jueves, 9 de mayo de 2013

24 de abril de 2013, LA GARGANTA DEL CAMBRONAL (Navaluenga)


Crónica (y algo más) remitida por Salva. Fotografías (estupendas) de Antonio. Pies de foto (bienintencionados) del editor


La “meteo” nos ha prometido un día espléndido y cumple con lo dicho. Reunión en Majadahonda. Seis participantes en el evento van en dos coches (los de Aurelio e Ignacio) y Pedro, con prisas debido a un sarao nocturno, va por su cuenta.

Ignacio nos guía con buena mano por el dédalo de pistas que salen de Navaluenga. Finalmente, aparcamos y nos disponemos a iniciar la excursión; son las 10.45.

La ruta nos introduce en un robledal cuyos tiernos brotes anuncian la estación en la que estamos. Recordemos lo que dice el refrán o lo que sea: “La Primavera ha venido; nadie sabe como ha sido”. 

Brotes verdes
Caminamos con el buen ánimo habitual pasando sin sobresaltos del reino del rebollo al imperio del pinar. Los mierconistas charlan, cuentan chascarrillos, hacen profundas reflexiones sobre la crisis que sufrimos y estrechan lazos de hermandad con sus semejantes.

¿Con que una fiestecita?
Es un verdadero placer caminar por este magnífico bosque (Reserva Natural de la Iruela) con buena temperatura y mejor compañía. Procuramos no demorarnos debido a que Pedro tiene fiesta en su casa esta noche.

Piscolabis tomado casi a la carrera. Proseguimos con paso vivo que evidencia que quien tuvo retuvo y que estamos en buena forma. Y entonces…

Lo que voy a relatar ahora no dudo en calificarlo como un fenómeno sobrenatural. Sobrenatural es, según la Madre Wikipedia, aquello que está por encima o más allá de las leyes de la naturaleza o de lo que se considera observable y natural. Pues bien, lo ocurrido en el Bosque de la Iruela, reúne todas las características necesarias para considerarlo como “sobrenatural”. Todo empezó con lo que parecía ser una sencilla propuesta de Antoñito:
-       Os voy a contar un chiste.
Nuestro “cantaor” de boleros respiró hondo, miró al cielo y empezó a relatarnos una confusa historia. De su bien modulada voz y de sus gestos, pausados y sugerentes, se desprendía un embrujo que nos subyugó desde la primera frase. Sinceramente, yo no recuerdo exactamente de qué iba el relato. Hablaba de un tocólogo – hermosa e interesante profesión que no goza del prestigio debido – de un joven en paro y una enfermera  cuya conducta dejaba algo que desear. Antonio se extendió durante no menos de diez minutos en la descripción de unas actuaciones - descritas con excesiva minuciosidad – que era preciso realizar en la zona comprendida entre las rodillas y el esternón de las presuntas pacientes del tocólogo. Ante tal profusión de detalles algunos de nosotros sentimos como se nos alborotaban los instintos y la sangre latía con fuerza en la sienes. ¿Qué pretendía con ello Antonio? Recordemos las palabras del reo de la Santa Inquisición Albert von Tanner que dejó plasmadas en su libro “Necrófagos y Demonios”: “Debes arrastrar la atención de tus víctimas hasta que solo vivan pendientes de tus palabras. Entonces y solo entonces deberás pronunciar los conjuros que esclavizarán su voluntad por los siglos de los siglos…” ¿Era eso lo que pretendía Antoñito? Yo sentía como mi vida dependía solo su habla. Recuerdo detalles imprecisos: una moto propiedad de alguien, una visita a Carmona, alegre y bulliciosa población situada no lejos de Sevilla, una cola de personajes de diversas catadura que esperaban sin esperanza que ocurriera algo… Luego la razón huyó de mi mente.  De pronto, una voz poderosa y bien timbrada dijo:
-       ¿Pero todo eso no ocurría en Chiclana?
El sortilegio se disolvió como la bruma bajo los rayos del sol. En encantamiento urdido por Antonio perdió toda su eficacia. Volvimos a ser dueños de nuestros actos y las almas que iban a ser encadenadas para siempre en la Mansión de la Muerte recobraron la libertad. Dado que llevábamos ya unos cuantos kilómetros en las patas nos abstuvimos de apedrear al culpable.

¡Qué hermosa la Garganta del Cambronal! En aquel recoveco de la Iruela se mezclaban en apacible armonía el rumor y el centelleo de las aguas, la arquitectura suavizada por el musgo de las rocas y el sosegante rumor de la brisa que acariciaba los pinos. Tras llenar nuestros ojos de recuerdos, regresamos al sendero.

Para hacer senderismo hay que mojarse
Por el camino verde que va a la ermita
Al lado de una pequeña y bonita ermita nos sentamos a comer. Curiosamente, nadie quiso probar las sardinillas que Antonio (1), con machacona insistencia, nos ofrecía.

Poco después, tras recorrer un precioso itinerario de 14 km., casi setecientos metros de desnivel y cuatro horas de marcha efectiva regresamos a los coches. Tras los consabidos abrazos regresamos al hogar.

(1) Conozco a Antonio desde hace el suficiente tiempo como para saber que es un caballero y un hombre de honor. Por ello, achaco su comportamiento del día de hoy a la indisposición que padeció en el viaje de ida hacia Navaluenga.

Esta crónica, un gran hito

La enigmática sonrisa del narrador del chiste

Todos los de hoy, menos el fotógrafo

2 comentarios:

  1. ¿Qué decir de esta excelente semblanza? Pues que las fotos reflejan la excelencia de la jubilación y lo que debemos de agradecer a Dios que hubiera hecho la semana de siete días incluyendo el día más importante que llamó miércoles, supongo que para darnos una oportunidad de retozar felices por el campo y sobre todo para evitarnos el oprobio de llamarnos martenistas o juevenistas, que ambos suenan poco elegantes.

    Ignacio

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  2. A la primera oportunidad voy a pedir a Antonio que me cuente sosegadamente, a ritmo de bolero, si es necesario, el referido chiste.

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