martes, 24 de diciembre de 2013

18 de diciembre de 2013, ACEBEDA DE PRÁDENA

El acebo que sirve de fondo a esta tarjeta ha sido fotografiado durante la excursión

En esta crónica dejo constancia de que en el paseo, último antes del paréntesis navideño, se echa de menos a los tres ausentes, Pedro, Rafa y Salva, y de que hacemos votos porque las causas que les impiden asistir hoy no se ritualicen, a menos que ellos mismos deseen otra cosa lo que, en alguno de los casos, me parece improbable. 

La singladura comienza de buen cariz, que diría un marino. Hecha la reducción de coches en Cotos, nos dirigimos a Prádena, provincia de Segovia y al otro lado de la sierra, donde nos espera José Luis A. A punto de echar a andar, a las 11 de esta mañana fresquita, aparca a nuestro lado un autobús del que desciende un nutrido grupo de señoras con indumentaria más bien urbana que, en animada conversación y sin dar la más mínima señal de haber advertido nuestra presencia, emprenden camino hacia la sierra con paso decidido. Nosotros mostramos igual desdén y hacemos lo propio, bien que por camino distinto. Causa asombro lo animada que puede estar la sierra de Segovia en una mañana de un miércoles cualquiera de diciembre.



El camino, suavemente ascendente, nos sitúa al poco rato de empezar a andar por encima del bosque de sabinas o enebros. Robles y acebos añaden al paisaje variedad y color en esta mañana que se va poniendo más gris por momentos. Las curvas de la amplia pista impiden seguir con la vista la marcha del grupo ya muy fragmentado. Es, por lo tanto, imposible saber los asuntos que se trataron en las diversas conversaciones aunque, en caso de haberlo sabido, no iba yo a dar cuenta de ellos aquí, en este medio tan público, universal y poco discreto.



La subida se prolonga durante hora y media aproximadamente hasta llegar a las inmediaciones de un estanque rodeado de una alambrada. Allí nos detenemos para el piscolabis, hoy escueto a fin de hacer sitio a las especialidades de La Pepi, restaurante de Arcones donde hemos reservado mesa para comer. Apenas se discute la posibilidad de seguir ascendiendo un rato más: el día es más propicio para la tranquila charla sin jadeos que la dificulten y para una celebración anticipada de las fechas "a borde manteles". De manera que, acabada la frugal colación y hechas unas fotos de paisaje y serenos rostros como el de Joaquín, emprendemos el camino de bajada, ahora por diferente ruta por aquello de que en la variedad está el gusto.



Baja la temperatura y aumenta el viento fresco del N. con algunas rachas de hasta 31 km/h. ¿Que como he sabido de tan preciso dato? No entraré en detalles, pero es que hoy los datos de casi cualquier cosa se pueden averiguar con facilidad. El problema reside en todo caso en el mal uso que se hace de ellos, empezando por los que los recogen y elaboran. Pero sigamos con lo nuestro antes de entrar en disquisiciones casi filosóficas. Se usan chaquetas de abrigo y guantes. El grupo se compacta, aunque Aurelio prefiere momentáneamente la meditativa soledad y el tranco fuera de caminos trillados. Volvemos al bosque de sabinas, robles y acebos, ahora más vistoso y fotogénico que a la ida. Es ocasión propicia para la foto de grupo y otras altas formas de expresión de la sensibilidad artística y actitud amigable de las que hacemos gala.



De esta forma, inofensiva para las especies protegidas y no protegidas, transcurre la última parte de la mañana, casi una hora entera, desde la 1 hasta cerca de las 2 de la tarde, hora en que llegamos al punto de partida y cogemos los coches para hacer el corto trayecto hasta Arcones.


La comida (alguien se refirió a su organización y preparación como "affair", seguramente sin saber lo que decía) estaba deliciosa, tanto el cocido, como la caldereta, las patatas panadera, la ensalada de tomate graciosamente aliñada y otros complementos entre las cuales no quiero dejar de mencionar el recio vino. Lo hago no por su ausente bouquet sino por el papel que pudo desempeñar durante el embarque de los comensales en sus vehículos y en la subsiguiente partida. La autoridad de tráfico estaba en la puerta, como quien dice, del restaurante controlando el nivel etílico de los conductores que pasaban por el lugar. Uno de nosotros, que se había abstenido absolutamente de probar el referido caldo, se ofreció voluntario a la prueba obteniendo como respuesta una cortés pero desangelada y sosa negativa y el permiso tácito para conducir. Digo yo que hoy las autoridades carecen de gracia en el trato y de sentido del humor; y que ésta es solamente mi opinión. Y, dicho esto, añado, acabando como empecé, que muy feliz Navidad para todos.

