lunes, 2 de marzo de 2020

26 de febrero de 2020, PESQUERÍAS REALES

Hoy este cronista era también el inventor de un paseo al que precedían días de tiempo espléndido, primaveral. Había estado un servidor de ustedes el fin de semana anterior por Segovia comprobando que los ríos llevaban abundante agua, que los embalses casi rebosaban y que el verde hierba se imponía sobre los habituales ocres castellanos. El tramo del Eresma conocido como las Pesquerías Reales es un sitio precioso, de fácil acceso y a gusto del respetable, porque respetable es nuestro grupo. De manera que se propuso y les propuso a sus amigos pasear por ese rincón de la geografía segoviana tomándose la jornada con calma y, llegado el caso, tomando pastelillos en vez de sardinas. Pero cambió el tiempo y este cronista se temió lo peor, entendiendo por peor no solo un nublado, sino frío del que hiela y hasta nieve. Con esas perspectivas nos citamos este miércoles en la glorieta de entrada a La Granja, donde El Roma; y si había suerte y estaba abierto, allí nos tomaríamos el café. La respuesta a la convocatoria fue abrumadora: once, que este grupo es animoso y de valor reconocido.

Sí, once de los trece o catorce posibles excursionistas nos reunimos en el sitio propuesto a las 10,15 de la mañana y, como El Roma estaba abierto, hubo café para los que quisieron e incluso algún bizcocho.

Enseguida nos trasladamos a donde la presa del embalse del Pontón Alto, lugar elegido para cambiarse el calzado y empezar a andar. Para muestra, un botón: la foto de los participantes entre los que está, por primera vez, José María, segundo por la derecha, amigo de José Luis y al que damos la más cordial bienvenida a esta peña. Y está también Braulio, al que tanto se echaba de menos. Otro botón: el cariz del día. Y hacía frío.



Con el embalse lleno de agua y de motivos para la máquina de Ignacio, sin otros paseantes a la vista que los que leen habitualmente estas líneas (en ausencia de chinos), y bien abrigados, pronto se deja atrás el pantano para seguir por la margen izquierda del Eresma. El embalse y el río se gestionan por la Confederación Hidrográfica del Duero. Lejos les quedan estas aguas a los del Duero, que se refieren al Eresma como "un pequeño río de montaña". Se ve que la distancia es el olvido -o la falta de aprecio- y resulta que el Eresma es tributario del Adaja, que lo es a su vez del Duero. Digo que también podría ser que el Adaja fuera tributario del Eresma. Y es que la capital de la JCyL (léase Junta de Castilla y León) es Valladolid y Segovia queda un tanto a desmano. No me hagan caso, que razones habrá en hidrogeología para decidir cuando un río es tributario de otro o viceversa, como las habrá en el caso de las personas y de las instituciones. Este cronista, por ejemplo, es siempre tributario.



Río de montaña, en eso no les falta razón: corriente rápida y lecho de piedra, aguas transparentes, claras. Se ven muchas ramas y troncos caídos pero ese desaliño le sienta bien al joven Eresma y no dificulta nuestro paseo. Una barandilla de metal sobre una balsa o aliviadero en el río (Joaquín dirá, que sabe de esto y estaba muy atento observándolo) y una pequeña construcción al otro lado sirven de motivo y disculpa para otra foto de grupo.



La minicentral hidroeléctrica del salto del Olvido se nos aparece en alto, flaca y pálida como la ama de llaves de la Rebeca de Hitchcock. Es un momento muy gris, muy húmedo, pero que no dura mucho. Un poco más adelante ya luce el sol donde el camino de las Pesquerías tiene el trazado quizá más bonito, con sus antiguos escalones, aceras y bordillos labrados en piedra para facilitar el paso de los reales pescadores y el nuestro. Ahí el Eresma suena más y va más deprisa a cumplir sus obligaciones, que las tiene y muy diversas además de alegrarnos el camino. Y hablando de alegrías, a Joaquín se le ve contento en un ambiente que le resulta tan familiar, en medio de lo hidráulico, con su canal y todo -¿de alivio, de derivación quizá?- como fondo.




Entre Valsaín y la Pradera de Navalhorno hay otro embalsito que no sé cómo se llama a pesar de que somos viejos conocidos. Hoy se ha adornado con abundancia de carrizos, espadañas o eneas -quizá anea-, sucio elemento decorativo muy en desuso pero tan útil antes para hacer los asientos de las sillas. Algún artesano queda que todavía es capaz de manejarlas. En la presa, nos detenemos brevemente para descansar -como esos ciclistas pero quizá con menos motivo-, mirar y hacer fotos.



