sábado, 23 de marzo de 2019

20 de marzo de 2019, EL PINGANILLO

Antes de que un pinganillo fuera esa cosa que hoy llevan tantos enchufada en la oreja, se llamaba así a un carámbano de hielo. Tengo para mí que el monte al que hoy dirigimos nuestros pasos tiene más que ver con carámbanos que con lo otro pero no podría afirmarlo: ya saben ustedes mi opinión acerca del mal camino que lleva la toponimia. Pero estos son distracciones y lo cierto y verdad es que hoy nos hemos reunido en un bar de Miraflores, sobre las 10, la mayoría sabia alrededor de cafés con churros, y con la intención de llegarnos hasta un monte que se llama El Pinganillo y que está más o menos por debajo de La Najarra, monte mucho más importante y conocido, en su lado norte.



Traigo aquí esta foto de tres participantes de la expedición para compensar el exceso de paisajes que luego vendrá y para dar idea de la temperatura con que nos recibió el puerto de la Morcuera en un día soleado y sin viento. Desde la fuente de Cosío echamos a andar, allá hacia las 11 menos cuarto de la mañana, en descenso pronunciado, salvando casi al empezar un cercado de alambre y atravesando un bosque de pinos en el que también hay otros árboles. Ignacio y Antonio conversan y creo que planifican un viaje -y quédense los lectores ajenos con la curiosidad- al tiempo que un árbol que no es un pino se muestra intrincado como un encaje de Brujas en sus ramas desnudas.



Dejamos atrás el bosque al llegar a la pista del GR 10.1 y el descenso se hace mucho más suave. Bastante más adelante, el vivero forestal sigue en su sitio y en el mismo estado de ánimo mustio que en nuestra visita anterior, allá por las calendas de septiembre del año pasado. ¿Dónde estás, Universidade de Évora, que tan abandonado me tienes?, ¿dónde, CSIC?.



Allí mismo abandonamos la pista y ascendemos por la más que tolerable pendiente de Los Barracones hasta una extensa llanura situada, según la topografía del IGN que puede ver el lector al final de esta crónica, justamente entre un lugar rotulado en el mapa como El Pinganillo y otro que se designa de idéntica forma como El Pinganillo. Es decir, que probablemente nos encontremos ya en la cercanía de El Pinganillo, nuestra meta, lo que no deja de ser muy tranquilizador.



Las hermosas vistas, la hora, alguna somera indicación del organismo y José Luis, por supuesto, nos invitan a detenernos allí, buscar asiento y acometer el piscolabis.



Luego, es decir, después del refrigerio, nos da por acercarnos al Cancho de la Zorra, tan carente de zorras o zorros como de barracones estaba la cuesta arriba mencionada anteriormente; se ve que hoy este cronista está de malas con la toponimia. Pero ese cancho, lugar impreciso in the middle of nowhere, no carece de vistas, especialmente de la vertiente norte de la imponente Najarra.



Y bajo la Najarra posa el grupo para una foto y el cronista aprovecha para hacer el recuento de efectivos. De izquierda a derecha: Antonio, Joaquín, José Luis, Gonzalo, Rodrigo, Aurelio, Pedro e Ignacio, que ha decidido dar la espalda al menda que hace la fotografía, él sabrá por qué.



No contentos con la victoria sobre El Pinganillo duplicado y sobre el Cancho de la Zorra, se emprende a continuación el acceso a la tercera cumbre del día: la que domina el Hueco de los Ángeles, que digo yo deben ser los ángeles caídos, de tan vertiginoso y profundo el tal hueco. Y mirando hacia el otro lado, es decir, hacia el sur, el gran bosque y la cima un tanto roma del Bailanderos con sus 2.133 m.



