jueves, 25 de septiembre de 2014

17 de septiembre de 2014, MONTE DE VALSAÍN Y LA CAMORCA

Un libro de rutas que ha comprado Rodrigo recientemente le sirve de inspiración para proponer el recorrido de hoy, cuyo trazado Ignacio dibuja y digitaliza, ampliándolo con el ascenso a La Camorca. Como el paseo es precioso, bien por el autor del libro, bien por Rodrigo y bien por Ignacio. Una sola mácula o lunar, aunque no quiero exagerar y las opiniones son libres: el título original de la ruta, vulgar y bárbaro, que he preferido ocultar piadosamente y sustituirlo por el más descriptivo y llano con el se encabeza esta crónica. Además, hay que respetar los derechos de autor.

Llueve furiosamente en Madrid una hora antes de la hora de la cita en el puerto de Navacerrada. Luego la lluvia cede y da paso al atasco en la carretera. Pero Salva y el que suscribe, indemnes de ambos meteoros, seguramente consecuencias del cambio climático, llegamos puntualmente a la hora del café con churros en un bar del puerto.


Al comienzo del paseo, en el puente de la Cantina, sol para todos, tal como el café para todos pero impuesto desde otras instancias más superiores. Hoy acuden a nuestro paseo Braulio, Paco, Rafa y Pedro, ausentes el primer día de la temporada. Venturosamente.

Los primeros 5 km. de la ruta, hasta la fuente de la Reina, transcurren por pista asfaltada, un desdoro para recios caminantes de postín, pero la alfombra de pinocha disimula el gris betún y acolcha la pisada. Aprendo casualmente que la pinocha también acidifica el suelo, como los eucaliptos, y es que no te puedes fiar de nadie, qué se le va a hacer. Antes de la llegada a la fuente, se produce el habitual movimiento de protesta (entre 12 y 12,30 del mediodía) reclamando el piscolabis. Algunos, tres para ser preciso, deciden detenerse sin esperar al hito (y al agua, hoy apenas un chorrillo) de la fuente. De manera que esos tres se quedaron sin las bolitas de queso. El resto se acomodó en las propias piedras de la fuente o en sus alrededores y dio cuenta de plátanos y demás.


Allí se junta nuestra carretera con la pista que viene del puerto de la Fuenfría y que se dirige a Santiago de Compostela (596 km.) pasando por Valsaín y otras conspicuas poblaciones. No pensamos llegar tan lejos. Nuestro peregrinar de hoy nos conducirá primero al cerro de la Camorca y, después, al lugar del que hemos salido. Y es que, en el fondo, viajar es siempre, casi siempre, una forma de volver a casa y poder contarlo confirmando que, como en casa, en ningún sitio.


El ascenso a la Camorca desde la fuente de la Reina es suave, no menos que el tramo anterior. Se cruza una llanada (majada del Escorial) previa al cerro. Algunos aprovechan para probar las piernas y tirar un poco más fuerte, deshaciendo el grupo y la conversación. En este grupo las conversaciones se hacen y deshacen y rehacen, supongo que como en todos, pero de ellas guardo generalmente buena memoria. Contengo las ganas de dar cuenta de algunos de sus contenidos, que son, como paisajes y parajes, parte integrante e importante de cada paseo. Este no es el sitio para hacerlo, lo sé, y tampoco hay que aspirar a hacer de cada jornada vivida una página digna de crónica. O quizá sí.


En el cerro, ya lo sabrán los lectores más cercanos a esto de las andanzas por la sierra, pero lo digo por si acaso, hay un diminuto refugio, una caseta para la vigilancia de los extensos pinares de Valsaín y una antena. En la caseta hay una terraza accesible, que aprovechamos, después de saludar al vigilante, para alargar aún más nuestra mirada hacia los campos de Segovia, con Valsaín y La Granja en planos intermedios. El vigilante tiene libros y documentos desplegados en las mesas que amueblan la caseta. El vigilante otea atentamente con prismáticos el horizonte segoviano.



