domingo, 17 de enero de 2016

13 de enero de 2016, COLLADO ALBO

Para el inicio de esta excursión, primera del año, hemos quedado en la cafetería de la estación de Cercedilla. Nada más acorde con el tono más bien ferroviario del paseo, casi siguiendo el trazado del "funi" que va de Cercedilla al puerto de Cotos. Allí, en la estación, a las diez y media de la mañana, nos encontramos los apuntados, a saber, Antonio, Braulio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, Pedro, Rafa, Rodrigo y un servidor, y un no apuntado, Paco A., que se presenta inopinadamente para contento de todos. De los ausentes significo a Salva ya que la excursión, desde su comienzo, va a transcurrir por lo que es como el patio trasero de la que fue su casa en Camorritos, años ha. Un encuentro fortuito allí mismo con Paco, hermano de Salva y su mujer, Pitu, le acercan más, si cabe, a esta jornada por el territorio de los parraos.



Nos hemos acercado en coche al apeadero de Camorritos, desde donde comenzaremos a andar y ya posamos para las fotos de grupo de hoy. Hay allí dos casetas, las dos ilustradas con desigual fortuna por grafiteros de ocasión, que nos sirven de fondo. Son las once de la mañana y hace frío todavía, pero el día presenta buen cariz.



Al principio, una pista muy cómoda a la que se accede cruzando la vía. Al cabo de veintitantos minutos (once y veintitrés) hay que volver a cruzarla para seguir, ahora por un buen sendero, hacia el arroyo -río le llaman un tanto exageradamente- Pradillo, que baja con abundante caudal y sonora alegría del hondón de Siete Picos.



El paso del arroyo cuenta con la más bien precaria ayuda de un puente de troncos resbaladizo e inestable. Algunos del grupo prefieren intentar directamente el vadeo con la estabilidad que les proporciona una mano amiga. Son las once y treinta y siete minutos.





Al lado del apeadero de Siete Picos hay una casa grande particular -no hay otra en los alrededores- cuyo propietario conozco y al que hace tiempo que no veo. Exteriormente está bien conservada de techumbre, fachadas, puertas y ventanas, pintura. Cuando tenga la oportunidad haré averiguaciones sobre su actual utilización y el estatus que posibilita tal privilegio no obstante las muchas limitaciones con que la propiedad debe contar. El lugar en que se encuentra es el centro de la vertiente sur de Siete Picos, en medio de un hermoso pinar, a pie de tren -ahora sin parada- y a algo más de media hora a pie desde donde puede llegar un coche. Temo que se trate de un ni para ti ni para mí, de uno de esos pequeños nudos con que la vida se topa, administraciones públicas mediante. El apeadero también se ha quedado de más. Antes el viajero podía solicitar la parada del tren eléctrico en cualquiera de las estaciones que jalonaban el trayecto entre la de Cercedilla y la del puerto de Cotos, (Cercedilla Pueblo, Las Eras y los Castaños, Camorritos, Siete Picos, Dos Castillas y Vaquerizas), pero una decisión de la empresa, con poca gracia y seguramente llena de razones objetivas, dejó sin alternativas a los excursionistas castizos de tren y macuto. El caso es que por allí pasamos entre doce menos cuarto y doce del mediodía, con avistamiento del paso del tren y otras amenidades tales como la contemplación de Antonio enmarcado.



Desde allí mismo hay que emprender la subida al Collado Albo. Son apenas 700 m. pero de una buena pendiente -una media del 25% aproximadamente- que acaba con los restos de turrones, polvorones, mantecadas, mazapanes y roscones de Reyes (incluso con nata, ¡qué se le va a hacer!) de las pasadas fiestas.




