lunes, 31 de marzo de 2014

26 de marzo de 2014, RUTA DE LOS INFANTES

Querido Rodrigo,

Más que infantes, más que príncipes... ¡como auténticos reyes disfrutaron tus amigos paseantes de esta primera jornada de la primavera de 2014 en la que, además de la tuya, ya descontada, tantas ausencias hubo que lamentar! Solamente cinco de nosotros, a los que ya reconocerás por las fotos, se reunieron en un punto de la "carretera de los pantanos" cercano a Pelayo de la Presa. La mañana, fresquita, un poco ventosa, con nubes y claros... primaveral. Amplias pistas, anchos cortafuegos, encinares y pinares, algunas vacas, un rebaño de cabras, un par de ciervos, ladridos lejanos y voces de  un cabrero al que no llegamos a ver: ni un solo avistamiento de ser humano en las cinco horas aproximadas que anduvimos por aquellos parajes, desde las 11 de la mañana hasta las 4 de la tarde. 

El día anterior se había descartado la propuesta de Salva, cresta de los Almorchones en la zona de la Maliciosa, por previsión de lluvias e incluso nieves. Esta otra ruta alternativa, al sudoeste, nos dejaba al resguardo. Las previsiones se cumplieron. Mientras José Luis H. y yo tomábamos café en un mesón de carretera cercano al punto de encuentro, en la ubicua tv se veía Cercedilla en directo bajo una  copiosa nevada. 

A poco de empezar nuestro paseo, 11 y 7 minutos de la mañana, un esqueleto de árbol llama la atención de Ignacio.


Su tronco reventado, las ramas desgajadas rodeándolo en círculo, atestiguan el mortal efecto del certero rayo. Más adelante verás otro árbol caído, de distinta y más reciente causa. Pero no son los árboles caídos los que van a prestar su tono al paseo ni han de colorear esta crónica. Al contrario, son los enhiestos pinos y los cielos azules y los anchos caminos ondulantes y el sol tibio del mediodía y el chubasco lejano y la promesa de la primavera los que hoy componen la melodía de la marcha. Ya sabemos que árboles caídos siempre los habrá y que nunca faltará quien haga leña de ellos.


Toda la primera parte de la ruta es suavemente ascendente y transcurre por pista. Así, las conversaciones fluyen fácilmente, dispensadas de jadeos y tropezones. Hasta es posible sostener la mirada alta largo tiempo y dejar que se pierda sin sobresaltos en el lejano y abierto paisaje. Asombra tal extensión de bosques en la cercanía de Madrid, apenas interrumpida por las manchas de un lejano pueblo y de una enorme y blanca antena parabólica. 


Allí mismo se hacen cábalas acerca de la antena, ¿Fresnedillas?. Ignacio aclara posteriormente que se trata de la Estación de Seguimiento de Satélites de Espacio Profundo de Cebreros, de la Agencia Espacial Europea. Casi colega nuestra, pues, la tal antena, solamente que nosotros no exploramos un espacio tan profundo, sino uno más cercano y familiar y no mediante satélites o sondas espaciales sino en persona y a lo vivo como aquél que dice. Nuestras profundidades, que las tenemos, van de otra cosa.


El amplio cortafuegos por el que caminamos hacia la máxima altura del día, el cerro de Parada Cuerda con sus pírricos 963 m., nos recuerda una calle de golf rústico y municipal. En otra ocasión traeremos los palos y jugaremos animosamente un hoyo como corresponde a nuestra edad y condición. 


Y aquí nos tienes, en reducido grupo, a las 12,45 del mediodía, todavía con un largo recorrido por delante, piscolabis ya tramitado y acompañados del penetrante aroma del tomillo que Antonio ha recolectado para sus fogones. Y es que ha surgido una estimulante conversación sobre las hierbas aromáticas y su papel en la cocina. Allí desfilaron el laurel y la albahaca, el tomillo y el romero, el cilantro, la menta y el hinojo: que un guiso sin hierbas no es nada y que hay que aprovechar la abundante variedad que de ellas nuestros montes nos ofrecen, con cuidado y conciencia ecológica y siempre con el permiso de la autoridad competente.


Todo es descenso de aquí en adelante. Este hoyo es más duro de jugar, más rough, abundante en piedras y de green seco, pero nosotros somos gente sencilla, sin prejuicios burgueses y lo acometemos con gran ánimo. Enfrente de nosotros, a la derecha y al fondo de la fotografía, la Almenara, cuya cumbre ya han vencido algunas botas mierconistas en otras ocasiones en singular combate emprendido siempre desde Robledo. Quedas informado, pero también los compañeros de hoy a los que anteriormente había confundido señalando a otra cumbre como la Almenara.


Pues este es el segundo árbol caído del día. Víctima seguramente del viento, todavía viven en sus ramas las verdes acículas. Ganas dan de enderezarlo y volver a plantarlo en el hoyo que ha dejado, pero sus raíces se han tronchado y el esfuerzo no serviría de nada. Malo es ser abatido pero peor es perder las raíces.


