viernes, 20 de mayo de 2016

18 de mayo de 2016, EL ATAJO DEL CALVARIO

Excursión propuesta por Rodrigo casi nada más llegar del otro lado del charco. ¡Mérito tiene!. Excursión de título curioso cuyo origen Andrés Campos aclara en su magnífico blog "El Viajero Digital". Refiriéndose a los primeros esquiadores que practicaron su afición en las pistas del puerto de Navacerrada, dice: "Comoquiera que la subida al Ventorrillo era penosísima, y se pasaba junto al viacrucis del antiguo cementerio de Cercedilla, y –para más inri– aquellos esforzados trepaban con las tablas cargadas sobre los hombros, a su camino le llamaron el atajo del Calvario. Y a fe que lo era." Pues eso. Presumo de haberme iniciado en el esquí de forma semejante, cargando con las tablas desde el Ventorrillo, donde nos dejaba el autobús con gran frecuencia, hasta el puerto y, de ahí, a la parte más alta de las pistas. Siempre ha habido exagerados y gente dada a piarlas. Ni calvario entonces ni, que yo sepa e Ignacio corrobore, calvario en el día de hoy.



Hemos dejado los dos coches suficientes para la terciada hueste de este miércoles - Antonio, Aurelio, Braulio, Ignacio, Gonzalo, Rafa, Rodrigo y el menda - en Cercedilla, en la calle de Manuel González de Amezúa, prohombre de los "guadarramistas", subespecie de aficionados a la montaña a los que les dio, en el primer tercio del siglo XX, por recorrer el Guadarrama, difundir sus atractivos y promover la construcción de refugios y otras facilidades. Venimos del encuentro con café en Las Postas y son alrededor de las 11 menos cuarto de la mañana. Día con más claros que nubes y con más calores que frescos, dicho sea esto último sin ánimo de ofender. La foto superior muestra una alambrada que se encarga nada más empezar de vetarnos el acceso al arroyo de Navalmedio pero que seguramente obedece a otro propósito menos antipático y, las inferiores, otras secuencias del mismo episodio. Una vez más afirmo que somos gente de orden pero sin enfermizos escrúpulos cuando no se nos ofrecen alternativas. Así en este caso, en el que no hay más opción que la de aprovechar un hueco en la alambrada para seguir la ruta trazada por Ignacio.



También pasamos por donde buenamente podemos un poco más tarde, después de superar otro obstáculo, natural esta vez y en forma de buen peñasco, practicando las contorsiones de rigor, tan sanas; una especie de tai-chi campestre revitalizador de articulaciones y junturas corporales.



Hasta las 12 del mediodía proseguimos nuestra marcha a buen paso, ya sin barreras, remontando el arroyo de Navalmedio. Merece la pena este rato de caminar sencillo al lado de la corriente cantarina y limpia. Merece la pena detenerse de vez en cuando y prestar atención al musgo y a la roca, al acebo, la retama y el helecho y al rumor del viento entre los pinos y al sonoro silbato del Funi, y no dejarse dominar por la pasión del paso sin tregua, de la meta y del horario. Así, deténgase el lector un momento en las fotos de más abajo.



Al mediodía nos cruzamos con un caminante y su perro. Hay un intercambio de saludos y un esbozo de conversación. Aprovechamos la parada para el piscolabis, con buen asiento, buen apetito y las "buenas conversaciones" que siempre recomienda traer Manolo Rincón.



Después del piscolabis aunque no por su efecto, el terreno se ha puesto más abrupto, más vertical y el trayecto más sinuoso. Hay una zona de retamas y jarales, de vegetación más espesa. Se busca un atajo para llegar hasta la via. Es el recorrido con más pendiente de la jornada. Aparecemos lentamente, con cuentagotas, en la plataforma del ferrocarril. Una vez allí, alguien descubre un método para caminar más cómodamente, sincronizando el paso entre carriles y traviesas, en la zona de peligro físico que dicen los ferroviarios. Pero el Funi tiene un silbato de sonido penetrante imposible de olvidar para los más románticos e imposible de ignorar para los más prosaicos paseantes del Guadarrama, de manera que el peligro de atropello se reduce extraordinariamente. Así prevenidos, nos apartamos prudentemente al paso del tren de las 13:02, que no es la hora de salida sino, exactamente, la de la foto.




