sábado, 24 de enero de 2015

21 de enero de 2015, CASCADA DEL COVACHO

Querido Rodrigo,

Inicio esta crónica "desde el frío" con la fotografía del asiento reservado para tí en el restaurante de Hoyo de Manzanares donde se dio fin a la primera salida después de tu marcha. Con no demasiados miramientos, aprovechamos la silla vacía para dejar las chaquetas y situamos al lado del plato y cubiertos que no se utilizaron la tableta de chocolate que nos has legado generosamente por medio de los buenos oficios de Ignacio. Como sabes que la memoria es flaca y que dicen que la distancia es el olvido, previsora y cautamente te las has agenciado para no faltar del todo a nuestras citas y hacerte presente en carne mortal de cacao. Pues que sepas que te lo agradecemos muchísimo, que dimos de ella buena cuenta y que no era necesaria la deliciosa manda para que te echáramos en falta cada vez.



Y dicho esto a modo de introducción nostálgica y reconocida, pasa el cronista a describir sucintamente lo acaecido en este desapacible miércoles del mes de enero. La intención fue primeramente la de visitar el pico de las Tres Provincias, pero las previsiones de tiempo nublado, ventoso y frío aconsejaron buscar una alternativa en la vertiente sur de la sierra. Esa segunda propuesta, en el hueco de Siete Picos, se deshizo de igual forma por las abundantes nevadas y el riesgo de no poder llegar con los coches al punto de partida en las alturas de Cercedilla. Así que optamos por más bajas cotas y elegimos los alrededores de Hoyo de Manzanares para darnos un paseíto higiénico o, como Ignacio lo ha titulado con evidente exageración, una "camaruta". No obstante, mal pintaban las cosas el día anterior porque solamente nos habíamos apuntado cuatro de los doce, trece o catorce posibles excursionistas según se mire y se cuente. Afortunadamente se dio un arranque de ánimo en esa tarde y acabamos siendo siete los que nos reunimos alrededor de cafés con churros en un bar de Hoyo de Manzanares a las 10,30 de la mañana del miércoles que corresponde. Día frío pero soleado al comienzo, con previsiones de chubascos de aguanieve hacia las 2 de la tarde.

El lugar de comienzo de la ruta se mostró esquivo y a no ser por Gonzalo y su proverbial buena memoria hubiéramos empezado a andar a eso que se llama la hora de los panecillos. El cronista suplica a las beneméritas autoridades municipales y otras hierbas tales como institutos geográficos y cartográficos que se aclaren a la hora de denominar caminos, vías, calles, callejas, avenidas y otros lugares de tránsito: ¡buena gana la de dar ahora el nombre de un prócer local o asimilado a lo que se conoce desde tiempo inmemorial como camino viejo de Villalba! Eso sí, información miscelánea de escaso contenido, dudosa utilidad y gran autobombo que no falte.



Una casamata del Canal, testigo mudo de nuestra salida y nuestra llegada, a las 11 de la mañana pasadas y a las 2 y veinte de la tarde, respectivamente. En las fotos te invito a jugar al juego de las diferencias entre ambos momentos: la luz, el cielo, la nieve y no se si alguna cosa más. Pero lo que no se ve, el buen ánimo de los paseantes, es constante e inalterable; o "téntico" que decía mi recordado buen amigo Jesús, el de Valle de la Serena, lo que para él significaba, al tiempo, idéntico y auténtico.



Los tendidos eléctricos ornamentan nuestro paisaje de hoy. Son buena referencia para guiar nuestros pasos y también recordatorio de que eso del "noble salvaje" roussoniano y de la naturaleza primigenia son camelos post industriales a los que ni es posible volver ni deseable añorar, que bien está lo que tenemos y sin lo cual esta crónica a tí dirigida tardaría docenas de días en estar ante tus ojos. Bien y bastante haremos con cuidar y mantener, con no abusar, con gestionar la complejidad, con crear sin destruir, con tratar de mantener el orden y la belleza... De donde resulta que un inocente paseo por el campo puede suscitar tan simples y vulgares consideraciones en este cronista. No se las tengas en cuenta y sigamos con el paseo.



Damos con nuestros arrecidos cuerpos en un lugar en el que el arroyo discurre sobre amplias y pulidas lanchas de piedra. La sensibilidad fotográfica y vital de Ignacio nos hace reparar en la tranquila belleza del sitio y hacemos una breve parada que a no ser por la cercanía de la cascada del Covacho hubiera acabado en piscolabis. Nos contentamos pues con un mirar alrededor y darnos ocasión para percibir mejor el aire fresco, los mínimos copos volanderos, el rumor del agua sobre la piedra y otras pequeñas cosas de difícil enunciación.



