domingo, 1 de diciembre de 2019

27 de noviembre de 2019, RIO GUADARRAMA

Un paseo llano, una tregua de las lluvias, un lugar poco o nada frecuentado por este grupo, un río, un castillo, un centro de comunicación con las estrellas... Así se planteó el día de hoy. Luego vinieron las alambradas y algún salto con sobresalto. Vamos a ello que no hay nada que ocultar.


Entre Boadilla del Monte y Brunete pasa el río Guadarrama. Boadilla y Brunete están unidos por una carretera estrecha, como las antiguas pero bien provista de glorietas, ese fruto de los tiempos tan apreciado por ediles, urbanistas y responsables diversos del trazado de la red viaria. Al lado de una de esas glorietas, un pequeño centro comercial con una cafetería. La cafetería abre temprano y tiene churros. En la cafetería, hemos quedado a las 10 de la mañana de este miércoles que ha amanecido con lluvia. Cuando acabamos los cafés ha dejado de llover y el tiempo aclara deprisa. Hemos venido muchos, alguna razón habrá, a saber: Aurelio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro, Rafa, Rodrigo y el que suscribe, hoy organizador de la gira campestre.

Se dejan los coches en el ensanche de un camino de tierra al lado del río, a la entrada de una urbanización. Ya luce el sol y la temperatura es agradable. Como hemos decidido hacer la primera parte del recorrido por la margen izquierda y volver por la derecha, hay que cruzar el Guadarrama, no la sierra del mismo nombre sino el río. El Guadarrama se cruza por una pasarela de tablones gruesos, de manera que ahí no comenzaron los sobresaltos ni hubo ningún riesgo de pérdida de lentillas y otras ayudas a la visión. Cuando el Guadarrama se atravesó con éxito apenas habían pasado dos o tres minutos de comenzado el paseo.




Bajo la carretera, que también ella cruza el río en ese punto, en uno de los enormes pilares, una muestra del arte de hoy, tan espontáneo, vistoso y transgresor cuando lo es y no cuando un tonto coge un bote de pintura y ensucia. Cree el cronista que debe tratarse de la apuesta cooperativa y conjunta de Boadilla y Brunete por emular el museo de escultura al aire libre del paso de la Castellana. El verde del grafitti de aquí luce incluso más.



Desde el comienzo, la espléndida ribera ornada con los colores del otoño en chopos y olmos, sauces y fresnos; y encinas, quejigos y alcornoques, y el verde de la hierba nueva.



El camino es camino, ni pista para coches ni trocha de jabalíes, aunque se ven huellas de ambas especies, si invasoras o autóctonas ustedes opinarán.



Unos tres cuartos de hora después de echar a andar, sobre las 11:30 de la mañana, una parada para contemplar un magnífico ejemplar de alcornoque, catalogado entre los árboles singulares de la Comunidad de Madrid. En la foto de grupo, el alcornoque posa como uno más, que entre colegas de edad avanzada anda el juego. Él también tiene sus vástagos y sus marcas del tiempo y su complejidad pizca orgullosa.



Más adelante una ruina ruin. Algún o algunos desaprensivos han robado la dignidad a eso que suponemos era un depósito muy antiguo, derribando los muros de ladrillo. Es legítimo derruir para edificar algo nuevo o para devolver a la naturaleza el espacio perdido, pero es un acto reprensible convertir adrede la obra humana en un montón de despojos sin ningún sentido de la estética ni de la ética. Y una mala nota para los responsables de este llamado Parque Regional.



Aparece el castillo de Aulencia o Villafranca a nuestra izquierda, al otro lado del río. Se ve también, aunque no en la foto, la antena del Centro de Investigación Astronómica, y llega hasta nosotros el bullicio de un numeroso grupo de personas desde el aparcamiento del Centro. Llega también el estruendoso batir de las aspas de un Chinook en maniobras. Como somos varios los aficionados a la cosa aérea y espacial, perdonamos el jaleo tan poco conforme con la tranquilidad que suele presidir estos paseos. Ruidos aparte, el lugar y la hora invitan al piscolabis. Aceptamos la invitación y aprovechamos unos troncos caídos para tomar asiento y para tomar el plátano y las bolitas de queso.




