Y ahí es donde Braulio pega su espantá, incapaces sus gafas bifocales o progresivas de gestionar con seguridad el paso en equilibrio inestable sobre piedras resbaladizas. ¡Pero, Braulio! De haberlo sabido hubiéramos buscado otra ruta o traído puentes o pontones o tirolinas, todo antes de dejarte atrás a merced de alimañas y bandoleros. Braulio se queda y ya no le veremos hasta la tarde. Así que hay que elegir bien no solamente el sitio desde donde mirar, sino el instrumento con el que hacerlo.

Luego se constata que cruzar arroyos es maniobra al menos tan delicada como cruzar alambradas y vallados. Pregúntenle si no a Rodrigo, al que se ve erguido y seguro en el paso del arroyo y por tierra y a cuatro patas en el paso del cercado. Y es que, en el trazado de las rutas, se suele omitir ese frecuente obstáculo puesto por la mano del hombre y que sus razones tendrá, pero que, por falta de indulgente y previsora abertura de un paso, acaba lamentablemente dañado e inútil. Que conste, de cualquier forma, que nosotros no hemos sido los causantes del desperfecto y que así lo encontramos en ambos casos.

Se vuelve a ganar altura. Ahora el cauce del Manzanares aparece en escorzo; un estrecho reflejo entre las verdes encinas y enebros - más arriba- y los pardos quejigos, rebollos y fresnos de la ribera. Leo que el bosque mediterráneo del monte del Pardo es uno de los mejores conservados de Europa y me asombro una vez más, de ser cierta tal afirmación, de las joyas naturales que se encuentran en esta provincia o Comunidad de Madrid y que tenemos la suerte de recorrer en nuestros paseos.

Un poco más arriba, Paco nos enseña la boca de la mina de San Marcelino, en Peñalventor o Peñalvento o Peñalvero o Peñalvenero, que así aparece en las múltiples referencias que hay sobre esta mina. No se si este es un lugar muy ventoso. Probablemente más que sus alrededores más bajos, como suele suceder. De ahí lo de "peña al viento". Pero si lo de la minería le viene de antiguo, entonces el toponímico más probable sería el de "peña del venero" o del filón. Yo no investigo más y dejo en manos de Paco la opción y que le ponga el nombre que más le suene, que ya saben ustedes de mis dudas en esto de la vulgarización de los nombres con el paso del tiempo y de mi gusto por la obediencia al líder. La mina era de cobre como muchas otras de los alrededores. Ninguno nos aventuramos en su interior, salvo el osado Paco que entra un par de metros en un gesto como de toma de posesión. Él nos da las mínimas explicaciones oportunas sobre la mina y la minería en la zona de Colmenar Viejo y seguimos nuestro camino.



Un rato más allá, en un falso collado, nos paramos a tomar el piscolabis. Se ha nublado completamente y hace más fresco. Caen cuatro gotas. El sendero se mueve arriba y abajo, con suaves pendientes, siguiendo el curso del río. Asoma el sol de vez en cuando. Pasamos al lado de los restos de un antiguo molino. Me entero que todo este terreno se conoce como Las Huelgas del río Manzanares. Como supongo que no se trata de interrupciones reivindicativas del trabajo del río, investigo una vez más, qué se le va a hacer, y concluyo que le cuadra más la otra acepción de terrenos fértiles, lo que me extraña casi tanto como la alternativa, pero que acepto preventivamente; si ustedes tienen mayor información les ruego la compartan conmigo y me saquen de dudas. Veo también que hemos pasado cerca de un cerro llamado Los Aviones. En este caso, ya cansado de tanto estudio, no voy más allá en la interpretación del topónimo que la que me sugieren las numerosas y ruidosas pasadas cercanas de un Canadair amarillo apagafuegos. ¿Por qué ponen esa cara? ¿Acaso no les convence la explicación?.



