



Hace tiempo que no pasábamos por aquí, así que no es raro toparse con alguna prohibición más, como la de bajar con los coches al aparcamiento de Canto Cochino cercano al río y la de bañarse (o bathing, que para eso ya somos todos bilingües - qué - más - quisiéramos - empezando por los que ponen el letrero). Nada de baño, pues, sino camino adelante hacia el Collado Cabrón por donde sotavento cuando sopla del Oeste. Y ahí nos tienen, paso alegre y estrenando conversaciones, que en esto no repetimos y que nos gusta recorrer todo el muestrario de asuntos, recientes o añejos.




Pocas vistas lejanas durante este largo tramo entre pinos y alguna cercana de rocas y musgo y sol diagonal y templado. Hora y media, más o menos, hasta el collado, que no hay por qué correr y el día es joven.


Las bolitas de queso, en el collado. Después, hacia el norte, con ganas de ver las vistas de los canchos y retratarlos con la cámara de Ignacio, el sendero se hace pindio un buen rato hasta que se cansa y se nivela. Joaquín, que no se cansa, no obstante se sienta para mirar.


Los demás también miramos. El cronista no ha andado fino con su cámara y solo acierta a colocar la espalda de Ignacio con su mochila en un rincón del panorama rocoso, con el Pájaro, el Buitre, Dos Torres, Mataelvicial, el collado de la Ventana... Pero ya es tiempo del blanco y negro, que había nubes anunciadas y una, más madrugadora que sus compañeras, posa coqueta y el cronista cede a sus encantos.

También los riscos lucen de forma distinta en blanco y negro, el tono de cuando se usaban las botas de Acuña (o de Carmelo) para caminar y los tacos de madera para asegurar en la escalada.

En lo que queda para alcanzar Los Llanillos, punto de retorno previsto en este paseo de hoy, hay ocasión de pisar algo de nieve, tan sucinta y breve que a Antonio no le da tiempo de enterarse.


Al fin en Los Llanillos. Dice Andrés Campos en artículo publicado en El País el 3 de octubre de 2003: "Recibe tal nombre el rellano que se extiende, a modo de grada, por la parte baja (en torno a los 1.450 metros) del circo de la Pedriza Posterior, una de las zonas más afectadas por la repoblación de marras. Allí donde la guía de 1931 señalaba, como cosa extraordinaria, la presencia de "algún pino solitario, destacando entre los canchales y peñones", hoy hay una selva que rara vez se abre, pero cuando lo hace, ofrece unas vistas -pues no deja de ser una grada- que justifican el resto de la ciega jornada". Pues eso mismo, aunque observando que 15 años más tarde, las vistas son aún más escasas porque el bosque de pinos no cesa, como es su obligación, de crecer.



Puntualmente, como habían previsto los del tiempo, empiezan a nacer nubes sobre nuestras cabezas, en remolinos, en formas combadas que se hacen jirones, en delicadas veladuras, en brillantes algodones, en toda la gama de grises. Como dijo Salva en una ocasión, "orgía fotográfica" o quizá un poco menos. Ignacio y el cronista, uno en formas rectangulares, el otro en cuadradas, fotografían el imponente espectáculo, en blanco y negro y en todo lo que hay entre ambos que es mucho más variado que lo que podría suponerse.




Todos gozamos con el gratuito espectáculo pero toca volver. Ha refrescado bastante y hay que abrigarse. El rápido descenso desde el collado y el muy trillado camino paralelo al río, tan bien trazados y señalizados, no presentan ninguna dificultad... aparente. La tarde se ha agrisado y el ojo de los fotógrafos aún está saturado de las formas cambiantes de las nubes. Pero aún hay tiempo para la broma y mostrar el bosque en blanco y negro, ahora sí, y para una última foto de los coches en el aparcamiento de Canto Cochino con toda la sutil gracia de los tonos pastel y el contraste de un rojo propio de alertas, alarmas, frenos y avisos. Son las 4 de la tarde.





Y, por si hiciera falta, que luego Antonio lo echa en falta, la relación de participantes: Antonio, Gonzalo, Ignacio, Joaquín, José Luis, Pedro y este cronista servidor de ustedes.
Un regreso a la Pedriza espectacular en todos los sentidos. Magnífico día, magnífica crónica y las fotos... ¡que fotos!
ResponderEliminarQué mas se puede decir. Lo mejor es el silencio y la atenta contemplación que pasmados nos deja. Chiss.
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