Los coches se quedan por encima del mínimo y hoy muy exhausto embalse del Romeral. No son aún las 11 de la mañana, con sol y el aire fresco imprescindible para sentir la sierra. No faltan caminos desde aquí para ascender en dirección al puerto de Malagón. Una ruta folclórica y un tanto oportunista se titula "Los Tesoros de Abantos" y hacia su amparo nos dirigimos para no hollar el monte como las cabras locas y otras especies de excursionistas que no se fijan por donde pisan.



Por donde cae la Fuente La Teja hay un gran árbol tronchado del que todavía no se ha hecho leña, rara excepción en estos tiempos. Seguimos lo que parece una calzada de recias losas de piedra pero que muy probablemente es la cubierta del caz que contiene el arroyo del Romeral para dirigirlo sin error ni pérdida hacia el embalse; si no es así, seguramente alguien me corregirá.




Más arriba hay otra fuente de agua salvaje -quiero decir que no es de vivero- y Pedro la usa para asearse. Hoy este cronista agradece a José Luis y a Antonio y a Rodrigo sus prendas de color rojo para poner un conveniente acento en los tonos muy matizados de este paisaje.




Las fotos dicen más que las palabras sobre el carácter de esta parte de la ruta. Un grupo numeroso y más ruidoso que el nuestro de paseantes más bien añejos anda por donde nosotros, aunque luego nos separamos y no volvemos a encontrarnos en el día. ¡Será por falta de caminos!. En el que se llama "mirador de los alerces", una buena peña con vistas, nos detenemos un rato para el piscolabis.


Otra buena peña y la fuente del Trampalón rompen la relativa, pero siempre maravillosa, monotonía del bosque. Como bien reza el letrero azul, el agua de la fuente del Trampalón es también de la clase no tratada o salvaje, que a lo mejor lo que pasa es que de tan salvaje no se deja tratar; me alegraría. Ahora hay una nube muy gris encima de nosotros y no sobran las chaquetas. La Cruz de Rubens está allá arriba, enfrente y un poco a la derecha del sentido de la marcha, sobre un promontorio rocoso; imagínenla, que no ha salido en ninguna foto.


Por el Puerto de Malagón, a donde llegamos cerca de la una de la tarde, pasa una carretera asfaltada, de tráfico restringido y, al parecer, sin apenas mantenimiento. Hoy ya no es tan necesario comunicar de forma directa San Lorenzo y Peguerinos, Madrid con Ávila, ni que una etapa de la Vuelta se distraiga pasando por ahí. No lo intenten automovilistas ni ciclistas, se romperían las ruedas, las suspensiones y quizá las piernas. Pero para andar cualquier terreno vale, de manera que nuestra vuelta particular la hacemos en parte sobre asfalto y en parte atajando monte a través.

De que bajamos, teníamos la intención de visitar el "arboreto de Luis Ceballos" pero de buenas intenciones están, además del infierno según dicen, los caminos y las rutas prefabricadas llenos. Un rótulo de "Los Tesoros de Abantos" nos confunde y damos con nuestros errabundos pasos en un jaral, que dice Ignacio, donde además de jaras y matojos hay buenas vistas como la de arriba. Pero no hay más que andar un poco y rodear el cercado del arboreto para llegar a su entrada, tan civilizada y atendida. Todavía no son las tres de la tarde, hora de cierre, de manera que estamos a tiempo de darnos un pequeño garbeo entre las más de doscientas especies de árboles y arbustos del parque. Los encargados de aquello, un chico y una chica amables y documentados, ilustran nuestra visita con abundantes explicaciones. Quedamos con ganas de volver cuando los árboles se hayan vestido, mejor que con la hiedra invasora, con sus propias hojas.


A la misma entrada del arboreto, en el límite de una explanada que sirve de aparcamiento, damos cuenta de nuestro almuerzo, bien sentados y bien protegidos de algún conductor inexperto, por una zanja pulcramente construida y probablemente destinada a impedir el acceso de los vehículos al bosque.

Llegar desde allí a los coches ya es coser y cantar: cuesta abajo como exige la hora de la sobremesa y sin dejarnos provocar por los equívocos indicadores de rutas y paseos. Ignacio, no obstante, sigue atento al gps a pesar de las numerosas posibilidades de tropezón en las piedras y raíces.



Firman el paseo Antonio, Ignacio, José Luis, Pedro, Rodrigo y el cronista Paco. Algunos de ellos todavía prolongaron la jornada un poquito más en una terraza al sol a la salida del Escorial hacia Guadarrama.

Amigo bloguero, has hecho un extraordinario diario (rima) de a bordo de un día sencillo pero extraordinario (también rima) en lo referente al disfrute de la naturaleza y sus panoramas. Y se agradece que no hubieras relatado los despistes del operador de gps que primero se deja llevar por la masa de jubilados que nos precedían y después por un cartel bienintencionado pero malvado en lo referente a la orientación. En su disculpa digamos que ese artesano del despiste se dejó llevar por el embrujo de la naturaleza y cual cantos de sirena quería sumerjirse en sus profundidades.
ResponderEliminarUn buen día para disfrutar de la naturaleza y de la compañía.
ResponderEliminarNuevamente mis parabienes a tan lucida crónica. A mi solo se me ocurre recitar una poesia de cuando era pequeño: SISEBRUTO IV
ResponderEliminarSisebruto tuvo un gato,
que le ataba los zapatos.
Sisebruto tuvo un pez
que nadaba del reves.
Y un mono que cocinaba
un bacalao con habas
que estaba de rechupete.
El dia que se murió
nombró al gatito marqués
y duque de Ceuta al pez.
y para el mono dejó
la corona. Y gobernó
como Monomio Primero
sin que lo supiera el clero.
Que hasta se casó también
con Doña Nuña de Lar
y tuvo un hijo tan mono
que le conquistó a los moros
el Peñón de Gibraltar.