sábado, 25 de enero de 2014

22 de enero de 2014, HUECO DE SAN BLAS

Esta excursión, propuesta por Gonzalo, se anunció indistintamente como Olla o Hueco de San Blas. Dada la propensión de este grupo al buen yantar, yo preferí quedarme con lo de Olla, imaginando que San Blas habría compartido nuestros gustos. He tenido que rectificar al averiguar la exacta denominación del lugar, que no es olla sino hoya, sinónimo de hoyo, hueco, concavidad, hondura. Así que pido disculpas a San Blas por la gratuita atribución del vicio de la gula y por no haber visitado su ermita, la que da su nombre al paraje y muy cercana al lugar desde donde iniciamos nuestra marcha. 

10:56
El punto de encuentro, en la carretera de Soto del Real a Miraflores, sirvió para agruparnos en menos vehículos y, desde allí, dirigirnos al punto de partida, distante unos 1.500 m. Se comenzó la marcha pasadas las 10,30 de la mañana. Presentes Antonio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis H., Paco A., Pedro, Rodrigo, Salva y un servidor. Parte del cielo cubierto (PCC) entre  el 80% y el 60%, con mayor presencia de las nubes sobre las cumbres. En la primera parte del camino -Camino de la Peña del Madroño- se conjetura si las más altas rocas que tenemos enfrente corresponden a la Pared de Santillana. Ahora, ya debidamente documentado, puedo confirmarlo.



11:14
Un jinete nos adelanta. En la fotografía se puede ver su figura sobresaliendo por encima de las cabezas de los más adelantados. Se trata de una joven que aprovecha la bonita mañana para la práctica del deporte ecuestre y que, al poco rato, ya vuelve. Le decimos que si el caballo se cansa, que aprenda de estos rancios paseantes que apenas si han comenzado su marcha. Nos contesta sonriente que a su montura le queda mucha cuerda pero que ha decidido moverse por otros parajes, a lo que nosotros no tenemos nada que objetar y nos despedimos deseándole un feliz paseo. Estos encuentros fortuitos son escasos en número pero siempre pródigos en enseñanzas. La de hoy, que los que practican el deporte hípico no planifican sus paseos con tanto rigor como otros.

11:43
Llegamos al recodo del camino desde el que se da vista a la Hoya completa y se empieza a recorrer la llamada Ladera de la Plata. Allí decidimos hacer un alto con el fin de tramitar el piscolabis. A veces se carece de un asiento adecuado para tal función, lo que hoy no sucede: hay piedras allí lo suficientemente secas y mullidas, todo es creérselo. La pista por la que hemos venido estaba nevada en algunos tramos. De aquí en adelante la cantidad de nieve en el suelo aumenta y el paso se hace a ratos más fatigoso. Gajes del oficio, como dijo el capitán del Titanic mientras el barco se iba a pique.


12:08
La alfombra de nieve tiene la gracia de que sobre ella se dibujan nítidamente las huellas. Salva lo sabe y lo agradece desde aquella noche en Tayikistán en que salía del excusado. En la nieve que cubre el camino de hoy hay unas huellas que Pedro no duda en atribuir a cabras. Efectivamente, un poco más adelante aparecen cruzando el camino varios ejemplares de cabra montés, machos, hembras y ejemplares muy jóvenes. Sin permitir nuestra proximidad, pero tampoco con excesivas prisas, el rebaño pasa por delante de nosotros y se adentra en el bosque.

Leo que la Comunidad de Madrid va a eliminar 1.500 cabras monteses de la Pedriza.  No conozco los detalles, pero imagino que se trata de controlar la población creciente de estos bonitos animales. Y es que por ahí cuesta entender que, en el mundo de la vida (no hay otro), no existen situaciones perfectamente estables y que eso del equilibrio ecológico es una batalla, cruenta las más de las veces. El equilibrio es siempre el del funambulista, un poco hacia este lado y, corrigiendo deprisa -¡ay que me caigo!, como decía Harold Lloyd- un poco hacia este otro.


