lunes, 17 de noviembre de 2014

12 de noviembre de 2104, RÍO MANZANARES

Paco A. es nuestro especialista en ríos y en muchas otras cosas. Sin él ya se va viendo que a los paseos les falta algo: la referencia geográfica e histórica de la ruta, la anécdota, el dato preciso, la fuente en la que ahondar si usted quiere saber más... y, a partir de hoy, los deliciosos mini croissants y el termo de cafelito caliente. Claro que la ocasión lo merecía. Uno no se estrena como abuelo todos los días y Paco lo acaba de hacer. ¡Muchas felicidades!

10:26 Los mini croissants, en el mini "food truck"

Ese desayuno, recibido con vítores y parabienes por los que vamos llegando, pospone un poco más de lo previsto la hora del arranque. Pero no hay prisas. Cuando Paco cierra el chiringuito y recoge las migas de los croissants -y de las estupendas pastas caseras que Rodrigo ha añadido- y se pone en marcha, los demás le seguimos obedientemente, entregados como los niños al flautista de Hamelín.



Estamos en el puente del Grajal, en la carretera que une Colmenar Viejo con Hoyo de Manzanares. El puente del Grajal es doble, como debe ser: uno, moderno aunque no tanto, para el tráfico de vehículos a motor; otro, antiguo, para mierconistas y semovientes en general de pausado caminar, que no conviene mezclar las cosas. La mañana está fresquita y ahora luce el sol. Braulio se refleja en el agua de un charco, ominoso anticipo del rehuse de más adelante.



Desde el puente y durante un largo trecho, el camino es más que un camino: una calzada "de diseño" de algún creativo y calmoso ingeniero de rutas, canales y puertos, discurre por la margen izquierda del Manzanares, trazando elegantes curvas y dominando desde una apreciable altura el cauce encajado entre peñas y el paisaje del monte del Pardo aguas abajo. Uno de los berrocales que flanquean el río ha configurado una especie de ventana que Paco aprovecha para asomarse al barranco. Yo le sigo, porque soy de la opinión que las vistas y paisajes y la mayoría de las cosas se ven de distinta manera según el sitio elegido para mirar. Y así con todo. Es decir, que no creo en eso de la mirada objetiva y lo dejo para posteriores debates.



Más adelante, el camino se hace senda y abandona la horizontalidad; desciende hasta un arroyo tributario del Manzanares, que hay que vadear. Y ahí es donde Braulio pega su espantá, incapaces sus gafas bifocales o progresivas de gestionar con seguridad el paso en equilibrio inestable sobre piedras resbaladizas. ¡Pero, Braulio! De haberlo sabido hubiéramos buscado otra ruta o traído puentes o pontones o tirolinas, todo antes de dejarte atrás a merced de alimañas y bandoleros. Braulio se queda y ya no le veremos hasta la tarde. Así que hay que elegir bien no solamente el sitio desde donde mirar, sino el instrumento con el que hacerlo.

Luego se constata que cruzar arroyos es maniobra al menos tan delicada como cruzar alambradas y vallados. Pregúntenle si no a Rodrigo, al que se ve erguido y seguro en el paso del arroyo y por tierra y a cuatro patas en el paso del cercado. Y es que, en el trazado de las rutas, se suele omitir ese frecuente obstáculo puesto por la mano del hombre y que sus razones tendrá, pero que, por falta de indulgente y previsora abertura de un paso, acaba lamentablemente dañado e inútil. Que conste, de cualquier forma, que nosotros no hemos sido los causantes del desperfecto y que así lo encontramos en ambos casos.

Se vuelve a ganar altura. Ahora el cauce del Manzanares aparece en escorzo; un estrecho reflejo entre las verdes encinas y enebros - más arriba- y los pardos quejigos, rebollos y fresnos de la ribera. Leo que el bosque mediterráneo del monte del Pardo es uno de los mejores conservados de Europa y me asombro una vez más, de ser cierta tal afirmación, de las joyas naturales que se encuentran en esta provincia o Comunidad de Madrid y que tenemos la suerte de recorrer en nuestros paseos.

Un poco más arriba, Paco nos enseña la boca de la mina de San Marcelino, en Peñalventor o Peñalvento o Peñalvero o Peñalvenero, que así aparece en las múltiples referencias que hay sobre esta mina. No se si este es un lugar muy ventoso. Probablemente más que sus alrededores más bajos, como suele suceder. De ahí lo de "peña al viento". Pero si lo de la minería le viene de antiguo, entonces el toponímico más probable sería el de "peña del venero" o del filón. Yo no investigo más y dejo en manos de Paco la opción y que le ponga el nombre que más le suene, que ya saben ustedes de mis dudas en esto de la vulgarización de los nombres con el paso del tiempo y de mi gusto por la obediencia al líder. La mina era de cobre como muchas otras de los alrededores. Ninguno nos aventuramos en su interior, salvo el osado Paco que entra un par de metros en un gesto como de toma de posesión. Él nos da las mínimas explicaciones oportunas sobre la mina y la minería en la zona de Colmenar Viejo y seguimos nuestro camino.