La foto de grupo en la terraza deja fuera a Antonio, no recuerdo por qué; muestra la prudencia alicantina de un Braulio que porta paraguas al gallego modo; y queda bien de color gracias a la camiseta técnica de Pedro. La verdad es que no se muy bien por qué se han puesto de moda estas ropas negras, grises, pardas, abandonando los rojos, azules y amarillos tan frecuentes antes en la montaña y tan fotogénicos. Será cosa del signo de los tiempos sombríos. También una reconocida mención a la nueva sudadera de Rafa, con sus "haches" tan vistosas.


Se visita el refugio diminuto, propiciando una secuencia fotográfica parecida a aquella de los años 50 en que los 17 de una familia salían consecutivamente de un 600. Aquí no me caben más que tres, pero el efecto fue parecido.



Sopla un viento frescachón, que se diría si esto fuera un libro de bitácora. Nubes amenazadoras de lluvia cubren el horizonte sur desde Peñalara a la Mujer Muerta. Por la divisoria de los Berciales emprendemos el suave descenso. Al poco, nos acomodamos por allí para el almuerzo. Ya estamos a cubierto del viento y la mullida alfombra de helechos secos y pinocha es tan buena para sentarse como para reclinarse al estilo de la Roma de los césares. Se practican ambas posturas pero prefiero omitir el testimonio fotográfico y dejar que el lector utilice su imaginación.

Desde este punto la pendiente se hace más pronunciada y obliga a cuidar el paso. Rodrigo mima la estupenda reparación del doctor Dayán pero no da muestras de condiciones inferiores respecto de ningún otro miembro del grupo.

De vez en cuando, hay que detenerse, apartar la mirada del terreno y dirigirla a los magníficos ejemplares de pinos, rectos como mástiles de un clíper, que se elevan 25 o 30 metros sobre nuestras cabezas.

El suelo está casi completamente cubierto de helechos, verdes en su mayoría; algunos ya con el ocre color del otoño. Ornamento indispensable del bosque umbroso, estoy seguro de que éstos, más que los pinos, inspiraron a los del bárbaro de cómic para traer sus cámaras, sus actores de pega y sus extras a este rincón único.

A todos nos ha impresionado también la belleza primitiva del bosque, como si la hubiéramos disfrutado por primera vez. Aunque algún rayo de sol se filtra entre las altas copas, la tarde se oscurece poco a poco y comienza a llover.

Salen de los macutos chubasqueros y otros paraguas más tímidos y plegadizos que el de Braulio. Salva se cubre con una capa de agua que, aunque eficaz, le proporciona un aire como de trasgo jorobado, trasunto de Quasimodo al goretex. Conste que él mismo solicitó el testimonio fotográfico, así que aquí va, en compañía de otra ilustración del buen chaparrón.



No queda mucho más que contar, salvo que la lluvia no mermó para nada el éxito de la caminata y el buen ánimo de todos: Antonio, Braulio, Gonzalo, Ignacio, José Luis H., Paco A., Pedro, Rafa, Rodrigo, Salva, y este que lo es. Al cabo del rato estábamos en el puente de la Cantina o fuente de la Canaleja, que por topónimos no quede, a pie de auto, que dirían donde Rodrigo hace su invernada. Debían ser entre las tres y media y las cuatro de la tarde. Así que no se diga más y que nos sigamos viendo.

1 comentario:

  1. Paco, quiero añadir un mínimo comentario a tu magnífica prosa. La disponibilidad de tiempo, la evolución de las tecnologías y la amabilidad del grupo hacen que podamos descubrir nuevos rincones en zonas repetidamente transitadas por nuestras veteranos pies. Y este ha sido el caso de la excursión que nos ocupa. ¿Cuantas veces no habremos hecho ese recorrido y transitado por cada uno de los puntos tan conocidos por los que pasamos?, y sin embargo, el puntito de gusto por buscar nuevos caminos nos ofreció la oportunidad de descubrir a la bajada un bosque de helechos como de otra época, por las que probablemente transitaban nuestros antepasados en la edad de piedra.
    Ignacio

    ResponderEliminar