El caso es que disfrutamos un rato con la vista de las cabras y su aire entre esquivo y moderadamente sociable. Confío en que, una vez establecido este primer contacto amistoso y fugaz, éstas no se encuentren entre las mil quinientas condenadas.

12:15
Volver la vista atrás durante estos paseos no recibirá ningún castigo celeste convirtiendo al que lo hace en estatua de sal. Al contrario, el gesto se suele recompensar con unas magníficas vistas dado que cada vez se va ganando en altura y perspectiva, aunque no siempre. El panorama de hoy abarca la totalidad del embalse de Santillana, la borrosa silueta de los edificios más altos de la capital, el brillo de una curva de la carretera de Colmenar y otras menudencias que solamente una mirada atenta y penetrante es capaz de apreciar. A las 12,15 de esta agradable mañana, Paco A. se encuentra dedicado a tales gratas ociosidades y Joaquín se cala un gorro que provoca exclamaciones de admiración y envidia.


13:12
Llegamos al punto más lejano en la ruta de hoy. Una curva muy pronunciada en la pista nos pone rumbo sudeste, orientados al lugar en el que hemos dejado los coches. Oportunamente se decide abandonar la ancha calzada y descender por un sendero menos cómodo pero más directo. Buena decisión, que nos evitó una bajada excesivamente empinada y, hay gustos para todo, el paso por la espesa capa de nieve. Al final del atajo se enlaza con la que el mapa de IGN llama Senda de la Abutarda. IGN y RAE no se deben llevar bien, puesto que ésta solamente contempla "avutarda", ave zancuda de vuelo corto y pesado. La "abutarda" del IGN tiene el vuelo más corto y pesado aún, como sus topógrafos.

13:37
La desviación de la pista atraviesa un bosque de pinos de gran porte, de tronco esbelto y de color casi negro en el lado más azotado por el agua de lluvia y la nieve. Sigue luego la senda paralela al curso del Arroyo del Mediano. ¿Referencia a un hobbit quizás? Más bien arroyo mediano debía ser, ni grande ni pequeño. Hoy lleva abundante agua. Dicen que, en verano, no corre. Así son nuestras corrientes de agua y otras cosas nuestras: no tanto medianas sino extremas, o todo o nada. En el sitio donde se cruza el arroyo, nos detenemos a almorzar, con buenos asientos de piedra.


14:49
Comienza a a llover y el grupo bajo los "paraugas"" se disfraza de romería galaica. Y es que, en este grupo, abundan los primos hermanos, entre gallego y asturianos. A la derecha del camino, la gran extensión abierta que progresivamente se estrecha para dar forma a la pista que lleva al puerto de la Dehesilla, ya en plena Pedriza. La lluvia no molesta en exceso pero el grupo avanza con paso vivo como si ya no hubiera nada de qué disfrutar en el paseo. Y eso que la vista del pequeño embalse de los Palancares es espléndida, con los hirientes reflejos del sol en la superficie del agua, el abigarrado celaje de nubes grises y las grandes lanchas de granito, mojadas y cubiertas de líquen amarillo y verde musgo.


Tengo para mí que sí se ha disfrutado del paseo. Si no hubiera sido así tampoco vendría a cuento el reverbero de las sonrisas de los caminantes, de las que ustedes ni saben cuanta alegría me producen.


sábado, 18 de enero de 2014

15 de enero de 2014, CAÑÓN DEL RÍO AULENCIA

En esta ocasión, Paco A. nos ha propuesto un paseo de fácil trámite pero de menos fácil preámbulo. El punto de reunión no es una gasolinera, ni un aparcamiento, ni un apartadero de vehículos, ni un área de recreo; carece de cafetería, de edificaciones, de calles numeradas; por carecer, carece hasta de vistas en esta mañana de niebla espesa. Pero, inopinadamente, casi como si de un encuentro fortuito se tratara, allí coincidimos los que se han apuntado a la excursión, Antonio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis H., Paco A., Pedro, Salva y el que suscribe. Un espacio, ancho para estacionar, en medio del mundo gris y en las cercanías de Villanueva de la Cañada. Sus coordenadas: 40º, 28' 43,70" de latitud y 4º 0' 49,73" de longitud. Hay allí unos camiones y unos hombres que trabajan en lo que parece ser una infraestructura hidráulica.