Han pasado dos horas desde el piscolabis y puede que ya sea la hora de comer. Las bolitas de queso y el plátano están bien y distraen, pero el bocadillo es el bocadillo y el muriel es el muriel. Este cronista utiliza la minúscula no por hacer de menos al sabroso y, al tiempo, delicado caldo sino por haber querido convertirlo, gracias a sus méritos, de nombre propio en nombre común, sinónimo o equivalente para este grupo de vino único y default (hoy me ha dado por el inglés, como antes me dio con lo de la toponimia, ustedes disculpen) de nuestras andanzas. Y todo por culpa (es un decir y ya se me entiende) de Aurelio, generoso descubridor y proveedor del "trago de bon vino" que diría el de Berceo. Sentados en buen asiento, dominando el paisaje desde nuestra atalaya - comedor, en paz entre nosotros y con lo que nos rodea, podríamos haber alargado la sobremesa, pero decidimos seguir nuestro paseo una vez disfrutado el último bocado de chocolate de Rodrigo y hecha una nueva foto del grupo.



El descenso del Hueco de los Ángeles hasta coger nuevamente la pista del GR-10.1 pone en la digestión el poquito de sal y pimienta del que habitualmente carecen nuestros bocadillos. Hora es de comprobar el efecto de sazonar el chocolate y el muriel y los whiskises, que yo sé que algunos puritanos solamente practican la hidratación y la glucosa en el monte y así les va. Pronto -en apenas un cuarto de hora- se llega al bosque, el de allí abajo, el de solamente pinos muy altos, muy rectos y muy acogedores.



En la pista, y eso que es la hora de la siesta, Joaquín se escapa y se pone cien o doscientos metros por delante. Este cronista siempre ha admirado el talante y el semblante optimista de Joaquín y nunca se ha creído que sus suspiros significaran otra cosa que risueña aceptación resignada de que una pendiente se encuentra ahí precisamente para subirla y no para quedarse mirando so pena de no volver a casa. Así que el cronista no tiene de qué asombrarse con esa especie de sprint y decide imitarle y ponerse a su zaga. De eso, más o menos, tratan las fotos de debajo, desde el tirón inicial hasta la obligada espera a los compañeros, sentado en el sitio donde hay que dejar la pista y desviarse hacia el puerto.



Y, también debajo, unos bonitos ejemplares (siempre foto de la izquierda) de yeguas tomando el sol. La otra -también con ejemplares aunque en un sentido diferente- recoge en un contraluz un instante del camino a casa.



En la fuente de Cosío hay un reloj de sol que marca la hora con la precisión suficiente a los efectos de este paseo y de otras caminatas por la sierra. Allí se vuelve a retratar el grupo, muy contento de la jornada y de la bonita tarde que se ha quedado. Para los partidarios de la precisión digital, que solamente ven en los relojes de sol una reliquia de otros tiempos y que no se fían de lo que señalan, diré que la foto se tomó exactamente a las 16:21:18 y que acabábamos de llegar. El cronista retrata también a Rodrigo y Joaquín felicitándose por la grata jornada. Por cierto, que el rojo del coche de Aurelio le tiene sorbido el seso a este cronista.



Algunos recalamos otra vez en el bar de Miraflores para despedirnos con unos cafés y unos refrescos. Ignacio dice que se han hecho casi 14 km. en las 4 horas netas que hemos estado caminando; y que como han sido 515 m. de desnivel los que, a lo tonto, se han ventilado en esta salida de miércoles, han caído nada menos que 20 aurelios. ¿Pasa algo?.




lunes, 18 de marzo de 2019

13 de marzo de 2019, DOS CÁRCAVAS



Dice José Luis H. sobre este paseo que el cronista se ha perdido:


Repetimos hoy ruta por la zona de las Cárcavas (barrancos estrechos y profundos formados por la acción erosiva de las aguas de lluvia) en el término municipal de Valdepeñas de la Sierra de la Provincia de Guadalajara. A diferencia de la ruta realizada por este grupo el 4 de diciembre de 2013, en la que visitamos solo las Cárcavas situadas en un lugar relativamente próximo a Alpedrete de la Sierra, es decir, las más conocidas y “turísticas", esta vez haremos algo más amplio visitando también las situadas en las proximidades del Corral de las Palomas.