La caldereta y no se hable más

Fotos del editor y de Juan Ignacio

lunes, 16 de diciembre de 2013

11 de diciembre de 2013, CABEZA LÍJAR

Una vez más, gracias a José Luis H. por esta crónica. Se está ganando a pulso el puesto de redactor jefe. Las ilustraciones fotográficas son suyas y de Paco A., al que también se agradece su aportación. 


Lugar de encuentro: Asador del Alto del León 10:00h

Mierconistas asistentes: Ignacio, Rodrigo, Braulio, Pedro, Paco A. y el que suscribe.

Mañana despejada pero fría, muy fría, debido al viento reinante. Nos ponemos en marcha temprano tras tomarnos un reconfortante café en el Asador y dejando atrás medio pincho de tortilla ofrecido por Pedro que nadie ha podido tomarse a pesar de su buen aspecto. Una lástima.  Tras superar los primeros metros alcanzamos las instalaciones militares de comunicaciones que hay a la derecha, y enseguida llegamos a la desviación donde estaba previsto iniciar la subida. Pronto nos damos cuenta que no va a ser posible. La ladera está cubierta de hielo y la subida resulta desagradable y peligrosa. Solo Paco A. dispone de cadenas para las botas. Cosa de expertos.  La decisión es rápida, nos ponemos en marcha caminando por la vieja carretera que lleva hacia Peguerinos, en su día asfaltada, y ahora convertida en algo parecido a una pista en muy mal estado. Marchamos a buen ritmo pero con cuidado, sorteando las placas de hielo que hay en bastantes tramos umbríos del camino y que no siempre son claramente visibles. Muy cerca de una cantera abandonada a la derecha del camino, decidimos buscar algún sendero alternativo. La carretera aquí está muy helada y peligrosa. Lo confirman dos colegas senderistas que vienen de regreso que también se han visto obligados a alterar sus planes de macha. Con algún despiste que otro bajamos de nuevo a la carretera y encontramos la boca de la vieja mina de volframio en el Collado del Ciervo o de la Mina. Interesante sitio pero sombrío, no apto para parar quedarse quieto. Enseguida encontramos algo mejor en donde reponer fuerzas al sol mañanero.

Piscolabis el el Colado de la Mina

Reiniciamos la marcha para ascender a Cabeza Lijar. Antes nos abandona Braulio que está ligeramente constipado y prefiere regresar poco a poco para esperarnos cerca del punto de salida. La ascensión resulta fácil y agradable bordeando la cerca de postes de madera y alambre de espino que parece transcurrir por la linde ente Madrid y Segovia. Algo de nieve pero sin peligro. Pronto alcanzamos la cumbre en donde se sitúa el Mirador de las tres provincias.



Viento y frío, no resulta fácil pararse y hacer algunas fotos. Pero merece la pena, las vistas son espectaculares porque la visibilidad es muy buena.



Veo con asombro, o tal vez no hay porqué, que hasta aquí, antes que nosotros, llegaron los bárbaros. La placa que señala el vértice geodésico está parcialmente destruida. “Ni modo” que diría un mexicano.



A pesar de la belleza del sitio, no se puede estar mucho rato aquí, enseguida iniciamos el descenso.



Alcanzamos de nuevo la pista de Peguerinos. A pesar que la situación no ha cambiado, le perdemos el respeto al hielo y vamos desde aquí, ahora de un tirón, hasta las proximidades de la instalación militar donde nos espera Braulio para comer. Como dice Ignacio no ha estado mal. A pesar del hielo y otros elementos en contra, hemos mantenido alto el pabellón mierconista: 12,3 km y 505 m. de desnivel acumulado.


La próxima semana será “otro cantar”.

jueves, 5 de diciembre de 2013

4 de diciembre de 2013, ALPEDRETE DE LA SIERRA o CÁRCAVAS DE PATONES


Los extravíos eran, antes de los gps y otros cachivaches electrónicos, más frecuentes. Hoy se pueden dar más los descarríos, concepto similar pero que quizá connota una mayor culpa. Este cronista se extravió hoy dos veces, lo que creo Gonzalo atribuye a un descarrío general y decadente que me aqueja. El primer extravío se produjo nada más abandonar nuestro habitual meeting point en Cotos, cuando me pasé del desvío a Torrelaguna y caí en la cuenta del error allá por los pagos de Lozoyuela, a no menos de 16 km. del desvío. Del segundo se da cumplida cuenta llegado el momento.

