martes, 5 de noviembre de 2019

30 de octubre de 2019, EL CARRO DEL DIABLO

Dice Ignacio en su puntualísimo envío de resúmenes técnicos de nuestros paseos que la excursión de hoy ha sido "un verdadero disfrute para los sentidos". Sirvan las fotos que siguen para confirmarlo, al menos por lo que se refiere al sentido de la vista, que los del olfato, el gusto y el tacto requieren de otros medios de los que no dispongo y el del oído se me traspapeló.





Partimos de Rascafría andando, con tiempo bonancible, entre las 10 y media y las 11 menos cuarto de la mañana y, para salir del pueblo, pasamos por una puerta, como debe ser. Luego caminamos en suave ascenso por un sendero bien trazado y despejado.



Media hora más tarde ya estamos en un rebollar que anda vistiéndose de temporada. Como el día no está frío, aunque el veranillo de San Miguel ya parece que se fue, hacemos una parada para quitarnos abrigo y retratar el grupo. De izquierda a derecha, José Luis H., Joaquín, Rafa, Ignacio y Aurelio. Gonzalo, que no sale, andaba por allí y el cronista, que tampoco sale, hacía la foto precisamente para no salir.



A eso de las 12 y media se nos informa, primero con un cartel y más tarde con un obelisco de piedra plantado en un cruce, que estamos en el Parque Nacional de la Sierra del Guadarrama, cosa que ya sabíamos pero que nos alegramos de confirmar. A un tiro de piedra, el Carro del Diablo, roquedo de formas interesantes pero cuyo parecido con un carro requiere de imaginación que este cronista no posee. De la leyenda que está en el origen del nombre hace nuestro buen amigo Manolo R., el del Escorial, en carta a Rodrigo, un bonito resumen que incluyo al final de esta crónica.

La roca hubiera sido un acomodo propicio para el piscolabis, pero su hora y el aviso de José Luis habían llegado antes y ya no quedaban bolitas de queso, ni plátanos, ni almendras, de manera que nos contentamos con usarla de asiento para una -otra- foto y un poco de palique sobre leyendas y otros temas de rabiosa actualidad.



Ignacio, todo creatividad y visión estética, encuentra el acomodo y el ángulo más favorable para posar y allí mismo queda retratado. Y queda también bautizada la roca desde ahora como el Carro de Ignacio: me gusta mucho más.


Así que la roca, que lleva mucho aprendido de tanto visitante excursionista y tanto selfie y para celebrar el cambio de nombre, acaba pidiendo también un retrato, ella sola, y yo no puedo por menos de complacerla.


Camino adelante por buena pista prácticamente horizontal, pasamos por los arroyos Artiñuelo, del Cardoso y de las Calderuelas. Los tres con poca agua, no llegan a lucir el salto o chorro -cascada sería un término excesivo- que Ignacio recuerda de otro paseo por aquí. Desde un tramo de la pista, abierto al valle, un minúsculo fragmento del embalse de Pinilla entre los planos lejanos, azulados, de las sierras y los de matorral y bosque más próximos. Un pequeño promontorio rocoso emerge del bosque allá arriba a la derecha y nos preguntamos si podría tratarse del Cerro del Diablo, que entre carro y cerro anda el juego de la toponimia y no hay acuerdo ni conclusión.


La ausencia de la cascada se viene a compensar con un chorro artificial que sale de un depósito de piedra. Ignacio trata de hacer de él un salto de agua propiamente dicho manipulando unos trozos de tubería que flotan en el pilón pero la intención no basta si no se dispone de las herramientas adecuadas.



Son las dos de la tarde y la buena pista nos lleva al pie de una torre de vigilancia con su correspondiente caseta aneja. Gonzalo observa la calidad acerada de las ramas de un árbol seco y lo traigo al lado de la torre metálica por aquello del juego de las comparaciones.