Entre una y media y dos menos cuarto avistamos el puente de la Marmota, punto desde donde iniciaremos el camino de vuelta en un amplio rodeo. Asomados al pretil del puente contemplamos por un rato el río, bravo aguas arriba y manso de ayuso(*). La chocante diferencia se explica por llegar hasta ese preciso punto la cola del embalse del Pardo, animal de larga cola y magro cuerpo como escuálida lagartija y que no tiene otra función que regular el flujo de agua en las presas de canalización de la capital. Antes había aquí una pequeña central eléctrica, la de la Marmota, hoy tan dormida como su patronímico y de la que aún sobreviven unas construcciones de muy buena planta.




Desde el puente hay que volver a subir los ciento y pico metros que separan el cauce del río de la pista que nos llevará directamente al otro puente donde hemos comenzado el paseo. Las setas siguen todavía reclamando la atención de sus simpatizantes en el grupo y es que sol y lluvia, como en toda esta tarde, se han alternado durante este otoño de la manera más favorable para el crecimiento de los hongos, en el campo y detrás de las orejas de algunos. Si dudan de esto último, pregunten a Salva que ha contemplado más de una vez tal fenómeno.



Hemos almorzado en unas piedras cercanas a la pista, aprovechando un claro y unos rayos de sol. La mayor altura por la que transcurre esta segunda mitad de nuestro paseo nos permite disfrutar de una magnífica perspectiva sobre el embalse del Pardo, con la silueta de Madrid al fondo.



Repetidamente, las segundas partes de nuestros paseos son menos pródigas en sucesos, historietas y aventuras. Me temo que se trate del efecto letárgico de la comida y del vino de Aurelio o del recuerdo del vino de Aurelio en el cronista. Quiero decir que casi estamos acabando la crónica y que llegamos al puente del Grajal a eso de las cuatro y pico de la tarde. Allí nos hacemos la foto de grupo mientras Ignacio arma caballero o así a Paco A. por su "abuelidad"(**) y por el éxito de la excursión. Braulio está donde los coches, dando una gran prueba de paciencia y buen talante. Ha paseado y disfrutado del día, como nosotros, pero en solitario y evitando cuidadosamente maniobras de vadeo. Hay que hacer lo posible para que esto no se vuelva a repetir.



(*) Suso y ayuso. Del latín sursum o sussum. Término castellano en desuso sinónimo de arriba, muy utilizado antiguamente en términos geográficos para distinguir entre las tierras situadas en la parte alta (de suso) y las situada en la parte baja (de yuso o de ayuso). Cuando se utiliza hoy, raramente, se hace referencia a aguas arriba o aguas abajo.
(**) Yo no lo hubiera usado, pero una doctora argentina lo ha propuesto para referirse a la condición de abuelo, tal como "paternidad" a la condición de padre.

lunes, 10 de noviembre de 2014

5 de noviembre de 2014, PICO DEL LOBO

De cómo la meteorología es aún una ciencia en ciernes y de otras elevadas aventuras de nuestro grupo, que vale la pena conocer


Los hombres y mujeres del tiempo "daban" para la estación de esquí de La Pinilla y, por proximidad, para el pico del Lobo, en esta mañana del miércoles que corresponde a la fecha del título, un sol resplandeciente y nítido. Y es tal la confianza que hoy nos merece la ciencia, que aun sumergidos en la nube más oscura y castigados por el viento del norte más despiadado y frío, todavía se mantenía en este grupo la esperanza de que, de un momento a otro y siempre más arriba, el astro rey se abriría paso, calentaría los miembros ateridos y permitiría, por encima de un glorioso mar de nubes, las grandes vistas que se anunciaban.



Vana ilusión, como tantas otras que, inmotivadamente, se mantienen en estos tiempos. El ambiente que se percibe en las ilustraciones anteriores, correspondientes al inicio de nuestro paseo, permaneció inalterado durante toda la mañana, e incluso empeoró.

