lunes, 13 de enero de 2020

8 de enero de 2020, VALLE DE LOS MILAGROS

Con la fiesta de Reyes tan reciente, anteayer, no hay sitio mejor para andar que el Valle de los Milagros, el milagro de que este año también hayan venido.


El Valle de los Milagros está en la provincia de Guadalajara. Este grupo, de vez en cuando, sale de los límites de Madrid comunidad -o provincia como era antes-, y se aventura en cualquiera de las comunidades o provincias limítrofes. Que yo recuerde -y es mucho recordar- ya hemos pisado varios miércoles de estos, además de la de Madrid, las comunidades de Castilla y León y Castilla - La Mancha. Incluso se ha pisado, creo que en un par de ocasiones, la comunidad de Valencia, donde Paco A. y sus amigos. Por no hablar de aquella alta ocasión que vieron los siglos en que pisamos la de Aragón y la patria de los galos, todo en el mismo paquete. Si hablamos de provincias limítrofes, no tengo en mis registros anotado que hayamos pisado la de Cuenca, falta imperdonable que habrá que subsanar cualquier año de estos.

Hemos quedado para agrupar efectivos en el área 103 de la carretera A2, a las 10 de la mañana. Puntualmente, aunque no por orden de aparición, nos reunimos a la barra del bar para el café los siguientes: Paco A., organizador del paseo, Ignacio, Rafa, Pedro, Joaquín, Antonio, Rodrigo, José Luis H., Gonzalo y este cronista. Para aquellos a los que les gusta preguntarse todo diré que el orden de aparición en la lista es el de la foto de grupo que se verá más tarde, de izquierda a derecha.

Desde el área 103 hay que hacer un buen trecho en coche hasta Riba de Saelices y, un poco más allá, hacia el Norte, a las inmediaciones de la Cueva de los Casares, lugar referenciado en cualquier mapa y bien descrito en las enciclopedias y similares a causa de sus grabados y restos prehistóricos. La cueva está allá arriba, donde esa especie de castillo. El paseo comienza por la margen derecha del río Linares. Tiempo habrá para cruzar a la otra orilla y a ésta de nuevo y a aquella otra vez y así sucesivamente.



Son las 11 y pico de la mañana soleada y fría. El camino no tiene pérdida por más que las señales que hay allí, al comienzo, intenten confundirnos. Un cartel bien diseñado desvela los íntimos secretos de esa pared de roca rojiza a nuestra izquierda ayudándonos a diferenciar calizas y dolomías de areniscas y conglomerados.



Pero más que las paredes recosas lo que distrae nuestro paseo es el cauce del Linares, precioso espejo hoy del sol, del azul y de las sombras de los titubeantes excursionistas que no se quieren mojar los pies. Una pasarela megalítica facilita mucho el trance.



Un paso más delicado que otros que provoca un breve atasco de tráfico y unos cientos de metros más de andar, en seco y en mojado, llevan a esta cuadrilla hasta una zona abierta donde nos damos a los placeres -nunca ocultos, siempre compartidos- del piscolabis. La conversación gira en torno a la vida media de una cáscara de plátano arrojada en el campo y su potencial efecto nocivo en el medioambiente. Por si acaso, y dado que no hay unanimidad en la conclusión, hoy por lo menos las mondas van a parar a la mochila.



Con las rocas imponentes de Los Milagros ya a la vista, hay motivo sobrado para hacerse la foto de grupo. La roca de la izquierda, la más alta y gruesa, se llama el Puntal del Milagro; su hermana más esbelta, Peña Eslabrada; y aquella que queda más lejos, el Puntal del Canto Blanco. Los nombres de los que están delante de ellas ya los tienen más arriba.



A partir de ahora es la vista de las enormes esfinges en piedra la que preside el paseo, que prolongamos, siempre siguiendo el curso del río, hasta Las Cerradas del Río, un terreno que debió ser de aprovechamiento ganadero, cercado con paredes de pizarra y salpicado de restos de construcciones.





Pero también hay que prestar atención a los minúsculos detalles. El cronista fija su mirada y su cámara en una espina; Ignacio, en lo que supone es la muda de una culebra. De espinas sabe el cronista como de la vida; de mudas de culebra no, bien que le pese.



Y de hielos y carámbanos diminutos basta para saber el sentirlos crujir bajo los pies en las umbrías donde aún permanecen apenas escondidos del sol engañoso de esta tarde de invierno.



Camino de vuelta desde Las Cerradas y antes de almorzar algunos deciden llegarse hasta el pie de la roca, que el trecho no es largo ni la pendiente muy pronunciada.


En el Puntal del Milagro, durante la subida, aparece, esculpida en la piedra, una figura, como un personaje legendario. Su cabeza, vuelta hacia levante, sobresale de la enorme roca: un descubridor quizá, un navegante varado en tierra. Peña Eslabrada, en la foto del centro, da menos juego a la imaginación. En el pie de la roca grande -un conglomerado de arenisca de imposible ascenso- apenas se adivinan tres de los cinco que quisimos tocar el gigante. El cronista, luego, ha retratado a sus compañeros; desde ese punto, el del Milagro ha perdido ya bastante de su apariencia mitológica y parece más bien una magdalena o un mojicón gigante.




Muy pasadas las dos de la tarde el grupo ya completo se reúne para almorzar tomando al asalto pero en paz un promontorio de roca cercano a los Milagros. Creo recordar que no se permaneció allí durante demasiado tiempo a pesar de la buena temperatura y de la vista excepcional de aquellos monumentos en piedra. Quedaba aún la vuelta hasta los coches y el regreso a casa antes de que acabara del todo la breve tarde de invierno.



Ignacio se apresura con su cámara. Las sombras se alargan pero queda carrete todavía en la máquina y hay que aprovechar la preciosa luz de la tarde.



...la luz de la tarde y el color de estas rocas, que ya no sé si son areniscas o conglomerados o dolomías como describe el cartel del comienzo, pero que, con Ignacio al lado, me atrevo a retratar aún a riesgo de saturar un tanto esta crónica, tan pródiga en imágenes y tan magra en texto.



Poco queda ya de camino. A eso de las cuatro y media, quizá algo más, estamos donde comenzamos, aparcamiento y lugar de recreo y de picnic. Allí mismo comenzó el voraz incendio del 2005, que se cobró once vidas y más de diez mil hectáreas de bosque. Hace falta saberlo para relacionar con aquello la juventud de los árboles de la zona.



Gracias a Paco A. por traernos a este paraje tan hermoso antes de volver a su tierra valenciana de adopción: otro regalo, otro "milagro" en la octava de Reyes. Rafa se ha hecho daño en un pie, justo al final del paseo; tiene que recuperarse deprisa, que el miércoles que viene, y sucesivos, ya están ahí mismo.

3 comentarios:

  1. Estupenda excursión y estupenda crónica. Ya ni me acuerdo de los cuatropecientos pasoa de arroyos o ¿si me acuerdo?

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  2. Mereció la pena salirnos de los lindes de nuestra comunidad autónoma y aventurarnos en tierras salvajes de la Mancha donde aún los arroyos tienen agua, a veces para fastidiarnos. Y recojo el guante arrojado por Paco: en cuanto acabe el Decamerón este nos veremos en Cuenca.

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  3. Una ruta original, distinta, de gran belleza. Merece una crónica como esta.

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