martes, 27 de diciembre de 2016

21 de diciembre de 2016, CAMINO DEL TORMEJÓN

Los excursionistas han quedado, en esta mañana soleada y fresquita, en Armuña, municipio segoviano a 28 km. mal contados de la capital de la provincia. Las calles de Armuña, a las 10 de la mañana de este miércoles, están vacías y más vacías se quedarán si sigue la actual tendencia de irse sus vecinos a buscarse la vida en otros sitios más florecientes. Armuña ha perdido desde los 60 dos de cada tres de sus habitantes. Y este cronista piensa que no es buena cosa eso de abandonar el terruño a las primeras de cambio, como si el monte de las ciudades destino, populosas y azacaneadas, fuera todo orégano.

Como si se nos estuviera esperando, un bar sin nombre en la plaza del Caño abre su puerta a nuestra llegada. La tabernera nos sirve cafés y bizcocho de la casa, todo de calidad muy llevadera. Discreta, la tabernera no pregunta por el motivo de la reunión y nosotros no damos tres cuartos al pregonero antes de hacer como dos de cada tres armuñanos y poner tierra de por medio iniciando nuestro paseo semanal.

El paseo ha sido propuesto y organizado por José Luis H., que conoce la zona y saca todo el partido que se puede sacar a esta campiña de panllevar segoviana. El paseo es llano y corto, lo justo para servir de prólogo a un almuerzo ya programado. Los paseos con almuerzo programado, como éste, llaman mucho la atención y congregan mogollón de mierconistas.



La mejor vista de Armuña se tiene desde el cementerio, que es la primera de nuestras metas. Este cronista no se quiere poner becqueriano y melancólico, de manera que no se aprovecha de la oportunidad fácil de referirse al cementerio también como la última de las metas, al menos en el día de hoy. Las brumas de Castilla son, por lo regular, eventuales, y tienen la finalidad de suavizar y alejar los duros perfiles de los paisajes de la meseta, de manera que todo parece más distante.



Más allá de las tapias de cementerio hay un vértice geodésico que marca una elevación de interés para los trabajos de cartografía. El grupo se hace la ilusión de que, desde allí, las vistas mejoran las del cementerio. Sabiamente, uno de los mierconistas dictamina que todo es cuestión de perspectiva o de punto de vista, y no hay por menos de reconocer que no le falta razón.



El grupo vuelve sobre sus pasos y toma el rumbo del norte por el ancho campo, allá hacia la Ladera de Londevieja y con el Tormejón, río, cerro y ermita, como segunda meta del día.



No hubiera sido mala cosa toparse con algún lugareño y averiguar de primera mano detalles de la romería de la Virgen del Tormejón, de las actividades de la asociación de San Bartolomé y de la marcha de la propuesta de "gimnasia de mantenimiento", que se inició bajo los auspicios de la corporación municipal en el último trimestre del año pasado, y de su efecto en las carnes y en los espíritus de los armuñanos. Una lástima pero este campo está tan solitario como solitarias se nos aparecieron antes las calles del pueblo.


A falta de información verbal, bien está la del poste pulcramente rotulado, que nos indica situación y distancias. Así, averiguamos que nos encontramos en el Camino Vía Verde Natural del Valle del Eresma, cosa que nunca hubiéramos supuesto de haberse encontrado aún posada y asentada la vía del ferrocarril que, en tiempos menos verdes, discurría por aquí. También, que estamos a casi treinta kilómetros de Segovia y a distancias precisas y muy bien medidas de Ortigosa de Pestaño, de Nava de la Asunción y de Olmedo de donde el caballero. Y que, si seguimos todo tieso, llegaremos a la ermita de la Virgen del Torrejón, lo que encaja perfectamente con nuestros planes.

Damos con una bella ruina de ladrillo macizo, de color muy rojo al sol bajo y velado de esta mañana de miércoles. Como hay que encontrar interés en los detalles que nos salen al paso y motivo para la holganza, allí nos paramos entre cábalas acerca de su pasada utilidad y allí nos hacemos una de las fotos de grupo que van jalonando la andadura de los mierconistas.

Si hay algo que resaltar, hágase con la presencia de Paco A., tan escasa últimamente entre nosotros. Menos mal, podría añadirse, que las perfumadas brisas de levante no le han hecho olvidar a los compañeros de la capital del reino. Más adelante, ya casi al pie del cerro, atravesamos el cauce seco del río Tormejón y disfrutamos de la vecindad de una chopera, tan elegante y desnuda o quizá elegante de tan desnuda.




Cabe los muros de la ermita -de escaso interés arquitectónico y, por eso, ausente su foto "de cuerpo entero"- tiene lugar el piscolabis, al solecito y de la forma austera y frugal que esta peña de amigos practica. Si atienden al detalle de la foto inferior, lo podrán comprobar por ustedes mismos.



Como de costumbre, el trazado de la ruta incluye un tantico de aventura de la que presumir ante los nietos y otra gente crédula que nos escuche de buena fe. En este caso, la aventura tiene lugar en el descenso hasta el cauce seco del río y en la breve subida hasta el Alto del águila. Todo pequeño, fácil y de andar por casa, como si dijéramos. Tanto, que el alto del águila más bien parece el del gorrión. El cronista se ha esforzado en fotografiar las temibles pendientes que asustaban a Braulio, pero ni por esas.



Ignacio no ha satisfecho totalmente su sed de aventura y escala una imponente roca que alguien ha dejado por allí. Para compensar, también alguien ha alfombrado nuestro camino con un tapiz mullido de hojas secas. Hoy en día el campo está muy cuidado y no faltan detalles para complacer tanto a los espíritus más temerarios como a los más indolentes.



Ya solo queda la aventura del camino carretero, que no es ni poca ni mucha según se mire y según la imaginación de cada cual. Distintos colores de los celajes y de la buena tierra, más fruto de la impericia del fotógrafo que es este servidor de ustedes, que de la cambiante luz de esta tarde del invierno que hoy comienza.



Llega el momento de poner rumbo al restaurante de Santa María de Nieva donde se han encargado unos cuartos de cordero y de lechazo con los que remediar el ayuno sufrido desde la hora del piscolabis. En Armuña aún se hace un hueco en la apretada agenda para visitar una fabriquilla artesanal de quesos, con su cuba de filtrado y coagualación a pie de acera. Dicen los que los han catado que los quesos son ricos y la fábrica, además de ecológica, sostenible, interprétenlo ustedes como quieran.



Dada buena cuenta de las viandas, que no fotografío por parecerme cosa más bien ordinaria y siempre alejada de la realidad del gusto, que es lo que, al fin y al cabo, cuenta, se procede por parte de Salva a entregar dibujo alegórico de la fraternidad de este grupo y diplomas varios de reconocimiento de méritos y deméritos. Todo ello se me antoja de difícil interpretación para quienes no formen parte de esta mesnada, así que no los reproduzco aquí, aunque sí los he puesto a salvo entre mis incunables. Significo, no obstante, que, tras un profundo examen de los pliegos, se produjeron numerosos parabienes y abrazos al autor y deseos de felicidad navideña y de venturas en el nuevo año para todos, incluido Fernando C., muy de estas tierras y que se unió al grupo en esta singular ocasión.

Y ya no les aburro más y me despido con el imprescindible mapa de Ignacio. Eso, feliz Navidad y feliz Año Nuevo.