viernes, 7 de junio de 2013

4 de junio de 2013, ARROYO DE LA NAVAZUELA

Las tornas se invierten y hoy es Rodrigo el que me escribe. Bienvenido sea y bienvenida sea su gran crónica, a la que acompañan las fotos de Antonio, también grandes en intención pero pequeñas en formato.


Querido Paco:

Aquí te mando la croniquilla [1] de nuestra excursión del miércoles 5 de junio. Empezaré diciendo que la marcha inicial, que iba seguir fielmente la descrita por Andrés Campos con el nombre de “Arroyo de la Navazuela”, sufrió serias alteraciones que la haría irreconocible por parte de su autor como el perspicaz lector podría fácilmente deducir de la descripción que sigue. 

Salimos del aparcamiento de Majavilán con un cielo completamente despejado. Ocho mierconistas en esta ocasión (Rafa, Gonzalo, José Luis, Joaquín, Braulio, Antonio, Juan Ignacio y Rodrigo).

Siguiendo mayormente el arroyo de la Navazuela, al que daba gusto verle por su brío de primavera abundante en lluvias, y después de intercambiarnos de orilla varias veces llegamos al primer punto destacado de nuestro caminar: la Ducha de los Alemanes donde Antonio hizo las primeras fotos de los ya desperezados caminantes.

El nombre hace referencia, al parecer, a las duchas que se daban en ella los primeros montañeros de la sierra -varios de ellos de origen alemán- a principios del siglo XX. Ninguno de los mierconistas presentes se mostró inclinado a emular a esos recios pioneros. Antiguamente al lugar se le llamaba "chorro del Árbol Viejo", por un viejo tejo que sigue creciendo junto a ella. Y es que vetustos tejos nos iban acompañando en nuestro andar. 

Camino del puerto de la Fuenfría nos tomamos el consabido piscolabis en la fuente de Antonio Ruiz que, a partir de ahora, para los mierconistas pasa a ser “fuente donde Paco se averió su rodilla”. 

Una vez coronado el puerto de la Fuenfría, punto más elevado de la excursión (1.790 m) continuamos nuestra marcha en descenso hasta las ruinas de la Casa Eraso (1.706 m).

El lugar se llamó inicialmente Casa de Eraso por un funcionario real de ese nombre, después Casa Eraso, desde el que se deriva Casarás y Convento de Casarás, aunque en verdad nunca fue un convento. El lugar me pareció bellísimo, en una planicie enmarcada por pinos, en las estribaciones del Montón de Trigo. Era nuestra intención comer en tan singular lugar –al que desearía ardientemente volver– pero para entonces la lluvia prometida por Maldonado ya había hecho su aparición. Deshicimos nuestro camino y nos volvimos hacia el Puerto de Navafría. 


Dejó de llover y en un lugar denominado Corrales de la Majada Minguete sentamos nuestros reales y nos dedicamos a disponer de las viandas reservadas para la ocasión. Habría que reseñar que Antonio sacó esa silla desplegable que le permite mantener sus posaderas secas en cualquier circunstancia y así en su pequeño trono comió sus habituales sardinillas. Creo que esta vez enriquecidas con tomate. Rodrigo, siguiendo el rito establecido, obsequió a los mierconistas con chocolate del bueno. En esta ocasión una creation de crujiente de avellana de la marca habitual. Tras el reparto sobraron dos onzas que fueron sorteados con el clásico “dime un número del 1 al 10”. Los agraciados, que demostraron su alegría por su fortuna, fueron Antonio y Joaquín, ¡este último quería guardar su onza como postre para la cena! Comentábamos la llamada de Salva a mitad de excursión. Salva se había acordado de nosotros desde el calor y confort de su hogar. ¡Salva estamos contigo! ¡Y tú con nosotros, pronto!

Apresurados por la amenazante lluvia, levantamos con rapidez el campo y volvimos al puerto de la Fuenfría para iniciar así la vuelta. En este momento Joaquín ya se había arrepentido de su criticada procrastinación y se había engullido la onza de chocolate que reservaba para la cena. Descendimos, acompañados por la lluvia, por el camino viejo de Segovia que nos deparó vistas de una belleza apabullante.

Pero lo mejor del día estaba por venir. En una encrucijada del camino, como en una aparición en una especie de halo blanco formado por el cielo lluvioso, divisamos dos figuras fantasmagóricas. Al acercarnos nuestro corazón se llenó de gozo al comprobar que teníamos ante nosotros a nuestros queridos camarrupas Manolo Rincón –alma de la idea camarrupiana– y Joaquín Romeo.

Manolo llevaba un ropaje inefable que justificaba nuestra primera impresión. Una túnica de plexiglás que le llegaba por los tobillos, que debió de meter en su mochila de forma apresurada en los preparativos mañaneros. Tuvimos una charla muy grata, con mucho humor y amor en el que se intercambiaron promesas para futuros encuentros. 
Manolo y Joaquín tomaron el ramal derecho de la encrucijada y nosotros el izquierdo, hacia el punto de partida en el aparcamiento de Majavilán donde llegamos minutos después. La Senda de los Alevines quedaría para una próxima aventura.

Un abrazo a todos, uno a uno,

Rodrigo

El autor



[1] Agradezco cordialmente a Ignacio su muy apreciable ayuda, tanto en el diseño y ¡rediseños! de la marcha como por sus sugerencias para la crónica.  Muchas gracias a Antonio que me facilitó las fotos que acompañan este reportaje de la marcha.

Y aquí, el resumen del paseo en el formato original de Ignacio




1 comentario:

  1. Buen resumen, ¡vade retro!. Nuestro corsario panameño sabe bien cómo ilustrar una buena aventura. Ignacio

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