Como entonces, comenzamos la jornada dejando los coches cerca del Pontón de la Oliva. Desde allí iniciamos la marcha por el tramo del GR-10 en paralelo al Arroyo de La Lastra, aproximadamente a la cota 718.

En esta ocasión somos 9 los mierconistas presentes: Pedro (líder), Gonzalo, Ignacio, Rodrigo, Aurelio, Joaquín, Antonio, ¡Paco Álvarez! y el cronista que suscribe. Un zapador, un fotógrafo zapador y 7 mierconistas de infantería. Los dos primeros harán una incursión por el interior de la primera Cárcava para subir al final de la misma, mientras el resto subiremos por el exterior hasta alcanzar la cota 970 en el punto donde nos encontraremos.

Enseguida alcanzamos el punto en el que nos separamos próximo a la entrada de la Cárcava, más o menos a cota 760. Son las once y cuarto de la mañana. Tenemos la suerte de llevar fotógrafos por ambas vías de ataque.

La subida por el exterior es fuerte, el ánimo bueno y el paisaje, aunque árido, espectacular. Tardamos tres cuartos de hora más o menos en la subida, con alguna parada para recrearnos en la magníficas vistas, hacer una primera foto del grupo y también de los expedicionarios del interior a punto de culminar su hazaña.



La subida por el interior es difícil de explicar por alguien que no formó parte el equipo de esa expedición, así que lo mejor es que la contemplen ustedes a través de algunas de las magníficas fotos realizadas por los especialistas.






El encuentro se produce al filo del mediodía, lo que coincide con la hora habitual del piscolabis. Un buen momento para el intercambio de experiencias, chascarrillos y viandas. Los chascarrillos incluso se pueden intercambiar con otros paseantes que por allí transitan y son, o parecen, más o menos de nuestra quinta.



Reanudamos la marcha a eso de las 12:30 en dirección a la segunda Cárcava. Enseguida nos encontramos con el otro grupo de colegas que había hecho también un alto para reponer fuerzas. Continuamos la ruta para pasar muy cerca de un lugar llamado Guadarrama situado en la cota 990. Lo más alto de la jornada. Pronto atravesamos una pista que va hacia Alpedrete de la Sierra.

El camino es ahora cómodo, con poca pendiente, entre jaras que empiezan a despertar después del letargo invernal. A nuestra izquierda una instalación de alambre con cierta carga eléctrica, suponemos que para evitar que el ganado no se precipite por los barrancos de las Cárcavas.



Más o menos a las 13:30 alcanzamos las proximidades del Cerro de la Saturda, es decir, de la Cárcava 2, que así se identifica en nuestro plano, y del lugar llamado Corral de las Palomas. Aquí nos entretendremos un buen rato, el sitio y su entorno lo merecen. Hay que disfrutarlo y dar tiempo a que los fotógrafos den rienda suelta a su afición y también para hacer una original foto del grupo que dedicamos a los ausentes.

Como se puede apreciar en la foto, en la zona existe además un autentico y original corral, que suponemos da nombre al lugar. No se ven palomas, tampoco cabras ni algún otro animal, pero si indicios de tener cierta vida o actividad.



La Cárcava 2 es menos espectacular que la primera pero más variada. Con menos “torreones”, también llamados “chimeneas de hadas”, pero con más vegetación.

Se aproxima la hora de comer e iniciamos la bajada. Lo hacemos monte a través o por un camino imaginario trazado al efecto. Pero con alguna que otra dificultad, bajamos bien. Y en hora.



Encontramos un lugar cómodo, con piedras variadas, olivos que proporcionan sombra para el que la quiera y, en fin, todo tipo de comodidades propias que se suelen requerir en este grupo tan castizo. Como de costumbre, no falta en buen vino y la buena conversación. Hoy, además, Rodrigo nos obsequia con un extraordinario chorizo que ayuda mucho como aperitivo.

