domingo, 3 de marzo de 2019

27 de febrero de 2019, POR EL RIO PERALES

Antonio nos propuso, en este día de primavera anticipada, un bonito paseo por el campo, cuajado de aventuras; para afrontarlas, quedamos a las 9,45 de la mañana en un bar de Quijorna donde acompañamos con churros el café habitual. Desde allí, nos dirigimos a Navalagamella, a reunirnos con Gonzalo que había prescindido del café y también de los churros, ¡ay!.

La aventura del trazado urbano

El trazado urbano de Navalagamella desalienta la conducción de vehículos a motor, incluso de los provistos de tom-tom o sistema equivalente, porque sus calles, unas cortas y otras largas, unas anchas y otras estrechas, o sea, como las cualquier otro pueblo, van y vienen a su aire, alocadas, con un desenfado propio de jóvenes bromistas que se quedan contigo, o con el resabio de viejos cazurros que esperan verte pasar una y otra vez sentados al sol. Se puede buscar un determinado sitio y dárselo de narices cuando menos se lo espera uno o hacer varias veces inútilmente un recorrido tan quebrado y sobresaltado como ese del antiguo juego del comecocos que todos recordamos. La primera aventura del día, sin embargo, acabó bien, con Gonzalo ya en su sitio -que era el acordado previamente- y los demás también, un ratito más tarde. Todo lo dicho en nada puede disminuir mi aprecio por Navalagamella, que lo tengo y es verdad.

La aventura de la hidráulica

Que comenzó pronto, una vez recorridos los primeros cientos de metros -algún kilómetro- de buena pista, disfrutando de la mañana y de las conversaciones que diría Manolo Rincón. Un tubo gordo -igual es un gasoducto pero no lo creo-, unas doctas referencias a las fuentes de energía, su presente, su futuro y su sometimiento al dictado de las modas y, finalmente, la entrada, un poco más escabrosa, en la zona del río conocida como la de "los molinos del Perales".



Ahora, después de detenernos un rato para admirar uno de los molinos y hacernos unas fotos, las doctas referencias son las de Joaquín, que nos ayuda a entender mejor los didácticos paneles que salpican el trayecto. Como diría el propio Joaquín, esto sí es "disfrutar aprendiendo", y no tanto algunas propuestas didácticas imaginativas con las que se distrae a tantos escolares de hoy en día. Esto de las propuestas imaginativas es de mi cosecha exclusiva y lo digo por si alguien se llama a andanas, no vayan a meter a Joaquín en el mismo saco.



Todavía en la parte de aventura de la hidráulica, aparece la referencia a los "hidráulicos contemplativos", concepto nuevo para este cronista y del cual ni se hace responsable ni se atreve a desentrañar por tratarse de materia sensible al tiempo que compleja. Y, aún más, tiempo hay en este tramo de tomar el piscolabis casi "abordemanteles" y de disfrutar de la vista de las aguas del Perales, ahora remansadas y fotogénicas aunque sucias.



La aventura de las puertas del campo

Antes de cruzar la carretera, siguiendo aguas abajo el Perales camino del embalsito de Cerro Alarcón, al que hoy no pensamos llegar, pasamos al lado de una casa situada en un bonito paraje, con sus altos pinos y sus almendros ya en flor. La casa está cercada y protegida de miradas indiscretas con una lona verde que molesta menos a la vista que si fuera de color naranja, un suponer.



Al otro lado de la carretera hay otra casa o quizá caseta, ésta sin vallados ni biombos pero aparentemente en desuso. Ahora se hace más difícil seguir el curso del río por su orilla, de manera que hay que trepar algo hasta el llano. Al poco, una nueva cerca y otra más allá y una casa y un camión y una excavadora. No hay más remedio que buscar el paso franco para seguir nuestra ruta, así que se mira el gps y se mira el terreno y el horizonte y los mapas; y finalmente se pregunta al maquinista. Total, todo para cruzar un terreno vallado de menos de cien metros y venir a caer a una carretera. No parece que haya más remedio que poner cercas y puertas, si no al campo sí en el campo y buscar la forma de moverse entre ellas y a través de ellas.

La aventura de las cunetas vertedero

La foto que sigue a estas líneas es engañosa en un doble sentido: esas flores, propias del "hanami" o "sakura" japoneses, ocultan además de a Rodrigo -excúsame, compañero- una vulgar carretera por donde recorrimos unas docenas de metros de nuestra ruta; ocultan también el inmundo basurero de latas de bebidas, bolsas y botellas de plástico, envases de comida rápida y otros innombrables deshechos en que automovilistas desaprensivos han convertido las cunetas de la M-510. Aventura deplorable a poco de concluir el paseo de hoy. Algunas de las latas son devueltas por este cronista al asfalto de donde salieron, con rencor que no oculto y solamente con la intención de hacer visible tanto escondido y vergonzoso desmán. Y es que ¿a quién no le gusta el sonido cascado de una lata vacía rodando por la carretera?.



La aventura del garigolo

Se dice en internet que los fortines o búnquers de la Guerra Civil que todavía pueden verse en Navalagamella se conocen en este pueblo como garigolos, sinónimo por lo que parece de chamizo o pequeña construcción auxiliar y ahí me quedo. Nuestro grupo de paseantes abandona la carretera de las cunetas - vertedero justo donde existe un muy fuerte nido de ametralladoras, en parte construido y en parte excavado en la roca. Un rato de exploración aventurada, evitando caer a las trincheras y evitando la tentación de penetrar en las bocas del fortín. Mínima aventura si se quiere, en el sepia de hace más de ochenta años, más de ochenta años digo. Y luego, enseguida, la torre de la iglesia de Nuestra Señora de la Estrella y puede que la calle El Fresno, en nuestros últimos pasos antes de la aventura final del día.



La aventura de un cocido en espera



Un cocido madrileño es siempre una empresa aventurada, especialmente cuando ya no acompaña un aparato digestivo robusto y sólido como el drive de Rafa. Pero de eso se trataba desde el principio de los tiempos en que Antonio apuntó a Quijorna como meta y culmen de nuestra excursión de este miércoles con su conocida pericia en estas labores. De manera que se superó el obstáculo de la larga espera y el de la multitud de comensales y el no pequeño de la impaciencia y el hambre, haciendo los honores a los afamados garbanzos quijorneros y su compaña con su sopa previa. Y no pasó nada a nadie de los 9: Antonio, Aurelio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro, Rodrigo y servidor.

Seis aventuras por el precio de una, más de siete kilómetros para abrir boca y casi doscientos metros de desnivel: ¿quién da más?

2 comentarios:

  1. Esto es lo que pasa por mezclar garbanzos con piedras. Los garbanzos siempre está mucho mejor y vencen a las piedras. Es como aquello de piedra, papel o tijera. Un servidor se quedó muy satisfecho con el excelente cocido hábilmente batallado por Antonio frente a la avalancha de devoradores dispuestos a todo, pero.... siempre hay un pero, me quedé con un gran apetito de embalse y ribera del Río Perales. Volveremos.

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  2. Una vez más , felicito a nuestro cronista por haber sacado una esplendida cronica, detallada, divertida y bonita de una excursión con poca chicha, si exceptuamos la del cocido. Os echamos de menos, Rafa y Salva, porque era nuestra intención que os pudierais haber acercado al Aguila ( en este caso no ave real sino humilde restaurante

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