lunes, 22 de enero de 2018

17 de enero de 2018, CERRO DE LA GOLONDRINA

Salva, hoy ausente, me proporciona una bonita introducción para la crónica de este paseo; cuenta que, en su infancia y un poco más allá, el Cerro de la Golondrina solía ser la meta de la primera excursión de la temporada. En sus propias palabras: ¡Qué de viejos recuerdos, señores! Cuando yo era un chaval de unos 14 años y pasaba los veranos en Cercedilla, la primera excursión que hacíamos – para “hacer piernas” – era la del Cerro o Pico de la Golondrina. La primera vez que lo subí no creo que tuviese ni diez añitos y lo hice con mi padre y algunos familiares. Recuerdo que mi tío Victoriano me dijo – en broma, claro – que una especie de torre metálica puntiaguda que se veía en el horizonte era la Torre Eiffel porque desde el Cerro de la Golondrina se veía Paris. Y me lo creí.

No sé si es la misma torre que Salva recuerda, pero en el Cerro de las Ruedas se levanta hoy la torre metálica de una antena. Ahora todo está lleno de torres Eiffel de pega y los inocentes engaños de tíos y otros parientes ya no funcionan, que hasta los niños más pequeños conocen los fundamentos de la telefonía celular y la distancia a París. En nuestro tiempo solamente funcionan ciertos engaños gruesos que, en la época que Salva menciona, no confundirían a un niño.



A las 10 en punto de este miércoles nos hemos reunido en el café que está cerca de la desviación al pueblo de Navacerrada y desde allí emprendemos la marcha por la ancha pista que lleva a la ermita de San Antonio. La pista, ya sin la nieve que nos impidió este mismo paseo la semana pasada, está embarrada, pero el día está claro y luminoso. Quede el barro únicamente para los pies, y el sol y el cielo azul para la cabeza y la mirada, como corresponde.



En la ermita de San Antonio, a la que se llega en un santiamén, nos hacemos una foto, con Joaquín, que cree en los Reyes Magos y en la vista de la torre Eiffel desde aquí, subido a una piedra.




A las 12 menos cuarto estamos en la cumbre del Cerro con sus vistas: el bosque de Peña Entorcal y de Las Canchas y el inicio de la Cuerda de las Cabrillas delante, La Maliciosa y la Bola del Mundo más allá. Ahora somos todos los que nos subimos a la piedra.



Desde el Cerro de la Golondrina hasta el Cerro de las Ruedas, pasando por el collado del Buey, hay otro paseíto. En lo más alto del Cerro de las Ruedas hay una torre metálica con sus antenas o quizá la propia torre sea una antena. Para subir allí se dispone de una escalera empinada con barandilla. Vuelvo a decir que no tengo nada contra los avances de la técnica y los frutos de la civilización, la torre Eiffel y sus émulos o émulas menores. Otra cosa sería que todo en la sierra fuera torres y escaleras. La verdad es que sin torres y casetas, los orondos berruecos de nuestro guadarrama lucen más.



Antonio también luce más en su asiento de piedra; como fondo, lo que suponemos es el Cerro de la Peña del Sol, de bonito nombre y al que algunos del grupo se han acercado para no perderse ninguna de las cumbres cercanas a la ruta de hoy. Lo de cumbres cercanas me recuerda que Aurelio señalaba la Maliciosa como posible prolongación de nuestro paseo, y es que para Aurelio todos los "aurelios" son pocos y gusta de hacer al grupo guiños traviesos.



Desde la Peña del Sol emprendemos un recorrido un tanto errático - la yenka hecha paseo, que dice Ignacio - que nos lleva, primero, hasta la espléndida puerta de la Dehesa de Jarahonda, cerrada y bien cerrada. Después, durante un largo trecho, seguimos la cerca de piedra de la finca hasta un pequeño collado y algo más allá. Ya no está la pared pero sigue habiendo una alambrada que nos impide el paso. Mientras decidimos el siguiente tranco, reparamos en un coche que, desde dentro de la finca, parece observar nuestros movimientos; en la fotografía de más abajo, un reflejo delata su posición. En una jornada tan apacible no está de más una pizca de fantasía en forma de novela de espías.



El coche del espía se mueve y nosotros hacemos lo mismo. Sigan ustedes el recorrido en el mapa, que más vale una imagen que mil palabras para describir eso del andar de acá para allá. El caso es que acabamos en el resguardo de unas rocas, en el lugar donde se ve en dicho mapa, para dar cuenta del almuerzo. Y perdonen la fotografía en escorzo malamente compuesta.



Son, eran, las dos y diez de la tarde cuando iniciamos la pitanza y casi las tres cuando se ve lo que se ve en las fotos debajo de estas líneas. Pueden suponer que el resguardo era eficaz, que el solecito de esta tarde de invierno acariciaba y que ni a Ignacio ni a Antonio les importa la aspereza del lecho o del asiento.



Con lo que este paseo fue tocando a su fin, porque desde la siesta hasta los coches apenas dio tiempo de volver a estirar las piernas en el recorrido del Arroyo de la Golondrina. Queda este cronista con las ganas de saber más de este ave que fue capaz de poner nombre tanto a un cerro como a un arroyo. Puede que algún lector del entorno de Navacerrada le ayude en ese menester y satisfaga su curiosidad. Y si no, algún estudioso chino, que seguro lo hay.


1 comentario:

  1. Gracias Paco por recordarnos excursiones tan remotas porque en nuestra dilatada y deleitada vida algo menos de un mes es mogollón de tiempo.
    Y ya que mencionas a Salva y sus recuerdos de infancia es de justicia recordar que en cuanto tiene ocasión a perderse por los Cerros de Úbeda, vease Rajasthán, nos deja abandonados sin comida a borde de manteles. Esperamos ansiosos su vuelta.

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