domingo, 15 de septiembre de 2019

11 de septiembre de 2019, ALREDEDOR DE EL BERRUECO

Hemos vuelto a las andadas. Dice la Real Academia que eso de volver a las andadas es reincidir en un vicio o mala costumbre. Pues la Real está equivocada en lo que a nosotros se refiere. A nosotros, a este grupo, le gusta andar y, andando, disfrutar de los lances, las aventuras o las peripecias que se vayan presentando. Y charlar, y verse unos a otros y celebrar una comida con manteles de vez en cuando. Así que vayan corrigiendo e incluyan entre las andadas esto que nosotros hacemos.

Se inaugura el curso 19 - 20 con un paseo sencillo y una comida abordemanteles según este cronista recuerda que le sugirió Aurelio en el último día del curso pasado. Y lo hace pensando en lograr el máximo quórum o asistencia, que no es cosa de poner demasiado alto el listón de los aurelios desde el primer día. Hemos quedado en el aparcamiento de El Picachuelo para asomarnos a las aguas del Atazar y después llegarnos campo a través hasta Sieteiglesias, que dicen que hay restos de pobladores de hace muchos años y a alguno de esta pandilla le gustan las antigüedades.



El día está muy bueno y la concurrencia no ha flojeado, a saber: Antonio, Aurelio, Ignacio, Joaquín, José Luis H., Pedro, Rodrigo y el escribano. Han prometido su asistencia a la comida Gonzalo, José Luis de A. y Salva, de manera que nos acabaremos viendo 11 de los 13 más habituales, con Paco A. en sus playas las de levante y Braulio a punto de lograr una victoria definitiva sobre el bicho muy malo. Las fotos de más arriba son solamente para que ustedes y el resto de visitantes a este cuaderno de bitácora de moderna factura se hagan una idea de lo que pasa, a punto de comenzar el paseo, a las 10:30 de la mañana.



Eso que Antonio toca no es un monolito plantado para celebrar nuestra vuelta, ni una moderna instalación artística; ni el terreno que pisamos es un camino. Dicen los que saben -en el grupo hay gente que sabe de casi todo- que el camino es más bien el trazado cubierto de tierra de un canal y que la columna es un sifón de ese canal y que las expresiones a color son exabruptos típicos del tonto del bote -de pintura, se entiende- contemporáneo, tan abundante.



Y también Antonio protagoniza la vista de la carretera que fue y que ya no es ni para mí ni para ti, ni para vehículos, ni para herradura, ni para amable paseo, que lo fácil es dejar que las cosas decaigan por sí mismas. El grupo posa muy contento a las 11:15, todavía es pronto, pero el ritmo permite adivinar que más pronto se hará tarde, así que seguimos.



Como dicen que todo es según el color del cristal con que se mira -no pensaba citarlo pero a lo mejor me acusan de plagio; lo dijo el cursi de Campoamor- este cronista ha utilizado el cristal de colores más o menos naturales e Ignacio el del blanco y negro en modo onírico o el de los sueños de Ingmar Bergman: me gusta. En cualquiera de los dos se ve que el nivel de las aguas del Atazar da pena.



En la curva que preside la altura del Castillo, al lado mismo de El Berrueco, hay una construcción elegante donde el tonto del bote ha vuelto, este sí, a las andadas. Tal parece que el grupo se dirige allí con un fin concreto, pero no es tanto, es solamente para verlo y seguir el camino, que la tal casita o caseta no se puede ni siquiera rodear.



Del pueblo, que atravesamos por su extremo sur, traigo en foto una bonita casa, con una hiedra que se empieza a vestir de otoño aunque el tiempo siga de verano.



Pasado El Berrueco, hacia la Peña La Horca, despacio que no hay prisas, ni los más sabios del grupo adivinan qué finalidad puede tener un cercado de alambrada que hay allí, ni lo que contiene: unas ramas secas que tapan aberturas en el suelo, como cuevas o zanjas. ¿Bodegas?, ¿silos?, ¿prisiones?. Así lo dejamos y vayan ustedes a saber, o quizá mejor no vayan porque el paso está vedado y allí dentro se pueden lastimar con los hierros y cachivaches tirados. El caso es que entre pitos y flautas se va haciendo la hora del piscolabis, de tal forma que unos pasos más allá y siquiera sin coronar la tal Horca, hacemos un alto y nos damos con gusto al primer baño de las bolitas de queso de Ignacio. ¿O no fue así? Porque me parece recordar que el suministro aún no ha dado el curso por comenzado. Pasa que los años pasan y la memoria flaquea y que son las 12:15 cuando volvemos al camino, a leguas aún de Sieteiglesias.



Ignacio hace fotos encima de unos enormes tubos; luego dicen que la fotografía no es una profesión de riesgo. Y con Ignacio, ya andando, decidimos que cuando lleguemos al puente romano de la Peña del Santo, nos daremos la vuelta y emprenderemos el regreso porque el día no da para más y hemos quedado para comer.



Que el puente no es romano salta a la vista y que está restaurado casi como el San Jorge de Estella, también. Pero queda bonito y propio para la foto y para la contemplación. Nos divierte mucho que El Berrueco y Sieteiglesias lo hayan compartido -así figura en los dos carteles informativos, uno por cada pueblo- y que dos municipios vecinos se lleven bien. El río Jábalo será lo único que los separa y así debería ser siempre.

A poco de orientar nuestros pasos hacia el Picachuelo desde las proximidades de la carretera M-131, llaman Salva y Gonzalo que, animosamente, tenían la intención de acompañarnos durante el último tramo del anterior trazado. Les informamos de nuestro cambio de planes y les decimos que nos aguarden tranquilamente en El Picachuelo, que allí estaremos sobre las 2 de la tarde. Incluso antes, con calor y ganas de sentarse -el primer día es el primer día- recogemos nuestros bártulos en los coches, abrazamos a los que nos faltaban antes, Gonzalo, José Luis de A. y Salva y disfrutamos de bebidas fría, fuera, a la sombra, y de nuestro yantar encargado, dentro. Menos, el disfrute de este último, que todo hay que decirlo y que éste no es el sitio para entrar en detalles. Pero bastaba con verse y saber de unos y otros, de las cosas comunes e incluso de las propias de cada uno, que para eso se describe esto, y es, como grupo de amigos, mierconistas accidentalmente.

1 comentario:

  1. Lo siento, pero en esta ocasión no alabo. ¡ Y es que la paella era mala, pero mala !
    Pero como ¡ A buen hambre, no hay pan duro ! pues alguno hasta repitió. Un mierconista hambriento es mucho mierconista.
    Enhorabuena Paco, tu no tenias esa intención.

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