domingo, 23 de febrero de 2020

19 de febrero de 2020, EMBALSE DE RIOSEQUILLO

Dos años casi exactos, semana más o menos, después, volvemos al embalse de Riosequillo. Aquí tienen la crónica de aquél paseo por si la quieren repasar. Hoy hemos sido pocos, a pesar de que el día y el embalse -uno, mucho más luminoso; el otro mucho más lleno- mejoraban con creces los del 17 de febrero de 2017. Cinco paseantes en total, Antonio, Aurelio, Ignacio, José Luis y el que suscribe. Compromisos diversos, dolencias pasajeras y hasta un cocido de ingenieros (desambiguación: ingenieros que se reúnen a comer un cocido), tan abundantes entre nosotros, han dejado mermado al grupo. Y aunque con mucho retraso, este cronista cumple su compromiso de registrar esta salida, compromiso hoy más exigente por explícito en e-mail a Ignacio, el convocante, que otros días.

En el aparcamiento que da acceso a la presa, al lado de Buitrago, el feliz encuentro con Jose Luis de A., que no va a acompañarnos en el paseo pero que viene a saludarnos y a recoger unos murieles que Aurelio venía guardando. Pocos días le faltan a José Luis para que vuelva a estar habilitado para el bordemanteles, así que vamos a encargarnos de prepararlo. Queda dicho y comprometido.



Ignacio ha traído su cámara, preparada en modo "reflejos". Al cronista le gusta mucho que Ignacio traiga su cámara porque le gusta escudarse en su amigo para hacer lo propio -y hacerse el remolón -y acortar el paso -y dedicarse a mirar mucho. Y es que, por si no lo sabían, el cronista pertenece a la especie de los contemplativos, ya que no de los mirones. Y aquí trae una breve muestra de vistas del embalse para que los muchos que no nos acompañan se imaginen el día que hacía.



En las fotos que siguen, otras evidencias del buen día, de la temperatura que pueden ustedes deducir por las ropas ni muchas ni pocas, del ligero abrigo de liquen que se gastan los arbolillos vecinos del embalse y de los retos que nunca faltan en estas salidas de los miércoles. Lo que venía sucediendo hasta entonces era de gran sosiego y contento, con fácil camino y la compañía constante de la superficie del agua, tan fotogénica.



Las 12 del mediodía y el piscolabis en la orilla, casi en la playa. Comparen ustedes con aquél del año 20 -basta con la foto de entonces- y entenderán.



Sigue el paseo cerca del agua, bordeando el embalse. A la 1 de la tarde, sobre la cañada del Zarzo de Cabañeros, José Luis se despide para volver a tiempo de asistir al festejo de un nieto, que es lo que se debe hacer y no hay nada más importante. Resta allí la mínima expresión de esto que se ha dado en llamar "mierconistas", camino del más allá de donde se encuentra, y buscando un paso en el arroyo de Pinilla.



Damos al fin con con una vieja pasarela de madera y cruzamos al otro lado. El arroyo hoy baja grueso y orondo y parece como si él solo se ocupara de alimentar ese brazo del embalse vestido de Canal de Panamá con permiso de Rodrigo.



El más allá obliga a recorrer una orilla encharcada desde donde la superficie del embalse se lustra de plata y azul para la cámara de Ignacio. El resultado prescindió del azul pero, aún así, mereció la pena y las botas mojadas.



Tanto daba un poco más o un poco menos de distancia para sentarse y almorzar; ya se había cumplido el objetivo de la mitad de aurelios y poco más se le podía pedir al día. Un pequeño promontorio rocoso sobre el agua sirvió para el menester, tanteo de siesta y nuevas fotos. Sin levantarse del sitio, los brotes diminutos en una rama se ponen a tiro del objetivo del cronista.



Como en aquella otra ocasión, allí, en esa finca cercada -casa y caballos-, siguen las canoas varadas y hoy de color más rutilante. En la entrada del canal, Antonio se detiene, también él, para hacer su foto, como antes las del piscolabis.



Volvemos por la cañada, ya sin vistas cercanas del embalse, por buen camino y buena marcha. Al llegar a la finca cercada que asaltamos en el paseo anterior, bajamos hacia la gran pista que habíamos recorrido por la mañana. Ahora los azules ceden su sitio a los dorados. Desde hace ya rato sobran las chaquetas.



Recorrer el coronamiento de la presa añade un kilómetro más al paseo, con tiempo para entretenerse contemplando las estructuras de vertederos y compuertas y agotar, si eso fuera posible, los temas de conversación. Ya sabemos que José Luis llegó con bien a su festejo e incluso que la digestión de la comida de ingenieros transita por buenos cauces.



Donde los coches, pasadas las cinco de la tarde, sin prisas, se rescatan las llamadas perdidas y se leen los mensajes no atendidos. El mismo sitio que en la mañana pero catorce kilómetros y medio y seis horas y media más distante. Eso son 16 aurelios, lo que no está mal para una jornada de transición. Y bastantes antonios, ¿no, Antonio?.



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