Es primavera ya pero aún se ven pocas flores. En las colmenas que nos surgen al paso no se percibe ninguna actividad. Imagino a las abejas sesteando a la espera de que aparezca la materia prima para la elaboración de su dulce néctar. La más inquieta de entre ellas se despereza de vez en cuando y se asoma al exterior por una rendija. "¡Sólo verde! Faltan los rojos y los violetas y los amarillos y los blancos. ¡Paciencia!" Y vuelta a dormir, que no hay prisa, dijo el zángano. Así que nosotros seguimos al paso, que tampoco la tenemos, aunque zánganos no somos.


Hemos abandonado el monte áspero de chaparros y encinas y ahora la pista transcurre entre solemnes pinos. Se ha calmado el escaso viento y el sol ya no duda tanto en abrirse paso entre las nubes. El aire fragante prefiere ahora la resina al tomillo y en esas andamos cuando...


...cercanas las dos de la tarde arribamos a la que en el plano aparece como "casa forestal". Hasta los bosques parece haber llegado también la crisis porque la casa forestal está no ya cerrada sino tapiada en todos sus huecos. Pero nos basta con su exterior, su volumen y su presencia para acogernos a su hospitalidad y, sentados en la escaleras de acceso, dar cuenta de nuestro almuerzo.


El momento fue tan grato que, una vez más, se echó de menos a los ausentes. No es casual la actitud como abstraída de los que se ven en la foto, cada uno en sus pensamientos, en su plátano y mirando en dirección distinta.



Mirando sí, pero en una dirección muy concreta, está Antonio. En el fondo de un macuto aparece una brújula, de cuando la navegación, por tierra o por mar, requería mirar al horizonte, a las estrellas, a los mapas y a este invento maravilloso de una aguja que siempre señala al norte. Ahora se mira solamente el rectángulo luminiscente del smartphone donde se encuentran todas las verdades y todos los rumbos. Y nosotros, tan modernos somos, examinamos con curiosidad el cacharro y alguno le pregunta que dónde estamos, de dónde venimos y a dónde vamos, y la brújula, silenciosa, solamente mueve su aguja hasta detenerla en dirección norte. Conclusiones preñadas de escepticismo y no sé si adhesión incondicional a la modernidad. De ser así, sería una pena.


Desde la comida hasta el coche hay casi seis kilómetros, pero menos distancia y densidad en anécdotas para la crónica. La ancha pista sin accidentes, el tibio sol, el reciente almuerzo, producen un efecto letárgico donde los pasos y las conversaciones encuentran y agotan su valor en ese instante, sin apenas nada más que legar a futuros lectores. Una nave de tejado verde, destinada a labores agrícolas o ganaderas, ofrece un minúsculo argumento para el comentario y la fotografía. Mejor argumento es el de las oscuras nubes preñadas de agua que parecen seguir nuestros pasos. Para no crear un artificial e innecesario suspense, adelantaré que no llegaron a mojarnos.


Y los ciervos. En la última parte del recorrido el terreno se hace más áspero, más interesante. Hacia el oeste unas colinas que nos separan del embalse de San Juan. Hacemos propósito de subir en alguna ocasión hasta aquellas atalayas y asomarnos a la extensión de agua. En esto estamos cuando alguno de nosotros, ahora no recuerdo, ve un par de ciervos o gamos lejanos entre la espesura de matorrales. Bajamos la voz para no asustarlos y disfrutar un instante más largo de su presencia. Pero no hace falta: allí permanecen inmóviles como estatuas, la mirada fija en nuestro grupo. Luego levantamos la voz, hasta gritamos y hacemos gestos, pero ellos siguen impasibles. Cuando reanudamos la marcha, nos volvemos de vez en cuando y allí están, girando la cabeza solamente para no perdernos de vista. Y así, un trecho más adelante, acabamos el paseo de hoy. Te dejo el mapa para ayudarte a que te sitúes. También estas líneas y estas fotos. Hoy, de todas formas, te pido que los compartas con los otros que no vinieron. A todos hemos echado en falta en este precioso día.

Un abrazo.


4 comentarios:

  1. Paco, qué bellas palabras y con qué elegancia elevas lo cotidiano a la ironía filosófica, materia que dominas a la perfección. Las fotos son excelentes y además en ese tamaño se ven de maravilla. Muchas gracias. Ignacio

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  2. Me ha gustado mucho la alusión a la brújula direccional. No se si me acordaría de cómo usarla. Pero en la mili con la brújula y un mapa llegábamos siempre al objetivo marcado. Claro que siempre después de los chiribiqueros (?), que allí estaban al final de la marcha ofreciéndonos bocadillos y refrescos. ¡Y eso que algunas veces nuestro destino era secreto! Yo hice la mili en Montelarreina (?) a 8 km de Toro.

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  3. Magnífica crónica de un estupendo día mierconista. Lo de la brújula un puntazo, aunque echo de menos una cita a la que tan elegantemente lleva en el pomo de su bastón nuestro amigo Antonio.

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  4. ¡ Ole, ole y ole ! ¡ Viva la pluma de nuestro fénix ! Y que no haya ningún malnacido que piense lo que no debe, que muestras de hombría y bonhomía las tiene dadas y colman cualquier exigencia.
    El que aquí comenta se refiere a la elegancia literaria y blogueriana del autor de estas crónicas .
    Bendito seas Paco, eres el más grande.

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