Un rato más allá, en un falso collado, nos paramos a tomar el piscolabis. Se ha nublado completamente y hace más fresco. Caen cuatro gotas. El sendero se mueve arriba y abajo, con suaves pendientes, siguiendo el curso del río. Asoma el sol de vez en cuando. Pasamos al lado de los restos de un antiguo molino. Me entero que todo este terreno se conoce como Las Huelgas del río Manzanares. Como supongo que no se trata de interrupciones reivindicativas del trabajo del río, investigo una vez más, qué se le va a hacer, y concluyo que le cuadra más la otra acepción de terrenos fértiles, lo que me extraña casi tanto como la alternativa, pero que acepto preventivamente; si ustedes tienen mayor información les ruego la compartan conmigo y me saquen de dudas. Veo también que hemos pasado cerca de un cerro llamado Los Aviones. En este caso, ya cansado de tanto estudio, no voy más allá en la interpretación del topónimo que la que me sugieren las numerosas y ruidosas pasadas cercanas de un Canadair amarillo apagafuegos. ¿Por qué ponen esa cara? ¿Acaso no les convence la explicación?.



Entre una y media y dos menos cuarto avistamos el puente de la Marmota, punto desde donde iniciaremos el camino de vuelta en un amplio rodeo. Asomados al pretil del puente contemplamos por un rato el río, bravo aguas arriba y manso de ayuso(*). La chocante diferencia se explica por llegar hasta ese preciso punto la cola del embalse del Pardo, animal de larga cola y magro cuerpo como escuálida lagartija y que no tiene otra función que regular el flujo de agua en las presas de canalización de la capital. Antes había aquí una pequeña central eléctrica, la de la Marmota, hoy tan dormida como su patronímico y de la que aún sobreviven unas construcciones de muy buena planta.




Desde el puente hay que volver a subir los ciento y pico metros que separan el cauce del río de la pista que nos llevará directamente al otro puente donde hemos comenzado el paseo. Las setas siguen todavía reclamando la atención de sus simpatizantes en el grupo y es que sol y lluvia, como en toda esta tarde, se han alternado durante este otoño de la manera más favorable para el crecimiento de los hongos, en el campo y detrás de las orejas de algunos. Si dudan de esto último, pregunten a Salva que ha contemplado más de una vez tal fenómeno.



Hemos almorzado en unas piedras cercanas a la pista, aprovechando un claro y unos rayos de sol. La mayor altura por la que transcurre esta segunda mitad de nuestro paseo nos permite disfrutar de una magnífica perspectiva sobre el embalse del Pardo, con la silueta de Madrid al fondo.



Repetidamente, las segundas partes de nuestros paseos son menos pródigas en sucesos, historietas y aventuras. Me temo que se trate del efecto letárgico de la comida y del vino de Aurelio o del recuerdo del vino de Aurelio en el cronista. Quiero decir que casi estamos acabando la crónica y que llegamos al puente del Grajal a eso de las cuatro y pico de la tarde. Allí nos hacemos la foto de grupo mientras Ignacio arma caballero o así a Paco A. por su "abuelidad"(**) y por el éxito de la excursión. Braulio está donde los coches, dando una gran prueba de paciencia y buen talante. Ha paseado y disfrutado del día, como nosotros, pero en solitario y evitando cuidadosamente maniobras de vadeo. Hay que hacer lo posible para que esto no se vuelva a repetir.



(*) Suso y ayuso. Del latín sursum o sussum. Término castellano en desuso sinónimo de arriba, muy utilizado antiguamente en términos geográficos para distinguir entre las tierras situadas en la parte alta (de suso) y las situada en la parte baja (de yuso o de ayuso). Cuando se utiliza hoy, raramente, se hace referencia a aguas arriba o aguas abajo.
(**) Yo no lo hubiera usado, pero una doctora argentina lo ha propuesto para referirse a la condición de abuelo, tal como "paternidad" a la condición de padre.

2 comentarios:

  1. Paco, el diccionario de la RAE se te queda pequeño como en otro tiempo les pasó a los grandes narradores en tesituras similares. Por ejemplo, Valle-Inclán: Conocí a uno de sus nietos, pero a este le sobraba el DRAE por todos los lados.

    He de decir que las pastas, chocolate cookies en la lengua de Hemingway, no eran de producción doméstica.¡Qué más quisiera yo!

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  2. ¡Qué bien!¡He conseguido publicar mi comentario! Me quedaba decir, que me encantó la crónica, la excursión. Y que el desayuno del "cátering Paco A" entrará a la memorabilia de los mierconistas como joyita singular.

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