Pero vayamos por partes, como dijo Jack el Destripador antes de meterse en faena. Habíamos adelantado la hora del encuentro en Cotos. El articulista bloguero aficionado, servidor de ustedes, tenía algo de prisa por estar de vuelta en Madrid y logró de sus complacientes compañeros adelantar a las 9,30 de la mañana la hora del café y del reparto de asientos en los coches. Ni un mal gesto. Hasta Gonzalo, que no pudo acompañarnos, se hizo presente en la gasolinera de Venturada. Aurelio, Ignacio, José Luis H. -promotor de la excursión-, Paco A., Rafa y Rodrigo, como clavos. De allí, con un horizonte serrano preñado de malos presagios, el salto a la vertiente norte: puerto de Somosierra, nublado cañí; Riaza, calles solitarias gris perla; puerto de la Quesera, nieve en la cuneta, hielo en la calzada, plomiza niebla hasta el suelo. Pero esta cuadrilla, que diría Rafa, es mucha cuadrilla y no se iba a amilanar por tan poca cosa.

10:48 ¡Lástima! Aquí no se ve el sombrero de Paco A.

Así que, bajo la batuta de José Luis H. y el asesoramiento técnico de Ignacio y Paco y sus mariachis - cachivaches tecnológicos-, y al grito de "¡menos lobos!", nos lanzamos cuesta arriba a la conquista del Pico del Lobo. Eran las once menos cuarto de la mañana, con uno o dos grados bajo cero y rachas de viento fuerte. Primera rampa, de pendiente pronunciada y categoría solamente algo menor que el tan denostado camino de cabras. En lo alto, los ánimos no han decaído un ápice como se puede apreciar perfectamente en las fotos, aunque Rodrigo y Rafa se lamentaban de visión borrosa, cada uno por distintos motivos.



No muy lejos del punto de partida, nos encontramos con otro intrépido grupo de caminantes, que solicitan alguna indicación sobre la ruta y que se muestran contentos de haber dado con otro buen ejemplo de optimismo excursionista. Ignacio, de espaldas en la foto, les asesora. Seguimos separadamente pero volvemos a encontrarnos en más de una ocasión.

11:30 Hay gente pa tó

La primera parte de la ruta, pródiga en subidas y bajadas, se puede calificar de montaña rusa o, con mayor precisión hoy, de montaña siberiana. Ventaja: siempre nos quedará la satisfacción de haber coronado, en una de esas, el singular "Calamorro de San Benito", cima señera donde las haya. Y, más adelante, el Cerro del Aventadero.

12:40 Abandonando el sitio del piscolabis

Como se puede comprender, el cerro del Aventadero no era el lugar más propicio para casi nada y menos para el piscolabis. Así que nos detuvimos en un lugar del sendero, al resguardo del ventarrón, haciendo fugazmente los honores a las bolitas de queso y otras frugalidades y reemprendiendo la marcha hacia "un destino incierto pero siempre venturoso", Salva dixit en ocasión semejante. Dado que el paisaje desaparecía a los veinte metros del observador, me distraje durante el camino fotografiando las formas del hielo en los árboles y en las rocas cercanas. Como no he llegado a dominar la fotografía con guantes, algunos de mis dedos pagaron el pato mostrando una desdeñosa insensibilidad a las escasas órdenes que se me ocurrió transmitirles.



Antes de iniciar el ascenso más pronunciado que nos llevaría a la cresta cimera, nos encontramos con el grupo de antes. Han decidido volverse, con la sana intención de dejar para otro día la visita protocolaria al pico del Lobo. Nosotros seguimos, con Ignacio en estado de entusiasmo contenido y Paco A. como si de acercarse al bar de la esquina a tomar el aperitivo se tratara. Al poco, aparece un discreto cartel con información importante: nos faltan 2 km., con una pendiente media del 11,5%, para alcanzar nuestra meta. Al grito de marica el último, como dijo sir Edmund Hillary al sherpa Tensing antes de coronar el Everest por vez primera, allá que nos fuimos a buen paso.


