viernes, 21 de noviembre de 2014

19 de noviembre de 2014, PUERTO DE LA ACEBEDA

Hoy es miércoles. He comprobado que suelo omitir en estas crónicas el día de la semana, error grave que ahora rectifico. Hoy es miércoles y hemos quedado para recorrer las tierras del Señor de la Acebeda, título nobiliario concedido graciosamente por Salvador a José Luis de A., y comer abordemanteles en su compañía. Así que hoy es miércoles y es un día especial; no por ser miércoles, aunque algunos creyeran ser ese el motivo, y no por comer de tal guisa, que algunos quisieran habitual, sino por contar entre nosotros con la presencia de José Luis, que no se prodiga tanto como sería nuestro gusto.



Desde el lugar en el que hemos dejado los coches en La Acebeda se nos muestra una bifurcación de la exquisitamente rematada calzada de piedra con orillas de adoquín. Cada uno de los brazos acaba inmediatamente en un camino de tierra que se adentra en el campo. Los brazos dejan entre ellos un lavadero de recentísima construcción y nula utilización; entendemos que sirve para ser contemplado. Concluimos que toda esa pimpante y costosa obra no es más, ni menos, que una exhibición de prodigalidad municipal y una concesión a la moda del didactismo, así que, un tanto melancólicamente, emprendemos nuestro paseo por el camino de la izquierda. Son las once menos cuatro de la mañana.



El terreno de la buena pista por donde andamos la primera hora de nuestra jornada es variado y amable. Llano y liso; de tierra firme, cubierto de hojas secas o de hierba, se va aproximando al Arroyo de la Reguera hasta discurrir junto a él. Abandonamos la pista a partir de una pronunciada curva y, en fila india, cruzamos el arroyo y seguimos un sendero estrecho y más bien abrupto. Solamente en este tipo de terreno el grupo adopta la formación de fila india: se prefiere el estilo guerrilla o, dicho de otra forma, como Dios da a entender a cada uno, y el andar en parejas o tríos, lo que facilita la conversación y la eventual prosopopeya y arrebato escénico. Tengo que señalar que, no obstante tal facilidad, nunca he visto un arrebato escénico entre los miembros del grupo ni a ninguno de nosotros inclinado a la tentación de la prosopopeya. Quizá, en todo caso, a este cronista cuando está en el uso de la tecla y nunca en plena marcha.



A la izquierda queda un enorme canchal, terreno de grandes cualidades estéticas y de casi imposible tránsito, que a algunos nos recuerda aquél que atravesamos en las cercanías del Midi, en excursión de épica memoria, hace un par de años. Hoy no hay necesidad de hacer equilibrios y solamente lo contemplamos en la distancia y con respeto. Dice la wikipedia que los canchales son fruto de los procesos de modernización de las cornisas rocosas y yo hago votos por que otros procesos de modernización no acaben, como éste, en fragmentación de lo que entendemos son rocas sólidas bajo nuestros pies.



Un bonito pinar, en la ladera que se llama Las Fuentes y que hemos empezado a ascender, contra nuestros hábitos, por el trayecto más corto y a pico, nos ofrece asiento mullido y resguardo para el piscolabis. Como el espacio es grande y los asientos se pueden elegir, el grupo se desparrama y las conversaciones se multiplican. Los micólogos comienzan a descubrir setas entre la pinocha, sacan de las mochilas las bolsas de tela y las navajas y se aprestan a la recolección.



Por el tamaño de la bolsa de Antonio se puede colegir que la cosecha aumenta deprisa. Y por el pequeño grupo de la izquierda de la fotografía, que el asunto gana simpatizantes. Está bien eso de hacer adeptos, siempre y cuando se trate de aficiones inocentes y sanas. De otras aficiones que se comparten y hacen adeptos entre nosotros ya hablaremos en próxima ocasión. Este bosque de pinos es un lugar muy grato, de buen olor y luz tamizada, de pisada blanda y crujiente por la abundancia de pinocha y ramas secas. Una hermosa pared de piedra cubierta de verde líquen y rojas agujas de pino lo atraviesa y adorna.



Tras la subida, volvemos a la buena pista con el grupo deshecho pero con las bolsas bien colmadas. Ahora se anda deprisa y en poco tiempo llegamos al punto en que la pista confluye con el cordel de la cañada Real Segoviana, de la que algún día habrá que hablar por su ubicuidad fecunda. Quiero decir en términos menos pedantes que la cañada tal parece tener la estructura de un molusco cefalópodo, vulgo pulpo, por sus múltiples brazos que se reproducen y despliegan por numerosos puntos de la sierra. Llego a pensar que los rebaños trashumantes andaban por estos parajes como pedro por su casa y que elegían para cruzar la sierra hoy este camino y mañana el de al lado y que a todos ellos se los ha incluido oficiosamente en la Cañada. Pero no me hagan caso, que ya saben de mi manía por buscarle cinco pies al gato.



