jueves, 23 de noviembre de 2017

22 de noviembre de 2017, LOS TRES ERMITAÑOS (y algún fraile)

El cronista habitual se ha tenido que descolgar hoy de Los Tres Ermitaños. En sus alrededores hay también un fraile con su correspondiente pico. Como en el caso de los Quiñones, tres ermitaños le parecían al cronista pocos, de ahí el fraile añadido. “Los Tres Ermitaños” es también conocido como Machota Baja, en la cuerda de Las Machotas. Dudas y confusiones de la toponimia local, preñada de ermitaños, frailes y machotas en arriesgada combinación. Dudas también sobre el número de unos y otras y su papel en la excursión de este miércoles. Ignacio tampoco ha participado en la procesión, así que no cabe más que esperar a la noticia que este cronista ha solicitado de la bondad de José Luis H. Puntual y fiel al compromiso, José Luis envía esta detallada crónica, con sus correspondientes fotos, en forma de carta que dirige al titular. Muchas gracias, José Luis, hacía tiempo que no me escribían.


Querido Paco:

Debido a tu obligada ausencia, aquí me tienes tratando de cumplir tu encargo: redactar la crónica de nuestra marcha de hoy. También he tomado unas fotos que espero no desmerezcan. He decidido que en esta ocasión lo haré en forma de carta, siguiendo el estilo tantas veces por ti utilizado, durante las largas temporadas que nuestro amigo Rodrigo pasa en Panamá. Así es como yo lo he visto. Lo cierto es que ha sido una magnifica jornada, en la que hemos podido disfrutar de un hermoso día de este otoño tan singular en lo que a la temperatura y humedad se refiere.

Hasta siete Mierconistas nos reunimos en el Escorial alrededor de las 10 de la mañana, en la cafetería enfrente de la estación del ferrocarril, para los cafés y churros de rigor y comentar el plan de la jornada: Rodrigo, Aurelio, Joaquín, Gonzalo, Antonio, Rafa y este cronista ocasional.

Como sabes, la ruta inicialmente prevista se ha modificado ligeramente para alargarla. Una sabia decisión de nuestro líder Antonio. De modo que, en lugar de comenzar en la Silla de Felipe II, iniciamos la marcha en los alrededores de la ermita de Santa María de Gracia en pleno Bosque de la Herrería. Allí llegamos con algunas dificultades de orientación y, también empezamos a ver que éste no es un miércoles cualquiera, por lo que respecta a la cantidad de personas con las que nos encontramos durante la marcha. La zona de estacionamiento estaba completa y nos las ingeniamos para dejar los coches sobre un trozo de pradera en donde no molestaran. Gonzalo decidió ir directamente en coche a la Silla de Felipe II y esperar allí al resto de la expedición.

El camino que seguimos no sabría decirte con certeza cuál ha sido, pero no es el habitual de subida a la silla. Guiados por la intuición de Antonio, hemos dado un rodeo por un bonito camino que nos ha permitido disfrutar largamente del esplendor otoñal del bosque y algunas interesantes vistas,...



...para llegar finalmente a alcanzar la pista asfaltada en las proximidades de la Silla. Poco antes dejamos a nuestra derecha una curiosa roca cuyo perfil superior podría parecerse a una cabeza de dragón o similar.



Nos esperaba Gonzalo y también otros muchos paseantes, senderistas y qué se yo cuantos más. Quiero destacar un gran número de muchachitas, jóvenes estudiantes, que ocupaban la silla y sus inmediaciones con gran jolgorio y daban una nota de color al lugar y al momento. Eso sí, chicas educadas, a decir de Aurelio, al que se dirigieron con un ¿y ustedes de dónde vienen? No digo más. Debido a todo esto decidí observar la famosa silla desde la retaguardia y a distancia.



Para aquellos paseantes, senderistas, turistas, etc. que lleguen al lugar un poco despistados, la Silla de Felipe II está señalizada con un mal letrero pintado sobre una vieja tabla de madera, colocada sobre un buen poste de granito que en épocas anteriores debió soportar una indicación más digna. Extraño, porque el recorrido en general está bien señalizado y con bastante información sobre el bosque y lugares singulares, como corresponde a un entorno declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.



