domingo, 24 de febrero de 2019

20 de febrero de 2019, EL PUERTO DE MALAGÓN

Solo por acercarse una vez más al Escorial y pasar, aunque sea en coche, junto a la lonja, a la vista de la fachada enorme, merece la pena este destino de un miércoles cualquiera. El Escorial ha sido mi casa y Manolo R. -cronista espléndido de la Leal Villa- me entiende como yo le entiendo a él. Dejar el coche en lugar vacante -solo por pesquis- por donde las calles Alarcón o del Gobernador o del Príncipe y bajar a la plaza y tomarse un café con churros -tomarse un café con churros y con amigos quiero decir- y pasar, aunque sea brevemente, por Floridablanca camino del Paseo de la Fuente de la Teja, es uno de esos grandes gustos reservados para los que así lo perciban. Rodrigo, buena idea la tuya sugiriendo a este cronista, casi al oido, dejarse caer por aquí.

Los coches se quedan por encima del mínimo y hoy muy exhausto embalse del Romeral. No son aún las 11 de la mañana, con sol y el aire fresco imprescindible para sentir la sierra. No faltan caminos desde aquí para ascender en dirección al puerto de Malagón. Una ruta folclórica y un tanto oportunista se titula "Los Tesoros de Abantos" y hacia su amparo nos dirigimos para no hollar el monte como las cabras locas y otras especies de excursionistas que no se fijan por donde pisan.



Por donde cae la Fuente La Teja hay un gran árbol tronchado del que todavía no se ha hecho leña, rara excepción en estos tiempos. Seguimos lo que parece una calzada de recias losas de piedra pero que muy probablemente es la cubierta del caz que contiene el arroyo del Romeral para dirigirlo sin error ni pérdida hacia el embalse; si no es así, seguramente alguien me corregirá.



Más arriba hay otra fuente de agua salvaje -quiero decir que no es de vivero- y Pedro la usa para asearse. Hoy este cronista agradece a José Luis y a Antonio y a Rodrigo sus prendas de color rojo para poner un conveniente acento en los tonos muy matizados de este paisaje.



Las fotos dicen más que las palabras sobre el carácter de esta parte de la ruta. Un grupo numeroso y más ruidoso que el nuestro de paseantes más bien añejos anda por donde nosotros, aunque luego nos separamos y no volvemos a encontrarnos en el día. ¡Será por falta de caminos!. En el que se llama "mirador de los alerces", una buena peña con vistas, nos detenemos un rato para el piscolabis.



Otra buena peña y la fuente del Trampalón rompen la relativa, pero siempre maravillosa, monotonía del bosque. Como bien reza el letrero azul, el agua de la fuente del Trampalón es también de la clase no tratada o salvaje, que a lo mejor lo que pasa es que de tan salvaje no se deja tratar; me alegraría. Ahora hay una nube muy gris encima de nosotros y no sobran las chaquetas. La Cruz de Rubens está allá arriba, enfrente y un poco a la derecha del sentido de la marcha, sobre un promontorio rocoso; imagínenla, que no ha salido en ninguna foto.



Por el Puerto de Malagón, a donde llegamos cerca de la una de la tarde, pasa una carretera asfaltada, de tráfico restringido y, al parecer, sin apenas mantenimiento. Hoy ya no es tan necesario comunicar de forma directa San Lorenzo y Peguerinos, Madrid con Ávila, ni que una etapa de la Vuelta se distraiga pasando por ahí. No lo intenten automovilistas ni ciclistas, se romperían las ruedas, las suspensiones y quizá las piernas. Pero para andar cualquier terreno vale, de manera que nuestra vuelta particular la hacemos en parte sobre asfalto y en parte atajando monte a través.



De que bajamos, teníamos la intención de visitar el "arboreto de Luis Ceballos" pero de buenas intenciones están, además del infierno según dicen, los caminos y las rutas prefabricadas llenos. Un rótulo de "Los Tesoros de Abantos" nos confunde y damos con nuestros errabundos pasos en un jaral, que dice Ignacio, donde además de jaras y matojos hay buenas vistas como la de arriba. Pero no hay más que andar un poco y rodear el cercado del arboreto para llegar a su entrada, tan civilizada y atendida. Todavía no son las tres de la tarde, hora de cierre, de manera que estamos a tiempo de darnos un pequeño garbeo entre las más de doscientas especies de árboles y arbustos del parque. Los encargados de aquello, un chico y una chica amables y documentados, ilustran nuestra visita con abundantes explicaciones. Quedamos con ganas de volver cuando los árboles se hayan vestido, mejor que con la hiedra invasora, con sus propias hojas.



A la misma entrada del arboreto, en el límite de una explanada que sirve de aparcamiento, damos cuenta de nuestro almuerzo, bien sentados y bien protegidos de algún conductor inexperto, por una zanja pulcramente construida y probablemente destinada a impedir el acceso de los vehículos al bosque.



Llegar desde allí a los coches ya es coser y cantar: cuesta abajo como exige la hora de la sobremesa y sin dejarnos provocar por los equívocos indicadores de rutas y paseos. Ignacio, no obstante, sigue atento al gps a pesar de las numerosas posibilidades de tropezón en las piedras y raíces.



