martes, 14 de enero de 2014

8 de enero de 2014, EMBALSES DE EL ESCORIAL

No es la primera vez que quedamos en una estación. Hoy hemos quedado en el apeadero de Las Zorreras - Navalquejigo, convocados por Rodrigo para hacer una ruta lacustre. José Luis H. ha aprovechado la ocasión, nada más oportuno, para viajar hasta allí en tren. Yo, que voy con Salva, he tenido que recurrir al gps para no errar el camino porque este sitio está en un lugar apartado y poco señalizado. Este apeadero carece de café. El café de estación es una institución entrañable porque siempre acoge a gente que espera: que espera que llegue su tren, que espera a embarcar en su tren, que espera a otros viajeros que llegan. También a los que esperan a que vengan a recogerlos. Y si se trata de gente que no espera ninguna de estas cosas, siempre será gente esperanzada, puesto que vivir es, de alguna forma, esperar. En el improbable y triste caso de que el cliente de estos cafés no tenga ya nada que esperar, al menos allí tendrá que esperar a que le sirvan. A falta de café (al fin y al cabo esto no es más que un apeadero, no una auténtica estación), nosotros (Ignacio, José Luis H., Pedro, Rodrigo, Salva y el que suscribe) esperamos a Gonzalo, que ha preferido estacionar su coche unas calles más allá.

Por las calles de Navalquejigo

La primera parte de la ruta es urbana, ni campestre, ni lacustre. Más dos kilómetros que discurren primero entre coquetos chalets y después entre variopintas viviendas ocasionales, caravanas, casas rurales en estado semiruinoso e incluso alguna de menor porte que el ruinoso. Una senda evidente, entre arbolillos invadidos de ingentes líquenes, nos lleva hasta la orilla del embalse de Los Arroyos, primera represa del que más adelante será el río Aulencia.



Dicen que la abundancia de líquenes es señal de ambiente no contaminado, de aires y aguas limpias. Puede que de la limpieza del aire no quepa dudar, fresco y sutil en esta mañanita de suave invierno, a pesar de la cercanía de Madrid y de las pobladísimas villas que lo rodean. Otra cosa es lo de las aguas: impresión nos da, sobre todo más adelante, que en estos embalses vierte más de un colector urbano. Ojalá no sea más que la impresión y el líquen sepa más de agua que nosotros.



El piragüista que surca las aguas de Los Arroyos debe opinar lo mismo que el líquen porque se le ve con aire despreocupado y deportivo; también los que han recolectado los carrizos que abundan en las orillas confían en no llevarse a su casa como adorno un sucio ejemplar de la flora palustre madrileña; y, seguramente, confían los propietarios de los importantes chalets que se reflejan en la tranquila superficie del embalse.


A la presa del embalse se accede por un puente encharcado que Ignacio fotografía con más arte que el de este cronista. Pero hemos acordado que hay "fotos para el blog" y otras con destino diferente, de celebración de fin de curso. Así que aquí queda la del blog y las otras quedan para tan señalada fecha.


La presa tiene un bonito trazado en curva y una atrevida pasarela sobre el agua, como un robusto trampolín. Allí nos detenemos unos instantes para contemplar el embalse en toda su extensión y el perfil de la sierra lejana.


De la presa se desciende al playón de las orillas secas del embalse Valmayor por unas airosas escaleras. Recorremos sin prisa la descarnada orilla, entretenidos algunos con la fotografía y todos con la vista de las siluetas de un grupo de cormoranes que despliegan sus alas al prudente sol de la mañana y elevan sus largos picos hacia el cielo. Estas aves acuáticas parece que pierden algo de su prestancia en las aguas interiores, lejos de los acantilados y el bravo oleaje del Cantábrico. Pero como de nostalgias se trata, hoy decidimos no afearles su conducta y disfrutamos con sus elásticos movimientos cual si los contempláramos desde las alturas del cabo de Peñas. Aquí sí que no me resisto a utilizar una de las estupendas fotografías de Ignacio que, con su teleobjetivo, nos aproxima a la pareja de cormoranes y a la bandada de gaviotas que los sobrevuelan.


Llegamos a la la carretera que une Galapagar con El Escorial por encima del embalse. Son las 12,30 del mediodía. Un poco antes hemos hecho una parada para el piscolabis. Toca ahora recorrer los 700 m. del viaducto. Alguno de los paseantes se juega el tipo atravesando la vía entre los autos que circulan a velocidad excesiva, para mejor disfrutar de las perspectivas a uno y otro lado del embalse.



Hacia el lejano extremo sur del pantano, a través de la ligera bruma de la distancia, la tersa superficie del agua casi se funde con las riberas de este pequeño mar. Unos patos azulones emprenden ruidoso vuelo dejando una larga estela, aunque no tan larga como la de los aviones, en el agua rota. Algún paseante y algún pescador: otra forma de esperanza, más ingenua que la espera en la estación. El reflejo del frente nuboso y la sierra. No avistamos cocodrilos; quien los imaginó, hace ya algunos años, puede quedarse tranquilo y descansar: la gloria de la falsa alucinación es efímera y poco rentable.


El paseo de vuelta contempla algunos titubeos y rectificaciones. Ya se ven en el mapa de Ignacio que remata esta crónica. Contempla también el gesto transgresor de los caminantes al atravesar una alambrada que se interpone en nuestra ruta, y es que el cartógrafo de hoy en día no da abasto tratando de reflejar las nuevas construcciones y sus cercados. Atravesamos también un torrencial canal, captador de las aguas del río Guadarrama, que viene desde el pequeño embalse las Nieves y que contribuye a reforzar los escasos recursos propios del Aulencia. Ignacio no pierde la oportunidad de recoger con su cámara el ímpetu de la corriente pero me temo no es capaz de reflejar la sospechosa tufarada de colector que de allí viene.



Pero, en fin. ¡Pelillos a la mar! o pelillos al embalse como corresponde. Cerca ya de nuestro destino en Navalquejigo buscamos un sitio de asiento seco para al almuerzo y finalmente lo encontramos a la entrada de una finca vallada, con perro y casa grande y unos mojones de piedra muy oportunos. Allí damos cuenta de la frugal colación.


Son las dos y media de la tarde. A las tres y media estamos de vuelta en el aparcamiento de la estación. Acabar una crónica, larga como ésta, es difícil o fácil, según parezca. Uno, ya falto de inspiración y fatigado, viendo el gesto de Ignacio en la foto, recurre al maestro Cervantes y dice: "Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada". Añado que sí hubo y que mereció la pena.

3 comentarios:

  1. Estupenda descripción de una excursión sorprendentemente agradable y que llenó nuestros espíritus de la necesaria calma post navideña.

    Muchas gracias Paco.

    ResponderEliminar
  2. Paco, me sumo claramente a tu semblanza del café y la espera en la estación. Lástima de apeadero!!.
    Por lo demás, magnífico día de inicio mierconista del año 2014.

    ResponderEliminar
  3. No pude ir a la excursión porque tenía una cita con mi sacamuelas, pero es tan vívida la descripción que nos haces, querido Paco, que la he disfrutado como si allí hubiese estado.
    Por eso te regalo en nombre de Milagros Salvador ....

    Arroyos que atraviesan la mano de la tierra,
    generosa en sus frutos,
    veneras prodigiosas que se ofrecen
    multiplicando dones,
    y nacen, como nacen las gracias.

    Muchas gracias, Paco

    ResponderEliminar