sábado, 28 de febrero de 2015

25 de febrero de 2015, EMBALSE DE PINILLA

QUE TRATA DE LA LUZ, LAS OLAS Y EL VIENTO Y DE ALGUNAS PROHIBICIONES

Queridos Rodrigo y demás ausentes,

Salva y algún otro del grupo han dicho que protagonista de la excursión de hoy ha sido la luz. Y estoy de acuerdo: pocas veces se da una combinación tan contrastada y armónica de azules, verdes, ocres, rojos en un aire tan limpio; hasta un arcoiris, que muestra todos los colores completos y ordenadamente. El sol, en su papel de maestro de ceremonias, se ocupó de la materia prima y de los matices brillando con fuerza, ocultándose detrás de las nubes y la enramada, reflejándose en la superficie del agua, acentuando aún más la oscuridad de la cueva. Pero añado que también han sido protagonistas el rumor del oleaje en la playa y el silbido del viento. Así que más ilustraría esta crónica un buen sonido que las palabras que siguen. En todo caso, quédense con la luz en "los santos" y sáltense si quieren el poco inspirado relleno de letras.



En Cotos, a la hora habitual de la reunión y del café, el entero perfil de la sierra se ceñía una imponente diadema de cúmulos lenticulares, que presagiaba viento. Y efectivamente, ya en Lozoya, punto de partida del paseo, lo comprobamos: viento, fresco viento, que obligó a Ignacio y Salva, hoy reincorporados al grupo y pálidos como crisálidas (efecto fotográfico solo, no se vayan a creer), a abrigarse prudentemente.



Una amplia y muy horizontal pista para empezar a andar el recorrido de hoy alrededor del embalse de Pinilla. Destaco desde este momento la horizontalidad "extrema" como tónica de la excursión. Dice Ignacio, en su habitual recuento de magnitudes, que el desnivel acumulado del paseo ha sido de 104 metros. Eso viene a significar que hemos salvado aproximadamente 6,7 milímetros de altura en cada uno de los 15.500 metros de nuestra marcha. ¡Ozú!, ¡en peores plazas hemos toreao!



Enseguida, la rizada superficie del agua del embalse, que luego tornará en marejadilla, como compañera casi constante, junto con la gran visera de nubes, de estas cinco horas y pico de marcha.



Por el camino hemos venido comentando la riada que, hace unos días, anegó algunas de las dependencias de la casa de los hijos de Antonio en Lozoya y que también derribó en parte el puente del Congosto por donde se cruza el río Lozoya aguas abajo. Y se nos ocurre ingenuamente que podríamos intentar pasar por la coronación de la presa. Cuando Antonio entra en el recinto que alberga la central hidroeléctrica y la estación de tratamiento para solicitar permiso, se lleva un bufío, que decía mi abuela que era de Granada, de parte del agente de seguridad que acude alarmado ante tamaña transgresión de las muy avisadas prohibiciones y el manifiesto desprecio que hemos mostrado hacia las cámaras de videovigilancia. Pues nada, hombre, no se me fatigue usted que no pasaremos más. ¡Ozú!



Menos mal que hay otro pequeño puente, no comprendido en prohibiciones y vedados y afortunadamente indemne tras la riada, muy cerca de la presa. Hasta allí bajamos y por allí cruzamos la parte o fracción del Lozoya derramada desde el embalse. ¡Gran cosa es la de dar a voluntad a un río el caudal que se quiera, ahora raquítico hilillo, ahora torrente sonoro!. No me hagan caso y no lo intenten, que se trata de una propiedad privada y que seguro habrá para esto reglas y normas, como en todo.





Con la marejadilla del embalse como telón de fondo y viento frescachón, que diría aquél ministro del islote Perejil, el camino adquiere algo más de relieve en las estribaciones del Cancho Manzano y en el paso del arroyo del mismo nombre. Ignacio ha vuelto con ganas de andar y de fotografiar. Como si fuera un chaval, que lo es, o un perrillo, acompaña al grupo haciendo y deshaciendo el camino, parándose ante un detalle vistoso y apartándose del camino a uno y otro lado, acelerando para alcanzar a los demás, agachándose y levantándose para obtener el mejor encuadre. Seguro que le sale algún centenar de metros más que al resto en la contabilidad final. Un par de mínimos debates para decidir el momento del piscolabis y, en ambos casos, una rápida decisión: hay que bajar a la playa, que ya va siendo la hora del baño, y tomar el plátano con sabor a la arena de hacer castillos.