Rodrigo no deja de sorprendernos. A los postres, además del consabido chocolate, hoy organiza una “tómbola” en la que sortea productos exóticos, alguno con curiosa utilidad. El que quiera más información que pregunte.

Después de este agradable rato, ahora toca afrontar la parte “pobre” de la jornada, el regreso. Lo hacemos, más o menos durante tres Kilómetros, por la carretera asfaltada CM-123 hasta alcanzar, en el km. 15, un lugar llamado Haza Malvas donde giramos a la derecha de nuevo por una pista de tierra. Este último tramo es ameno, cerca del cauce del río y con árboles. También atravesamos una especie de sorprendente urbanización ya muy cerca del lugar donde dejamos los coches esta mañana.

No siempre se puede pero hoy si. Rematamos la jornada en Torrelaguna tomando un refrigerio con cafés y pastas variadas. La cafetería-panadería es una vieja conocida. Aunque la propiedad del negocio ha cambiado y el local ha sufrido alguna transformación, el producto no desmerece.

Pues aquí lo dejo. Hemos caminado 11,9 km. con 305 m. de desnivel acumulado. Hemos disfrutado y hemos planificado la próxima jornada.

Como los terrenos encarcavados, este grupo está en continuo dinamismo.










Parece ser que la crónica no estaba completa. Este editor, ausente, no podía saberlo. Pero Salvador, también ausente, sabe siempre más y me pide que incluya, como suplemento de la narración de José Luis, estas letras. Aquí van.


LA SUBASTA
CUENTO PALEOSERÁFICO BASADO EN LA CRUDA REALIDAD


Todo había ido bien: el tiempo maravilloso, el camino fascinante, la compañía por encima de
toda ponderación, la comida excelente y el chocolate… ¡¡Ay ,Dios Santo qué chocolate!!
De improviso, Rodrigo, hasta entonces sonriente, sacó de su mochila dos cajitas estrechas y
alargadas.

- ¡Y ahora, amigos míos – dijo a voz en grito - procederé a vender en pública subasta
estos dos maravillosos relojes de pulsera de la marca NISU cuyo valor unitario sobrepasa
los doscientos mil euros! ¿Quién desea, por muy poco dinero, regresar a su hogar
luciendo en su muñeca esta auténtica joya? ¿Quién quiere pujar? ¡Quiero ofertas, ofertas
quiero!

- Dos euros, por los dos – dijo Joaquín con sonrisa de conejo.
- ¡Diez euros por el de la correa de piel de ornitorrinco murciano! – exclamó Aurelio.
- Veinte por el otro – susurró José Luis con el ceño fruncido.
- ¡Veinticinco!
- ¡¡Treinta!!
- ¡¡¡Cincuenta!!!

Apenas dos o tres minutos después la subasta había concluido. Aurelio miraba embelesado el
reloj que ya era suyo mientras que Joaquín ocultaba el que había conseguido hipotecando su
casa en lo más hondo de su mochila.

- Oye, Rodrigo – dijo Aurelio - ¿Cómo demonios se pone en hora este reloj?
- Es verdad – apostilló Joaquín – Yo tampoco consigo ajustarle.

En ese mismo instante la figura de nuestro amado Rodrigo sufrió una espeluznante
transformación: su piel se tornó oscura como un pecado mortal, sus dientes, sorprendente largos,
centellearon al sol del medio día mientras que de su cuerpo emanaba una luz rojiza.

- ¡Necios! – exclamó con una voz profunda y amenazadora - ¡Os habéis dejado llevar por
la codicia! ¡Tenéis en vuestras manos el instrumento de vuestro castigo! Ese reloj no
señala hora alguna sino las horas, minutos y segundos que os restan de vida… Dijo mi
compadre Belcebú – y es de rigor creerle - que no hay peor castigo que el conocer el
momento de tu muerte. ¡Sufrid pues hasta que os precipitéis en el abismo en el que reina
el llanto y el crujir de dientes!

