domingo, 14 de junio de 2020

10 de junio de 2020, POR EL CONVENTO DE SAN ANTONIO

Rodrigo sigue océano de por medio y éste que vamos dejando atrás ha sido un tiempo distinto. El cronista no tiene intención de modificar el estilo de estas anotaciones en el cuaderno de bitácora pero por ahora decide volver al género epistolar, ya difunto y enterrado por el email, el whatsapp, el twitter, el instagram y otras armas de confusión masiva. 


 Querido Rodrigo:

Mucho me alegraré de que estéis bien; nosotros bien, a Dios gracias. La vieja fórmula, de la carta escrita despacio, a veces dictada a quien sí sabía escribir, vale ahora más como introducción, casi como un santo y seña. La peste oscura, como en los tiempos en que se escribía a la luz de un candil, ha hecho de las suyas, en el fondo de las de siempre, pillándonos por sorpresa, desguarnecidos, inermes, ¡tan fuertes nos creíamos!

Estamos bien los que tú conoces de estos miércoles; algunos muy lejos como tú y algún otro también lejos pero no tanto. Ahora, rehaciendo poco a poco ritmos y rutinas, costumbres que no queremos abandonar, que no debemos abandonar. Como la de estos miércoles de andar en compañía, de verse y charlar, de compartir tiempo, gustos, pensamientos y deseos, aficiones; y chocolate y almendras y bolitas de queso y vino y lo que se tercie; compartir, como ahora les enseñan a los niños para que se dejen arrebatar los juguetes aunque sea momentáneamente. Esto pasará aunque deje, como la vida misma, personas y cosas detrás de los que siguen haciendo camino. Este miércoles hemos vuelto a hacer camino algunos, bastantes aunque no todos y ya contamos los días para que los ausentes vuelvan a hacerlo con nosotros.

Hoy hemos estado de marcha Antonio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Marc, Rafa, Salva y un servidor. Gonzalo dio el primer paso y, como muchas otras veces, quedamos a las 10 en la gasolinera donde se toma café, las caras medio tapadas pero la sonrisa en los ojos y eso no tiene precio. Desde allí, en muchos coches para el número que éramos, es decir, repartidos, al Convento de San Antonio, debajo de la sierra de la Cabrera.

Un día espléndido, de sol y alguna nube de adorno, de buena temperatura y un aire fragante de hierbas y flores, que hoy sí que se aprecia y se agradece, más de verdad que otras veces en que la fragancia aparecía en estas líneas casi como recurso literario. El caso es que ahí nos tienes, Rodrigo, a punto de echar a andar y seguro que nos recuerdas y nos reconoces.


Como probablemente te gustaría acercarte más, tentación ahora más frecuente tras la obligatoria limitación de las distancias, te ofrezco un par de vistas más cercanas. Ya sabes que el gran angular tiende a deformar las figuras, de manera que no deduzcas a la ligera si aquél ha engordado o aquél otro ha perdido peso. Yo los he visto como siempre y, si no, que cada uno te de la versión que más se acerque a la realidad o a su perspectiva.


Sí es verdad que, a pesar de tanta buena práctica con la gimnasia sueca y el paseo por el barrio de cada uno durante estos meses, la forma física ha mermado en casi todos. Y aquí tampoco quiero hacer distinciones pero ya te anticipo que los magros cinco kilómetros y pico de este día se hicieron al menos tan largos como una legua y media. La intención inicial, buena intención, era la de dar un paseo y así se anunció; sin embargo alguno hubo que sostuvo que con esa inclinación y ese terreno descompuesto y resbaladizo, de paseo, nada. Ahí tienes el botón de muestra en esas fotos para que tú mismo juzgues.



Ya me disculparás, tú y otros lectores de esta carta. Traigo esta excesiva muestra botánica por lo de las fragancias que te decía, por la novedad de las flores campestres y por recordar, ignoro por qué motivo, la literatura inglesa donde nunca falta la referencia a las glicinias, crisantemos, buganvillas, rododendros, delfines y lupinios, caléndulas, prímulas, acianos y demás especies silvestres y de jardín. Si además de cronista fuera este amigo tuyo novelista inglés, no dudes de que cada una de esas muestras florales de las fotos vendría acompañada por su nombre. Pero como no lo soy, tampoco botánico y sí un contemplativo de las cosas bonitas, ahí te las dejo, no tituladas y para que compares su modestia con la exuberancia de la flora tropical.



