jueves, 6 de octubre de 2016

28 de septiembre de 2016, CIRCULAR PUERTO DE CANENCIA

La jornada comenzó con extravíos de este cronista, obligado por su despiste a recorrer en coche, en la inocente compañía de Salva, alguno de los laberintos de las calles de municipios del norte de Madrid y autovías colindantes, antes de llegar, con unos veinte minutos de retraso, al lugar de reunión, un bar en Miraflores de la Sierra. Finalizó de forma parecida, bien que no tanto por despiste, con el que suscribe triscando en solitario por las laderas del Esteparejo. Hubo también algo de lo mismo entre principio y fin de la excursión, calificada por Ignacio como "la errática ruta de hoy". En realidad, nada fue para tanto, ni que no pueda corregir un poco más de concentración al volante, mayor atenimiento a las indicaciones del que dirige y un estudio más cuidadoso si cabe -yo diría que no cabe- de los mapas. Pero "la aventura es la aventura" y no soy yo quien lo dice sino Ignacio nuevamente.

La ruta se denominó "circular" aunque al círculo le faltó un trozo para cerrarse, el que mediaba entre el punto de salida y el de llegada como puede apreciarse en el mapa.



Se comienza a andar desde ese punto 01 del mapa, en una curva muy cerrada de la carretera que baja desde el puerto de Canencia hacia el valle de Lozoya, con el rojo nissan como testigo y un aviso de que es peligroso jugar con fuego, especialmente oportuno tras "larga y pertinaz" sequía como la que nos ha acompañado todo este verano. El primer yerro de la jornada, diminuto, nos permite felizmente visitar el cauce del arroyo del Sestil del Maíllo, viejo y seco conocido de otros paseos.



Al enderezar nuestros pasos a la ruta correcta, un poco más arriba del arroyo, el grupo simula eso tan moderno e inexacto: estar de vuelta, aunque no de todo; véase la foto, que tiene su gracia, con el grupo dirigiéndose al coche, como si ya hubiéramos terminado, todos tan ordenados y seriecitos. Por su orden, desde aquí hasta allá, el recuento de hoy señala: a Pedro, a Salva, a Joaquín, a Rodrigo, a Aurelio, a Ignacio, a Antonio, a Gonzalo y, allá arriba, muy en su papel de organizador, jefe de ruta, líder carismático o como ustedes quieran llamarle (delicada cuestión en estos tiempos de lo correcto impreciso, imperfecto, equívoco), José Luis H. Es decir, 10 paseantes en total contando con el cronista fotógrafo, un éxito.

El ambiente es fresco y seco. Veo una libélula sedienta y desorientada y un par de setas que han hecho residencia en el resto de humedad de la corteza de un tronco caído. Ya lloverá, nunca se sabe si a gusto de todos.

Atravesamos el Abedular de Canencia. Aunque Gonzalo me lo advierte oportunamente, no he sido capaz de lograr unas buenas imágenes de los ejemplares de abedul que salpican esta parte del bosque y bien que lo siento. El abedul es árbol pictórico y pinturero, útil para construir y para sanar; se ha usado para vestir y para el papel de nuestros libros; para castigar con flagelo; para alejar o atraer a los buenos y malos espíritus según el caso; para ornamento de viviendas y confección de galas de mundanas autoridades. Betulas y betulaceaes diversos de todos los géneros, no me lo tengáis en cuenta, que ya os enviaré a Ignacio para que realce con su cámara la blanca corteza de vuestros troncos, vuestras verdes o doradas hojas, la elegancia de vuestras ramas y la osadía de vuestras raíces descubiertas.



Hasta el Collado del Hontanar, con las Peñas Viborizas delante y a la vista en algunos momentos, casi todo el paseo discurre por buen camino, por ancha pista y bajo sombra. Los mínimos obstáculos que se muestran en las fotografías superiores y que obligan a doblar el espinazo y cuidar el paso, aparecen muy al principio, en las cercanías del arroyo y todavía en el abedular.



Alguna breve parada para reagruparse y prestar más atención a las conversaciones, antes de la más larga y reposada del piscolabis, a las 12,20 del mediodía, a la vera del camino.



Luego se llega, como si nada, cosa que José Luis ya había previsto, a la vecindad del prado del Toril, anchuroso espacio en el que alguien de entre los que velan por el monte echaba de menos algunas especies de árboles y decidió, en consonancia, plantar abundantes ejemplares de nuevos... pinus, quercus, betula, fraxinus?. Es Pedro el que más sabe de especies arbóreas y él precisará. El cronista se permite buscar un punto un poco más elevado para fotografiar el Toril, que no quiero que ustedes se queden con la curiosidad.



Por allí mismo encontramos al paso la carcasa de una vaca, ya vacía por los buitres. Puedo asegurar que Ignacio no ha sido y que su gesto no es despectivo sino más bien una imitación mal interpretada y peor fotografiada del cazador victorioso.



Hemos dejado a nuestra izquierda, sin haberlas coronado, las Peñas Viborizas, una vez aclarado su verdadero nombre tan alejado del supuesto efecto "vigorizador" que alguno le atribuía, y por el Cancho de los Altares y la Peña Mingomolinera descendemos suavemente hacia el punto donde comenzará la bajada más pronunciada del paseo. En la foto superior de la izquierda se puede apreciar la ladera del Esteparejo, por donde bajaremos hasta alcanzar el bosquecillo aislado, a la derecha de la foto, para luego seguir por la pista paralela al arroyo del Tercio hasta el lugar donde se han quedado algunos de los coches.



El almuerzo se tramita pasadas las dos y media de la tarde, ocultas las vistas por la altura de las retamas y con el grupo partido en dos, sorprendente cuestión de gustos a la hora de sentarse en el suelo. La foto superior corresponde al punto final, cuando los comensales se reagrupan para reemprender la marcha.



La bajada hasta la pista apenas cuenta con algún senderillo sinuoso que trata de evitar las abundantes retamas y zarzas que cubren toda esa ladera. Para ser justo y veraz he de decir que este cronista encontró el suyo propio y que hizo esa parte del camino en solitario por lo que fue amonestado por sus compañeros y conminado a no repetir el desmán. El sol ha vuelto a caldear la tarde y el bosquete citado ofrece un buen refugio a paseantes y residentes de diversas especies. Nada mejor que una buena sombra a la hora de la siesta, especialmente si las moscas septembrinas y los excursionistas no molestan en exceso. Faltan diez minutos para las cinco de la tarde cuando llegamos a la carretera, al lado del puente del Vadillo, en ese punto rotulado en el mapa como "04 aparcamiento". Como en el caso de la elección del sitio para sentarse durante el almuerzo, también hay diferencias en el paso de las barreras: unos prefieren pasarlas por debajo y otros por encima, tal sucedió.

La más bien compleja maniobra de reubicación en los coches, que se encontraban repartidos en tres lugares distintos, no fue óbice para la agradable reunión de clausura en el bar de Miraflores alrededor de refrescos y cafés. Y es que la aventura es la aventura.

1 comentario:

  1. Paco, sé que no te gustan los halagos y que siempre nos pides comentarios sobre la excursión, pero al final eso nos priva de manifestarte nuestra admiración por el excelente nivel del blog que a la vuelta de vacaciones ha cogido impulso. Esta descripción es perfecta y el reportaje fotográfico preciso y contenido, como tiene que ser. Enhorabuena y en la próxima comentaré sobre la excursión.

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