Tanto en el camino hasta aquí, como en el inicio de la subida, la vegetación es espléndida y muy variada. Me ha llamado especialmente la atención, por su abundancia y colorido, una variedad de Arce denominado “de Montpellier” que se puede apreciar en algunas de las fotografías. A partir de aquí, comenzamos la subida fuerte de la jornada, ahora en compañía de Gonzalo. Camino de los ermitaños siguiendo en parte el GR 10 hasta que, hacia el mediodía, buscamos un lugar cómodo y soleado para hacer la parada de rigor y reponer fuerzas. El lugar está más o menos en la zona donde la vegetación empieza a cambiar sustancialmente dejando atrás los árboles, para aparecer el matorral bajo y las piedras, muchas y enormes piedras que proporcionan una sorprendente belleza y singularidad a este lugar y que, en algunos tramos, me parece muy apropiado para dar saltos y cabriolas de esas que tanto te gustan. Las piedras son grandes, hermosas, están secas, carecen de musgo…¡lo que te has perdido!



En algún lugar del camino, Rodrigo, Antonio, Gonzalo y Joaquín hacen un alto y charlan animadamente, vete a saber de qué, para esperar a los que venimos rezagados.



Aprovechamos para hacer la foto de familia ya que al fondo tenemos una bonita vista del Monasterio del Escorial.



Enseguida cruzamos el Collado de Entrecabezas, desde el que se divisan al fondo los tres ermitaños.



La marcha es buena, el camino también y está concurrido. Ya te digo, un miércoles peculiar. Nos cruzamos con un grupo numeroso que baja y nos hacemos a un lado porque en este punto el paso es angosto y somos gente educada, dice Aurelio, que va tirando en cabeza. Antes de abordar el último ermitaño encontramos un lugar con unos peñascos muy atractivos, tanto, que tres de nuestros efectivos deciden que allí se debe comer bien “abordepeñascos” (término acuñado por Antonio). Toman posesión para esperar y hacer apetito. Los cuatro restantes seguimos camino hasta alcanzar el tercer ermitaño que, si el plano no me engaña, es además La Machota Baja, cuya cota anda cerca de los 1400 m. Aurelio y Rafa lo intentan pero no consiguen llegar a alcanzar el hito geodésico situado en un peñasco de enormes dimensiones e inaccesible. Sin duda los que los instalaron contaban con otros medios. Nos conformamos con observarlo en la distancia, poco rato porque el hambre aprieta.



Durante la bajada observamos un hermoso paisaje de enormes piedras, entre las que ha conseguido sobrevivir un magnífico ejemplar de encina de varios pies.



De pronto nos cruzamos con tres alegres colegas senderistas muy sorprendidos al vernos. Uno de ellos nos observa de pasada y exclama algo así como “¡caramba!, 500 años de experiencia”. Simpático el hombre y bastante preciso en el cálculo. Aquí lo dejo.

Es una hora razonable cuando alcanzamos a nuestros compañeros en el lugar elegido para la comida. Querido Paco, observa detenidamente la escena, belleza del lugar y el “peñasco” seleccionado con esmero por nuestro líder. Un rato muy agradable en el que no faltó buena conversación, mejor Muriel de Aurelio y excelente chocolate sorpresa de Rodrigo.



Toca bajar para rematar el día, con pena, porque aquí se está muy bien El regreso no tiene sorpresas ni nada digno de destacar. Llegamos a la Silla y allí nos deja Gonzalo no sin antes ofrecerse a llevarnos. En esta ocasión sí bajamos por el camino “oficial” ya conocido. Enseguida llegamos a los coches y nos despedimos hasta la próxima.



Ha sido un día bien planificado y conducido por el líder de la jornada. Le vemos posar orgulloso con un precioso Arce de Montpelier al fondo.

Hemos echado de menos a los ausentes. Abrazos.






lunes, 20 de noviembre de 2017

15 de noviembre de 2017, EL CASTAÑAR DE LANCHARRASA

Extendiendo el otoño. Es lo que hace esta meteorología postmoderna del calentamiento global. Exprimiendo el otoño, que es lo que hacemos los del paseo de los miércoles eligiendo algunos de los parajes de nuestra provincia que más lucen el color de esta estación. 


Al Hayedo de Montejo de la semana pasada le sucede en este 15 de noviembre el Castañar de Lancharrasa, en el término de Cadalso de los Vidrios, a 80 km. de la capital y ya casi saliéndose de la provincia, bien hacia Ávila, bien hacia Toledo, para un paseo propuesto nuevamente por Ignacio a quien hay que agradecer sus desvelos por el grupo además de sus magníficas fotos que tanto alivian a este cronista de la obligación de describir con palabras cosas que solamente están hechas para la contemplación.

