domingo, 14 de septiembre de 2014

10 de septiembre de 2014, SENDERO DE LOS REALES SITIOS

La inauguración del curso no podía haber contado con una mejor elección de la ruta. Ya se que esta frase, recurso de vulgar plumilla, es tópica y con eco falso y hueco como la reproducción turística de las cuevas de Altamira. Pero, como bien argumentó Antonio, proponente del paseo, el trazado encajaba a las mil maravillas, por su longitud y desniveles muy moderados, con los previsibles ánimos, estado físico y otras circunstancias coyunturales de un grupo que empieza a mostrar, bien que con toda prudencia y mesura, algunas goteras. ¿Y su título? ¿Qué me dicen ustedes de su título? ¡Sendero de los Reales Sitios! Contemporáneo a más no poder, ahora que volvemos a tener un Felipe de monarca, tal como aquél, promotor de la fama de esta villa y pescador de truchas en el Eresma. ¿Y su remate final? ¿Qué me dicen ustedes de su remate final, con almuerzo a borde manteles en uno de los más afamados comedores de La Granja?. Así que buena elección la de Antonio y muchas felicidades por ello. Motivo grande de alegría ha sido la incorporación de Rodrigo tras su mal paso allende los mares, y de Salva, recuperado en buena hora de diversos alifafes.

Todo estaba dispuesto, de tal forma que a las 10,30 de la mañana de ese día mencionado en titular, nos encontramos o nos reunimos en la Puerta de Segovia de la Granja de San Ildefonso, tras un largo y cálido verano y cafés mediantes (alguien ya los había acompañado de churros en el puerto de Navacerrada), los siguientes paseantes mierconistas: Antonio, Aurelio, Gonzalo, Ignacio, José Luis H., Rodrigo, Salva y este cronista que lo es, aunque de forma un tanto espasmódica e irregular.

La mañana estaba preciosa, el sol lucía con fuerza y ya prometía calentar algo más de lo justo. El paseo de la Alameda, hacia el palacio y los jardines, invitaba a deslizarse por la blanda pendiente de la guía Michelin. Pero este grupo es siempre fiel a sus proyectos y no se dejó tentar, de manera que, tras algunas insignificantes dudas y vacilaciones, decidió ponerse en marcha allá por las 11 de la mañana. Sin embargo, Rodrigo había olvidado su prenda de cabeza, vulgo gorro o sombrero y, temeroso de que el vibrante sol septembrino afectara a su natural color y buen juicio, emprendió una breve gira por las tiendas del pueblo. Al cabo volvió provisto de una gorra de marca conocida y color azulón, que cumplió sobradamente su finalidad y sin desdoro del habitual elevado nivel estético del grupo.


Y basta de prólogos, que así no se llega a ningún sitio y menos a la hora de comer. Hablando de comer, la ruta se inicia por la margen de la carretera de Segovia, camino del Robledo y al lado de las huertas de los afamados judiones de La Granja. Ahí es nada, y qué buen aspecto presentan las matas, tan enhiestas y verdes, tan sugerentes para algunos amantes de la buena mesa y las digestiones aciagas.



Del entorno del Robledo, hoy convertido en "zona recreativa", algunos tenemos aún recuerdos de cuando la mili, pero la natural prudencia y compasión presente en este grupo de amigos, contuvo a más de uno de entrar en detalles y echar a perder así el ingenuo encanto de esta excursión inaugural. Sí se puede apuntar, por lo breve de la referencia, que el embalse de Pontón Alto, por cuya orilla transcurre la primera parte de la marcha, no existía en aquellos tiempos y que lo que ahora ofrece es un aspecto tristón, de puro seco y turbio. Un rótulo advierte con oficiosidad "vedado de pesca" pero no hay miedo: ni hemos traído hoy las cañas de pescar (en realidad nunca las traemos, Aurelio) ni apetece probar suerte en este trasunto de "charco-ranas" que dirían aquí en Segovia.