Ningún momento ni lugar más propicios, por lo tanto, que éstos para hacerse la foto de grupo, aprovechando el muy gris y sombrío telón de fondo de unas nubes que no pasaron de la amenaza a los hechos.



Buena ocasión la de contemplar a tantos reunidos. Añádase figuradamente al cronista y verán al completo el grupo de estos paseos de los miércoles que les vamos contando en irregulares entregas.



Unas pocas decenas de metros más hacia el noroeste y más arriba está el puerto de la Acebeda, en la divisoria de las provincias de Madrid y Segovia. Algunos, no todos, como se puede comprobar por la foto, nos llegamos hasta allí, que bien merece la pena alargar la mirada hacia los campos infinitos de Castilla y sentir sin intermediarios ni barreras el vientecillo fresco del norte. Gracias a esta breve prolongación del paseo la crónica de hoy se puede titular con fundamento como "Puerto de la Acebeda", ahorrando al redactor mayores averiguaciones en la toponimia local.



En la foto tomada desde el puerto, un precioso cielo de nubes abigarradas se impone a los otros elementos del paisaje. Hacia la Peña del Avellano, al este, y a lo largo de toda la cuerda, una muy ancha y llana franja de tierra sin árboles ni arbustos, como tierra de nadie entre dos ejércitos, tal parece que quisiera remarcar más el límite entre las tierras de Madrid y Castilla. Seguro que no fue ese su fin sino, como un tramo más de las numerosas cañadas que atravesaban estos montes, el de facilitar el tránsito de los rebaños trashumantes. De separar ya se encargan las autoridades autonómicas y las dobles alambradas que recorren toda la cuerda y que también tendrán hoy su razón de ser.



Las bajadas permiten, especialmente si son cómodas y no obligan a vigilar mucho el próximo paso, extender la vista y apreciar la anchura del mundo. Nuestro mundo de hoy tiene dos horizontes: el de las sierras que prolongan hacia el sur la Cebollera de insigne nombre y, más lejos, la sierra del Rincón, y el de un cocido madrileño que reponga al grupo de tanta fatiga y de tanto ejercicio de la sindéresis o sentido común, que dicen los que usan la lengua llana y no se andan con estos rodeos.



Ya en las cercanías del pueblo y pasada una pequeña y moderna construcción cuya finalidad no acertamos a averiguar, la senda se adentra en un bosquete de quejigos o árboles parecidos, se estrecha y se confunde a ratos con el cauce de un escuálido arroyo. Se agradece el cambio de paisaje, que es verdad aquello de que en la variedad está el gusto, y se ignora mayormente el barro que va ensuciando las botas y haciendo cansón el paso. Y es que ya nada detiene al hambre y a las ganas de sentarse delante del mentado cocido y que sea lo que Dios quiera.

El bordemanteles acaece en Buitrago ya que en La Acebeda los negocios del comer parece que están en retirada. Uno piensa que es mala cosa que los honrados negocios se cierren, pero que se cierren los del comer es ya cosa que produce espanto. Del cocido, que es plato sustancioso pero poco fotogénico, no he sacado foto así que, para elogiarlo como se merece, plagio los versos escritos a mano en letra redondilla y dedicados a un bacalao seco que el viajero Cela vio en un escaparate de Ribadesella. Digo yo que le cuadran más a este cocido que al enteco y salado trozo de gádido :

Tengo muy buena cochura,
comedme sin regodeos
porque soy canela pura.
También se venden fideos


La foto que hice a los postres se la dedico a Rodrigo y su chocolate, indispensable final y cierre de todo yantar mierconista que se precie.



Para ilustración de aficionados a la cartografía y otras mentes curiosas aquí se muestra el mapa de esta excursión - o gastroruta según Ignacio- que ha arrojado el siguiente balance: 10,5 km., 444 m. de desnivel y 3,5 horas de marcha. Tengo para mí, que no ha llegado a amortizar preventivamente el cocido.

1 comentario:

  1. Gracias Paco por recordarnos los mínimos detalles de cada una de las excursiones realizadas LOS MIÉRCOLES. Es curioso porque creo que a los demás os pasará lo mismo, que al finalizar las mismas nos quedamos con un recuerdo muy vago de los detalles pero por contra, con un recuerdo muy nítido de alguna pequeña fruslería. En mi caso, me han quedado dos recuerdos prendidos de la neurona que me funciona (la otra con pus como dice Aurelio): los errores mayúsculos de los mapas del IGN en algunos tramos, véase esta excursión, y la nueva canalización de aguas de la Acebeda cuyo artífice fue nuestro ínclito José Luis de Ancos, al descubrir que la que suministró agua al pueblo durante decenios estaba hecha de fibrocemento. No se si las consecuencias de beber agua fibrocementosa durante tantos años justifica la obra del lavadero sin uso, aunque en ese caso creo que debe de haber muchos pueblos que beben del mismo agua.

    Salud

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