domingo, 18 de febrero de 2018

14 de febrero de 2018, CAMINO PURICELLI (con lluvia)

Hoy, día de San Valentín ("practique la elegancia social del regalo", decía tal día como éste el fundador de Galerías Preciados en aquellos anuncios mínimos del ABC de los 60), habíamos pensado llegarnos hasta el puerto de la Fuenfría, pero el tiempo no estaba bueno, ni siquiera medio bueno. Con amenaza de lluvia nos reunimos en la cantina de la estación de Cercedilla esos que más adelante se ven en las fotos. Déjenme hacer memoria: Aurelio, Gonzalo, Ignacio, José Luis H., Rafa, Rodrigo y un servidor, bastantes para lo que daba de sí el día, enamorados aparte. Ignacio, al quite siempre, propuso una marcheta algo más conservadora por el Camino Puricelli, lo que nos permitía salir andando desde la propia cantina y evitar posibles patinazos en el aparcamiento de Las Dehesas.



Y así lo hicimos. Andando por la acera -veredita que se dice donde Gardel y Eduardo Falú- de la estación hacia el "caminito" ya había actuado la prudencia de los impermeables y las fundas de macuto. Que son casi las diez y media de la mañana y no hay tiempo que perder.



El Camino de Puricelli dicen que más adelante, desde el sanatorio de la Fuenfría, se convierte en el Camino de la República. Ahora estamos en su comienzo, cuando, esperanzado y optimista, tenía la intención de llegar hasta Valsaín. Camino, caminito, que el tiempo ha borrado... pero no del todo como se puede comprobar en las fotos.



Poco a poco aumenta la cantidad de nieve en el suelo. Al llegar al sanatorio de la Fuenfría ya solamente está limpia de nieve la carretera, limpia de nieve pero no de barro, que embarrados venimos quedando este invierno los del paseo de los miércoles. Allí decidimos seguir camino caminito (melancolía de una tarde gris y ustedes disculpen la reiteración) del chalet del Club Peñalara o Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara como se llamaba originalmente (¿entienden ustedes lo de la melancolía?) y que sea lo que Dios quiera.



Donde el mapa dice -donde Ignacio dice en su mapa-, hacemos el alto para el piscolabis, hoy sin asiento, que todo está mojado y frío. Allí Gonzalo se nos vuelve atrás, a atender deberes familiares. Le deseamos un buen regreso y que no se extravíe. El resto del grupo seguimos algo más, con ambiente muy invernal, hasta el ruinoso albergue Peñalara.



Alguien ha escrito -¿también melancólico quizás?- en la pared del chalet, "érase una vez". Imaginé el interior confortable, los buenos sillones al lado de la chimenea, las bebidas calientes y los esquís reposando en el porche. Hoy, el destino de este edificio es objeto de disputa maximalista entre los que desean convertirlo en hotel de lujo y los que querrían que desapareciera sin dejar rastro. Y así andamos perdiendo el tiempo.



Hora de dar la vuelta, ahora por la calzada romana (de toda la vida), hasta Las Berceas -donde los mapas de madera en relieve- pasando por el puente del Descalzo. Allí retomamos la carretera hasta el sanatorio. Llueve y arrecia la lluvia. Son las dos y pico de la tarde y no vendría mal reponer fuerzas. ¿Habrá algún sitio al resguardo?



Lo hay en forma de parada de autobús ventilada y estrecha donde ejercer la cortesía para cederse unos a otros los insuficientes asientos. Durante el tiempo necesario para dar cuenta del bocata (le echaremos de menos, señor Fraguas) y el muriel, solamente aparece un viajero, al que no le importa compartir con nosotros el espacio de la marquesina, y un autobús.



Para el trayecto hasta la estación y los coches, hora y media bajo la lluvia, elegimos la senda de los Campamentos, más alta y más al oeste que la Puricelli. Poco les puedo contar de esta parte del paseo salvo que alguno de los paraguas se resistió tercamente a adoptar su posición útil hasta que se dio con la tecla. La vista de las vías del tren, rondando las cuatro de la tarde, alegró mucho a los caminantes, casi tanto como los cafés -en simetría perfecta con los de esta mañana- que nos sirvieron en la cantina de la estación antes de despedirnos.



Por otra parte, que sepan todos ustedes que el agua es muy necesaria y que a este cronista le gusta la lluvia. No sé si es el caso de todos los que componen este grupo.


4 comentarios:

  1. Aquí tienes a uno al que también le gusta la lluvia, el agua. Aunque sea en forma de nieve. En este caso solo para caminar.Tal vez por aquello de que la lluvia forma parte de mi vida al haber nacido donde la hay en abundancia.
    Una marcha original y bonita donde las haya, sí señor. Yo la he disfrutado.

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  2. Hoy han tenido ustedes un lector a la orillita del Pacífico. Y lo está disfrutando, quiero decir la lectura de la crónica y lo de estar acá. Abrazos

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  3. Además del lector Pacifista, yo también he disfrutado y envidiado la bravura de estos arrojados mierconistas que todavía escogen la excursión del sufrimiento a la molicie de la casa calentita. ¡ Loor y admiración a estos espíritus !
    Y felicitaciones como siempre al cronista que sabe dar color porteño a la crónica de una excursión de escasos alicientes.

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  4. Queridos camaradas, compañeros de fatigas e inclemencias temporales, acabo de tomar una decisión que condicionará mi futuro, o al menos, la representación de mi futuro en las fotos de este lustroso blog. VOY A TIRAR AL CONTENEDOR DE PLASTICOS LA HORROSOA FUNDA IMPREMEABLE DE MI MOCHILA. Qué horror, parezco un pasador de mercancía en la frontera de Ceuta. Si al menos estuviéramos en Estados Unidos, estaría justificado un envoltorio de esas características para esconder de las vistas puritanas el vino Muriel, pero en este país lo único que podrían pensar los viandantes es que nos dedicamos a pasar alijos de Winston a Segovia o fajos de billetes a Andorra.

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