La cascada del Covacho es una miniatura. Algún benefactor compadecido de su indigencia ha puesto allí al lado una mesa de piedra con sus bancos. Aprovechamos las facilidades para nuestro tentempié, sentados y ordenados como debe ser. Un par de caminantes con un bonito perro llegan también al enclave.
- ¿Son ustedes de por aquí?
- Nosotros, no
- ¿Y el animal?
- ¡Oiga, joven! ¡sin ofender!
Así que me callo prudentemente y me dedico a mis fotos y a mi plátano, agradecido por lo de joven y pensando que todavía me queda mucho por aprender.



La cosa no da para más, así que continuamos nuestra marcha, que el tiempo no parece mejorar sino todo lo contrario y que las previsiones de agua o nieve para las dos de la tarde se van a adelantar. Animados por el piscolabis y templados por la caminata, me parece percibir en el grupo un mayor contentamiento con el día que nos ha caído en suerte y con los parajes que recorremos. Nos toca subir por unas inclinadas lastras de piedra, de buen agarre para las muy técnicas suelas de nuestras botas. Apreciarás sin dificultad el paso firme y seguro de todos. Digo todo esto porque no es frecuente ver a los miembros de nuestro grupo caminar por superficies de sospechosa fiabilidad y, probablemente, porque las pequeñeces también deben formar parte de estas crónicas, como la forman de cualquiera de nuestros días.



Lo del adelanto de la nieve era verdad y obliga a sacar de las mochilas alguna prenda suplementaria. Compruebo que el fondo de armario de los compañeros es abundante en variedad y que no se la hacen ascos a la calidad "técnica" de la ropa de abrigo, con alguna excepción más inclinada a la austeridad y, digamos, "línea clásica".



Alguien ha colocado un pequeño guante perdido en una rama tronchada, en un gesto entre procaz y victorioso. Nos hace gracia y nos fotografiamos con él, como en uno de esos autorretratos tan de moda al lado de una figura del fútbol o del cine. De donde o, en consecuencia: existe la inocencia; la inocencia se hace presente en cualquier lado, en cualquier momento y a cualquier edad; hoy, en concreto, a las 12,57, en un punto no determinado del camino de Torrelodones a Moralzarzal.



Dejamos a nuestra derecha una gran casa en ruinas que parece situarse en la finca llamada El Cerrulén. Se hacen cábalas sobre el uso que tuvo la casa, que si gran vivienda de señores, que si casa de postas, que si alquería. No llegamos a ninguna conclusión cierta ni acordada y decidimos sensatamente dejarla donde está, que no se me ocurre qué otra cosa podíamos hacer. Flanquean el camino numerosos árboles muertos, secos, tronchados y también se conjetura si han sido objeto de plaga o de vertidos nocivos; si la tierra en que están ha pedido sus nutrientes; si algún ecologista les ha echado el mal de ojo por no ser especie autóctona.



La dosis de enigmas de la excursión de hoy se completa con unos restos de construcciones de piedra, de traza muy antigua, que se sitúan al lado del camino antes de iniciar la suave bajada hacia el arroyo de las Lanchas de Castilla, nuevo lujo de la toponimia. Braulio sugiere perspicazmente que parecen corresponder a una conducción de agua. Como a la tercera va la vencida, aceptamos la interpretación y por fin nos quedamos tranquilos.



Desde el arroyo, que se pasa sin mayores sobresaltos, queda una primera subida hasta alcanzar la linde de La Berzosa, con sus chalets de buena construcción y diseños variopintos, muchos de ellos cerrados esperando el fin de semana o la temporada de vacaciones, y una segunda, la más exigente del día, para regresar al mismo camino que tomamos al comienzo. Casi cien metros de desnivel de sopetón y luego desandar la buena pista hasta el sitio del Canal y de los coches.



Ni que decir tiene que ya se había decidido comer abordemanteles, aun y todo contando con la ausencia de Antonio. De manera que nos llegamos hasta el pueblo y tuvimos la suerte de dar con un acogedor restaurante que nos ofreció su menú de cocido y otras apetecibles opciones. El séptimo cubierto, vacante porque Gonzalo decidió no acompañarnos a la vista del empeoramiento del tiempo y el riesgo de nieve en sus carreteras, quedó para eso que Ignacio dio en titular como "ausencia presente", acogiendo las chaquetas y tu tableta.

Hoy los números no significan mucho. Los 10 km. y pico, las tres horas aproximadas de paseo y los trescientos metros de desnivel valen mucho menos que la decisión de salir, que la suave y breve nevada, que las pequeñeces grandes y que los enigmas minúsculos del día.

Te hemos echado de menos. Cuídate mucho de las rampas de garajes.



Firmado: Braulio, Gonzalo, Ignacio, José Luis, Pedro, Rafa y Paco.