Sin acercarse tanto como en las fotos anteriores, predomina en el paisaje el amarillo de la retama, el verde de los abundantes matorrales y el gris matizado de líquen de los bolos de roca. No se anda deprisa y se aprovecha cualquier oportunidad para hacer tertulia, descanso, piscolabis. Hemos cambiado de vertiente en esa especie de collado donde ves al grupo y ya damos vista al Mondalindo hacia el norte y a Valdemanco hacia el oeste. Después de dos meses de mullidos sillones hoy la roca que nos sirve de asiento nos parece escaño cómodo y apreciable y creo que ni siquiera echamos de menos las almohadillas de tu regalo.



Después del piscolabis y de saber de los planes de veraneo de unos y otros en este tiempo tan lleno de incógnitas, volvemos la cara hacia el sur y emprendemos el regreso como si ya hubiéramos llegado a algún sitio. En el fondo eso es, a mi entender, lo que caracteriza a un paseo, un ponerse a andar sin que la meta, el horario, la altura, la longitud, impongan sus condiciones. Fíjate si es así que la decisión en este punto consiste en si volvemos por las antenas -unas antenas- o por el cementerio de Valdemanco. Ya te digo, puestos a pasear tanto me da pero sugiero las antenas. Sale, sin embargo, no sé si por mayoría o por decisión de los que más voz tienen, el cementerio y este cronista, hoy remitente de tu carta, se queda tan contento y aprovecha para fotografiar otra vez al grupo.
 


Apenas la una y media de la tarde y Gonzalo advierte que este pequeño collado que acabamos de remontar es un buen sitio para el almuerzo, mejor que lo que queda de recorrido hasta el convento. Yo, como voy de paseo, me avengo nuevamente a la opinión de la mayoría, tan sabia que vale igual para un roto que para un descosido. Sale quedarse aquí y, como el sol ya pica, busco un resguardo a la sombra donde abrir la lata de sardinas mientras los demás se instalan más a la intemperie, ávidos de este sol de junio que todavía no abrasa. Son cosas del confinamiento o de la vejez. O del natural más bien fogoso como el mío que se pirra por las brumas nostálgicas de Asturias y de Cantabria.

Cuando veo la foto de tu chocolate, que Gonzalo provisiona puntualmente, me da por recordar que este día se me pasaron las bolitas de queso de Ignacio a la hora del piscolabis. Y no sé si es que él, que se había pasado entrenando varios días para lanzarlas hacia cada uno guardando las distancias, finalmente no las trajo o es que este menda andaba despistado y no atendió a la hora del reparto. Como la cosa ya no tiene remedio, pongo al lado de la foto de tu chocolate la de una bola de piedra mientras rumio que menos da una piedra y que camarón que se duerme se lo lleva la corriente. Perdón, "esguila" quise decir.




Desde nuestro collado - comedor hasta el sitio de los coches, al lado del convento, y como puedes ver en el mapa, unos cientos de metros y apenas veinte minutos de relajado paseo para facilitar la digestión. Pensando en nuestra fragilidad y en este virus letal me fijo en el recio y viejo pino que se ha abierto camino en la vida sin apenas sitio, doblando el espinazo y apoyándose en los obstáculos.


Apenas las dos y media de la tarde y ya a pie de coches... y de convento. Sin ganas de terminar la jornada se barajan alternativas para buscar un lugar donde tomar un café o un refresco. Gonzalo, que ha conducido la jornada desde su origen, ofrece su casa para rematarla y allí nos vamos con alguna excepción de quien tenía deberes pendientes para esta tarde. Alrededor de la mesa, con cafés que Antonio había mercado en la gasolinera para celebrar su onomástica, con las cervezas del anfitrión y la compañía de Elvis, tan atento y tan alegre, hicimos votos por la vuelta a la normalidad y por la vuelta tuya y de otros ausentes.


Me despido, Rodrigo, y te envío el más cariñoso y cercano (en la medida de lo posible) abrazo de parte mía y de todo este grupo de tus amigos.