Así que el arranque de la marcha, en el apartadero para coches donde se anuncia de forma mísera el bar La Chopera, sufrió un breve retraso por el que pido disculpas. Si la cabeza mía sigue así, me temo que tendré que reiterar frecuentemente en adelante esta petición. Para no ser cargante, valga la actual excusa por todas las futuras y ya está. 

La ruta se inició por pedregoso lecho del torrente que nace en las cárcavas, con intención de cursar una breve visita a esta fotogénica erosión del pardo suelo. Antes, se cruzan unos huertos de olivos cuajados de frutos ("el negro fruto del olivo" de Homero, hoy también verde y rojo) que templan el ánimo y suavizan las articulaciones. José Luis A. y Antonio deciden obviar la visita y ascender directamente a las alturas que dominan las cárcavas, donde nos esperarán.



Los más fotógrafos nos habíamos juramentado para prestar una especial atención a las texturas -piedras, tierras, troncos y cortezas, metales y hojas- como motivo. De los resultados de ese propósito ya tendremos ocasión de dar pública cuenta. El día estaba fresco en las sombras y algo más que templado al sol. En tal circunstancia Gonzalo advierte acerca del riesgo de "fatiga térmica" para el material de nuestra acerada musculatura. 



Cárcavas adelante y el paso más incómodo según se asciende, las miradas se elevan para contemplar las chimeneas de hadas. No alcanza mi inventiva para haber concebido tan poética denominación de los enhiestos monolitos de arenisca que nos rodean: aparentemente es su denominación oficial y técnica. Mis parabienes a su creador.



Alguna de tales hadas inspiró a este cronista la insana idea de que se podría salir de aquél laberinto de paredes de tierra descompuesta por su parte más alta. Pero el solo empeño no garantiza nunca el éxito. Después de un rato largo de bregar con resbalones, desprendimientos de piedras y ramas secas de arbustos que se quiebran con solo mirarlas, tuve que abandonar la empresa a pocos metros del imposible tramo final. Lenta bajada cuidando cada paso y rodeo hasta encontrar una ladera transitable por la que subir hasta donde el grupo esperaba. Sé que alguno de los paseantes ya se inquietaba por mi tardanza y me remito a mis excusas anteriores "por defecto". Para rematar la extemporánea salida, no pude avisar por haberme olvidado el móvil. Salva y Paco A., a los que encontré en la subida, ya habían emprendido una expedición de rescate. A ambos mi sincera gratitud.


Desde arriba, las vistas de la cárcava compensan todo el esfuerzo. A veces, las desgracias que sufre el buen orden de la naturaleza, como suele considerarse este resultado de las escorrentías locas, contienen material aprovechable para el lado menos práctico y utilitarista del ser humano. 


Una vez reunida la totalidad de la expedición, ya pasada la 1 de la tarde, se reemprende el camino, ahora por ancha pista del tipo tan apropiado para vehículos a motor. Sabemos que para gustos hay colores. Pero entre despeñarse y ésto, debe haber un término medio. Bien está: dos modos de andar diferentes que le dan a la marcha de hoy la variedad y la gracia necesarias.



Las vistas vertiginosas de las cárcavas se cambian por las más civilizadas y ordenadas del Canal del Alto Jarama, en cuyas proximidades nos movemos. Averiguo ahora que este canal se proyectó a comienzos de los años 1950 pero desconozco su uso y estado actual. Para mayor ilustración se adjunta una sección del plano de su trazado y no se hable más a reserva de investigaciones más profundas.


Así, con la placidez y falta de sobresaltos del discurrir del agua de un canal, caminamos hasta un mirador coqueto -balaustrada, gran árbol de sombra- sobre Alpedrete de la Sierra, pedanía de Valdepeñas y con una población de hecho de alrededor de 30 habitantes, aunque, dice inspirada y patrióticamente el redactor de la Wikipedia, "en los fines de semana adquiere su mejor cara con la llegada de los hijos de la tierra" Y añade: "Si bien se ha respetado el trazado original del pueblo, las construcciones tradicionales de caliza, de pizarra y de adobe son residuales y están abandonadas. Desde lejos, parece que el pueblo estuviera divido en dos: de un lado el casco antiguo situado al norte, de otro las modernas construcciones, donde predomina el blanco". Efectivamente es así, y con el fondo descrito nos fotografiamos después de dar buena cuenta de nuestro almuerzo.


