lunes, 16 de octubre de 2017

11 de octubre de 2017, CERRO DE MATABUEYES

El cerro de Matabueyes es el que está encima mismo del campamento del Robledo. Acerca del campamento, invito a los del Arma de Aviación y a los de Marina (y a cualquiera más ajeno a la mili de los 60) a que se informen en alguna fuente fiable; incluso a que pregunten a este cronista haciendo uso del conducto reglamentario que, en este caso, es la sección de comentarios.



En la fotografía no se muestra Matabueyes sino el brumoso Peñalara tal como aparecía ante los ojos de este cronista y seis de sus amigos de los miércoles durante la primera parte del paseo de hoy, es decir, mientras subíamos por carretera asfaltada al collado de la Cruz de la Gallega desde la parte alta de Valsaín donde quedaron los coches.



Ya en el collado, hay que pasar por una puerta para coger el camino que lleva a la cumbre del cerro. Detrás de la puerta, además de diversos cachivaches y aperos, tres bañeras - abrevadero de reserva. Es lo que tiene la moda de la sustitución de bañera por ducha, que el ganadero y el ganado han salido ganando y disculpen el juego de palabras.



En la cumbre de Matabueyes, Antonio columbra con sus prismáticos la lejana Segovia y los más cercanos Palazuelos del Eresma, la fábrica de whisky y Quitapesares, palacio, manicomio y oficina pública sucesivamente. No toda evolución es necesariamente positiva. El observatorio de Antonio está en lo alto de una caseta a la que se asciende por una escalera exterior. En su cubierta, además de un espacio con barandilla a modo de terraza, unos depósitos de plástico para agua.



Hacia el noreste, en la primera de las fotografías inferiores, el pantano del Pontón Alto, entre lo que fue el campamento y la Atalaya. Hacia el suroeste, en la foto de más abajo, nuestras otras dos metas de hoy, Cabeza Gatos y Cabeza Grande, con la Mujer Muerta al fondo a la izquierda y la sierra de Malagón.



Del momento del piscolabis, que sucede al volver a pasar por el collado de la Cruz de la Gallega, conservo solamente esa instantánea de Ignacio y Joaquín en actitud abstraída. Tanto hablamos aquí de nuestras conversaciones y de lo mucho que hablamos que alguien pudiera pensar que los miembros de este grupo no tienen sus momentos de silencio y contemplación. Se equivocan quienes así lo crean, que esto de pasear por el campo en compañía es muy mucho también para los amigos de los silencios sonoros y la admiración interior de lo que nos rodea.



A la hora escasa del momento meditativo ya hemos alcanzado la cumbre de Cabeza Gatos, con sus restos ruinosos de trincheras y parapetos de la Guerra Civil. A la espalda quedó el cerro de Matabueyes, de donde venimos, aquí retratado en la segunda de las fotografías que siguen. Y en la primera, otro momento de contemplación, que los huesos, aunque sean de animal de raza vacuna, siempre tienen algo de aquella escena del príncipe de Dinamarca y el bufón que lo fue.



Entre Cabeza Gatos y Cabeza Grande hay un collado sin nombre conocido y con abundante sombra. Este cronista, doliente y encogido sin saber de qué, decide quedarse allí mientras los demás se llegan a la cima de la segunda de las cabezas de hoy. Antonio y Joaquín deciden hacerle compañía y darle cuido alegando cansancio y falta de interés por nuevas conquistas. El cronista, que les conoce, les agradece mucho y de verdad el gesto. Mientras, los cuatro restantes, es decir, Gonzalo, Ignacio, Rodrigo y Salva, siguen la ruta, animosos a pesar del calor.



En Cabeza Grande hay aún más restos de guerra. Sobre ellos y en el monolito que marca el vértice geodésico de la cumbre, los mencionados se hacen las fotos que testimonian su conquista.



Además de la cima, los que nos quedamos más abajo nos perdimos la magnífica vista que tiene Gonzalo a sus pies, hacia el embalse de Puente Alta, los pinares de Riofrío y la ruta entre Segovia y San Rafael.



Son las dos y media de la tarde pasadas cuando nos reunimos para almorzar en el collado donde este cronista flaqueó. Hoy, ausente Aurelio, Salva empina el codo con agua de cantimplora y algún otro abre frugal lata de sardinas. Lo digo para hacer honor al párrafo que ilustra la cabecera de este blog y a la verdad.



En el camino de vuelta pasamos al lado de la ruina de la Casa de Cabeza Gatos, bien identificada en los mapas pero de la que no puedo dar más noticia.



Y hacemos una breve parada, apenas el tiempo que toma hacer una fotografía, bajo una hornacina rústica pegada al tronco de un árbol. Este cronista padecido no fue capaz de fotografiarla ni ahora de recordar qué santo o imagen contenía. Que me disculpe y baste pues con la foto del grupo.



Más costoso y pretencioso que el edículo del tronco es el monolito que señala este lugar de la foto inferior como Puerta de Santillana, sito en el Parque Nacional Sierra del Guadarrama y firmado, faltaría más, por la Junta de Castilla y León, a la que recomiendo respetuosamente hable con el Instituto Geográfico Nacional para que incluya este singular enclave en sus mapas. Por cierto, que lo de puerta debe entenderse en sentido figurado.



En el collado de la Cruz de la Gallega retomamos la carretera asfaltada, ahora en sentido descendente, hasta los coches. Enfrente, Matabueyes, su marcado camino a la cumbre y la cerca de las bañeras sobrantes de reforma. Son casi las cuatro de la tarde y a este cronista se le hizo largo el camino. Espero que a ustedes no les haya sucedido lo mismo con esta crónica.



1 comentario:

  1. Es evidente que los mierconístas somos más resistentes que los bueyes porque hemos sobrevivido, aunque alguno tal como aparece en el texto, algo tocado. No sería buey sino vaca vieja, dicho esto sin acritud.

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