Lo dicen quienes saben de eso. Durante un buen trecho aparecen a ambos lados del camino embarrado casetas, registros, arquetas, sumideros, sifones, colectores... Yo no estoy seguro de lo que veo y tampoco de lo que digo, pero me consuela que los más técnicos, tampoco. Más adelante, antes de cruzar precariamente el arroyo llamado del Conejal, y después de pasar por encima de la Conducción del embalse de Picadas, nos detenemos a leer uno de esos paneles con que nos ilustran las instituciones públicas y otros variopintos entes. En el que digo, aparecen con sus escudos y blasones los ayuntamientos de Valdemorillo y Colmenarejo, además del de la Suma de Todos, de la Red Natura 2000, de lo de Vías Pecuarias y de algún otro ente de más confusa identidad. Se refiere al Molino del Puente Caído y contiene su texto palabras tan sonoras y antiguas como caz, canal, rodete, templador, farinal, saeta y graonza. También aparecen en él bonitas ilustraciones del Pseudo - Juanelo "Los veinte y un libros de los ingenios y máquinas de Iuanelo, los cuales le mando escribir y demostrar el Chatolico Rei D. Felipe Segundo, Rei de las Hespañas y del Nuebo Mundo". Como la cosa va de obras hidráulicas, pasamos por debajo de un melancólico, por abandonado e inútil, acueducto y nos orillamos ya al Aulencia.



El camino, trazado sobre la obra de otra antigua conducción, sigue la escarpada margen izquierda del río Aulencia en dirección al embalse del mismo nombre. Nos detenemos a hacer los honores a las bolitas de queso de Ignacio y a otros acompañamientos nutritivos de menor rango en unas rocas resbaladizas que dominan un verde y profundo bodón del río.



Hay mucha ciencia en esto de pasear por el Aulencia. Lo digo porque, en la conversación con Paco A., salen a relucir las variadas y múltiples iniciativas municipales, cívicas y asociativas por mantener vivo el conocimiento y disfrute de los ríos de la región madrileña. Tal parece que hay que recordar el arte de la caminata en estos tiempos tan propicios al sedentarismo y al uso de la escalera mecánica. Busquen ustedes en internet "rutas por el río Aulencia" y ya verán que es cierto lo que digo. Así, de paso, aumenta la cultureta sobre el trazado de las conducciones de agua y otras importantes cuestiones. A mí eso me interesa, pero normalmente prefiero dejar vagar los pensamientos y fantasear sobre el misterio de un paisaje en medio de la niebla, por ejemplo.



Al rato de abandonar las cercanías de la poza verde, cuarenta minutos más tarde para ser preciso, alcanzamos a ver delante y encima de nosotros la presa del Aulencia y unas construcciones de servicio de la presa a nuestra derecha. En el sendero, un balconcillo o púlpito con precaria barandilla de tablas de madera protege un cilindro de cemento, que tiene su réplica en el otro lado del río. Allí, Antonio aprovecha para otear el horizonte y la hondonada del Aulencia.



Tras una breve visita a las vetustas construcciones de servicio de la presa, paseamos por encima del dique hasta la cancela que impide el paso al otro lado. Además de deleitarnos con la vista de la garganta del río y de la extensa superficie de agua del embalse, se vuelve al tema - casi lema - de estos días, discutiendo acerca de la función de los mencionados cilindros; que si sifones, que si hitos geodésicos...