Nos reunimos junto al ayuntamiento de Cadalso porque el paseo parte de ahí mismo, ventajas de edificar los pueblos en el campo mismo, sin necesidad de suburbios, arrabales, zonas residenciales y otros cinturones de agobio.



Lo bueno también de comenzar el camino desde el centro urbano del pueblo es que se da ocasión muchas veces a mirar la correspondiente fachada del ayuntamiento, la de la iglesia y, como en en este caso, la del antiguo cuartel de la Guardia Civil con su estilo neomudéjar o ecléctico tan del gusto de los cursis, con perdón, de finales del XIX. También aparecen a la vista terrazas floridas y gatos tomando un baño de sol de otoño que se desperezan a nuestro paso.



Casi todo nuestro paseo va a transcurrir por un camino bien trazado que sale del pueblo hacia el oeste, a ratos por terreno despejado y a ratos entre fronda y sombra de castaños. En realidad, nuestra excursión de hoy es la de hacer un camino para llegar al Castañar, camino que hemos prolongado por aquello del esfuerzo necesario para ganarse el almuerzo a bordemanteles, medido en aurelios o como se quiera. Algunos recogemos castañas del suelo y disfrutamos mirando y fotografiando los contrastes de luz y los colores de las hojas. Hay charcos en este camino a pesar de la falta de lluvias: puede que estemos en la cercanía de una derrochadora Fuente el Asno, puede que una nube furtiva haya dejado caer un chaparrón sobre Cadalso y los prudentes cadalseños se lo hayan callado, que es verdad que hay mucho envidioso.



Hacia las 12 y pico se ordena una parada a la voz de hasta aquí hemos llegado, que ya es la hora del piscolabis y, después, de darse la vuelta y llegarnos hasta el Castañar de Lancharrasa. Como seguimos fieles a la regla de discreto silencio acerca de los asuntos que traemos a nuestras conversaciones, les distraigo a ustedes con este escorzo en blanco y negro y poco inspirado de umbelífera seca, quizá como contrapunto a los jugosos matices de color que nos esperan en el bosque.



Un camino de profundos surcos de cuando llovía nos lleva al Castañar. Allí se pierde la huella y hay que buscarse el paso en el terreno profusamente hozado y sobre la mullida hojarasca para descubrir rincones y luces y contrastes y ramajes y celosías y centelleos del sol de entre las ramas más altas...










Voces amortiguadas y algún aviso de que se nos va haciendo tarde. En la foto de grupo, Ignacio sostiene las púas de una castaña sobre la paciente cabeza del paciente Rafa. Desde allí y concluida nuestra visita, podríamos haber cruzado el bosque para dirigirnos más por derecho al punto de partida, pero se opta por volver sobre nuestros pasos, que la aventura contra el reloj del almuerzo supera los límites de más de uno.



Ignacio descubre un remedo de refugio, sede de moderno eremita o puesto de cazador. Ahí, en medio de la espesura y a salvo de vistas y visitas inoportunas, el titular puede dedicarse a otear este limitado mundo verde o amarillo según épocas, o indagar en su propio interior del color que fuere, o recechar el cochino salvaje y otras especies cinegéticas, o simplemente esperar que el tiempo transcurra, como tantos hacen a falta de mejor idea.



A nosotros no nos faltan las ideas ni somos de inútiles esperas, así que emprendemos el regreso a Cadalso donde nos aguarda un buen menú en uno de los bares del pueblo.

Alguna fotografía más había reservado para esta crónica, pero debo haber excedido la capacidad del siempre generoso sistema y ya no se me admite ninguna otra ilustración. Una, en particular, me hubiera gustado incluir: la de unas cepas desnudas, secas, viejas y nudosas que ofrecían un buen contraste con la profusión de colores del castañar y que atestiguaban la renaciente industria enológica de Cadalso. Como me caen bien los emprendimientos con valor y salero aprovecho la ocasión, sin hacer de menos a nuestro muriel de cada día, para invitarme e invitar al lector a que deguste esos nuevos caldos muy ricos y ya premiados entre los mejores. Es el caso del vino "La Mujer Cañón", ¡toma ya nombre!.



