lunes, 8 de octubre de 2018

3 de octubre de 2018, BAILANDEROS Y LA NAJARRA

Este miércoles, como el de la semana pasada, volvemos a visitar Miraflores; y también, a las 10 de la mañana, a tomar los cafés en la cafetería Llerja. Pero hoy no seguimos después hacia el puerto de Canencia sino al de la Morcuera, convocados por Ignacio a un paseo por la "alta montaña", que diría una vecina mía entrada en años y muy puesta en el argot del senderismo septalescente, tan al uso.



En la Morcuera coincidimos con otras expediciones, algunas de ellas tan concurridas que han tenido que utilizar el autobús -los autobuses de colores patrios-. La nuestra hoy es de tamaño medio tirando a bajo para lo que acostumbramos: seis de los doce o trece posibles. A saber: Antonio, Ignacio, José Luis, Rafa, Rodrigo y un servidor de ustedes. Un día espléndido, sin una nube, de viento en calma y agradable temperatura. ¡Pena para los que faltan! No son aún las 11 de la mañana.



Para echar a andar hay que cruzar primero, por su puerta correspondiente, una barrera antiventisca que protege la carretera de la acumulación de nieve. Hoy no es el caso. Sobre la barrera, a izquierda y derecha respectivamente, la Najarra y Bailanderos, las dos cumbres que hoy nos esperan pacientemente, calculo yo que desde hace mucho tiempo.



El sendero, bien trazado, es fácil de seguir, aunque otra cosa será en invierno cuando todo este soleado y tibio mundo de hoy esté cubierto de nieve y hielo; en la amplia ladera abierta al norte, algún árbol resistente, retamas y piornos y rocas, y los restos de una construcción en piedra que parece hecha para salvar un torrente pero que bien pudo ser refugio o fortín. En la panorámica, los componentes del grupo desaparecen casi de la vista y hay que ayudarla con un trazo de color.



A la hora y cuarto del comienzo del paseo, ya en la Cuerda y dejado atrás el collado de la Najarra, toca pararse y celebrar el piscolabis. Como todo lo que deja de ocurrir de forma casual y adventicia y se institucionaliza y consolida y disfruta, el piscolabis de este grupo no se toma simplemente, sino que siempre se celebra. El lugar elegido esta mañana es magnífico por sus vistas y hasta por el asiento, con sus rocas tan bien dispuestas y orientadas.



Al sur, la vista se extiende hasta el embalse Santillana y más allá, por encima del Hoyo de San Blas, con el más pequeño embalse de los Palancares a la izquierda. Hacia el NO, el gran macizo de Peñalara, desde Dos Hermanas hasta los Claveles y el Nevero.



Nos hemos cruzado con los componentes de la muy numerosa expedición de los autobuses, muy septalescente y ruidosa. También con una más reducida de damas, sin edad aparente como debe ser. Nosotros seguimos hacia Bailanderos, remontando una suave pendiente, hasta el vértice geodésico que hay en aquella cumbre de 2.133 m. Otro breve descanso para disfrutar de las panorámicas. Descanse también el lector y disfrútelas sosegadamente. (Advierte el editor que las tres panorámicas de más abajo están tomadas desde el refugio de la Najarra, por lo que la cumbre que se ve en la primera de ellas es precisamente donde ahora nos encontramos, Bailanderos).




Pasa de la 1,30 de la tarde y queda aún mucho día por delante. Ignacio propone hacer el almuerzo en el refugio de la Najarra, de manera que hay que desandar parte de la cuerda hasta el collado y subir la más bien breve pero fuerte pendiente hasta la cabaña. En la cercanía del collado, José Luis se duele de su tobillo derecho, que viene tocado ya desde el pasado miércoles. En la parada que hacemos para vendarlo, Ignacio saca de su macuto una crema milagrosa o bálsamo de Fierabrás que viene de América y José Luis acepta usarlo sin solicitar mayores garantías que la palabra de nuestro amigo. Pero prefiere dar tiempo a que haga su efecto y no forzar la máquina, de manera que decide permanecer un rato allí y luego seguir despacio el camino de vuelta hasta la Morcuera. Antonio se ofrece a acompañarle. A todas estas, Rafa deja vagar la mirada en torno y apropiarse de cada perfil de la sierra y de cada relieve rocoso y es que hoy es uno de esos días para hacerlo sin cansarse.




Nos separamos en el collado. José Luis y Antonio adelantan el almuerzo, debidamente sentados, mientras la crema actúa. Los cuatro restantes tiramos para arriba después de atravesar un escabroso pedrero puesto allí por algún juguetón duende de la "alta montaña" para darle más gracia a la subida hacia el refugio. Ignacio había calculado bien: en menos de una hora nos encaramamos a ese nido de águilas de piedra y cemento, tan aislado, tan precario e imagino tan acogedor para el que se vea vencido por la ventisca y el hielo en una tarde de invierno.



En la tarde de hoy es más agradable para el almuerzo quedarse en la solana del exterior de la cabaña, alternando entre las raciones de lata de sardinas -o lo que sea- y las raciones de vistas, que, en éstas, vamos ya bien servidos.



Desde allí hasta la cumbre de la Najarra, un paseo en ligero ascenso, quizá menor que el que se experimenta a esta hora de la digestión. En La Najarra, apenas 15 m. menos que Bailanderos, se acaba por el E. la Cuerda Larga. Abajo, y desde aquí parece muy abajo, el puerto de la Morcuera; y más allá, hacia el puerto de Canencia, la Perdiguera, el gran cortafuegos y los pinares que recorrimos el último día entre la niebla.



Hay que tomarse con calma el descenso, salvando un par de escalones de rocas más escabrosos y, para los aficionados al contorsionismo o al baile del limbo, pasar por debajo de un alambre de espinos sin merma de la compostura, de las articulaciones y de la camisa. Sin daño y tan contentos, recalamos donde los coches calculo yo que serían las 4,30 de la tarde. José Luis y Antonio llevan ya un rato en la terraza del bar de Miraflores y no queremos hacerles esperar más. Dice José Luis que la crema americana de Ignacio ha tenido efectos taumatúrgicos o casi.

2 comentarios:

  1. ¡Magnífica crónica! Mereció la pena el esfuerzo hecho. Inolvidables la parte de sendero como la parte de conversación,primero en el refugio de la Najarra y después al final en Miraflores.

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  2. No puedo coincidir con Rodrigo y bien que lo lamento en que esta es una magnífica crónica. Una crónica como debe de ser debe de detenerse e incluso pivotar en las escenas que marcarán un antes y después en nuestras vidas, como ha sido el chocolate Pelayo que Rodrigo generosamente repartió entre los vencedores de la alta montaña.
    Y digo que marcan un antes y un después para nuestra dentadura porque artefactos similares hacen las delicias de nuestros implantólogos, pero hay que reconocerlo, estaba muy bueno, con ligeros toques de avellana y musgo roquero de Covadonga.

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