Son casi las tres de la tarde y emprendemos el camino de vuelta. La sinuosa pista, suponemos que de servicio del canal, de muy cómodo trazado aunque en lamentable estado de abandono, nos devuelve a las alturas que dominan el arroyo de la Lastra donde afluyen las avenidas de agua que proceden de las cárcavas. De allí a los coches, un paseíto descendente. Cuando llegamos son casi las cinco de la tarde y ya se hace gris la luz y fresco el aire.



Antes de despedirnos, algunos nos dejamos tentar por la propuesta para tomar un café o una bebida en una conocida pastelería de Torrelaguna. Así lo hacemos, confortablemente reunidos alrededor de una mesa y acompañados por los tentadores aromas de pasteles, bizcochos y mazapanes. Aprendemos, además, cosas tan sugestivas como la elaboración del "pan de agua" y salimos de allí cada uno con el paquetito para llevar a casa y recordar el día de hoy.

Suplementos


Salva ha imaginado mi particular aventura en términos épicos, heroicos. Yo se lo agradezco pero entre el raspaculos innoble al que me ví forzado y esto, hay una distancia.


Del trabajo fotográfico de Ignacio dejo aquí un par de espléndidas muestras. Hacemos planes para una exposición seleccionada y amplia para todos en algún momento cercano al final de curso.



sábado, 30 de noviembre de 2013

27 de noviembre de 2013, HAYEDO DE LA PEDROSA

Excursión que quizá se debería titular Puerto de la Quesera o Peña la Silla, a juzgar por la escasa atención que algunos de los excursionistas prestaron al desnudo e invernal hayedo. He preferido mantenerme fiel al título original, por aquello de la congruencia. Tanto da y vayamos por partes.

En la primera debe mencionarse el éxito de la convocatoria. No quiero suponer, que de suposiciones falsas están los juzgados llenos, que algo tuvo que ver la proposición de un final de paseo a borde manteles con unas así llamadas patatas revolconas como plato estrella. El caso es que 12 mierconistas, doce, acudieron puntualmente al lugar de la cita en Cotos. Mejor dicho, diez. José Luis A. se incorporó en Cerezo de Abajo y Paco A. omitió paseo, hayedo y otras menudencias para acudir directamente a la pitanza. Rodrigo fue el único ausente, con motivo, y bien que le pesó a juzgar por declaraciones posteriores.

Lucía un espléndido sol al llegar al remoto puerto de la Quesera, pero no se confunda el lector: los uno o dos grados de temperatura, con algo de viento y gran abundancia de nieve alrededor, recreaban ambiente casi siberiano. En lo de los ambientes y las regiones naturales el "casi" siempre me ha parecido una buena opción. Así, en el caso de La Siberia extremeña, por citar otra siberia, al este de la provincia de Badajoz, los límites no los establece una autoridad administrativa, sino cosas muy terrenas y naturales como el clima, la vegetación, la topografía, quizá el aislamiento secular. También en Los Monegros, en Las Merindades, en el Páramo de Masa, en la Vega de Granada, en la comarca del Sueve y en tantísimas otras alrededor del ancho mundo. Poner un pie a uno y otro lado de la raya imaginaria de una frontera es un juego infantil. Por rayas de ese tipo ha habido guerras. En un cartel que hay en el Puerto de la Quesera avisando de la raya de la provincia de Guadalajara, Comunidad de Castilla - La Mancha, alguien ha escrito con brocha y pintura, o con spray de grafitero, "esto es Castilla, no La Mancha". ¡En fin!


Ya solamente en el acto de atarse los cordones de las botas los dedos se manejan con torpeza por el frío pero, una vez comenzada la marcha, el paisaje agreste, la pesada nieve sobre los árboles, el centelleo de los cristales de hielo, el azul intenso, el aire tan sutil recomponen las fuerzas.

Hay una suave pendiente primero en terreno abierto y luego entre pinos hacia la Peña la Silla, objetivo provisional, alternativo y menor a la vista de las condiciones de la marcha. Ya se verá si se puede prolongar hasta el Pico del Granero y qué hacer con la bajada hacia el bosquete de hayas. De momento, el grupo camina animoso, locuaz como tiene por costumbre y sin signo alguno de división.