Aurelio y Joaquín rodaron por el suelo presa de la desesperación. En ese momento, una luz
cálida y reconfortante iluminó la escena. Un delicioso olor a jazmín y a madreselva apagó el
hedor a azufre que brotaba de los sobacos de Rodrigo. Todas las miradas se volvieron hacia
Antonio, un Antonio que resplandecía como una joya y cuyas ropas se habían tornado en túnica
etérea y de un blanco purísimo.

- ¡Alto, Rodrigo! – dijo con el aplomo que solo la santidad concede a sus elegidos – No
quieras corromper a los que han sido tus amigos y compañeros durante tantos y tantos
años. Entregadme esos relojes malditos y quedad libres del maleficio que el Maligno
había lanzado sobre vosotros.

Joaquín y Aurelio entregaron sus relojes al nuevo Antonio.

Con un temblor convulso Rodrigo se desmoronó quedando reducido a un montoncillo de polvo
negruzco que la brisa dispersó.

El Transfigurado sonrió a sus amigos y les dijo:

- Adiós, hermanos… Mi misión ha concluido. ¡Sed felices y que la fortuna os acompañe!

Antonio, lentamente, se elevó sobre el terreno, ascendiendo hacia lo alto. Sus compañeros, de
rodillas, lloraban de dolor al perderle. Ya muy alto, muy por encima de las cumbres de la Sierra del Guadarrama, Antonio dejó de sonreír, miró los dos relojes y musitó:

- ¡Joder la que he tenido que montar para quedarme gratis con los dos relojes!

domingo, 3 de marzo de 2019

27 de febrero de 2019, POR EL RIO PERALES

Antonio nos propuso, en este día de primavera anticipada, un bonito paseo por el campo, cuajado de aventuras; para afrontarlas, quedamos a las 9,45 de la mañana en un bar de Quijorna donde acompañamos con churros el café habitual. Desde allí, nos dirigimos a Navalagamella, a reunirnos con Gonzalo que había prescindido del café y también de los churros, ¡ay!.

La aventura del trazado urbano

El trazado urbano de Navalagamella desalienta la conducción de vehículos a motor, incluso de los provistos de tom-tom o sistema equivalente, porque sus calles, unas cortas y otras largas, unas anchas y otras estrechas, o sea, como las cualquier otro pueblo, van y vienen a su aire, alocadas, con un desenfado propio de jóvenes bromistas que se quedan contigo, o con el resabio de viejos cazurros que esperan verte pasar una y otra vez sentados al sol. Se puede buscar un determinado sitio y dárselo de narices cuando menos se lo espera uno o hacer varias veces inútilmente un recorrido tan quebrado y sobresaltado como ese del antiguo juego del comecocos que todos recordamos. La primera aventura del día, sin embargo, acabó bien, con Gonzalo ya en su sitio -que era el acordado previamente- y los demás también, un ratito más tarde. Todo lo dicho en nada puede disminuir mi aprecio por Navalagamella, que lo tengo y es verdad.

La aventura de la hidráulica

Que comenzó pronto, una vez recorridos los primeros cientos de metros -algún kilómetro- de buena pista, disfrutando de la mañana y de las conversaciones que diría Manolo Rincón. Un tubo gordo -igual es un gasoducto pero no lo creo-, unas doctas referencias a las fuentes de energía, su presente, su futuro y su sometimiento al dictado de las modas y, finalmente, la entrada, un poco más escabrosa, en la zona del río conocida como la de "los molinos del Perales".



Ahora, después de detenernos un rato para admirar uno de los molinos y hacernos unas fotos, las doctas referencias son las de Joaquín, que nos ayuda a entender mejor los didácticos paneles que salpican el trayecto. Como diría el propio Joaquín, esto sí es "disfrutar aprendiendo", y no tanto algunas propuestas didácticas imaginativas con las que se distrae a tantos escolares de hoy en día. Esto de las propuestas imaginativas es de mi cosecha exclusiva y lo digo por si alguien se llama a andanas, no vayan a meter a Joaquín en el mismo saco.