Pues eso, un día de campo y playa. A la orillita del mar me quedé pensando en ti, a la orillita del mar con la noche te perdí. No me hagan caso, que a mi lo del mar me pone a cantar enseguida. En la orillita, ni canciones, ni baño, ni castillos de arena; solamente un plátano y unas almendras como es de rigor. Pero seguro que vamos a echar de menos en los sucesivos miércoles la cercanía del agua y las olas y la brisa. Yo al menos, sí.


Como no todo va a ser vida muelle y dulces recuerdos, este grupo se enfrenta con la más dura prueba del día. Como en un concurso chino de la tele, se trata de pasar por la estrecha puerta de una cerca de alambres sin quitarse la mochila ni la ropa de abrigo y evitando, en la medida de lo posible, los desgarros en las técnicas y muy caras prendas de montaña. En realidad, el tal cercado se podía rodear sin someterse a contorsiones tan perjudiciales para la espalda, pero ya queda dicho en numerosas ocasiones que este grupo es partidario de introducir algo de severidad en las excursiones demasiado asequibles. Finalmente, nadie quedó definitivamente atrapado en el cepo ni hubo heridos. ¡Prueba superada!



En todo el trayecto no nos abandona la gran visera de nubes, blancas arriba y oscuras abajo, a nuestra izquierda. La sierra, en sombra siempre, despechada por nuestro abandono en favor de las olas y la playa.


Tras un recodo del camino aparece una gran cueva. En los mapas solamente se menciona una cueva, la de los Murciélagos, en este trayecto, pero para mí que ésta que vemos ahora es otra que está más allá. Me quedo con la duda pero no me importa demasiado. Me quedo también con el retrato de Antonio sobre la oscura boca mientras Ignacio intenta penetrar en los secretos de las sombras con su teleobjetivo. En los alrededores hay unas excavaciones arqueológicas, identificadas con el correspondiente cartel, en las que se han hallado restos del "homo neandertalis". Nos lamentamos de que estos ancestros no hubieran podido disfrutar en su vida del sonido de las olas: ¡ventajas de la civilización!.



Ya tenemos Pinilla al alcance de la mano. Ahora el viento ha caído y el agua del embalse, hoy envidiosa del mar, imita los azules de Baleares, de las Cícladas.




Y también las transparencias, el fondo poblado de algas. Las algas de este embalse, de gran desarrollo, parece ser que proporcionan al agua, aún después de depurada, un olor y sabor característico no siempre del gusto del consumidor de grifo. Eso ha obligado a esmerarse con nuevas técnicas en su tratamiento. Y es que ya se sabe que el agua es un líquido transparente, incoloro e insípido, al igual que muchas de las cosas que hoy se nos ofrecen para el consumo diario u ocasional. Yo creo que, en este caso, más que devolver al agua sus cualidades originales de pureza, más bien se ha tratado de imitar el soso, insustancial olor y sabor de cualquier otra cosa, de uniformar e igualar, de enrasar. Lástima no haber tenido la oportunidad de gustar del raro sabor de estas aguas en su momento y hasta haber iniciado un proyecto de envasado para paladares atrevidos. Por el momento hay que contentarse con la ración de vista que no es poca cosa.

En estas estamos cuando se nos aparece el puente que da acceso al pueblo. Poco ha habido que esforzarse hasta encontrar un lugar apropiado para el condumio. Pinilla ha cuidado su paseo marítimo con no menos mimo que la Bella Easo. Hay un espacio adoquinado para deambular, un parque infantil, unas pérgolas de estilo serrano, un monumento con monolito de piedra y otro con una enorme bitácora de granito y pesada flecha de hierro que identifica las alturas circundantes, un barandal de madera de pino, unos bancos. Todo dispuesto, además de la luz ya mencionada y la ausencia de viento, para desplegar manteles y dar buena cuenta de nuestro almuerzo.



Te interesará saber, Rodrigo, que tu manda de chocolate se considera ya un derecho adquirido y que si falta por el motivo que fuere (normalmente por ausencia de Gonzalo) hay protestas airadas y suena el aviso de enviar de vuelta el toro a los corrales. Aquí tienes la prueba gráfica de uno de los instantes de la ceremonia de reparto.



