domingo, 27 de octubre de 2024

8 de octubre de 2024, ALREDEDOR DE ALAMEDA DEL VALLE

Hoy es martes y, sin embargo, estamos paseando como si fuera miércoles. Parece -siempre solamente parece- que mañana miércoles 9 de octubre va a llover. Como somos pocos en esta ocasión - y bien avenidos - los apuntados a andar, ha sido fácil cambiar de día. Todavía -se trata de una vez, solamente una vez- no me parece necesario cambiar el título de este cuaderno de bitácora. Guía Antonio, que estamos en su valle. A su voz de mando -seguro que esta expresión no le parece apropiada- acudimos Gonzalo, José Luis, José María y un servidor. Hay razones poderosas que impiden venir a los que faltan.

En Oteruelo del Valle, donde nos reunimos a las 10:30 para tomar café y tostadas, está el cielo nublado, así que decidimos comenzar el paseo en Alameda del Valle. Y en Alameda, oh sorpresa, también está nublado, será lo que toca hoy. 

10:31 Con puntualidad exquisita, empezamos a caminar. No recuerdo si usamos la puerta de peatones o aventuramos los tobillos con la canadiense.

Hay ya colores de otoño y temperatura fresca de otoño. No hay viento. El río Angostura -más adelante Lozoya- lleva poca agua. Para andar tenemos una pista de las que gustan a la mayoría, de las que no hacen necesario mirar al suelo, y llana. Basta con el mapa en papel para situarse; si echamos de menos a Ignacio, que lo hacemos, no será por el gps.




De esta primera parte del paseo poco se puede destacar a no ser que este cronista se dejara llevar por el numen literario y le diera por describir los verdes prados, la silueta azul de sierras lejanas, el olor de la tierra húmeda, el naciente dorado de las hojas y otras muchas cosas, grandes y pequeñas, de las que hay alrededor nuestro. Pero el numen ni está ni se le espera y, sin él, a este cronista más le vale atenerse a los hechos.


Sí se puede, porque es fácil, mostrar una cruz de piedra que hay al lado del camino que seguimos, con una leyenda al pie que dice "En memoria a todos los vaqueros y pastores que pisaron estas tierras, Alameda del Valle 1999". 

Hoy es más fácil encontrarse por estas tierras a paseantes como nosotros que a vaqueros o pastores. Me pregunto si la condición de paseante o senderista se considerará en el futuro como suficiente mérito para gozar de un recuerdo en piedra tallada como el presente. Todo pudiera ser, que el recuerdo más allá de la frágil memoria de cada uno no requiere méritos especiales sino, más bien, haber sido tocado en alguna parte del alma del que recuerda.

La luz más bien plana de este día no facilita la lectura del año grabado en la propia piedra de la cruz, en el centro, que es 1889. Así, 1999 es el año en que el ayuntamiento de Alameda hizo poner la placa y 1889, el de la cruz. Y por acabar con este breve capítulo de los recuerdos, piensa el cronista -y lo dice- que, como la piedra, quizá antes los recuerdos eran más duraderos. Quizá.

Una desviación que no supone mayor problema, quizá un breve titubeo.
En la ermita de Santa Ana.

Llega la expedición a la ermita de Santa Ana, un imponente y sólido edificio de planta rectangular, muy restaurado, que data de 1800 y pico y meta de la tradicional romería desde Alameda. La ermita está en el punto más alto de un extenso prado, muy abierto hacia el norte y el oeste, con amplias vistas de la sierra. Hoy el cronista no se fía de los registros horarios de su cámara y no puede fijar con precisión la hora de las fotografías, pero se atreve a decir que no debían ser muy lejos de las 12 del mediodía cuando hicimos la parada en la ermita y el piscolabis.


A muy poca distancia de la ermita, nos encontramos con la pista que vuelve al norte, hacia Oteruelo. Dejamos atrás un hato de vacas rubias que apenas vuelven la cabeza cuando pasamos entre ellas. Hay que cruzar el arroyo de Santa Ana por una magnífica pasarela y seguir, por una pista bien trazada, entre quejigales y prados. Antonio va haciendo una pequeña recolección de setas de cardo y algún boleto, que aparecen cercanos al camino. Para información de ausentes, todo muy fácil, de calificación inmejorable. No hay pendientes de piedras sueltas, ni cercas que saltar, ni viento ni lluvia.



Cerca de Oteruelo hay una cerca (cosas del idioma español) con puerta y una manga de manejo de ganado. Más allá, hay unos árboles pintados de otoño y un cocodrilo del arroyo de Roblezo de Arriba junto al cual nos hacemos una foto. Como el arroyo no lleva agua, el cocodrilo se ha quedado en seco y seco, con sus dientes de canto rodado y su ojo pintado en azul o quizá en verde. 


Hay también allí los amarillos de pintura de otoño, unos caballos fotogénicos y, un poco más allá, enseguida de cruzar el río de verdad, el Lozoya, las primeras casas del pueblo con un lugar -asiento y mesa- propicios para el almuerzo.


Antes de las tres de la tarde hemos acabado de comer y aún nos queda, en el trayecto hasta los coches en Alameda, un encuentro interesante. Se trata de un árbol de los catalogados como singulares por la Comunidad de Madrid al que le han puesto el número 275 como si de un presidiario se tratara. Es un anciano chopo de alrededor de 150 años. Para mí -véase la foto- que está acompañado por su pareja de toda la vida, igualmente notable y supongo que más o menos de la misma edad. No sé por qué no han declarado a los dos como singulares. Yo, lo hago.


Y hay en Alameda otras cosas que mirar: unas bonitas vallas de madera, también viejas, y unas chozas de paredes de piedra rústica, aquellas cubiertas de maleza y éstas de clemátides o hierbas de los mendigos, todas tan bonitas que me hacen volver a echar de menos el numen ese de antes para poderles dedicar palabras más inspiradas. 



Como los bares en Alameda están cerrados, nos vamos a Lozoya a rematar el día con cafés y refrescos. Antonio ha llenado a medias su bolsa de setas y cada cual su alforja con estas cosas que salen en la crónica y otras que quedan para el particular recuerdo. Pues que dure.

Han sido 8,3 km. y tanto como 77 m. de desnivel.

Postdata. En la hoja de la navaja japonesa que Antonio ha utilizado en la comida, hay una inscripción grabada que se traduce como "este corte". Me cuesta pensar que se trata de una simpleza del grabador fabricante de la navaja. Supongo más bien que es una expresión quizá poética, mínima, tan propia de esa cultura. En cualquier caso, los caracteres son preciosos.