He dicho la cresta cimera para añadir un toque épico -por otra parte totalmente innecesario- a la narración pero, en realidad, la zona que atravesamos no es todavía una cresta. Se trata más bien de una ancha ladera plana sin árboles ni arbustos ni rocas. Ahora el resplandor de la nieve es mayor y los perfiles se difuminan en esa blanca y uniforme envoltura que tanto perturba al caminante de las cumbres y al practicante del esquí. La pendiente aumenta y el paso se acorta y se hace más premioso. José Luis H. y este cronista cerramos la marcha con la sana intención de ir recogiendo a los que, presa del mal de altura y la ceguera de las nieves, se queden rezagados. Pero he aquí que lo que sucede es que nos recogemos a nosotros mismos, faltos de fuelle y de motivo para seguir. En el aullido del viento que arrecia, nuestras voces no llegan a las sombras que nos preceden en la marcha una veintena de metros. Usamos los teléfonos pero la comunicación no se establece. Así que decidimos darnos la vuelta y esperar, en un lugar resguardado, el regreso de los demás.

Ha pasado cerca de una hora y estamos picoteando parte de nuestros bocadillos cuando nuestros cinco compañeros aparecen. Ellos también se dieron la vuelta cuando se percataron de nuestra ausencia y de la escasez de argumentos para seguir hacia la cumbre.

El recorrido máximo, en verde, y el mínimo, en amarillo

Los instrumentos de medición -aunque vayan ustedes a fiarse de la precisión del mío- permitieron pintar el recorrido conjunto y el que prolongaron los cinco más fuertes hacia la meta de hoy: unos 80 m. más de altitud y unos 350 m. lineales.



En el camino de vuelta, pocas anécdotas. Aurelio se empeña en arreglar un bastón con una navaja y manos ateridas. Acaba con una cortadura y cara de no haber roto un plato en su vida.

Los tramos de subida (¡la segunda conquista en un solo día del Calamorro de San Benito!) quizá se hacen ahora más fatigosos que antes, pero había ya ganas en el grupo de llegar al refugio de los coches y poder completar un almuerzo apenas comenzado. Así que no se perdió el tiempo en vanas disquisiciones ni en atender demasiado a las caprichosas formas del hielo en la cerca de alambres y al embozo de nieve sobre las rocas. Si quieren ahora mirarlos con más calma...



Tampoco me resisto a mostrar dos vistas cercanas del sendero que seguimos, tanto a la ida como a la vuelta, para memoria del día e ilustración de planificadores de futuras excursiones.



Cerca ya del puerto, el tiempo pareció aclarar durante unos instantes y la vista se pudo extender algo más allá, hacia el valle y hacia las alturas de donde veníamos. Sepan los que no han estado hoy por aquí, que días como éste, con todo, son muy dignos de aprecio y que lo que se pierde en comodidad se gana en hondo disfrute de breves o perdurables sensaciones, de vistas estupendas furtivas o duraderas, de choques más o menos ásperos con la naturaleza, y de otras cosas que no menciono para no darles más la tabarra.



Ya en los coches, a las cuatro de la tarde, y mientras se come algo y se cambia el calzado, un chubasco de fino granizo completa la muestra de inclemencias meteorológicas del día.

16:05 Bajo la granizada

Un incívico conductor ha cerrado el paso con su coche a uno de los nuestros, con la suerte de que, moviendo otro de los del grupo, se puede hacer hueco para salir. Dejamos un recado escrito en el parabrisas del cafre y, como no somos gente rencorosa, olvidamos enseguida el incidente. A mí mismo me ha costado acordarme del suceso para traerlo a la crónica. Y acabo asegurándoles que el café que tomamos en un bar de la plaza mayor de Riaza, antes de la despedida y la vuelta a casa, fue uno de los más gustosos de estos miércoles inolvidables.

He dejado la foto de grupo para el final. Se titula "a mal tiempo, buena cara"


Números

Distancia: 11,4 km. (dos de nosotros, algo menos)
Desnivel acumulado: 751 m. (dos de nosotros, algo menos)
Tiempo con paradas: 5:15 h. (todos lo mismo, ¿no?)