Son las doce y media y nos detenemos en el Collado Albo para el piscolabis. Hay en el suelo un aislante de vidrio roto, resto de alguna de las reparaciones que ha sufrido el tendido eléctrico que nos sobrevuela. El tal objeto pasa de mano en mano y deja, en la de Rafa, unos aparatosos cortes. Nueva oportunidad para la demostración de habilidades de primeros auxilios y para exhibición y recuento de la provisión de productos de farmacia que muchos de los miembros de la expedición acarrean en sus mochilas. Omito las fotos de los primeros planos para no herir las sensibilidades más sensibles. Si quieren ustedes ver el cuerpo del delito, amplíen la foto grande lo que puedan y allí está, justo al lado de Rafa. Hay desde este punto una estupenda perspectiva de la cresta de las Cabrillas o risco de los Emburradieros de feliz recordación, con su comienzo en el cerro de Guarramillas y la Bola del Mundo detrás, vestidos de las primeras y sucintas nieves del año.



Ausente el camino, se continúa por lo que en la foto aérea parecía un cortafuegos y que resulta ser el desmonte necesario para el tendido eléctrico. Un recorrido entretenido, con terreno irregular, mucha piedra suelta, restos de ramas y pequeños troncos, helechos secos y alguna zarza. Un tramo más pendiente, que nos lleva de nuevo hasta la vía (una y veinte) y, desde allí, el descenso rápido -no diría yo vertiginoso- por el bosque hacia los arroyos que alimentan el embalse de Navalmedio. Con previsión, alguien, la compañía de electricidad supongo, ha amarrado con un buen cable de acero una gran roca que amenaza rodar cuesta abajo y llevarse por delante una de las torres eléctricas.



En un buen espacio del bosque los helechos están aplastados, pegados al terreno. No recuerdo cuál de nosotros previene al resto de la posibilidad de un tropezón con los largos tallos transversales, pero, salvo ese detalle, resulta agradable y seguro el blando pisar sobre la gruesa y mullida capa de pinocha y restos vegetales.



El paseo recobra la horizontalidad al llegar a las cantarinas aguas que confluyen en la corriente que va a parar al embalse un par de kilómetros más abajo. Aguas de variados nombres comunes: arroyos, regatos y regajos; y propios: Matasalgado, del Puerto, de Fraguilla, de los Baldíos. Aguas que nos preguntamos de donde vienen ya que tan poco ha llovido y nevado hasta la fecha.



A las dos y media pasadas ya hay un cierto apetito, que es lo que tiene lo del pasear por el campo, junto con lo de alegrar los corazones. Así que buscamos asiento en un hermoso tronco caído, con las piernas colgando como infantes. La postura da para una nueva foto de grupo pero no para tramitar un almuerzo que necesita sus requilorios, con mesa donde extender los manteles además de sitio donde asentar las posaderas. No va a ser aquí, pero lo encontramos diez minutos más tarde en un amplio prado, a la vista del embalse y en compañía de unos amables y prudentes potros que no envidian sandwiches, bocatas y chocolates.



Cautos a la hora de abrir latas, pasar alambradas y jugar con restos industriales, la comida acaba con bien, sin nuevas cortaduras ni pinchazos. Ha quedado muy buena tarde, esa que siempre debería presidir el tramo de excursión que sucede al almuerzo. Tampoco hay pendientes significadas, salvo en la última parte, cuando hay que vadear nuevamente el "río" de esta mañana. No asisto en persona a las imagino diversas contorsiones y tanteos que se llevan a cabo con tal de no meter el pie en el agua, pero sí disfruto con el ahora ordenado proceder del grupo, en fila y como debe ser, antes de la última rampa de Camorritos para acceder a la estación.



Y así concluimos, entre vías y traviesas, como empezamos, pero algo más cansados, más jóvenes y más sabios, que son cosas posibles y compatibles a pesar del común entender. Acaban de dar las cuatro y cuarto de la tarde.



Ignacio dice, y yo no soy quien para ponerlo en duda, que han sido 9,3 km., 453 m. de desnivel, 3,15 horas en movimiento y 5,30 horas con paradas, de donde se deduce que hemos sesteado durante más de dos horas, o sea, alrededor del 41% del tiempo. ¡Tremendo!

1 comentario:

  1. Leer la crónica es como volver a hacer el camino y disfrutar de nuevo. ¡Gran cosa de verdad!

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