A estas alturas son ya cerca de las tres de la tarde y hay que emprender el regreso. Como en el patio de mi casa, que es particular, y como en la presa de antes, en esta finca también se canta el corro de la patata añadiendo cámaras ocultas que ven sin ser vistas y signos de prohibición que el hermoso novillo ignora, muy seguro de que no se refieren a él.



Atravesamos el extenso trampal salpicado de robustos troncos rematados por algunas ramillas hirsutas; ni más ni menos que como ciertas cabezas de entre este grupo de amigos. Es una muestra de la que fue muy usual práctica del trasmoche de los fresnos con el fin de utilizar los tiernos brotes y hojas para alimento del ganado. Oigo que ahora esa práctica está también regulada, - no podía ser de otra forma -, y que quizá veremos esos árboles lucir de nuevo su gran porte en unas docenas de años. ¡Y ustedes que lo vean!



Sigue plácidamente nuestro paseo, al ritmo un tanto cansino de la hora de la siesta. Hacia Lozoya, más bien soleado, algún roción de finas gotas de lluvia traídas por el viento y un repentino arcoiris. Hacia Pinilla, a nuestra espalda, un oscuro telón de nubes.



Un grupo de cigüeñas que picotean en la haza del pueblo cercano emprende el vuelo a la vista del grupo.



Poco más antes de llegar a los coches. Aquí les dejo con el rastro en imágenes de los casi últimos quince minutos de paseo, aunque más bien les recomiendo que soliciten a Ignacio las suyas. Una vieja casa y un camino; el rastro de esta luz de hoy en el agua del arroyo y en el gris acerado de la superficie del embalse; la silueta de unas ramas; el fotógrafo Ignacio en acción; y concluyendo, algunos de los excursionistas de hoy coronados de todos los colores.



Ahí se podría dejar esta ya excesiva crónica, pero no puedo por menos de mostrarles, después de tanta invectiva contra las puertas de nuestros campos (somieres, alambres, trozos desiguales de madera, cuerdas y chapas) el modelo más original de puerta hasta ahora visto. Curiosa forma de reciclaje obligado por la dictadura de la moda. Si hubiera estado con nosotros Aurelio seguro que habría sacado partido.



Con el mapa del recorrido, les adjunto sus números: 15,5 kms., 104 m. de desnivel acumulado y 5,15 horas totales de paseo.



Agradezco mucho a Ignacio su contribución fotográfica.

domingo, 15 de febrero de 2015

11 de febrero de 2015, CORNISA DEL PÁRAMO

Crónica debida a la pluma de José Luis H., con anotaciones oportunas de Antonio, fotografías de ambos y composición fotográfica de Gonzalo, todo ello compuesto y coordinado lo mejor que se ha podido


Buscando alternativas para una excursión lejos de nuestra bien amada Sierra, que en estas fechas se hacía un poco inaccesible para estos experimentados, pero prudentes, mierconistas, me encontré con alguna información que nos ha permitido “descubrir” un paraje sorprendente y hasta ahora inexplorado por el grupo.

Se encuentra situado en las proximidades de Villar del Olmo, magnífico pueblo; digno, en palabras de alguno de nosotros, de alguna película de Berlaga y situado a poco más de 50 km. de Madrid; accesible desde la salida 22 de la A-3, dirección Arganda - Campo Real y continuando por la M-300 ,dirección Campo Real, para, por la M-209, llegar a Villar del Olmo en la Comarca conocida como de las Vegas.

Tras la tradicional concentración de los mierconistas (en esta ocasión solo cinco: Joaquín, Antonio, Gonzalo, Rafa y José Luis H.) en la cafetería del pueblo, nos enfrentamos a la ruta no sin antes recabar el consejo del amable cafetero, que nos orientó por donde dirigir nuestros primeros pasos saliendo del pueblo, por aquello de no empezar con mal paso dada la precariedad de medios disponibles: solo un buen mapa dibujado por el convaleciente Juan Ignacio, una sencilla brújula y el buen olfato, sentido de la orientación y experiencia montañera de algunos.