Ya tenemos Valsaín a la vista y como son más de las 12 del mediodía hay que parar y reponer fuerzas antes de esa especie de apéndice del paseo que nos llevará, ida y vuelta, a las ruinas del palacio en el que nació Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II e Isabel de Valois y soberana y gobernadora después de los Países Bajos. Lo digo con toda mi simpatía por Marc.



En Valsaín, una ancha y sucia corralada recuerda a alguien el Novecento de Bertolucci, pero sigue pugnando el sol por hacerse con lo queda de día y no nos deja entristecernos demasiado por el escaso aseo del pueblo y el calamitoso estado de las ruinas del palacio a las que damos una vuelta mientras Ignacio las retrata con maestría.



El cronista no es muy propenso a la melancolía, pero sabe que las glorias son caducas, de manera que trae aquí una imagen ajena para mostrar lo que ese palacio fue, después de mostrar, junto con Ignacio, lo que ahora es.



Y seguimos la marcha hacia La Pradera. Desde el puente sobre el Eresma, que no llegamos a cruzar, se explica bien el porqué del nombre de ese pueblo gemelo de Valsaín, bien que más elegante y atildado.



Por donde cruzamos es por la presa, volviendo sobre nuestros pasos y utilizando una elegante pasarela, de madera de pino de Valsaín como debe ser. Ya al otro lado del pueblo, hacia el oeste, hemos cambiado el sendero de las Pesquerías Reales por el sendero de los Reales Sitios, el agua por el bosque, la hidráulica por la serrería. El factor común "Real" puede sonar pomposo o afectado, pero "es lo que hubo", pobre recurso retórico con que el cronista quiere hace guasa del excesivo, frecuente y fútil "es lo que hay". Y de lo que hay, merece la pena mirar la nieve que ha caído en las cumbres de la sierra en las últimas horas, allí, por encima del grupo.



Ahora se camina por carretera sin tráfico, mejor, por pista asfaltada, un paso detrás de otro, buen piso y mejor temperatura, aire serrano con olor a resina. El respetable solicita la parada para el almuerzo pero el presidente resiste un poco, que todavía no son las 2 de la tarde y a ver qué va a ser esto. Sale por fin el pañuelo blanco, se detiene la marcha, se toma asiento sobre una buena peña con el alivio de las almohadillas de espuma que Rodrigo ha regalado a sus amigos, y se almuerza. El cronista no se acuerda de la foto hasta después de levantados los manteles, pero la hace para que conste y se vea el comedor. En el rato de después andamos un poco perdidos entre hojarasca y zarza seca hasta que damos con una pista embarrada que nos lleva a la carretera general y, de ahí, hasta el último tramo de este paseo.



Ese último tramo no le ha gustado a Antonio, no sé bien porqué. Puede que por la combinación, un tanto estrafalaria, de monte bajo y grandes pinos entre mucho matorral y rebollo, árboles tronchados y en el suelo, senderito fácil de seguir... a veces, la vista de Matabueyes y el embalse y la de Peñalara detrás de las ramas desnudas... y "Las Peñitas", un como campamento de zíngaros de chabolas en madera, latón, somieres... y caballos. Todo esto, pequeños huertos hacinados que no sé si todavía producen los famosos judiones, está un poco más allá de la gran pradera del Club de Polo, algo que también debió calificarse en algún momento como "real" hasta que pasó a ser algo menos que virtual. ¡Cosas!. La vista de aquello desde el suelo no merecía una foto, pero sí tiene interés la foto aérea que cualquier profano en los océanos de internet puede encontrar en la red (y si no, aquí)



De tan original paraje se sale por una puerta en la alambrada que lo separa de la carretera, al lado de una estación depuradora de aguas residuales. Y de allí a los coches, nada. Ahora ya luce el sol y el cronista queda tranquilo de que los negros presagios no se hayan cumplido.



Un solo café abierto en La Granja. Hemos tenido que trabajárnoslo pero ahí estaba para cerrar la jornada. Gestos para todos los gustos, que es lo que tienen las malas instantáneas, pero me pareció que todos estaban tan felices como José Luis. Y si no, que lo digan, que para eso están los comentarios. Seguramente la próxima, como revancha, subirá la cota de aurelios. Que así sea.

2 comentarios:

  1. Paco, disfruté el paseo y me gusta la crónica. Te superas cada día. Mágnífico que hayas recuperado los enlaces.
    Feliz hoy de leer y recordar, aunque sea confinado...Al fondo suena "Tres palabras" en versión de Cal Tjader.

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  2. Estupenda crónica de un día para recordar con mucho agrado. En ésta has alcanzado un nivel tanto literario como fotográfico que será difícil de mejorar, aunque si de igualar dadas tus dotes en ambas disciplinas. No podía ser más oportuna porque nos llega en el ecuador entre la añoranza y los deseos de retomar la buena vida que es como un respirador virtual sin necesidad de una impresora 3D. Muchas gracias.

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