La parada se prolonga un poco más, lo suficiente para hacer las fotografías que completan nuestra ya abundante muestra de esta temporada de aguas, reflejos, plantas palustres y construcciones del ramo de la ingeniería civil, sección canales, y que serán mostradas en tiempo oportuno. Luego, una buena subidita por la Colada del Molino Sopas (¡viva la toponimia!) hasta la altura donde se encuentra un mojón de piedra fechado en 1795 que marca un vedado de caza del rey Carlos IV. Veo la gran extensión de monte que nos rodea y agradezco que algunos de estos cazaderos reales sigan siendo en el día de hoy naturaleza no asfaltada. Más adelante pasamos por el escaso rastro de la que dicen fue una mina y posamos para una foto. Se hacen cábalas sobre su antigüedad y naturaleza de la explotación que, naturalmente, no concluyen en nada definitivo y cierto contribuyendo a aumentar el censo de los misterios del día.



El almuerzo tiene lugar al amparo de una pequeña construcción, seguramente un almacenillo, con tejado que parece de uralita y puerta metálica bien cerrada. Unas desvencijadas sillas acomodan las posaderas de algunos de los apenas fatigados paseantes. Las pinturas "al spray" de la fachada y algunos restos de ladrillos y otros desperdicios contribuyen a crear una cierta imagen de decrepitud que nos viene bien para la burlona foto de grupo. Las descaradas sonrisas señalan a los que complace adoptar, aunque sea provisionalmente, la apariencia de "vieux clochards", inadaptados y transgresores.


Un paseo cercano a la hora hasta los coches. Con una puntualidad rayana en el portento, la lluvia hace su aparición. Surgen algunos paraguas y el paso se aligera. El día, que ha ido de aguas, sigue mansa y obedientemente su curso, y nosotros también.

martes, 14 de enero de 2014

8 de enero de 2014, EMBALSES DE EL ESCORIAL

No es la primera vez que quedamos en una estación. Hoy hemos quedado en el apeadero de Las Zorreras - Navalquejigo, convocados por Rodrigo para hacer una ruta lacustre. José Luis H. ha aprovechado la ocasión, nada más oportuno, para viajar hasta allí en tren. Yo, que voy con Salva, he tenido que recurrir al gps para no errar el camino porque este sitio está en un lugar apartado y poco señalizado. Este apeadero carece de café. El café de estación es una institución entrañable porque siempre acoge a gente que espera: que espera que llegue su tren, que espera a embarcar en su tren, que espera a otros viajeros que llegan. También a los que esperan a que vengan a recogerlos. Y si se trata de gente que no espera ninguna de estas cosas, siempre será gente esperanzada, puesto que vivir es, de alguna forma, esperar. En el improbable y triste caso de que el cliente de estos cafés no tenga ya nada que esperar, al menos allí tendrá que esperar a que le sirvan. A falta de café (al fin y al cabo esto no es más que un apeadero, no una auténtica estación), nosotros (Ignacio, José Luis H., Pedro, Rodrigo, Salva y el que suscribe) esperamos a Gonzalo, que ha preferido estacionar su coche unas calles más allá.

Por las calles de Navalquejigo

La primera parte de la ruta es urbana, ni campestre, ni lacustre. Más dos kilómetros que discurren primero entre coquetos chalets y después entre variopintas viviendas ocasionales, caravanas, casas rurales en estado semiruinoso e incluso alguna de menor porte que el ruinoso. Una senda evidente, entre arbolillos invadidos de ingentes líquenes, nos lleva hasta la orilla del embalse de Los Arroyos, primera represa del que más adelante será el río Aulencia.



Dicen que la abundancia de líquenes es señal de ambiente no contaminado, de aires y aguas limpias. Puede que de la limpieza del aire no quepa dudar, fresco y sutil en esta mañanita de suave invierno, a pesar de la cercanía de Madrid y de las pobladísimas villas que lo rodean. Otra cosa es lo de las aguas: impresión nos da, sobre todo más adelante, que en estos embalses vierte más de un colector urbano. Ojalá no sea más que la impresión y el líquen sepa más de agua que nosotros.



El piragüista que surca las aguas de Los Arroyos debe opinar lo mismo que el líquen porque se le ve con aire despreocupado y deportivo; también los que han recolectado los carrizos que abundan en las orillas confían en no llevarse a su casa como adorno un sucio ejemplar de la flora palustre madrileña; y, seguramente, confían los propietarios de los importantes chalets que se reflejan en la tranquila superficie del embalse.