Ribera del Eresma hacia arriba. Dia de calor inclemente. Me da por pensar que septiembre es, en estas latitudes, el peor mes del año en cuanto al tiempo: sigue el calor del verano ya sin el aliciente de las vacaciones y la promesa del mar; llueve poco y el polvo de los caminos es más tenaz, más pegadizo; los arroyos apenas son más que una hendidura pedregosa y árida. ¿Hay truchas, en este Eresma de albañal, que justifiquen la veda?


Seguramente exagero. La apariencia del río no es tan mala como puede dar a entender mi síndrome post-vacacional, o lo que sea. El sendero (de los reales sitios, no se me olviden) es atractivo: por la compañía del agua y de su cantar, por la abundante sombra, por el empedrado de macizos y bastos bloques de granito, por sus pasamanos y pasarelas, calzadas y escalones, por sus rústicos y elegantes indicadores.



Poco antes del Puente del Anzobero o Anzolero, se hace una parada para el piscolabis, hoy escueto, que apenas hay necesidad de reponer fuerzas y que hay que reservar hueco para el yantar a borde manteles. Si hubiera que significar alguna novedad sería el cambio de marca de las bolitas al queso de Ignacio: matices aparte, tan celebradas como las del pasado curso.


Puente del Anzobero

Sin perder en ningún momento la compañía de las aguas del Eresma, las vemos al cabo del rato embridadas y canalizadas a su salida de la presa o salto del Olvido, ya en la proximidad de Valsaín. El salto es bien modesto en tamaño pero grande en las románticas resonancias de su nombre.

Salto del Olvido

Desde aquí, se sube hacia el pueblo y se cruza la carretera general, único lance de la excursión con un riesgo cierto. Al lado de las serrerías, al fondo de una de ellas dedicada a la fabricación de palets, sigue el sendero de pomposo nombre de vuelta hacia La Granja. Dedico un recuerdo a los comúnmente detestados eucaliptos que he visto esta pasada semana en Galicia en gran abundancia. Ya se que acidifican la tierra y que no son especie autóctona, pero encuentro que su destino en pasta de papel es un puntito más noble que el de estos armazones auxiliares del almacenaje. Debato internamente y con la colaboración de José Luis H. acerca de conceptos como la utilidad, el medio ambiente, y otros tan subidos e importantes. Unas vacas sestean, ajenas a la altura de nuestros pensamientos, al lado de los troncos dispuestos para la sierra. También el destino de estos animales es utilitario. ¿O quizá no, solamente?


En la vecindad del palacio - espesura de color ya casi otoñal pero calor veraniego - la puerta de Cosíos a los jardines está cerrada e inatendida. Lástima, porque hubiera sido un bonito remate de la excursión un paseo, éste sí real, entre los tilos, los castaños de indias, los parterres de los jardines. Nos contentamos, lo que no es poco, con recorrer la alta tapia por fuera y seguir disfrutando del reencuentro, de las conversaciones, del gusto ácido de unas endrinas que surgen al paso y que no hay tiempo de recolectar para un pacharán artesanal...


Antes de las 2 de la tarde, junto a los coches, cambio de calzado y abandono de macutos, que ni botas ni ropas de abrigo son necesarios para llegarse hasta el restaurante y lo que después venga. Bien dispuestos todos alrededor de una mesa alargada, algunos hacen honor a los judiones, indiferentes a las rigores de la temperatura veraniega, mientras que el resto se inclina, aunque no tan reverentemente, por otros guisos no menos sabrosos pero más ligeros. El vino de la casa, elegido por Aurelio, es del gusto de todos los que lo prueban. Se barajan propuestas para la próxima semana. En la memoria, Juarros de Voltoya y el estupendo rato en la casa de Esteban, con los que casi inauguramos el curso hace un año.


Un buen balance del día: casi tres horas, casi 9 km. de marcha y tobillos, piernas y tensión arterial de todos en perfecto estado, sin casi. Hemos echado de menos a los que hoy han faltado y esperamos verles pronto.

1 comentario:

  1. Excelente comienzo de curso. Viéndolo escrito parece aún mejor que haciendo el camino, pero lo uno con lo otro mucho mejor.

    Muchas gracias.

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