Más tarde hay que asomarse al cauce del río y comprobar que el agua que lleva se puede mirar sin asco, mérito de los que cuidan de este parque regional tan rodeado de casas, instalaciones, carreteras y todo lo demás. Omito que, en la vista cercana, ya el agua no es lo que parece y que abundan los detritus no orgánicos, así que, por favor, no miren tanto a la niña que viaja en catamarán y carreta de bueyes y sean más mirados con sus basuras que diría mi abuela.



En el extremo más al norte de nuestra ruta, cruzan el río las múltiples calzadas de la M-503 o "camino de Majadahonda - Villafranca del Castillo", con sus distintos niveles y barandas, barandillas o protecciones. Para la gente de a pie el acceso a la otra margen no está fácil: si por carretera, hay que atender al tráfico; si por debajo, por donde la ribera, hay que hacer un salto de barrera y destrepar un desnivel poco amable. Tanteos y titubeos, pero finalmente se vence el obstáculo y el grupo se presenta compacto en el suelo firme, al mismo nivel que el río.



Así que nos las prometíamos felices para emprender la segunda manga, la de vuelta, de esta ruta rural, fluvial y otoñal del día de hoy. Pero, tras franquear la puerta (abierta, eso sí) en una alambrada, un hombre que recoge leña y la carga en el remolque de un buen coche nos avisa de por allí no se puede seguir. Nos acercamos para oírle mejor y nos dice que estamos dentro de una finca privada, toda vallada, y que no encontraremos hacia abajo más que puertas cerradas. Es el dueño de la finca y, poco inquieto por nuestra invasión, yo diría que casi complacido, nos recomienda que salgamos a la carretera que va hacia el Centro Astronómico, bien retrocediendo y volviendo al paso de los equilibrios, bien atajando por su propiedad y saltando por una puerta, de lo que, con su poquito de retranca, nos considera capaces. Todo muy cordial y con el tono de "esto es lo que hay". Optamos por el nuevo salto, nos despedimos y, al poco rato, estamos en la puerta. Unos la saltan con elegancia y otros, menos dados a las cabriolas, aprovechan un hueco en la alambrada para pasar por debajo reptando. Y así, con la cuota de aventura satisfecha, caminamos un rato por la carretera hasta llegar a donde el espacio sideral. Ni el plano del IGN ni la foto aérea, tan nítida, permitían averiguar las barreras a la circulación ni separar las propiedades privadas de las públicas: véase.



Por descontado que el Centro Astronómico es de acceso restringido y, ya puestos, también lo es el castillo de Villafranca. Digo yo que sus propietarios, gente de postín y posibles, pienso, podrían encargar unos avisos de redacción más correcta que los que aparecen tras la alambrada de púas; y que si el cuidado del castillo se corresponde con el de la señalización, cualquier día lo veremos reducido a escombros como el depósito de más arriba. Una vergüenza.



Llega la hora del almuerzo cuando vadeamos al Aulencia por unos dientes, ahí donde desemboca en el Guadarrama. Siempre atentos al asiento, especialmente en días de hierba húmeda como este, damos con unos restos de obra, en una especia de trinchera descompuesta y reventada, más un refugio bélico que un comedor. Pero se decide que nos vale y allí nos quedamos, que los bocatas y las exquisiteces ya habituales (y que no falten) compensarán con creces.



De casi las tres de la tarde a pasadas las cuatro, sin más paradas que las imprescindibles y no hay por qué precisar, recorremos el camino amplio que nos lleva hasta los coches; camino siempre delimitado a ambos lados por buenas vallas de alambre y salpicado de fincas no sabría decir si de recreo o de trabajo, que ya se sabe que hoy se combinan suficientemente bien ambas cosas. Pena de camino vallado, sin accesos al río, sin coladas, sin respiro. Tampoco sé si esto sigue siendo parque regional.



Y como, entre saltos, descensos en rapel, trincheras, alambradas y helicópteros este escrito bien pudiera recordar una crónica de guerra, no me resisto a esta última imagen, tan representativa del maravilloso ambiente del día; en la cafetería de la glorieta volvemos a reunirnos para los refrescos y los cafés que lo clausuran.






4 comentarios:

  1. Aurelio, guarda la foto del salto de la valla. No sabes lo cotizada que estará cuando estemos todos en el asilo contando batallitas. Los que están como tú, mal no saltan las vallas.

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  2. ¿Cómor? Ya quisiera Aurelio tener ese estilo...

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  3. Me ha gustado esta excursión. Por su originalidad, la peculiar belleza del lugar, su puntito de aventura...
    Magnífica la crónica y la fotografías.

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