Hoy casi imprescindible complemento del mapa, incluyo el trazado del paseo en relieve donde se ve con claridad el desvío para la incursión en el castañar. Y aquí me paro aunque me deje cosas. Las que no quiero dejarme son las superfotografías de Ignacio, pinchando aquí y que ustedes, sin duda, disfrutarán tanto como este cronista.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

8 de noviembre de 2017, POR EL JARAMA Y EL HAYEDO DE MONTEJO

Que también, como dice Ignacio, podría titularse "El Hayedo de Montejo sin permiso". Es decir, que se trató de una excursión un tanto transgresora y furtiva, con un tanto también de pillería septalescente. Y otoñal por la época del año y por la edad media de sus protagonistas. Pero que no se me alarmen las autoridades que velan por nuestros bosques. Apenas un intento fugaz, breve en el tiempo y corto en la distancia, de penetrar en la parte más alta del hayedo, allí donde ya no abundan las hayas sino los robles y otras especies menos especiales y donde la ribera del Jarama permite, con mayores o menores dificultades, el paso sin otras barreras, cercas o alambradas que vulnerar. Es decir, fuera de los límites del área protegida y lo digo para los que se habían hecho ilusiones.

Todo empezó en la gasolinera de Venturada a las 10 de la mañana de este miércoles 8 de un noviembre despejado y seco, como viene siendo este otoño y ya va siendo hora de que cambie. Nos reunimos nueve de los trece o catorce posibles, nueve abuelos de talante respetuoso y observante de las leyes e incluso de las normas de rango inferior, a saber, Antonio, Aurelio, Braulio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis H., Rafa y este cronista servidor de ustedes.



Cuatro grados y algo de viento a la llegada que exigen abrigo. La muy gran parte del recorrido transcurre por una pista paralela al río, por el lado de Guadalajara, es decir por su margen izquierda, hasta su final en las inmediaciones del lugar que se llama El Mosquito, allí donde el río del Horcajo vierte sus aguas en el Jarama. A la izquierda según se camina y al frente, las copas de las hayas, de los robles, los serbales y los brezos, luciendo tímidamente colores otoñales, esta vez más bien pardos, tostados, ocres, terrosos.



A la hora y media del comienzo de la marcha, a eso de las 12 y media del mediodía, ya estamos cruzando el Jarama, equilibrios mediante. Se accede a este vado por un ramal de la pista que hemos traído, muy evidente y espacioso, como hecho aposta para contravenir lo seguro y extraviarse. Hay un intento de piscolabis (*), pero se decide esperar un poco más, no vaya a ser que el reloj nos tiranice.



El sitio a gusto de todos no acaba de aparecer, así que Rafa se sienta, mostrando con su gesto que hasta aquí hemos llegado y que no hay ladera inclinada que impida un pequeño descanso y dar buena cuenta de plátanos y almendras, aun a riesgo de que las bolitas de queso se nos caigan de las manos y rueden hasta el río.



Desde allí y durante una hora más o menos, sigue nuestra visita a este extremo del hayedo, con subidas y bajadas en la ladera, abriéndonos paso entre ramas secas y zarzas, sin prisas, con algún titubeo, tratando de adivinar donde volver a cruzar el río y aprovechando el tiempo para dejarse llenar las entrañas propias del recuerdo y la memoria de la cámara de fotos con la variadísima monotonía de este bosque encantado.



Esa hora se me ha hecho corta, pero no sé si es el caso de todos, que hay entre nosotros los que prefieren los caminos trillados (ya lo dice el subtítulo explicativo de nuestro blog) y a quienes disgusta lo del machete para abrirse paso en la espesura.

Si quisiera dar cuenta de lo sucedido en ese tiempo estaría en un apuro. Mejor salgo del paso con alguna muestra de lo que vi y en lo que me fijé, que, con la ayuda esencial de las fotos de Ignacio, ilustra suficientemente la maravilla del precioso y errático recorrido.




Cuesta un poco dar con un sitio seguro (seguro es para este grupo no resbalar y mojarse el pie entre otras posibles calamidades) donde vadear el río. Mientras tanto, hay tiempo de incluir a Braulio, que hoy se nos ha incorporado después de una más bien larga ausencia, y a otros más entre las vistas del bosque.



Una vez cruzado el flaco Jarama, hay que remontar una corta pendiente en la otra orilla para llegar a los macizos restos de unas cabañas de piedra que nos van a servir de abrigo para el almuerzo. Por esas cosas que pasan en esta panda de vez en cuando, unos se quedan al lado de la pared de más abajo y otros en la de más arriba y no se reúnen más que para el morapio de Aurelio y para la foto de grupo. Como diferentes sensibilidades se podría designar esta conducta tan graciosa.