En la escalera de la caseta posamos para la posteridad tan cercana y allí mismo, siempre a sotavento, almorzamos. ¿Tengo que decir que no faltaron ni el buen caldo de Aurelio ni el chocolate de Rodrigo?. Hoy, además, madroños de jardín de Au, rojos, redondos, idénticos, sabrosos, madrileños. De otra forma, ¿verdad, Ignacio?, también disfrute para los sentidos. ¡Pena de los que hoy no habéis podido venir!




Seguir andando, que es lo que hacemos después, no es siempre y solamente volver. El roble centenario nº 200 del catálogo de árboles singulares de la Comunidad de Madrid, el Roble del Arroyo de la Redonda, está un poco más allá y nos da motivo de tertulia admirada para la sobremesa... y de una nueva -y van cinco- fotografía de grupo.



Hacia las 4 de la tarde empieza a llover mansamente. Algún paraguas sale de la previsora mochila. Otros, como el cronista, fiel a su condición, permanece impertérrito bajo el calabobos. No hay que correr; sí atajar en alguna de las revueltas de la pista con cuidado de no resbalar.



El último tramo de este paseo discurre entre arbolillos y matorrales sobre un lecho de hojas. Como dice mi nieto de tres años: "el otoño llegó, hojas secas nos dejó; si llueve, coge el paraguas... y no te olvides de las botas de agua". Se lo han enseñado en el cole y lo repite muy contento, atropellando las palabras al final.





Y esta es la carta de Manolo a Rodrigo, con la leyenda del Carro del Diablo:

Querido Rodrigo:

Gracias, una vez más, por tu conmovedora referencia a una excursión camarrupil que debió tener lugar por el año 2000 o quizás antes. Efectivamente, siguiendo nuestra habitual línea de actuación creo que nos perdimos en la subida y que me costó encontrar el Carro del Diablo, a pesar de que yo había estado por allí días antes para identificarlo. Las críticas de la masa camarrupiana arreciaron y creo que me tuve que refugiar, precisamente detrás del Carro, para guarecerme de las pedradas que me llovían. Esto era normal y casi formaba parte de la acostumbrada liturgia de aquel entrañable grupo. !Te quieres creer, Rodrigo, que hasta recuerdo con cariño aquellas pedradas!!Lo que es la nostalgia!

Respecto a la leyenda del carro, sí que digo que me fue difícil encontrarla; eran otros tiempos y la debí sacar de un libro antiguo: Andanzas castellanas, J. A. Meliá, 1918. Ahora todo es diferente y más fácil. Aprietas un botón y te salen al paso 200 versiones de la mencionada leyenda y, finalmente, no te crees ninguna. Estamos perdiendo el candor necesario para hacer nuestro el relato de cómo Juan Guas, maestro de obras de la antigua catedral de Segovia, agobiado por el compromiso de terminar la construcción, pactó con el diablo, entregando su alma a cambio que los carros de piedra necesarios cruzasen con celeridad el duro puerto del Reventón. Las obras se aceleraron pero, ya cerca del final, el tal Juan Guas se arrepintió del pacto y lo anuló. Lucifer se cogió un cabreo muy respetable y, dada su maléfica potestad, la misma que seguimos padeciendo los pacíficos humanos del siglo XXI, decidió convertir el último carro en una masa pétrea inamovible. Como consecuencia, la catedral no se concluyó a tiempo y, parece que una de sus dos torres quedó algo mas recortada que la otra.

Cosas del pasado; ahora, tras apretar el maléfico botón y preguntar por la leyenda del Carro del Diablo, inmediatamente nos demandarían el pliego de licitaciones de la obra y las condiciones contractuales. Mundo este demasiado estructurado y carente de inventiva, pero que le vamos a hacer.

Querido Rodrigo, queridos todos, os deseo otra de tantas jornadas lúdicas y sanas y que disfruteis del día. Ahora, con los detallados soportes planimétricos del Ignacio, estoy seguro de que encontrareis el carro con más facilidad, sin necesidad de apelar a vuestros conocimientos astrológicos ni a Manolo Escobar.

Fuerte abrazo para todos.


Gracias, Manolo, y gracias por tus buenos deseos.

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