domingo, 22 de septiembre de 2019

18 de septiembre de 2019, HOYO DE MANZANARES

Poquito a poco, no vayamos a enfermar, parece que dijo José Luis H. cuando propuso este paseo, segundo del curso 2019 - 2020. O sea, que, para que ustedes se enteren de lo bien que interpretamos las intenciones de José Luis, hoy hemos permanecido quietos paraos más del 40% del tiempo total de la excursión: 2 horas y 15 minutos de un total de 5 horas y cuarto, todo según los registros exactos y puntuales de Ignacio. La cosa sucedió en el entorno de Hoyo de Manzanares, entorno no urbano, pero sí urbanizado, con sus restos de estudios cinematográficos y decorados como en un Hollywood de pacotilla, decadente y muy venido a menos. A la hora de la convocatoria, en un bar de Hoyo, algunos llegan a tiempo de tomarse el café mientras que otros retardatarios se conforman con acudir al sitio donde aparcar y hacen tiempo cambiándose las botas.

Hace calor y el cronista tiene los reflejos adormecidos, así que hasta no sé dónde no hay fotos que valgan. En el primero de los no se sabe donde se ve un camino de tierra, en ligera cuesta arriba, con las espaldas de Pedro y Joaquín y... a ver, déjenme que pase lista, que voy el último y que quizá con mucha ampliación de la fotografía reconozca la popa de los del grupo, es decir, el lado de detrás. Pedro, decíamos, Rafa, puede que Joaquín, Aurelio con su camisa roja, Ignacio, José Luis, Antonio... y Rodrigo por algún sitio. Pues esa es la nómina de este miércoles, con 9 supervivientes del arroz del picachuelo y que se sienten con ganas de caminar, hoy y todos los miércoles que se pueda de los de este curso. Y en la segunda, una hora más tarde aprox, ya hemos llegado al cruce de la carretera M-618, donde las Praderas de Veris, con vistas de maquinaria de obras públicas y ya con ganas de pararse y hacer una tertulia, que no hay porqué tomarse esto demasiado a pecho. Detrás quedan los restos de ese nuestro Hollywood, tan escasos y ruinosos que no han merecido ni una foto de estas de hoy, tan baratas que no cuestan nada.



12 del mediodía, que así como las de la noche son de la Cenicienta, éstas son las de José Luis y el piscolabis; bastante hemos hecho en aguantar hasta esta hora. De manera que piscolabis y no se hable más. Y permitan que, en la poco lucida imagen, aproveche este cronista, por vez primera, para desvelar el habitual gesto de Ignacio repartiendo las ya famosas bolitas de queso. Aprendan otros excursionistas y sepan que la exigente vida del montañero también es compatible con estas delicadezas -delicatessen en el alemán de Manolo R.- aun sin caer en el abuso y en la inclinada pendiente que conduce al vicio.



De Carboneros a "cabroneros", un baile de letras, pero que sirve para definir mejor, como Ignacio hace, el carácter de este recorrido de hoy, pródigo en subidas y bajadas. Bajadas y subidas por terreno incómodo, de tierra muy seca y surcada por la huella de regueros antiguos y propicia para el resbalón, el desliz y el escurrimiento.



Pero no hay problema ni apuros ni accidentes y sí pretexto para el paso cauto y paradas no programadas y conversaciones que casi se hacen tertulias. ¿Van entendiendo lo del 40 por ciento quietos?



Donde confluyen el arroyo de Trofa, el de los Loberillos y el barranco de los Cantos, hay un EDAR. A José Luis le veo muy puesto en eso de los EDAR, la verdad es que no sé muy bien por qué, de manera que pregunten a José Luis por el significado de esas siglas, que no voy a hacerles perder el tiempo hablando de porquerías. El caso es que pasamos por allí; que el cronista no se dignó retratar a esa cosa y sí a su amigo y un pequeño puente de madera justo donde la confluencia; y que, cómo no, en la siguiente sombra se hizo un nuevo alto y se desplegaron otra vez las conversaciones. Puesto a retratar, el cronista elige, en vez del EDAR, un invento rústico a base de bañeras, equivalente a los somieres de las puertas del campo pero más aseado.




Llega la hora del almuerzo y ahora sí que la parada está justificada. El cronista reposa preventivamente, sabiendo lo que le va a costar esta crónica mientras Aurelio ameniza la ocasión con un recuerdo musical al Gorbea, salido de su teléfono, que nunca es demasiado tarde ni demasiado pronto para un poco de nostalgia del terruño.



Y no hubo mucho más que destacar desde el bocadillo y el Gorbea hasta el aparcamiento de partida, alrededor de tres cuartos de hora después. Además de los del tiempo, otros totales fueron los poco más de 11 km. de distancia, los poco menos de 300 m. de desnivel -muy trabajados, eso sí- y como 13 aurelios. A pesar de eso, Ignacio dice en su epílogo que este paseo todavía forma parte del tiempo de recreo y que el curso lo empezamos la semana que viene. Así que ya veremos.


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