Si se sigue el trazado de una vía se acaba llegando más o menos pronto a la estación. Es lo que nos sucedió a las 13:42, también hora exacta ferroviaria de nuestra llegada a la estación del Puerto de Navacerrada. Allí, las mesas ociosas y apiladas de la cercana cantina y el ejemplo de otro grupo de veteranos excursionistas, nos animó a hacer un almuerzo si no "abordemanteles", casi o bastante próximo. Luego recogimos pulcra y diligentemente las mesas y nos pusimos en camino para la vuelta.



Una vez más me gustaría resaltar que las vueltas son tan bonitas como las idas; que, al ser normalmente hacia abajo, permiten disfrutar aún más de las vistas y de las conversaciones; que duran casi lo mismo o quizá un poco menos. Pero tal parece que, en estas crónicas de dos peniques, los trayectos de retorno se quedan a dos velas y se despachan en un párrafo. Puede que se trate de la pereza del redactor o la compasión hacia el lector, que le mueve a acortar. Hago el propósito de comenzar una de estas crónicas por la segunda mitad de la excursión y dedicarle la parte más mollar de la escasa facundia que me va quedando. Por precisar un poco más esto de la vuelta de hoy recuerdo que la hicimos por la margen izquierda del arroyo de Navalmedio, que resultó ser tan bonita como la derecha, más o menos y detalles aparte; que aparecimos en la carretera del puerto a la altura del Ventorrillo, allí donde las quitanieves; que pasamos por la cercanía de la Casa de las Mariposas (*); y que en la última parte tuvimos todo el tiempo a la vista la plateada superficie del embalse.



Antes de dar por concluido este reportaje debo anunciar que ya podemos salir los miércoles lluviosos. Hasta ahora, lo impedía la dificultad para tomar bajo la lluvia las notas necesarias para redactar estas crónicas. Pues bien, Rodrigo ha mercado en Panamá, en la sucursal de la Smithsonian, un cuaderno que permite escribir en mojado y se lo ha traído como presente a este plumilla. No veo el día en que pueda estrenarlo. Y enhorabuena a todos, ya ha desaparecido la última disculpa para dejar de salir al campo. ¡Gracias, Rodrigo!



Hemos andado 15 km., subido o bajado 600 m. y empleado en esta excursión 6 horas y cuarto, de las cuales, 4 y media lo fueron en movimiento controlado.


(*) Sobre la Casa de las Mariposas dice Julio Vías en su blog: "La Casa de las Mariposas era el primitivo edificio de la Estación de Biología Alpina del Ventorrillo, aún existente. Se llamó así porque la frecuentaban entomólogos armados con mangas de caza o "cazamariposas" a la búsqueda de insectos raros, entre ellos algunas especies de lepidópteros que hicieron famosa a la sierra de Guadarrama en toda Europa, como la Graellsia isabelae. Allí se guardaban en cajas colecciones de mariposas que hoy se custodian en el Museo de Ciencias Naturales". Pues me lo creo, aunque encuentro un pelín exagerado decir que algunas mariposas hicieran famosa a la sierra del Guadarrama en toda Europa.

2 comentarios:

  1. Paco, ¿qué sería de nosotros sin tus crónicas para obtener un doble disfrute de nuestras excursiones: hacerlas y recordarlas?.

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  2. Lo más impresionante: el despliegue logístico y el trabajo en equipo de mierconistas en La Cantina. Todo ello bien dirigido por Gonzalo. Se nota el oficio.

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