Todavía en la parte de aventura de la hidráulica, aparece la referencia a los "hidráulicos contemplativos", concepto nuevo para este cronista y del cual ni se hace responsable ni se atreve a desentrañar por tratarse de materia sensible al tiempo que compleja. Y, aún más, tiempo hay en este tramo de tomar el piscolabis casi "abordemanteles" y de disfrutar de la vista de las aguas del Perales, ahora remansadas y fotogénicas aunque sucias.



La aventura de las puertas del campo

Antes de cruzar la carretera, siguiendo aguas abajo el Perales camino del embalsito de Cerro Alarcón, al que hoy no pensamos llegar, pasamos al lado de una casa situada en un bonito paraje, con sus altos pinos y sus almendros ya en flor. La casa está cercada y protegida de miradas indiscretas con una lona verde que molesta menos a la vista que si fuera de color naranja, un suponer.



Al otro lado de la carretera hay otra casa o quizá caseta, ésta sin vallados ni biombos pero aparentemente en desuso. Ahora se hace más difícil seguir el curso del río por su orilla, de manera que hay que trepar algo hasta el llano. Al poco, una nueva cerca y otra más allá y una casa y un camión y una excavadora. No hay más remedio que buscar el paso franco para seguir nuestra ruta, así que se mira el gps y se mira el terreno y el horizonte y los mapas; y finalmente se pregunta al maquinista. Total, todo para cruzar un terreno vallado de menos de cien metros y venir a caer a una carretera. No parece que haya más remedio que poner cercas y puertas, si no al campo sí en el campo y buscar la forma de moverse entre ellas y a través de ellas.

La aventura de las cunetas vertedero

La foto que sigue a estas líneas es engañosa en un doble sentido: esas flores, propias del "hanami" o "sakura" japoneses, ocultan además de a Rodrigo -excúsame, compañero- una vulgar carretera por donde recorrimos unas docenas de metros de nuestra ruta; ocultan también el inmundo basurero de latas de bebidas, bolsas y botellas de plástico, envases de comida rápida y otros innombrables deshechos en que automovilistas desaprensivos han convertido las cunetas de la M-510. Aventura deplorable a poco de concluir el paseo de hoy. Algunas de las latas son devueltas por este cronista al asfalto de donde salieron, con rencor que no oculto y solamente con la intención de hacer visible tanto escondido y vergonzoso desmán. Y es que ¿a quién no le gusta el sonido cascado de una lata vacía rodando por la carretera?.



La aventura del garigolo

Se dice en internet que los fortines o búnquers de la Guerra Civil que todavía pueden verse en Navalagamella se conocen en este pueblo como garigolos, sinónimo por lo que parece de chamizo o pequeña construcción auxiliar y ahí me quedo. Nuestro grupo de paseantes abandona la carretera de las cunetas - vertedero justo donde existe un muy fuerte nido de ametralladoras, en parte construido y en parte excavado en la roca. Un rato de exploración aventurada, evitando caer a las trincheras y evitando la tentación de penetrar en las bocas del fortín. Mínima aventura si se quiere, en el sepia de hace más de ochenta años, más de ochenta años digo. Y luego, enseguida, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Estrella y puede que la calle El Fresno, en nuestros últimos pasos antes de la aventura final del día.



La aventura de un cocido en espera



Un cocido madrileño es siempre una empresa aventurada, especialmente cuando ya no acompaña un aparato digestivo robusto y sólido como el drive de Rafa. Pero de eso se trataba desde el principio de los tiempos en que Antonio apuntó a Quijorna como meta y culmen de nuestra excursión de este miércoles con su conocida pericia en estas labores. De manera que se superó el obstáculo de la larga espera y el de la multitud de comensales y el no pequeño de la impaciencia y el hambre, haciendo los honores a los afamados garbanzos quijorneros y su compaña con su sopa previa. Y no pasó nada a nadie de los 9: Antonio, Aurelio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro, Rodrigo y servidor.

Seis aventuras por el precio de una, más de siete kilómetros para abrir boca y casi doscientos metros de desnivel: ¿quién da más?