Firman el paseo Antonio, Ignacio, José Luis, Pedro, Rodrigo y el cronista Paco. Algunos de ellos todavía prolongaron la jornada un poquito más en una terraza al sol a la salida del Escorial hacia Guadarrama.

lunes, 4 de febrero de 2019

30 de enero de 2019, POR LA PEDRIZA HASTA LOS LLANILLOS

Del Rana Verde del último día hasta la Charca Verde de hoy, siete amigos también, siete días más tarde, mágica cifra, nos reunimos alrededor de los cafés de las 10 de la mañana. No se acaban ahí las semejanzas porque hoy también es ocasión propicia para las fotos en blanco y negro, porque hoy luce el sol de igual forma, porque hoy es tan hoy como ese 23 de enero. En este día, Ignacio ha propuesto recorrer un tramo de la Pedriza para hacer fotos de vistas y dedicárselas a un amigo que se fue y tan amigo es como cuando estaba.



Hace tiempo que no pasábamos por aquí, así que no es raro toparse con alguna prohibición más, como la de bajar con los coches al aparcamiento de Canto Cochino cercano al río y la de bañarse (o bathing, que para eso ya somos todos bilingües - qué - más - quisiéramos - empezando por los que ponen el letrero). Nada de baño, pues, sino camino adelante hacia el Collado Cabrón por donde sotavento cuando sopla del Oeste. Y ahí nos tienen, paso alegre y estrenando conversaciones, que en esto no repetimos y que nos gusta recorrer todo el muestrario de asuntos, recientes o añejos.



Pocas vistas lejanas durante este largo tramo entre pinos y alguna cercana de rocas y musgo y sol diagonal y templado. Hora y media, más o menos, hasta el collado, que no hay por qué correr y el día es joven.



Las bolitas de queso, en el collado. Después, hacia el norte, con ganas de ver las vistas de los canchos y retratarlos con la cámara de Ignacio, el sendero se hace pindio un buen rato hasta que se cansa y se nivela. Joaquín, que no se cansa, no obstante se sienta para mirar.



Los demás también miramos. El cronista no ha andado fino con su cámara y solo acierta a colocar la espalda de Ignacio con su mochila en un rincón del panorama rocoso, con el Pájaro, el Buitre, Dos Torres, Mataelvicial, el collado de la Ventana... Pero ya es tiempo del blanco y negro, que había nubes anunciadas y una, más madrugadora que sus compañeras, posa coqueta y el cronista cede a sus encantos.



También los riscos lucen de forma distinta en blanco y negro, el tono de cuando se usaban las botas de Acuña (o de Carmelo) para caminar y los tacos de madera para asegurar en la escalada.



En lo que queda para alcanzar Los Llanillos, punto de retorno previsto en este paseo de hoy, hay ocasión de pisar algo de nieve, tan sucinta y breve que a Antonio no le da tiempo de enterarse.



Al fin en Los Llanillos. Dice Andrés Campos en artículo publicado en El País el 3 de octubre de 2003: "Recibe tal nombre el rellano que se extiende, a modo de grada, por la parte baja (en torno a los 1.450 metros) del circo de la Pedriza Posterior, una de las zonas más afectadas por la repoblación de marras. Allí donde la guía de 1931 señalaba, como cosa extraordinaria, la presencia de "algún pino solitario, destacando entre los canchales y peñones", hoy hay una selva que rara vez se abre, pero cuando lo hace, ofrece unas vistas -pues no deja de ser una grada- que justifican el resto de la ciega jornada". Pues eso mismo, aunque observando que 15 años más tarde, las vistas son aún más escasas porque el bosque de pinos no cesa, como es su obligación, de crecer.



El almuerzo de hoy lo disfrutamos sobre la parte horizontal de una enorme roca lisa que se curva suavemente hacia abajo. El cronista, aprovechando el buen agarre de sus botas nuevas, desciende un poco para abarcar el grupo en su foto. Hay allí, en una hendidura de la roca, figuras diminutas de un belén, que la impericia del cronista fotógrafo retrata desenfocadas y, aún así, le valen.

Puntualmente, como habían previsto los del tiempo, empiezan a nacer nubes sobre nuestras cabezas, en remolinos, en formas combadas que se hacen jirones, en delicadas veladuras, en brillantes algodones, en toda la gama de grises. Como dijo Salva en una ocasión, "orgía fotográfica" o quizá un poco menos. Ignacio y el cronista, uno en formas rectangulares, el otro en cuadradas, fotografían el imponente espectáculo, en blanco y negro y en todo lo que hay entre ambos que es mucho más variado que lo que podría suponerse.



Todos gozamos con el gratuito espectáculo pero toca volver. Ha refrescado bastante y hay que abrigarse. El rápido descenso desde el collado y el muy trillado camino paralelo al río, tan bien trazados y señalizados, no presentan ninguna dificultad... aparente. La tarde se ha agrisado y el ojo de los fotógrafos aún está saturado de las formas cambiantes de las nubes. Pero aún hay tiempo para la broma y mostrar el bosque en blanco y negro, ahora sí, y para una última foto de los coches en el aparcamiento de Canto Cochino con toda la sutil gracia de los tonos pastel y el contraste de un rojo propio de alertas, alarmas, frenos y avisos. Son las 4 de la tarde.



Datos de Ignacio, que ha titulado la excursión de hoy como "la ruta del retorno" y que no olvida puntualizar que ha sido sugerida por Salva:  distancia recorrida, 9,7 km.; tiempo en movimiento, 4 horas o 5 con paradas; desnivel acumulado, 471 m., desde los 1.027 hasta los 1.446; y 16 aurelios que parecen pocos pero que incluyen las amenazantes nubes en torbellino, el peligroso paso sobre la nieve y el charco helado, el arriesgado salto de troncos caídos, el cruce de barreras y de puentes sobre las aguas turbulentas, el vértigo de las rocas redondeadas, el relente mañanero, la tentación del baño prohibido...

Y, por si hiciera falta, que luego Antonio lo echa en falta, la relación de participantes: Antonio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro y este cronista servidor de ustedes.