A las tres menos cuarto de la tarde hay acuerdo para dar por concluido el condumio y emprender el camino de vuelta. Si se fijan en el mapa, verán que transcurre por el mismo sitio que el de ida, excepción hecha de ese desvío infractor pero menos en que ha consistido nuestra visita a lo más profundo del hayedo, por ahí abajo, en la foto, donde las sombras.



De manera que añadir más texto sería incurrir en digresiones que nos apartarían de lo esencial de la jornada, ya apuntado hasta aquí. Se puede añadir el dato de la hora de llegada a los coches, 4 de la tarde, y el del enorme tráfico de la entrada a Madrid.



Se puede añadir también el mapa del paseo y una foto de este cronista en plena labor reporteril, gentileza de Ignacio que no voy a rechazar, aun contra mi costumbre.



(*) Del vocabulario propio de este grupo, Salva entresaca la palabra "piscolabis" y ofrece este sesudo estudio sobre su significado.

Nadie negará que, con demasiada frecuencia y siempre sumisos a la voz de mando (1), interrumpimos nuestras andanzas por las Serranías del Guadarrama para tomar un piscolabis.

Pero ¿qué es un piscolabis? ¿Cuál es su etimología? Tras largos meses de estudio he llegado a las siguientes conclusiones:

La Real Academia de la Lengua ofrece tres resultados:

  • DINERO, MONEDA CORRIENTE – Es evidente que no es el caso.
  • EN CIERTOS JUEGOS DE CARTAS COMO EL TRESILLO ACCIÓN DE MOSTRAR UNA CARTA DE SUPERIOR VALOR A LA QUE ESTÁ SOBRE LA MESA GANANDO DE ESTA FORMA LA BAZA – Tampoco es lo que nos ocupa
  • LIGERA REFACCION QUE SE TOMA NO TANTO POR NECESIDAD COMO POR OCASIÓN O REGALO – Bueno, nos vamos acercando. Aclaremos que la misma Academia entiende por “refacción”: “alimento moderado que se toma para reponer fuerzas” que es precisamente lo que hacemos. “Tomar” es tanto como comer, cosa que a ninguno le extrañará.
Corrigiendo levemente a nuestra querida Academia concluiríamos que piscolabis es una pequeña porción de alimento que se come cuando precisamos reponer fuerzas. Es lastimoso el comprobar que los académicos entienden que el piscolabis se deglute no por necesidad si no por “ocasión (?) o regalo” Allá ellos y que Dios Nuestro Señor ilumine sus mentes.

El tema se complica cuando investigamos para conocer el origen etimológico de dicho término. Nuestra Academia se lava las manos y se contenta con decir que es de “origen incierto”. ¡Y pensar que somos los humildes contribuyentes quienes pagamos los sueldos de los académicos!

El Padre Terreros (1767) incluye en su Diccionario el término “miscolabis” sospechosamente parecido al que es objeto de nuestros desvelos. Para él, miscolabis es… ¡un trago de vino! Aclara el respetado presbítero que es voz propia de gente sin cultura. No es preciso hacer divagar nuestra mente para suponer que tras un miscolabis nada mejor que comer algo ligero para que el tintorro no se nos suba a la cabeza. Pero ¿por qué piscolabis y no por ejemplo murcolabis? Al parecer, algunos autores, tras repetidos miscolabis de Muriel, alegan que nuestro amado piscolabis viene de “pizca en labio” Aclaremos: pizca es una pequeña porción de alimento y labio hace referencia a nuestra siempre hambrienta bocaza. Sinceramente, no nos parece que “pizcalabis” sea el verdadero origen del término.

Acudimos al latín, padre de lenguas, y nos encontramos con que D. Jacinto de la Serna y de la Sierra sostiene que “piscolabis” viene de lo que él llama “latín macarrónico y humorístico” y que el verdadero origen de la palabreja es el verbo “piscolare” que traducido al castellano significa “comer un poquito”. Iclinémonos ante D. Jacinto y admitamos que es muy probable que sea este el origen cierto del término “piscolabis”.

Esto es todo, amigos.

Salva.

(1) La voz de mando es dada por el ínclito D. José Luis H., hombre severo y cumplidor que nunca olvida sus obligaciones salvo cuando no acude al monte.