A las puertas de la Iglesia del pueblo, cambiamos el calzado. Son las 10:15. Tiempo nublado pero no frío. Nos pusimos en marcha a eso de las 10:45 atacando la rampa más dura de la jornada, con  buenas vistas sobre el pueblo y más o menos en dirección norte o, para más detalle, en dirección a las antenas de Radio Nacional de Arganda que se divisan en la lejanía. Llegamos a un paraje denominado El Guindo, de donde afortunadamente ninguno de nosotros parece haberse caído. Aquí se inicia una zona horizontal y cómoda pero con una pequeña “trampa” al tener que atravesar la carretera haciendo un quiebro, en donde es fácil desorientarse salvo que el líder vaya asesorado por un experto como Gonzalo. A partir de ese momento caminamos dejando el barranco y el Arroyo Vega a la derecha y la Urbanización Eurovillas. Antes de llegar a las primeras casas nos detenemos en un mirador en el que se nos ofrece información sobre la zona y magníficas vistas del valle, del pueblo y, al fondo, de la Peña Roldán, cerca de la cual pasaremos al regreso.




Caminamos un buen rato bordeando la urbanización hasta que forzosamente debemos transitar por alguna de sus calles. Sin duda la parte menos “glamurosa” de la ruta. Más tarde, tras El Calvario, Nuevo Baztán. Aquí el único borrón de la jornada: el poco agradable lugar donde aparecen unas piedras en medio de un campo y que alguno del grupo denomina "vertedero", no obstante elegido por el líder como idóneo para el piscolabis. Ciertamente mejorable y se mejorará, lo prometo.



Hacemos una breve visita al centro histórico de Nuevo Baztán en el que se puede ver el Palacio de Goyeneche construido entre 1709 y 1713, e integrado por dos estructuras contiguas: a la izquierda, el recinto palaciego propiamente dicho y, a la derecha, a mayor altura, la Iglesia de San Francisco Javier. Menos mal que hoy no hemos traído el perro.



A partir de aquí un rato de asfalto y enseguida encontramos de nuevo la señalización de la vía pecuaria que nos lleva hacia el Arroyo para después atravesar la carretera por un paso inferior e iniciar el ascenso por un camino hacia Olmeda de las Fuentes, Aquí, la sorpresa del día. Rafa nos informa que este es el pueblo en el que nació Pedro Páez, personaje desconocido para algunos de nosotros pero ciertamente interesante. El encuentro con un amable hortelano de la zona nos confirma la noticia. Pedro Páez, misionero Jesuita, arquitecto, políglota, nació en Olmeda de las Fuentes (por entonces Olmeda de las Cebollas) en 1564 y murió en Etiopía en 1622. Escribió en portugués un libro de 1000 páginas sobre Etiopía y es considerado el primer europeo en llegar a las Fuentes del Nilo Azul en 1618. Hasta hace poco un perfecto desconocido, lo “descubrió” Javier Reverte al documentarse para el tercero de sus libros de la trilogía sobre África. Al parecer, la Compañía de Jesús conserva en sus archivos en Roma documentación que avala su extraordinaria trayectoria.



Bueno, con esto nos llega la hora de comer, qué le vamos a hacer. Lo hacemos a la entrada del pueblo, bajo una fina y anunciada lluvia, en un bonito paraje y en una buena mesa de madera con bancos, como Dios manda, a los pies de un bonito, como no, Centro de Interpretación ¡de la Alcarria madrileña! y orilla el Parque de Maquinaria Agrícola de la Olmeda. 



Comemos razonablemente bien, nos pertrechamos adecuadamente para protegernos de la fina lluvia y nos ponemos en marcha. Al momento ya no llueve y nos sobra todo. ¡Cómo no! A partir de aquí iniciamos la parte de aventura de la ruta, con caminos o sendas poco definidas y carentes de señalización. Primero, camino de un punto donde se supone que debería estar la Cruz Dávila pero que, como ya nos advirtió el amable hortelano, “los de Fomento se encargaron de hacer desaparecer convenientemente” (a interpretar). Nada irreparable. Seguimos hacia el lugar desde donde tenemos que buscar a la izquierda la dirección de vuelta al pueblo. A partir de aquí sí que tiene que intervenir el experto, el olfato y el oficio. El camino desaparece y tiramos campo a través, eso sí, por un amplio llano y con bonito paisaje, lo que en el plano aparece denominado como El Llanillo. Poco después iniciamos el descenso por una pista con fuerte pero cómoda pendiente hasta llegar de nuevo a Villar del Olmo.



Y aquí damos fin a una original jornada mierconista, con 11 kilómetros y medio y más de 300 metros de desnivel en nuestras botas y lo que las sostiene y da vida.