Mas, ¡ay!, al llegar a un punto donde la senda seguida hasta ahora confluye con la carretera que lleva a Majalrrayo, veintipico kilómetros más allá, al pie del Ocejón, algunos, como distraídamente, abandonan el camino de subida y se acogen, sin más meta ni propósito que hacer hambre para las revolconas, a las comodidades ofrecidas por la llana y nevada pista concebida para vehículos. ¡Allá ellos! Los restantes, cinco para ser exactos, elevan la mirada hacia la cumbre y hundiendo los pies en la nieve a través de la áspera costra de hielo, siguen avanzando lentamente fieles a sus propósitos.



Desde ese momento, la crónica solamente puede referirse al andar de estos últimos. Los otros luego contaron que habían proseguido su marcha por la carretera pública y comarcal hasta más allá de los límites de la "terra incognita", llegando a descubrir nuevos paisajes que estremecieron sus espíritus y afrontando peligros sin cuento. Verdad debió ser pues tuvieron más tarde que reponer sus menguadas fuerzas en significativas cantidades de patatas revolconas y recio vino de la tierra. Así que sigamos con los primeros. Una parte de la marcha fue de características similares a la hasta aquí recorrida: entre bajos pinares nevados, en una especie de corredor tan neto que hubiera sido necedad perder el camino. Allí se fraguaron algunas de las mejores fotos de esta mañana helada.



A la salida del corredor el camino de la cumbre gira hacia el norte. Ya no hay árboles y se avanza trabajosamente sobre la, en ocasiones, frágil costra de hielo. Las profundas huellas de unos excursionistas anteriores facilita de alguna manera la marcha, evitando al menos el sobresalto de una pisada que se hunde bruscamente hasta la rodilla. No dura mucho, sin embargo, la subida. Unas rocas más altas que el resto avisan de la proximidad de la cima.



Tampoco se deje el lector engañar por alguna fotografía: la Peña La Silla es un pequeño promontorio, hermano menor del Granero, un poco más allá, y donde hoy el frío viento es rey (en términos menos clásicos, el presidente de la república, que hay gustos pa tó) y el hielo, primer ministro.




Sin demasiada tardanza se emprende el regreso por el mismo recorrido y las mismas huellas. Algún resbalón inoportuno sin consecuencias y alguna herida menor en la pierna por el hielo cortante son sucesos apenas dignos de mención ni recuerdo posterior.



La reunión de ambas cuadrillas se hace en el puerto de forma cordial y amistosa, con gestos de alegría por el reencuentro, lo que demuestra que no hay deserciones ni divergencias que rompan la cohesión de acero del grupo. Antes de emprender el regreso en los coches, se propone hacer breve parada más abajo para visitar y fotografiar el hayedo de Pedrosa. Varios rechazan la propuesta y se orientan decididamente hacia las patatas revolconas, lo que confirma que no hay deserciones ni divergencias que rompan la cohesión de acero al vanadio del grupo.

La visita al hayedo de Riofrío de Riaza, que también así le llaman, depara múltiples satisfacciones a los amantes de la naturaleza y de la fotografía. Es un pequeño bosque en una empinada ladera por la que corre un arroyo. Las primeras hayas son viejos y grandes ejemplares, de muy abundantes ramas. De estar en Montejo, tendrían nombre y datación. Aquí viven un anonimato digno y distante que los ennoblece. Conservan apenas unas hojas teñidas de rojo y sus ramas desnudas apenas se cubren con un poco de blanco pudoroso...



De la belleza del lugar, aunque solamente para almas sensibles y no tan propensas a los placeres de la mesa, se deja seguidamente testimonio.




Cuando llegamos al restaurante de Cerezo de Abajo, los expedicionarios rebeldes se hallan reunidos confortablemente alrededor de una mesa redonda. Nos informan de que, entre las opciones del menú, se encuentran unas patatas revolconas. Yo opto por un pisto con huevo. Todo ello demuestra que no hay deserciones ni divergencias que atenten contra la cohesión de acero del grupo.

(El material fotográfico incluye fotos del editor y de Juan Ignacio. Se ha optado por no identificar al autor de cada una para demostrar que no hay divergencias ni distinciones que atenten contra la cohesión de acero del grupo)