A la presa del embalse se accede por un puente encharcado que Ignacio fotografía con más arte que el de este cronista. Pero hemos acordado que hay "fotos para el blog" y otras con destino diferente, de celebración de fin de curso. Así que aquí queda la del blog y las otras quedan para tan señalada fecha.


La presa tiene un bonito trazado en curva y una atrevida pasarela sobre el agua, como un robusto trampolín. Allí nos detenemos unos instantes para contemplar el embalse en toda su extensión y el perfil de la sierra lejana.


De la presa se desciende al playón de las orillas secas del embalse Valmayor por unas airosas escaleras. Recorremos sin prisa la descarnada orilla, entretenidos algunos con la fotografía y todos con la vista de las siluetas de un grupo de cormoranes que despliegan sus alas al prudente sol de la mañana y elevan sus largos picos hacia el cielo. Estas aves acuáticas parece que pierden algo de su prestancia en las aguas interiores, lejos de los acantilados y el bravo oleaje del Cantábrico. Pero como de nostalgias se trata, hoy decidimos no afearles su conducta y disfrutamos con sus elásticos movimientos cual si los contempláramos desde las alturas del cabo de Peñas. Aquí sí que no me resisto a utilizar una de las estupendas fotografías de Ignacio que, con su teleobjetivo, nos aproxima a la pareja de cormoranes y a la bandada de gaviotas que los sobrevuelan.


Llegamos a la la carretera que une Galapagar con El Escorial por encima del embalse. Son las 12,30 del mediodía. Un poco antes hemos hecho una parada para el piscolabis. Toca ahora recorrer los 700 m. del viaducto. Alguno de los paseantes se juega el tipo atravesando la vía entre los autos que circulan a velocidad excesiva, para mejor disfrutar de las perspectivas a uno y otro lado del embalse.



Hacia el lejano extremo sur del pantano, a través de la ligera bruma de la distancia, la tersa superficie del agua casi se funde con las riberas de este pequeño mar. Unos patos azulones emprenden ruidoso vuelo dejando una larga estela, aunque no tan larga como la de los aviones, en el agua rota. Algún paseante y algún pescador: otra forma de esperanza, más ingenua que la espera en la estación. El reflejo del frente nuboso y la sierra. No avistamos cocodrilos; quien los imaginó, hace ya algunos años, puede quedarse tranquilo y descansar: la gloria de la falsa alucinación es efímera y poco rentable.


El paseo de vuelta contempla algunos titubeos y rectificaciones. Ya se ven en el mapa de Ignacio que remata esta crónica. Contempla también el gesto transgresor de los caminantes al atravesar una alambrada que se interpone en nuestra ruta, y es que el cartógrafo de hoy en día no da abasto tratando de reflejar las nuevas construcciones y sus cercados. Atravesamos también un torrencial canal, captador de las aguas del río Guadarrama, que viene desde el pequeño embalse las Nieves y que contribuye a reforzar los escasos recursos propios del Aulencia. Ignacio no pierde la oportunidad de recoger con su cámara el ímpetu de la corriente pero me temo no es capaz de reflejar la sospechosa tufarada de colector que de allí viene.



Pero, en fin. ¡Pelillos a la mar! o pelillos al embalse como corresponde. Cerca ya de nuestro destino en Navalquejigo buscamos un sitio de asiento seco para al almuerzo y finalmente lo encontramos a la entrada de una finca vallada, con perro y casa grande y unos mojones de piedra muy oportunos. Allí damos cuenta de la frugal colación.


Son las dos y media de la tarde. A las tres y media estamos de vuelta en el aparcamiento de la estación. Acabar una crónica, larga como ésta, es difícil o fácil, según parezca. Uno, ya falto de inspiración y fatigado, viendo el gesto de Ignacio en la foto, recurre al maestro Cervantes y dice: "Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada". Añado que sí hubo y que mereció la pena.